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Muerte de un héroe

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El ‘sueño americano’
 
Ronald Wilson Reagan nació en una casa encima de una tienda, en la pequeña ciudad de Tampico, en el Estado de Illinois, el 6 de febrero de 1911. Sus orígenes no hacían pensar que Dutch, como luego le gustó que le llamaran, llegaría demasiado lejos. Su padre vendía zapatos, y cuando el negocio flaqueaba abusaba de la bebida. Su madre trabajaba en casa de costurera, como lo hicieron las madres de otras tres personas que le ayudaron a cambiar el mundo: Margaret Thatcher y Carol Wojtila. Ambos progenitores enseñaron a sus hijos el valor de la tolerancia y otros valores de raíz cristiana. Jack era católico y Nelle protestante[1].
 
En el colegio no destacó como estudiante, y estaba más interesado en el teatro, inspirado por su madre, y en el fútbol. Con el deporte y otros trabajos, como el de socorrista, pudo pagarse la Universidad, donde seguía desarrollando su afición por la actuación y donde se graduaría en Economía y Sociología. Finalmente pudo trabajar de cronista de radio, lo que le facilitó el paso a la actuación. Triunfó, pero como actor secundario; no se convirtió en un gran actor ni en la estrella que había deseado ser; aunque llegó a trabajar con Bette Davis, Humphrey Bogart o Errol Flynn. Con la segunda guerra mundial se quiso alistar, pero su corta visión le llevó al servicio de inteligencia del ejército del aire, en Los Ýngeles, haciendo películas y documentales para el entrenamiento. Tras el final del conflicto se dedicó a dar charlas con contenido político, en apoyo del New Deal, en defensa del americanismo y condena del “neofascismo”, como él llamaba a los grupos que promovían la discriminación por razón de raza o religión. Su actividad política se incrementó, lo que le llevó a unirse a varios grupos, como “Federalistas para un Mundo Unido”.
 
En una ocasión, tras una charla en la Iglesia Cristiana de Beverly Hills, se le acercó un pastor diciéndole que alababa su firmeza contra el Nacional-Socialismo, pero que debía incluir un mensaje también sobre el comunismo. Él respondió que si era cierto, como el pastor decía, que el comunismo es también un ataque a la dignidad humana, lo incluiría en sus discursos. Y eso hizo la tarde siguiente. Tras condenar el totalitarismo alemán dijo “si encontrara la evidencia de que el comunismo representa una amenaza para todo en lo que creemos y por lo que nos erguimos, hablaré tan duramente contra el comunismo como lo hago contra el nazismo”. En este punto de su discurso, que había pronunciado en numerosas ocasiones, no se encontró, como siempre, con cerrados aplausos, sino con un cortante silencio[2]. Más tarde, como miembro ya del sindicato de actores, se opuso a una huelga convocada por varios sindicatos, y que no tenía relación con las condiciones laborales. Días antes de hablar en este sentido en la reunión del sindicato en Hollywood, recibió una llamada advirtiéndole de que si lo hacía no volvería a trabajar frente a una cámara. Días más tarde de su discurso, se desmanteló un plan para echarle ácido a la cara, que hubiera dado contenido a la amenaza. Se le puso protección veinticuatro horas al día. Luego se supo que las movilizaciones de los sindicatos estaban auspiciadas desde grupos relacionados con el Partido Comunista. En otra ocasión defendió a Jimmy Roosevelt, hijo de FDR, quien había denunciado a un grupo (HICCASP) de actores asociado al Partido Demócrata como un “frente de los comunistas”. Enseguida vio el actor asociado su nombre a epítetos como fascista, escoria capitalista, cazador de brujas o enemigo del proletariado. El HICCASP fue un grupo comunista, que entre otras cosas traicionó a varios judíos, entregándoselos a los nazis durante el acuerdo de Hitler con Stalin[3].
 
Aún en este ambiente, la creciente reacción de Washington contra la infiltración comunista en Hollywood le parecía exagerada. Su decisión y su carácter equitativo, dice su biógrafa Peggy Noonan, le granjeó el apoyo necesario para convertirse en presidente del sindicato de actores (SAG), puesto en el que fue reelegido en cinco ocasiones. Él estaba a favor de expulsar a los comunistas de Hollywood, pero se opuso a las listas negras y denunció algunas injusticias del Comité de Actividades Antiamericanas (CAA), como las cometidas con sus amigos Jimmy Cagney y Humphrey Bogart. No obstante, preguntado por el CAA sobre porqué había fracasado el control comunista del gremio de actores en Hollywood, el ex miembro del Partido Comunista Sterling Hayden dio el nombre de Ronald Reagan. Una neumonía que casi acaba con su vida, el divorcio con Jane Wymann, y su creciente disgusto con la marcha de Hollywood le separaron de la gran pantalla. Fue entonces cuando, en 1954, , ya casado con Nancy Davis, pasó a convertirse en el portavoz de General Electric. En esa época se vio forzado a estudiar, y comprobar por sí mismo, la inanidad y el sin sentido de muchas regulaciones gubernamentales. Luego pasó a formar parte del equipo del republicano Barry Goldwater, quien hubiera sido seguramente el mejor Presidente de los Estados Unidos en el Siglo XX. En su apoyo escribió Tiempo de Elegir, lo que se conoce como El Discurso, que obtuvo un rotundo éxito. De hecho unos empresarios le animaron a que diera el paso de presentarse él mismo a unas elecciones, éstas a Gobernador de California. Aceptó y venció al Gobernador en ejercicio por un importante número de votos. Era el año 1966.
 
