liberalismo.org
Portada » Artículos » Economía » Hay que cerrar el FMI

Hay que cerrar el FMI

Por

Cortesía de La Ilustración Liberal.

El Fondo Monetario Internacional es una organización bastante cerrada que en general mantiene un bajo perfil, a excepción de cuando hay disturbios en las capitales de los países miembros, se producen crisis monetarias, o el Fondo Monetario mismo solicita más dinero. Por desgracia, estos tres factores explican el elevado perfil del Fondo hoy en día.

El actual clima de emergencia de la crisis financiera ha resultado en rescates financieros que alcanzan mas de 180 mil millones de dólares y en peticiones urgentes, ya aprobadas, de incrementar de forma masiva los recursos del FMI. Pero los costos monetarios de apoyar al FMI no son la razón más importante por la cual hay que oponerse al amparo de esa institución. Las personas más directamente perjudicadas por las intervenciones de FMI son aquellas que menos se lo pueden permitir: los pobres del mundo. Si el objetivo es promover el progreso económico de los países en desarrollo y la libertad económica mundial, entonces lo mínimo que los países ricos podrían hacer es rechazar seguir financiando al FMI.

Hace ya bastante tiempo que los economistas liberales critican al Fondo Monetario. Las crisis al estilo mexicano pueden haber atraído mucho la atención hacia el Fondo en años recientes, pero el historial de esta institución crediticia a lo largo de los últimos 50 años ha sido sumamente desalentador, como lo documentan numerosos libros y estudios. De ellos se deduce que el FMI no ha ayudado a los países ni a que logren un crecimiento sostenible ni a que promuevan reformas de mercado. A pesar de su pobre actuación, el Fondo Monetario ha resultado ser una institución de notable fortaleza. Cuando el sistema de tipos de cambio fijos terminó a principios de los años 70, se acabó también la misión original de esta institución, que era facilitar la estabilidad de los tipos de cambio, otorgando préstamos a los países que experimentaban problemas temporales en su balanza de pagos. En vez de cerrar sus puertas, el Fondo se inventó nuevas misiones para sí mismo con cada crisis nueva, expandiendo cada vez su influencia económica, sus recursos, o ambos. Estos episodios fueron, entre otros, las crisis del petróleo de los 70, la crisis de la deuda de los países del Tercer Mundo, la caída del comunismo, y recientemente, las crisis al estilo mexicano.

Es importante recordar que el FMI, en teoría, otorga créditos de corto plazo a los países a condición de que éstos realicen cambios en sus políticas públicas. Esto, sin embargo, no ha contribuido a que los países establezcan economías de libre mercado. Al contrario, el Fondo ha creado "adictos a los créditos", como lo demuestra un repaso a los créditos concedidos. Diecinueve naciones llevan dependiendo de la ayuda del FMI durante un mínimo de 30 años; 31 países han solicitado créditos entre 20 y 29 años; y 36 países han recurrido a los créditos del FMI entre 10 y 19 años. Eso no es una prueba del éxito de la llamada condicionalidad del Fondo, ni mucho menos de la naturaleza temporal de los créditos de corto plazo que el Fondo otorga.

Pero la razón por la cual estamos analizando al Fondo Monetario Internacional hoy, es la turbulencia en Asia, Rusia y Latinoamérica. Específicamente, el dinero adicional ya otorgado financiará una nueva cuenta dentro del FMI, conocida como los New Arrangements to Borrow, que se utilizará como un fondo especial para los rescates financieros de países en crisis; y por un incremento de los recursos generales, conocido como un incremento en la cuota que, por supuesto, también se utilizará para rescates financieros. Echar mano del FMI para hacer rescates financieros a países que experimentan crisis monetarias o de deuda es una mala idea por tres razones.

la primera razón es que crea riesgo moral. No es un punto secundario, como el Secretario del Tesoro Robert Rubin ha reconocido. Cuantos más rescates financieros realice el Fondo Monetario, mayor será la posibilidad de que otros países entren en crisis en el futuro, ya que los rescates estimulan un comportamiento imprudente por parte del gobierno y de los inversionistas, que esperan que si algo va mal, el FMI les rescatará.

