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Gobierno omnipotente Reseña
Gobierno omnipotente


Unión Editorial, Madrid, 2002
414 páginas

Para entender el nazismo

Por

Cortesía de La Revista de Libertad Digital.

A modo de antídoto frente a tanto falso tópico sobre la naturaleza y las causas del nazismo, Unión Editorial acaba de poner a disposición de los lectores de habla hispana la obra que, en 1944, publicó Ludwig von Mises con el título de Gobierno Omnipotente. Nuestro autor se encuadra en la tercera generación de economistas de la Escuela Austriaca cuyo origen se remonta a 1871, año de la aparición de la seminal Principios de Economía Política de Carl Menger. Además de por sus numerosas aportaciones en el campo de la Ciencia Económica (teoría del ciclo económico, imposibilidad de cálculo en una sociedad socialista...), Von Mises siempre se destacó por ser uno de los más formidables e implacables opositores al socialismo en cualquiera de sus manifestaciones. Esta obra da fe de ello.

En Gobierno Omnipotente, Mises combina las teorías económica y política con la interpretación y el relato históricos. La investigación tiene por objeto descubrir la genealogía de las ideas que acabaron configurando el programa nacionalsocialista y las causas que lo hicieron tan atractivo para la mayoría del pueblo alemán. Mises va refutando sucesivamente las explicaciones alternativas más populares, al tiempo que se encarga de destruir la práctica totalidad de los mitos marxistas, bien se trate la supuesta solidaridad internacional y el pacifismo de los partidos socialistas, o de la teoría del imperialismo belicista como "última fase del desarrollo capitalista".

Según los marxistas, la creciente acumulación de capital fue la causa de la concentración monopolística y la cartelización de la industria en la Alemania del último cuarto del siglo XIX y comienzos del XX. El capital financiero y monopólico habría sido el promotor de las doctrinas y las prácticas belicistas en las que se embarcó Alemania en dicho periodo. La caída en la tasa de ganancia que según el mito marxista es propia de la acumulación capitalista habría provocado una lucha por los mercados de las colonias en donde realizar el valor de la producción. Una lucha a muerte entre los capitalistas y sus gobiernos títeres que acabaría desembocando en la Primera Guerra Mundial. El capitalismo no sólo sería culpable de explotar a los obreros, sino que también sería culpable de los monopolios, el imperialismo y las guerras. Según este mito, la clase obrera alemana, que no deseaba la guerra y que sentía un "amor fraternal" por sus iguales franceses e ingleses, habría sido traicionada por unos líderes socialistas corrompidos. De entre todos ello, sólo Liebknecht, Bebel y Rosa Luxemburgo se habrían mantenido libres de pecado.

Las fábulas socialistas seguirían explicando que tras la humillación que supuso el Pacto de Versalles y las catástrofes de la hiperinflación y la Gran Depresión, ocasionadas igualmente por el capitalismo, Alemania se encontraba al borde de la revolución socialista obrera. En ese contexto, de nuevo la gran industria, la burguesía y las demás fuerzas reaccionarias habrían contraatacado a través del fascismo. Éste sería, por tanto, una fase superior y más evolucionada de la explotación capitalista.

Mises destruye los sofismas marxistas y sitúa lúcidamente la responsabilidad de los cárteles primero, del nacionalismo agresivo y la guerra más tarde y de la inflación, la Depresión y el nazismo finalmente, en la combinación de los idearios intervencionista, socialista y de nacionalismo económico. En la obra que reseñamos queda bien claro que no fueron las inherentes tendencias del capitalismo las que produjeron la concentración de la industria alemana, sino la Sozialpolitik (la Política Social de Bismarck). La legislación laboral, los privilegios sindicales y los aumentos de costes derivados de los seguros sociales situaron los costes laborales a los que tenían que hacer frente las empresas alemanas a un nivel demasiado alto para poder competir en los mercados internacionales. Para un país exportador de productos manufacturados como Alemania, tal situación se convertía en enormemente peligrosa al ser susceptible de crear a la vez un fuerte desempleo laboral y la carencia de recursos económicos y divisas con los que adquirir las imprescindibles importaciones de primeras materias y alimentos.

En este contexto, el gobierno de Bismarck optó por promover la cartelización de la industria alemana, así como la creación de monopolios públicos como los del carbón y la potasa. La combinación de cárteles y monopolios con altos aranceles proteccionistas tenía por objeto permitir a la industria alemana la discriminación de precios. De este modo era posible cargar precios superiores de monopolio en un mercado interior sobreprotegido, en el que había desaparecido la competencia, y vender por debajo de los costes reales en el extranjero. Con ello la legislación social la acababan pagando en realidad a través de unos precios más altos y una menor competencia, los mismos consumidores alemanes.

El nacionalismo agresivo y el imperialismo alemán, que acabarían conduciendo al mundo a la Primera Guerra Mundial según nos explica Von Mises, no fue ningún "estadio superior del laissez faire capitalista" como pretendían Rosa Luxemburg y V.I. Lenin. Fue por contra la conclusión lógica del ideario proteccionista que ya Frederic Bastiat había adelantado varias décadas antes: "Si las mercancías no pueden cruzar las fronteras, lo harán los soldados".

Von Mises nos explica que el defensor más representativo del neo-proteccionismo alemán fue Adolf Wagner. Éste venía sosteniendo que todos los países que exportaban materias primas y alimentos acabarían teniendo interés en desarrollar sus industrias nacionales. Supuestamente para conseguirlo, según había teorizado el autor neo mercantilista F. List años antes, la forma más adecuada consistía en poner trabas a las importaciones de manufacturas extranjeras consiguiendo de este modo proteger a las incipientes industrias nacionales. En tal caso y en un mundo que se encaminaba hacia la autosuficiencia económica de cada país, ¿cuál iba a ser el destino de las naciones superpobladas que no podían alimentar y surtir a sus ciudadanos con productos alimentarios y materias primas? Según Wagner y sus seguidores, tales países estarían condenados a morirse de hambre, salvo que optaran por el remedio de la guerra de conquista por más espacio vital (lebensraum).