 
Un actor en política
 
Una vez en el cargo, supo que las cuentas públicas reales eran incluso más preocupantes que las oficiales. El Estado estaba al borde de la quiebra. Recortó el gasto y subió los impuestos. En 1968 supo que al año siguiente se cerraría con un superávit bastante considerable. Y entonces decidió anunciar una rebaja de impuestos con ese dinero, una medida que suponía una novedad. Su política de rebaja de impuestos ayudó a que California se convirtiera, cuando él dejó el cargo en 1974, en sinónimo de éxito económico. Reagan se valió de esta experiencia para su futura presidencia y para ganarse un nombre en la política que no tenía, y le valió para presentarse a liderar al partido Republicano en las elecciones generales de 1976, y más tarde en 1980, las que finalmente ganaría.
 
Pero antes de llegar ahí, conviene fijarse en las ideas que del propio Reagan. Siempre fue un ávido lector, principalmente de literatura, pero también de obras de historia y ciencias sociales, si bien tenía preferencia por las más divulgativas. Leyó las obras de los Padres Fundadores, y los autores principales del pensamiento conservador “de Burke a Burham”[4]. También estudió el socialismo y el comunismo y las obras de Karl Marx. Lo que es más significativo es que, como reconoció en una entrevista a la revista Reason en 1975, había leído a Ludwig von Mises y a Friedrich A. Hayek[5]. Y lo es porque, como recuerda Alberto Recarte “Entre los economistas, ni los de Chicago ni –por supuesto– los de Harvard, lo previeron (la caída del comunismo). Sólo los de la escuela austríaca continuaron manteniendo, en una tradición que comienza antes de 1920, que el socialismo no podía funcionar”. Se puede afirmar casi con certeza que las ideas de los austríacos sobre la imposibilidad del cálculo económico socialista le ayudarían a formarse la teoría del “oso enfermo”, en que basó su ofensiva económica y militar contra la URSS.
 
Además cuando él llegó al poder, las ideas progresistas que con tanto ahínco había defendido y que habían dominado el ambiente intelectual desde el New Deal, especialmente en la universidad y la administración, estaban siendo contestadas con un creciente impulso por movimientos liberales y conservadores[6]. Surgieron varios think tanks, como The Heritage Foundation, The Hoover Institution o The Cato Institute, entre otros. El Keynesianismo había caído en el descrédito, y había sido sustituido por el monetarismo de la Escuela de Chicago como paradigma dentro de la macroeconomía. Otra escuela, llamada Economía de la Oferta, estaba también ganando reputación[7]. La Universidad de Virginia daba lugar a la Teoría de la Elección Pública, que destrozaba para siempre el mito del funcionario bienintencionado. Y las investigaciones de George Stigler sobre la ineficacia de las regulaciones, también desde la Universidad de Chicago, estaban ganando crédito y público[8]. En este aspecto también fueron de importancia las investigaciones de la Brookings Institution y otros desarrollos que empezaron a dar fruto antes de la llegada de Reagan al poder, ya que en 1978 se liberalizaron las tarifas aéreas[9].
 
También ganaron predicamento los viejos conservadores, favorables a una legislación más amable con el empeño económico, los nuevos conservadores, preocupados por la familia, la moral y las cuestiones sociales, y los neoconservadores. Estos últimos tienen origen biográfico en un grupo de troskystas que evolucionó hasta formar parte del Partido Demócrata. Finalmente también se desencantaron del partido y acabaron abandonándolo. Estaban en contra del marxismo, del comunismo, del estatismo… Pero estaban en contra también del izquierdismo que había invadido sin oposición las universidades, la administración y la política. Su figura más destacada era Irving Kristol, quien dice “parte del impacto (de ellos en la política) viene de la peculiaridad de que éramos un grupo de científicos sociales, no de intelectuales literatos, que llegó con informes al Congreso que podrían entender y que los medios no podrían desestimar meramente como el trabajo de unos intelectuales de Nueva York”. Una de sus ideas más conspicuas fue la crítica al Tercermundismo, la idea de que los Estados Unidos estaban detrás de todo problema mundial, de la pobreza y del hambre[10].
 
Cuando Reagan se convirtió en el líder republicano para desbancar a Jimmy Carter de la Casa Blanca, era un candidato inhabitual. No solo por su origen modesto, que compartía con Eisenhower, sino por su avanzada edad y porque aunque hubiera sido gobernador del Estado más poblado durante ocho años, seguía siendo un outsider al que se le veía como un extremista con aire de cowboy[11]. No había sido educado en las mejores escuelas y universidades, no llegó asociado a un claro grupo de presión o empresarial; Ni si quiera Hollywood. Pero llegó en el momento adecuado y con el mensaje adecuado. En un discurso pronunciado en 1979, Carter afirmó que “los síntomas de una crisis en el espíritu americano nos rodean”. Ronald Reagan trajo un mensaje de optimismo, de confianza, de patriotismo, que fue muy bienvenido por los estadounidenses. Además prometió rebajar los impuestos y acabar con la penosa situación económica. En las elecciones Reagan recibió 489 votos electorales frente a los 49 de Jimmy Carter, y eso que también se presentaba un independiente del Partido Republicano, John B. Anderson, que le rebañó un 7% del electorado[12].
 
 
El Gobierno no es la solución. Es el problema
 
Pese al enorme apoyo recibido, la labor a que se enfrentaba el nuevo inquilino de la Casa Blanca no sería en absoluto fácil. Seis semanas después de hacerse cargo de la presidencia recibió un disparo que le atravesó el pulmón izquierdo. No obstante, se repuso y menos de un mes más tarde daba un discurso en una reunión conjunta del Congreso en defensa de su programa económico. En agosto del mismo año, 1981, el sindicato de controladores le echaba al nuevo presidente un órdago, con una huelga ilegal que paralizaría el tráfico aéreo. Reagan aceptó la apuesta, despidiéndolos a todos, más de 10.000, y contratando a otros nuevos. De este modo se afirmó como un Presidente con determinación, pese a su edad, y con el suficiente arrojo como para llevar a cabo sus políticas. Lo que no llevaría demasiado lejos, porque a pesar de la claridad de sus ideas era un hombre siempre presto al compromiso, como ya había demostrado de Gobernador de California, firmando una ley que ampliaba los supuestos de abortos legales.
 