Hemos visto el problema del riesgo incentivado en el pasado y lo estamos viendo en el presente. Por ejemplo, México ha sufrido crisis monetarias con cada ciclo electoral de los últimos 20 años, debido a políticas monetaria y fiscal irresponsables. Estos episodios han sido acompañados por rescates financieros del FMI y del Tesoro de Estados Unidos, cada vez en cantidades mayores. En México, al finalizar cada período presidencial, la gente espera un rescate financiero1. A pesar de que el FMI y las autoridades estadounidenses hayan considerado el último rescate financiero como todo un éxito, el legado de ese rescate ha sido la actual crisis asiática, por lo menos en su grado e intensidad. En realidad, el rescate financiero de México fue una señal para el mundo de que si existen problemas en los países en desarrollo, el FMI rescatará a los inversionistas. ¿De qué otra manera podemos explicar que sólo en 1995 los flujos de capital privado a Asia del Este se doblasen?

Los gobiernos de los países en crisis no tenían razón alguna para cambiar sus políticas defectuosas mientras los inversores mantuviesen la aportación de capital. Los inversores, por su parte, se comportaron de manera imprudente con el conocimiento de que fondos públicos se utilizarían en caso de problemas financieros. Esto no quiere decir que los inversionistas no estuviesen preocupados de que se produjese una crisis; pero causó una valoración errónea del riesgo y un cambio en el cálculo de las inversiones de los inversores. Tailandia, Indonesia y Corea del Sur, después de todo, compartieron algunos factores en común que deberían haber causado que los inversores hubiesen tenido más precaución, pero no lo hicieron. Estos factores incluyen el pedir créditos en divisas extranjeras y concederlos en divisas nacionales bajo un tipo de cambio fijo; solicitar extensamente créditos a corto plazo y concederlos a largo plazo; falta de supervisión de las hojas de balance de los prestatarios por parte de los inversores extranjeros; asignación directa del crédito por parte del gobierno; y sistemas financieros inestables. La crisis financiera fue creada en los países en crisis, pero el efecto agravatorio del riesgo moral fue extenso. Como Michael Prowse del Financial Times comentó después del rescate financiero mexicano, "Rubin y compañía querían hacer el capitalismo global seguro para los inversionistas de fondos mutuos. En realidad, lo hicieron mucho más peligroso".2

los rescates financieros del FMI en los países asiáticos y Rusia son soluciones a las crisis monetarias costosas, burocráticas y fundamentalmente injustas. En primer lugar, la ayuda financiera reduce las pérdidas de los inversores, en vez de dejarles que asuman la responsabilidad total de sus decisiones. Así como las ganancias no deben ser socializadas cuando los tiempos son buenos, tampoco se deben socializar las pérdidas durante los tiempos difíciles. "Los 57.000 millones de dólares prometidos a Corea -observó Jerey Sachs, economista de Harvard- no ayudaron a nadie, más que a los bancos"3. Desafortunadamente los ciudadanos asiáticos que no tienen nada que ver con la creación de la crisis van a tener que pagar la deuda adicional impuesta por los créditos del FMI.

Los rescates del FMI imponen otra carga en los ciudadanos ordinarios porque no funcionan bien. El dinero del Fondo va dirigido a los gobiernos que han creado la crisis y que han mostrado poca disposición para introducir las reformas necesarias. Otorgar dinero a esos gobiernos no tiende a promover las reformas de mercado, más bien las retrasa porque disminuye la presión sobre los gobiernos para que cambien sus políticas. De hecho, la suspensión de los créditos tenderá a enfocar las mentes de los gobernantes en los diversos países en dificultades. La razón, después de todo, por la que hoy en día se habla de establecer reformas de mercado no es que el FMI haya sugerido que son medidas necesarias. Esto es bastante obvio. Es la realidad económica la que está forzando los cambios necesarios. En la medida en que el Fondo Monetario intervenga y conceda créditos, estas reformas se retrasarán. Por ello, los ciudadanos asiáticos sufren la carga adicional de la intervención del FMI. No solamente tienen que pagar una mayor deuda, sino que también han de sufrir las dificultades económicas duraderas que el rescate financiero del Fondo produce.