Siguiendo a Wagner los políticos nacionalistas alemanes llegaron a la conclusión de que era necesario construir una gran flota para dominar el mar y supuestamente el comercio internacional. El proyecto pangermanista proyectaba reunir bajo un gran imperio a todos los alemanes de origen –entre los que se incluían flamencos, holandeses, eslovenos, eslovacos, austriacos y germano-suizos-, extender el imperio colonial por Ýfrica (Marruecos, Camerún, el Congo belga, Tanzania, Namibia), por Asía con las colonias holandesas de Java y Borneo e incluso por América, creando en el sur de Brasil una colonia germana con los grandes asentamientos de alemanes que ya existían. Von Mises nos explica que Alemania no se embarcó en el proteccionismo y en la autarquía para poder hacer la guerra. Por el contrario, la guerra tenía que ser el corolario lógico de la deseada autosuficiencia. El intervencionismo económico es incompatible con el libre comercio internacional. Necesita de la autarquía si aspira a que sean las decisiones políticas y no el libre mercado las que conduzcan la economía. Fueron los socialistas de cátedra como Schmöller, Wagner y Sering los que convirtieron al pueblo alemán al pangermanismo belicista.

La derrota de la Primera Guerra Mundial debería haber supuesto el final del ideario pangermanista y del socialismo de guerra. Sin embargo, no fue así. La creación del mito de la puñalada por la espalda de los judíos, permitió que el pangermanismo mantuviese su prestigio. Según los nacionalistas, Alemania tenía la guerra ganada. La Rusia soviética ya había firmado un armisticio enormemente ventajoso para el Reich. Además las tropas alemanas seguían desplegándose por territorio de Bélgica y Alemania. Fueron los políticos y los revolucionarios judíos los que habrían traicionado al gran ejército alemán, entregando la patria al enemigo en la ignominia de Versalles. La realidad sin embargo era muy otra, pues Alemania se encontraba más allá del límite de sus fuerzas, incapaz de alimentar a su población por más tiempo a causa del bloqueo británico y el esfuerzo de guerra.

Si falso era el mito de la puñalada en la espalda, más perniciosa fue aún la artificial propaganda desplegada por los nacionalistas alemanes contra las reparaciones firmadas en Versalles. A la vista del esfuerzo que soportó la Alemania nazi para rearmarse militarmente, las reparaciones fijadas en Versalles aparecen como una pequeñez. De hecho estas venían a representar no mucho más allá del 1 ó del 2% del PIB y podían haber sido pagadas cómodamente con superavits presupuestarios de una magnitud similar. Tanto desde un punto de vista moral (Alemania había sido la mayor responsable de la guerra y era justo que pagase por ello)-, como político (evitar el rearme alemán y la reaparición del pangermanismo) y como económico (las reparaciones no eran ni mucho menos desproporcionadas), Versalles no era un mal tratado. Sin embargo, empezando por John Maynard Keynes con sus Consecuencias Económica de la Paz y siguiendo con la suicida política de desarme interior y comprensión y apaciguamiento hacia las demandas alemanas, los británicos no hicieron más que repetir la propaganda nacionalista alemana que acabaría conduciendo al ascenso de Hitler al poder primero y a la terrible guerra después.

Los nazis acabaron conquistando el apoyo de la mayoría de los alemanes (clase obrera incluida). al presentarse con un programa tan popular como decidido, Los judíos sirvieron como chivo expiatorio tanto de la derrota en la guerra como de la crisis económica. Además al prometer a los tenderos, a los abogados, a los médicos, etc., la eliminación de los competidores judíos los nazis dispararon la codicia de mucha gente y supieron capitalizar el odio y el resentimiento contra una minoría fácilmente identificable. Es curioso que la minoría judía jamás fue identificada racialmente –desde luego no había bases fisiológicas que lo permitieran-, sino a través del examen de los registros públicos que desde mucho tiempo atrás se llevaban separadamente para anotar los nacimientos, matrimonios y fallecimientos de los fieles de las diversas religiones. El empobrecimiento de la clase media durante la hiperinflación, el desempleo generado por la crisis del 29 y el miedo al bolchevismo sólo contribuyeron al triunfo del nazismo en la medida en que las ideas nacionalistas y socialistas, enormemente populares previamente, fueron aceptadas en esos momentos de desorientación y crisis como panacea impostergable.

Todas estas realidades han tratado de ser ocultadas persistentemente por el socialismo de izquierdas. Así bajo el termino fascista han quedado sepultadas las más diversas tendencias colectivistas, nacionalsocialismo incluido. A continuación bastaba con presentar al socialismo como el máximo enemigo del fascismo –y borrar de los libros de texto cualquier referencia la Pacto Germano-Soviético, a la colaboración de nazis y comunistas durante los dos primeros años de la Guerra Mundial e incluso a los esfuerzos de soviéticos por incorporarse al Eje- para conseguir presentar la historia a voluntad. A estas alturas aparecen exonerados de cualquier responsabilidad en la catástrofe los partidos comunistas, al ideario intervencionista, al pacifismo laborista británico,.

Sólo conociendo la historia y las verdaderas causas de los acontecimientos estaremos en condiciones de evitar que se repitan semejantes catástrofes. No estaría de más incorporar esta lectura a los planes de estudio de Historia Moderna. Mientras tanto, habremos de actuar como autodidactas. Desde luego, merece la pena.