Los objetivos presidenciales sobre la economía se pueden exponer en cuatro puntos. 1) Una política monetaria restrictiva que acabara con la inflación que estaba envenenando la marcha de la economía estadounidense. 2) Una rebaja en los tipos de impuestos. 3) Alcanzar el déficit cero por medio del recorte del gasto público. 4) La desregulación[13].
 
Ronald Reagan ha pasado a la historia por dos aspectos de su presidencia. Su gestión económica y su contribución a la caída del comunismo. Pero en ambos casos contó con circunstancias que se pusieron a su favor, y que se sumaron a sus propios méritos. En el campo económico hay que hablar del Gobernador de la Reserva Federal, Paul Volcker. Le había nombrado Jimmy Carter como opción desesperada para salvar una inflación que se hacía cada vez más preocupante. Volcker era un monetarista que siempre mostró, incluso en los 50’, una posición muy clara en contra de la inflación. En la Universidad había leído a Friedrich A. Hayek y otros economistas de la Escuela Austríaca[14] y conocía bien la experiencia alemana con la hiperinflación. Él no estaba dispuesto a que su país fuera a más en la escalada de precios, y tomó la decisión de cortarla de raíz. No eligió el instrumento de subir directamente los tipos de interés, sino que decidió controlar la cantidad del crédito gestionando las reservas de la Reserva Federal. De este modo, los tipos de interés subieron por encima del 20%, y aún superaban el 15% cuando Reagan se convirtió en el 40º Presidente. Los efectos no se hicieron esperar. El desempleo superó el 10%, la actividad se retrajo, el mercado inmobiliario se detuvo y las empresas se encontraron con problemas de liquidez. No cabe duda de que la extrema situación que se creó influyó en la decisión del electorado de echar a Carter de la presidencia. Pero Volcker era muy impopular y Reagan siempre le defendió. A su Secretario de Estado George Schultz le dijo “si nosotros no, ¿quién? Si ahora no, ¿cuándo?”. En el verano de 1982 la inflación había caído del 13,5% al 4%. Abandonó el Despacho Oval con una inflación del 4,1%, y con un tipo de interés del 7%.
 
La política monetarista de Paul Volcker permitió la liquidación de los proyectos empresariales que habían sido posibles por la política inflacionista que le precedió, y asentó las bases para un crecimiento sostenido, el más importante desde el de los 60’. Desde entonces, los Estados Unidos no han vuelto a sufrir una inflación de dos dígitos. Una de las causas mediatas de la inflación eran las políticas de rentas, como se llamó a la intervención del Estado en los precios y las rentas. Reagan acabó con éstas (con la excepción de la agricultura), por lo que su contribución al control de la inflación no se puede despreciar.
 
Pero no fue el único instrumento. A él se añadieron dos, propuestos por lo que se llamó Economía de la Oferta. Uno de ellos fue la desregulación de algunos sectores de la economía. Esta era una medida totalmente revolucionaria, ya que desde Hoover todas las administraciones basaban sus políticas en la regulación, y se distinguieron por llevar más lejos las regulaciones anteriores y por incluir nuevos ámbitos de la economía a la espesa red del control estatal. Pero lo único que consiguió fue ralentizar el crecimiento de las regulaciones, y desregular los sectores del transporte, la extracción y la banca. En este último caso de forma defectuosa, ya que al aumentar las garantías públicas los resultados fueron verdaderamente desastrosos. Pero cortaron a la mitad los fondos de la EPA, que había creado en 1969 Richard Nixon, y su primer director, Anne Burford, intentó echar atrás toda la legislación desde su creación. El Secretario de Interior, James Watt, que había comparado a los ecologistas con los nazis, declaró que su objetivo era “explotar más las minas, perforar más, cortar más leña y usar más nuestros recursos en lugar de tenerlos encerrados”[15]. Reagan compartía las mismas ideas, ya que declaró el 20 de septiembre de 1983, en la Universidad de Carolina del Sur, que “no hay tal cosa como límites al crecimiento, porque no hay límites a la capacidad humana para la inteligencia, la imaginación y los prodigios”. Como ejemplo del cambio de corriente, un informe del Consejo del Presidente sobre Calidad Medioambiental concluye que se derivarían consecuencias positivas para el ambiente de la privatización de la mayoría de las tierras que pertenecen al Estado Federal. De todos modos, sus mayores logros en el campo de la desregulación los obtuvo en la extracción, las comunicaciones y los carburantes. Por ejemplo, acabó con los controles de precios en los carburantes, y con ellos con las escaseces y las colas[16].
 
El otro instrumento del lado de la oferta era los impuestos. En su vida de actor trabajaba hasta el punto en que sus ingresos le llevaban al tipo marginal máximo, que era nada menos que del 90%. A partir de ahí, sencillamente dejaba de trabajar hasta el próximo año. Este hecho le daba un conocimiento de primera mano de los efectos desincentivadores para el empeño de los altos impuestos. Y nada más llegar al poder redujo el tipo máximo del 70% al 50% y el resto hasta un 25%. Del mismo modo redujo los impuestos sobre la ganancia del capital del 28% al 20%. En el verano de 1981 redujo por decreto el gasto en 39.000 millones de dólares. Todas estas medidas se completaron en 1986[17], cuando tras un acuerdo con el Congreso llevó a cabo una de las mejores reforma fiscal de la historia de su país, y ello que tuvo que ceder ante las exigencias no solo de demócratas, sino también de parte de su partido. De este modo, rebajó el tipo máximo al 28%, y el más bajo al 15%, así como liberó de la obligación de pagar impuestos a seis millones de estadounidenses entre los de menores ingresos.
 