¿Pero qué sucede con la fuerte condicionalidad del Fondo? ¿No será que las estrictas condiciones de los créditos del FMI aseguran que las políticas importantes deben ser cambiadas? El historial de la dependencia de largo plazo de muchos países muestra que la condicionalidad no ha tenido éxito en el pasado. Pero, además del pobre historial del Fondo, existe una buena razón por la que el FMI tiene poca credibilidad al imponer sus condiciones. Como hemos visto con Rusia en los últimos años, un país que no se adhiere a las condiciones del FMI se arriesga a que le suspendan sus créditos. Cuando los créditos son retirados, los gobiernos destinatarios tienden a tomarse más en serio las reformas. Nótese que el Fondo anima a los malos gobiernos a que introduzcan reformas al suspender los créditos; es la suspensión de los créditos lo que induce el cambio de política. Por desgracia, cuando se van a producir los cambios en las políticas, el FMI reanuda la concesión de créditos. En realidad, el FMI tiene un incentivo burocrático para otorgar créditos. Simplemente, no puede aceptar que los países hagan reformas por iniciativa propia, ya que se arriesgaría a aparecer como una institución irrelevante. La reanudación de la ayuda financiera provoca el comienzo del proceso nuevamente y prolonga el período de la reforma. La presión del Fondo para conceder créditos a los prestatarios para que mantengan al día los créditos ya otorgados, y para poder así pedir más dinero está bien documentada. El incentivo burocrático del FMI para prestar es bien conocido, tanto por los gobiernos destinatarios de los créditos, como por el mismo Fondo Monetario, lo que hace la condicionalidad del Fondo aún menos creíble.

La década de los 80, en Latinoamérica, conoció plenamente este proceso costoso y prolongado de préstamos. Así Brasil, por ejemplo, llegó a firmar siete arreglos diferentes con el Fondo entre 1983 y 1984. Sebastian Edwards, ex economista jefe de Latinoamérica en el Banco Mundial, repasó el papel del FMI en la resolución de la crisis de deuda de los años 80 de esta manera: "En muchos casos, al aprobar programas cuyas metas todos saben que no serán alcanzados, el FMI está participando en una gran farsa; está simplemente diciendo que (…) hay una alta probabilidad de que el país logrará viabilidad en su balanza de pagos en el futuro próximo. Pero para muchos países, ese no es el caso y todo el mundo lo sabe".4

Para complicar la situación latinoamericana, ni los gobiernos latinoamericanos ni el Fondo Monetario incluyeron reformas liberales como parte de sus planes de ajuste a principios de la crisis. En vez de eso, los gobiernos de la región aumentaron los impuestos y los aranceles, y redujeron algunos gastos. La desregulación, la privatización de empresas, y la liberalización económica en general no formó parte de la política oficial en el hemisferio. Sólo a fines de los 80 y a principios de los 90, cuando fracasaron otras alternativas y la crisis regional se agravó, se introdujeron reformas liberales radicales. Una razón por la cual la vía liberal no fue considerada viable durante ese tiempo fue que en el Fondo Monetario se pensó que la crisis era en lo esencial un problema de liquidez que requería créditos y tiempo para ser resuelta.

Otra razón fue que Chile, considerado el país donde regía el libre mercado, también se vio afectado severamente por la crisis. A diferencia del resto de la región, la deuda chilena se acumuló en el sector privado y mostró, para muchos observadores latinoamericanos, que si bien el sector estatal había cometido grandes errores en toda la región, el mercado libre tampoco era digno de confianza. El caso chileno a principios de los 80 es notable, porque ese país exhibió un paralelismo interesante con la situación de Asia hoy. Como en el caso chileno la década pasada, la actual deuda asiática está centralizada básicamente en el sector privado como consecuencia de grandes préstamos avalados por los gobiernos a un conjunto de empresas industriales. Como en todos los casos de crisis de recuerdo reciente, en vez de depender de un régimen de tipo de cambio de mercado, los gobiernos asiáticos fijaron sus monedas a niveles artificiales que resultaron imposibles de mantener. Tanto Chile, en los 70 y a principios de los 80, como los países de Extremo Oriente abrieron sus mercados y dependieron de los precios del mercado mucho más que el resto del mundo en desarrollo, pero siguieron lejos de tener sistemas liberales ya que el intervencionismo estatal se mantuvo en áreas críticas de sus economías.

(Se ha argumentado que si los países asiáticos hubieran impuesto un control de capitales como el que ha tenido Chile desde 1991, hubieran podido evitar o minimizar los actuales problemas económicos. Pero la gran diferencia entre el Chile de los 80 y Asia hoy es que Chile sí tuvo entonces un control de capitales virtualmente idéntico al que ha tenido en los 90. El control de capitales entonces en vigor no ayudó al país a evitar la crisis. Ha quedado claro que la economía chilena, que se ha liberalizado mucho desde mediados de los 80, ha prosperado a pesar del control de capitales y no gracias a él. Por eso Chile ha empezado a reducir tales controles a medida que la llamada crisis financiera global ha ido empeorando.)