Siendo importante la rebaja de los tipos, lo más importante de la reforma es la simplificación de los mismos, de 14 a dos (el de 28% y el de 15%) y la eliminación de multitud de desgravaciones. El hacer el sistema impositivo más sencillo lo hace en primer lugar más justo, y además más eficaz. Más justo, porque la progresividad de los impuestos y las desgravaciones atentan contra el principio de igualdad ante la Ley, y porque las desgravaciones son un instrumento para hacer concesiones de favores a cambio de apoyo político. Y más eficaz, porque reduce los costes de cumplir con el Estado, reduce el incentivo y las facilidades para el fraude y son más neutrales desde el punto de vista de su incidencia sobre la estructura productiva. Reagan se basaba así en las ideas fiscales de la Escuela de Chicago, y especialmente de Milton Friedman[18].
 
No obstante, no hay que confundir la rebaja en los tipos impositivos con la rebaja en los impuestos. Si bien éstos se rebajaron, como acabamos de ver, su efecto sobre el esfuerzo fiscal real se mitigó por dos motivos, el efecto del traslado de un tramo impositivo al siguiente por la simple inflación, y el aumento de las cotizaciones a la Seguridad Social[19].
 
El objetivo era reducir el peso del Estado sobre la economía. Pero su proyecto no se llevaría a cabo en toda su extensión, ya que el Congreso estaba dominado por los demócratas y un sector de su propio partido se rebeló en contra de sus políticas. Y por ese motivo no pudo reducir el gasto en la medida en que hubiera deseado, mientras que en dos ámbitos de gasto tomó la decisión personal de aumentarlos. La Sanidad Pública, cuyo gasto más que dobló, y el apartado militar. El resultado fue un espectacular aumento del gasto público, un resultado paradójico para quien llegó al poder con el objetivo de reducir el peso del Estado.
 
Los motivos del aumento del gasto fueron varios. Además de tomar él la decisión de aumentarlos en sanidad y defensa, se enfrentó a un Congreso de mayoría demócrata muy contrario a los recortes de gastos. Los gastos crecieron un 22% en términos reales. Si desagregamos los datos globales de gasto, los destinados a defensa nacional se doblaron en dólares corrientes, aunque el período de mayor crecimiento fue 1978-87. No ocurrió lo mismo con el gasto doméstico, que se contuvo durante su presidencia, y que de hecho, como porcentaje del PIB cayó entre 1981 a 1989 del 15,3% al 12,9%. En el primer mandato, Reagan logró recortar el gasto no militar en términos reales un 9,7%. Recortó las asignaciones a ocho de las quince Agencias en su primer mandato, y a diez en su segundo[20]. Los recortes los obtuvo con 78 vetos a programas de gasto, ordenes de supresión de algunas partidas y negociación con el Legislativo.
 
No obstante los recortes parciales, el gasto total aumentó, como acabamos de ver. Uno de los motivos fue, precisamente, que su reforma fiscal permitió un aumento de los ingresos, como habían previsto los economistas de la oferta. El motivo no es otro que los impuestos excesivamente altos desincentivan la actividad, como le había ocurrido anteriormente al propio Reagan. En los 80’ los ingresos públicos aumentaron un 99,4%. De acuerdo con los datos recogidos por Daniel J. Mitchell, de 1983 a 1989, los ingresos crecieron en términos reales un 28%. No obstante, las previsiones de la Administración no pasaban por un aumento, sino por una disminución de los ingresos públicos, que habían cifrado en 700.000 millones de dólares con la primera rebaja de impuestos hasta el año 1986[21]. El crecimiento en los ingresos permitió un aumento ulterior en los gastos.
 
Un aspecto muy mal conocido por el público es el efecto que tuvo la rebaja de impuestos sobre el porcentaje de contribución al erario público en función del nivel de renta. La idea general es que la rebaja de impuestos beneficia más a las rentas más altas, y que la justicia social exige un aumento de los tipos. Independientemente de las ideas que albergue uno sobre la justicia social, lo cierto es que como consecuencia de las reformas de Reagan el 10% de la población más rica pasó de contribuir el 48% en 1981 al 57,2% en 1988. El 1% más rico pasó de pagar el 17,6% de los impuestos al 27,5% de los mismos[22]. Un informe de la Oficina de la Reserva Federal mostró que si se hubieran mantenido los tipos máximos en el 70%, el porcentaje aportado al Erario Público por las rentas más altas hubiera sido sustancialmente menor. Ninguno de estos datos impidió entonces, y lo que es más grave, impide ahora, decir que el Déficit Federal tuvo su causa en la rebaja de los impuestos a “los ricos”.
 
En dólares constantes de 1987, el déficit público aumentó desde los 101.000 millones de 1981 (2,7% del PIB) a los 236.000 millones de 1983 (6,3%), para pasar a los 141.000 millones de 1989, que suponían el 2,9% del PIB. La Deuda Pública representaba el 27% del PIB en 1981, y pasó al 42% en 1989, para aumentar hasta el 52% en los 90’. Esta política fiscal se puede considerar en gran parte irresponsable, ya que traslada el esfuerzo real a las generaciones futuras. Pero se justifica en parte por el aumento en el esfuerzo militar que exigió el desarrollo de la IDE. El déficit no se causó, como tantas veces se ha dicho, como consecuencia de las rebajas de impuestos, ya que causaron un aumento, no una reducción de los ingresos. Es más, si escogemos el período de 1982 a 1989, los ingresos crecieron en términos reales un 24,1%, mientras que en el período 1990-1997, con los aumentos de impuestos de Bush y Clinton, éstos aumentaron un 19,3%.
 
Entonces, ¿qué causó el enorme déficit? La respuesta más clara es el importantísimo aumento en el gasto militar, a causa de la IDE, y de hecho, según Niskanen y Moore, “si el gasto en Defensa se hubiera mantenido al ritmo de la inflación de 1981 a 1989, el déficit total real habría caído a lo largo de los 80’, en lugar de haber aumentado. También es cierto que el descenso en el gasto militar explica casi la totalidad de la caída en el déficit de 1988 a 1996”. Como ellos mismos se plantean, “¿fue apropiado haber exigido a nuestros hijos y nietos que ayuden a soportar el coste de la victoria sobre la amenaza soviética?”. Depende en parte del papel que se asigne a la IDE en la caída del bloque comunista soviético, que se discute más adelante.
 
No obstante, hay una explicación añadida, menos comprendida en general, y que tiene que ver con la eficaz lucha contra la inflación de Paul Volcker y Ronald Reagan. Al caer la inflación de forma rápida e inesperada, por un lado los ingresos nominales siguen el mismo camino, mientras que los gastos se ajustan a un ritmo menor. En particular, dicen Niskanen y Moore, “tanto Reagan como el Congreso aprobaron los incrementos en el gasto de 1982-85 sobre el supuesto, en gran parte basado en proyecciones erradas de inflación, de que el PIB nominal sería sobre 2,5 billones por encima de lo que fue entre 1981 y 1986. La abrupta reducción en la inflación creó un gasto extra de unos 300.000 a 400.000 millones de dólares, en programas domésticos y para la defensa”.
 
De 1974 a 1981, el crecimiento del PIB promedió el 2,8%, mientras que en los años de la Administración Reagan subió al 3,2%, y ello teniendo en cuenta que comenzó con una recesión que ayudó a cortar. Gran parte del crecimiento posterior se debe a su legado, pese a que la media de 1989 a 1995 bajó a 2,1%. Si nos fijamos en el PIB por adulto de 20 a 64 años, el crecimiento durante los años del 40 Presidente dobló a los posteriores y anteriores. La economía creció en un tercio en términos reales durante los años de su mandato, y se sumaron 19 millones de empleos, más otros 7 en época de Bush, la mayoría de los 26 millones en sectores desregulados y con poca incidencia de los sindicatos. El número de horas trabajadas por adulto entre 20 y 64 años fue mayor también de 1982 a 1988. Con las reformas de los 80’ se inició el período de crecimiento más largo en época de paz en los Estados unidos (92 meses de noviembre de 1982 a julio de 1990), y el segundo más largo de la historia. En los años de su mandato, la economía creció un tercio en términos reales, lo que equivale grosso modo a haber sumado la producción económica de Alemania.
 
En 1989 había 5,9 millones más de estadounidenses que ganaban 50.000 dólares al año, y 3,4 millones más que 75.000, en comparación con 1981, en términos reales. Del mismo modo, el número de estadounidenses que ganaba en 1989 menos de 10.000 dólares se redujo en 3,4 millones. Estos datos son consistentes con los que muestran la extraordinaria movilidad en los tramos de renta. Nada menos que el 86% de quienes en 1979 estaban en el primer quintil, el más bajo en nivel de renta, había alcanzado alguno de los superiores en 1990. Incluso el porcentaje de los que seguían en el primer quintil en 1990 (14%) es similar al de los que escalaron hasta el último (15%). La evolución de las rentas reales del sector más pobre de los Estados Unidos fue mucho mejor que en los años anteriores o posteriores, ya que aumentó en los años de la Administración del 40º Presidente un 6%, mientras que en la era Carter cayeron de media un 5%, y durante los años Bush-Clinton (hasta el 95%), cayeron un leve 3%. Así mismo, el crecimiento de los ingresos generados por la población negra, del 11,0%, superó al de la población blanca, del 9,8%.
 
No obstante, la valoración de la revolución reaganiana ha de ser más baja de lo que quepa pensar en un principio. El motivo es que, si bien llevó a cabo importantes reformas, nunca las desarrolló del todo, y en especial, no las acompañó de una reforma institucional que hubieran contenido efectivamente el crecimiento del Estado. Rebajó los impuestos y los simplificó. Pero no propuso una Enmienda Fiscal, en línea con la idea de la Constitución Económica de James Buchanan, que hubiera asentado una verdadera reforma liberal. En consecuencia, George H. W. Bush, vicepresidente de Reagan y que le sucedió en el cargo, se valió de la ausencia de reformas institucionales para aumentar los tipos impositivos, así como el número de los mismos. Cinco, al 15,0%, 28,0%, 31,0%, 36,0% y 39,6%, que precedieron al período de siete años de menor crecimiento tras la II GM.
 
Heredó un sistema de Seguridad Social bordeando la quiebra, y en lugar de aprovechar para hacer una reforma para el paso a un sistema privado, como el que se había implantado con éxito en Chile, redujo sus beneficios y aumentó las cotizaciones, restaurando su situación financiera. No privatizó en la medida en que hubiera podido. Lo hizo con Conrail, una de las compañías ferroviarias más grandes de los Estados Unidos a comienzo de su mandato. El 18 de marzo, la Comisión sobre Privatizaciones del Presidente propone devolver a la sociedad el Servicio Postal, la Asociación Nacional Federal de Hipotecas, Amtrak, las reservas navales de petróleo, así como la subcontratación de numerosos servicios públicos, y un uso más amplio de los bonos en educación, sanidad y vivienda para los más desfavorecidos. Pero su política aquí fue muy tibia. Un espejismo de reforma institucional se produjo cuando, en febrero de 1981, firmaba una Orden Ejecutiva que ordena a cada agencia regulatoria a enviar un estudio coste-beneficio en el que basar sus propuestas de regulación. Pero por un lado los informes coste-beneficio nunca cuentan con la información relevante, y por otro siempre se pueden hacer de tal modo que justifiquen, a priori, cualquier intervención.
 