Las reformas estructurales que eventualmente se introdujeron en Latinoamérica para resolver la crisis podrían haber evitado una década perdida si se hubieran aplicado inmediatamente después de que se produjera la crisis. Desgraciadamente, el Fondo pospuso esa resolución. Fue Stanley Fischer, nada menos, quien hizo pública semejante opinión en 1994, cuando era profesor en el Massachusetts Institute of Technology, poco antes de ser nombrado número dos del FMI. "Yo creo -explicó Fischer- que la crisis de la deuda se habría acabado más temprano si las agencias oficiales no hubieran estado involucradas".5 esta convicción nos lleva a la tercera razón por la que hay que oponernos a los rescates financieros del FMI: tales rescates socavan el desarrollo de soluciones de mercado superiores y menos costosas. En ausencia de un FMI, acreedores y deudores harían lo que los acreedores y deudores siempre hacen en casos de falta de liquidez o insolvencia: renegociar la deuda o declararse en quiebra. En un mundo sin el Fondo Monetario, las dos partes tendrían el incentivo para hacerlo así porque la alternativa, no hacer cosa alguna, significaría perderlo todo. Las negociaciones directas entre particulares y los procedimientos de quiebra son esenciales para el funcionamiento del capitalismo. Como indicó James Glassman, el capitalismo sin la posibilidad de bancarrota, es como el cristianismo sin el infierno. Los rescates financieros del Fondo Monetario Internacional, desafortunadamente, socavan uno de los fundamentos más importantes de una economía libre, al suprimir los mecanismos autocorrectivos del mercado. Simplemente, no existe razón alguna para que los acreedores y prestatarios internacionales deban ser tratados de una manera distinta a como son tratados prestamistas y deudores en los mercados domésticos.

Los gobiernos también reaccionarían de manera distinta si no hubiera futuras intervenciones por parte del Fondo Monetario Internacional. Si los que hacen las políticas no estuviesen protegidos de la realidad económica, habría pocas alternativas a la introducción de reformas rápidas. Lawrence Lindsey, ex gobernador de la Reserva Federal de los Estados Unidos y opuesto a los rescates financieros, ha indicado, por ejemplo, que "todas las 'condiciones' supuestamente negociadas por el Fondo Monetario Internacional serán impuestas por el mercado en Corea del Sur"6. Claro que siempre existe la posibilidad de que un gobierno se oponga a cambiar sus políticas bajo cualquier circunstancia; pero esa posibilidad es mayor (y, de hecho, se ha convertido en realidad) bajo los programas del Fondo Monetario Internacional. al ligar la retórica liberal a sus programas de ajuste, el Fondo Monetario no sólo ha causado daño a la transición capitalista global sino también a la promoción de las ideas liberales tanto en los países pobres como en los países ricos. La confusión es tal que en 1998 Business Week declara que "la mayor tarea es amansar la anarquía de los mercados" y el Washington Post reflexiona sobre las políticas que Moscú habrá de considerar ya que el capitalismo ha fracasado en Rusia. También la revista mexicana Proceso publicó en 1995 un dibujo del presidente Ernesto Zedillo representado por un muchacho empobrecido de la calle vendiendo libros publicados por el FMI sobre "neoliberalismo".

Es hora de crear un sistema financiero global en el cual los mercados disciplinan a los políticos, en vez de un sistema en el que los políticos siguen tratando de disciplinar al mercado. Bajo tal sistema habría condicionalidad creíble, basada en reformas verdaderas. Para eso, no se necesitarían agencias multilaterales como el FMI o ejércitos nacionales para asegurar el pago de deuda, como ocurrió en otras épocas. La ausencia de tales formas de seguro estatal crearía más información y cautela en los mercados internacionales y mejores incentivos por parte de los gobiernos de los países en desarrollo para mantener un ambiente favorable al crecimiento económico. Los países ricos no sólo deben rechazar la asignación de fondos adicionales para el Fondo Monetario, lo cual enviaría una señal al mundo de que los recursos de esa agencia no son, de hecho, ilimitados; los países industrializados deberían ir mas allá para ayudar a los pobres del mundo desmantelando totalmente al Fondo Monetario.