No obstante, hay que reconocerle algunos cambios positivos, fuera del estricto ámbito económico. Frenó, e incluso corrigió la tendencia a la centralización del poder en el Gobierno Federal, a favor de los Estados y ciudades. Esta idea es una de las que más admiraba del Partido Demócrata en su juventud, lo que le llevó a votar a Franklin Delano Roosevelt en cuatro ocasiones. Luchó con cierta eficacia contra el “activismo de los jueces”, como se llama al proceso por el que el Poder Judicial se ha ido exhorbitando en su cometido para invadir en parte la función legislativa. Lo hizo eligiendo para la Corte Suprema a tres jueces que eran contrarios a esa idea, así como a 361 de los 743 jueces de la Corte Federal, en gran parte jóvenes. Hay que recordar que los jueces mantienen sus puestos de por vida, por lo que la influencia de la política de Reagan sobrevive largamente a su mandato. El Presidente inició una reforma del sistema penal que endurecería las penas
 
Murray N. Rothbard tiene muchas críticas al Reaganomics, todas ellas justas. Es cierto que aumentó el gasto total en lugar de reducirlo, y que su éxito económico, acompañado por los déficit, han dado lugar a revivir la falsa idea de que los déficit no tienen una importancia real[23]. Pero su crítica más certera es la que dice que ha sido el presidente más proteccionista desde Herbert Hoover. De la misma opinión es Sheldon L. Richman[24], que ofrece sobradas pruebas en su artículo Ronald Reagan: Protectionist[25]. David Boaz comenta el aumento de gasto público en los primeros años de la era del 40º Presidente, concluyendo, como sugiere el título de su artículo[26], que el déficit no era necesario. Boaz acompaña su artículo, de 1982, con varias propuestas de reducción del gasto.
 
Cuando se presentó por segunda vez a las elecciones para repetir en su puesto, le bastó preguntar a los estadounidenses “¿Estáis mejor de lo que estabais hace cuatro años?”, para que éstos le dieran el voto nada menos que en un 59%. Con su liderazgo, el partido Republicano concentró 489 votos electorales, por 49 del candidato demócrata, Walter F. Mondale. Ganó en todos los Estados, en el voto de los dos sexos, y de todos los grupos de edad y por ocupación, a excepción de los desempleados.
 
 
El ‘Imperio del Mal’
 
Un día de 1977, Ronald Reagan, que preparaba por entonces su candidatura republicana, tuvo la siguiente conversación con Richard Allen, quien sería asesor en materia de seguridad nacional:
 
R: Richard, ¿quieres oír mi teoría de la guerra fría? Hay gente que le llama simplista. Pero hay una diferencia entre ser simplista y ser simple. Mi teoría de la Guerra Fría es que nosotros ganamos y ellos pierden. ¿Qué te parece?
A: ¿De veras piensa eso, Gobernador?
R: Por supuesto. Lo acabo de decir.
 
Comentando esta conversación, Allen dice “estaba pasmado. Había trabajado para Nixon y Goldwater y muchos otros, y he oído mucho sobre dètente y la necesidad de gestionar la Guerra Fría, pero nunca había oído de un líder político poner el objetivo de forma tan clara”[27]. Así es. Reagan acabó con la realpolitik[28] que había dominado la política de Guerra Fría (GF) de las últimas décadas. Y echó abajo el aterrador concepto de Destrucción Mutua Asegurada, que sustituyó por el de Iniciativa de Defensa Estratégica (IDE). Además de hórrido, el concepto de Destrucción Mutua Asegurada (DMA) tenía la característica de que equiparaba moralmente al mundo libre y al comunismo. El nuevo Presidente tuvo la grandeza de mirar por encima de la gestión de la GF, y de acabar con la cortedad moral de la equiparación entre los Estados de Derecho y la tiranía comunista. Algo que plasmó en sus palabras Imperio del Mal, con que definió al bloque soviético. Fue esta superioridad moral, así como de miras, la que le dio, finalmente, la victoria sobre el comunismo, que fue la de todos. Esta visión se complementaba el convencimiento de la primacía, también en el campo de la economía. de las sociedades libres sobre el socialismo[29].
 
La política alicorta y moralmente vacía de Carter había permitido un rearme de la URSS sin contrapartida en los Estados Unidos. El motivo era la creencia en que cuando la URSS alcanzara la paridad con los Estados Unidos cesarían en su rearme. No fue así, y tomaron la delantera sobre la primera economía del mundo, al añadir cada año durante los 70’ un 50% más de cabezas nucleares que los Estados Unidos[30]. Mientras que los primeros expandieron sus fuerzas en 400.000 soldados, los Estados Unidos las recortaron en 1,4 millones de hombres. Los soviéticos tenían una clara intención expansionista, según la propia teoría del fundador, Lenin. Y el objetivo era extender la Revolución a todo el mundo y sustituir así al sistema capitalista. La Administración Carter no tuvo esto suficientemente en cuenta, aunque comenzaron la reacción que luego retomó y potenció Reagan.
 
Sin duda, el aspecto más conocido de la resuelta lucha contra el comunismo de la Administración Reagan es la IDE, popularmente conocida como La Guerra de las Galaxias, en referencia a la saga de Hollywood. La IDE incluía la substitución de las baterías de la Segunda Guerra Mundial por fuerzas de despliegue rápido, equipados con misiles-crucero, la creación de bombarderos anti-radar Stealth, así como un complejo sistema de misiles de alta tecnología, para ataque y defensa. El origen de la IDE, aunque técnicamente se puede llevar atrás, está en una reunión del Presidente con el Estado Mayor, en el que preguntó en qué partidas superaba los Estados Unidos al Pacto de Varsovia. A excepción de los helicópteros, la supremacía soviética era evidente. Fue en ese momento cuando Reagan dijo “hay algo en lo que somos superiores a ellos: dinero”. Reagan creía en la buena marcha de la economía de mercado, y sabía de las dificultades de las economías socialistas, y en particular de la soviética. Sabía que un claro rearme estadounidense forzaría a la otra parte a seguir el mismo camino, con penosas consecuencias sobre su economía. Reagan heredó un gasto en defensa del 4,8% sobre el PIB, mientras que el soviético, creía entonces la CIA, rondaba el 14-15%. La realidad, según estimaciones más actuales, es que se situaba entre el 25% y el 40%[31]. El nuevo empeño estadounidense le llevó a aumentar el gasto en Defensa nada menos que un 40% en términos reales solo en los tres primeros años. En su Discurso de defensa de la IDE, el 23 de marzo de 1983, Ronald Reagan resumía su posición diciendo: “mantendremos la paz por nuestra fuerza; la debilidad sólo llama a la agresión”.
 
Pero la IDE tuvo a su vez un instrumento paralelo que atacaba otro aspecto que va más allá del empeño económico, y que se refiere a la tecnología. Como dice Michael A. Ledeen, “mientras que Rusia había producido durante mucho tiempo algunos de los mejores matemáticos, científicos e ingenieros, la Unión Soviética era llamativamente deficiente en know-how”[32]. Es precisamente ese conocimiento práctico, más ligado a la satisfacción concreta de las necesidades humanas, lo que hace irresoluble el problema del cálculo económico socialista. Dicha información está dispersa entre la población, tiene un carácter tácito y no articulable que no le permite formularse en términos científicos, y que impide su conocimiento por parte de cualquier oficina planificadora[33]. De este modo, la URSS necesitaba del capital y de la tecnología occidentales para mantenerse. Y cuando no podía obtener la tecnología occidental en el mercado, la usurpaba por medio del espionaje industrial.
 
Un valioso doble agente francés obtuvo para el gobierno galo multitud de documentos que mostraban la amplitud del espionaje industrial soviético, de dimensiones que sorprendieron a los dirigentes franceses. Éstos compartieron su información con la inteligencia americana, y al Presidente, que tomó la decisión de revitalizar el Comité para el Control Multilateral de Exportaciones (COCOM, por sus siglas en inglés), con el que se pretendía mantener la tecnología avanzada fuera de las manos soviéticas. De nuevo Ledeen afirma: “el esfuerzo, gestionado desde el Pentágono, fue tan efectivo, que hasta el final los máximos responsables soviéticos no dejaron pasar un día sin pedir la abolición del COCOM. De Gorvachov a Shevernadze abajo, todos se dieron cuenta de que el mecanismo de control de exportaciones fuera destruido o al menos mitigado, cualquier esperanza de competir con nosotros estaba condenado”[34]. De este modo, mientras que la IDA forzaba a incrementar el empeño económico, el COCOM estrangulaba la principal fuente de tecnología de calidad: Occidente.
 
Pero la decisión de Reagan había tenido la oportunidad de manifestarse desde el principio. El 17 de junio de 1980, Margaret Thatcher había negociado con Jimmy Carter un acuerdo que contrarrestara los misiles SS-20 soviéticos desplegados en Europa Oriental que amenazaban permanentemente al resto del continente. El acuerdo conllevó la instalación de misiles crucero en las islas. Sobre esta base, Thatcher y Reagan convencieron en el seno de la OTAN a varios de sus miembros para que se permitiera la instalación de misiles estadounidenses en suelo europeo, concretamente en la Alemania Occidental, que estaba en primera línea frente al comunismo, ya que ésta incluso había dividido el país en dos. Los misiles crucero serían un escudo frente a la amenaza soviética. El Kremlin comprobaba que la indecisión y falta de compromiso ya no tenía lugar en el Despacho Oval. En la segunda cumbre entre Reagan y el nuevo Secretario General del PCUS Mihail Gorvachov que tendría lugar en Reykiavik en octubre de 1986, Reagan daría una nueva muestra de firmeza. Ambas naciones iniciaban en Islandia un programa que reduciría las armas nucleares según un plan que acabaría con ellas en diez años[35]. Pero la URSS quería incluir la IDE en la negociación, así como el COCOM, a lo que el Presidente Reagan se negó en rotundo. Como en el caso de los misiles-crucero en Europa, una gran parte de la prensa europea recibía esta posición norteamericana no como un alivio, sino como una prueba más de que la locura armamentística estadounidense no estaba a la altura de las circunstancias, a pesar de las claras muestras de buenas intenciones por parte soviética.
 
Pero la política estadounidense no se limitó a la IDE y el COCOM. Reagan estaba dispuesto a frenar el expansionismo militar comunista de la última década en el campo de batalla, aunque no de forma directa. Como resalta un historiador, “a su entender, el mundo estaba dividido entre dos grandes ideologías y grupos de poder. Consagrado uno a la libertad y el otro a la esclavitud. Los Estados Unidos representaban al primero, en tanto que la Unión Soviética, el ‘imperio del mal’, representaba al segundo”[36]. Qué duda cabe de que tenía razón. Pero esa simplicidad, que era la razón de la fuerza de sus ideas, sería a su vez la raíz de algunas actuaciones condenables en su lucha contra el comunismo.
 
No fue el caso, claro está, de Granada. La isla había mantenido una democracia constitucional hasta que un golpe de Estado (una revolución) acabó con el sistema político y con las libertades, bajo el liderato de Maurice Bishop. Su partido proclamaba el Gobierno Revolucionario del Pueblo, en marzo de 1979. En agosto del mismo año el país se sumaba al movimiento No-alineado. No obstante, el propio Bishop acabó con varios intentos de ultra izquierdistas de intentar imponer “un impracticable Estado socialista”. Aunque las políticas represivas y el lenguaje no se distinguían de cualquier gobierno comunista, Bishop mantenía la independencia de su proyecto socialista, lo que no le impidió, en julio de 1982, firmar acuerdos políticos y económicos con la URSS. Pero el Kremlin no iba a permitir la iniciativa de Maurice Bishop, y movió sus fichas en el Gobierno para echarle del poder, el 14 de octubre de 1983. Se acusó a Bishop “y a otros miembros de la burguesía” de distribuir armas al pueblo, y se le encarceló, para más tarde hacerlo desaparecer. La URSS ganaba así un nuevo satélite y un instrumento para la extensión del Socialismo en las Indias Occidentales. El resto de los países de la zona estaban al tanto del movimiento ruso-cubano, y convocaron una reunión de la Organización de Estados del Caribe Oriental el 20 de octubre, para mostrar su preocupación por la situación de Granada. Pidieron ayuda a los Estados Unidos para protegerles del expansionismo soviético. La reacción americana no se hizo esperar. Ronald Reagan decide actuar el 21 de octubre, el 25 envía las tropas a la isla, y el dos de noviembre, una vez restaurado el Gobierno constitucional, comienza la retirada de las tropas. Según Brian Croizier, “por primera vez desde la Revolución Bolchevique, un Gobierno comunista en un Estado soberano había sido expulsado del poder por una fuerza militar extranjera”, lo que hace del episodio de Granada “la primera derrota estratégica”[37]. La decisión de Reagan comenzaba a dar sus frutos. La Doctrina Breshnev, según la cual cuando la URSS sumaba un país a su control, añadía una pieza a su tablero mundial que ya no abandonaba el manto soviético, acababa de fracasar.
 
La política expansionista de la URSS, que había cosechado éxitos en los 70’, no conocía límites. Uno de los más recientes intentos de extender la revolución mundial era Afganistán, donde los soviéticos entraron en una guerra para ganar al país en su red de satélites. Los planes rusos, no obstante, se encontraron con enormes dificultades desde el principio. Reagan aprovechó la ocasión para transferir tecnología militar estadounidense para que se enfrentara en el campo de batalla a la soviética. La administración americana también siguió la misma política de contención en América Latina. En 1979 se había hecho con el poder en El Salvador una dictadura no comunista bajo el férreo mando de una junta militar. Los comunistas, armados y apoyados por Cuba y Nicaragua, controlaban un cuarto del territorio y querían sumar al país a la red de influencia soviética en la zona. A pesar de que el gobierno de El Salvador utilizaba los métodos más expeditivos en la represión de la oposición revolucionaria, por medio de los llamados escuadrones de la muerte, Ronald Reagan apoyó a la dictadura salvadoreña para evitar que fuera derrotada por los guerrilleros y que impusieran una dictadura de signo contrario. En Nicaragua su política era la misma, pero en este caso apoyando a la contra frente a la dictadura de los Ortega. De hecho, el mayor escándalo de la Administración Reagan tendría relación con los resistentes nicaragüenses. En 1986 se supo de su gobierno había vendido armas a Irán para que este país ayudara a la liberación de unos rehenes en el Líbano, y los ingresos generados con la venta se desviaron a la contra nicaragüense. Es el famoso caso Irán-Contra, que minó la buena relación que se había ganado con el Congreso, pese a que la mayoría fuera de signo demócrata. La parte más oscura de este asunto es que el propio Presidente había negado las informaciones que comenzaban a salir en ese sentido. Hay que recordar que, a diferencia de casi cualquier otra democracia, los Estados Unidos se desembarazaron de un Presidente por haber mentido al Parlamento. La cuestión venía de lejos, ya que pese a la encendida defensa del Presidente, el Congreso negó a la Administración la facultad de enviar ayudas a la Contra, por lo que la actuación de los servicios secretos violaba una resolución del Congreso[38]. Pese a que no hay ninguna prueba de que Reagan supiera del caso Irán-Contra, y pese a que la versión oficial es que nunca supo nada, es legítimo pensar que sí estaba al tanto de las operaciones.
 
De todos modos, las elecciones de 1984 en las que José Napoleón Duarte venció al extremista Roberto d’Aubuisson abrieron un período de relativa estabilidad institucional en El Salvador, que se asentaría del todo con los acuerdos de 1992 entre el Gobierno legítimo y la guerrilla. Para entonces ya había caído el bloque soviético, gran apoyo de la guerrilla. En Nicaragua dos circunstancias hicieron cambiar el rumbo de la dictadura sandinista. Por un lado la caída del apoyo soviético. Por otro las actuaciones de la contra, apoyada desde los Estados Unidos. Ambos factores forzaron a Daniel Ortega a celebrar elecciones, de las que saldría elegida la líder demócrata de la oposición Violeta Chamorro. Desde entonces hay democracia en Nicaragua.
 
Las actuaciones de tipo ofensivo de la Casa Blanca no se limitaron al comunismo. Ya entonces, la posición de la Administración estadounidense era muy clara en relación con el terrorismo. Había impuesto la norma de prohibir tratar con terroristas, que violaría en el caso de la venta de armas a Irán vía Israel, dentro del caso Irán-Contra. El 8 de julio de 1985 nombró a cinco países, Irán, Corea del Norte, Cuba, Nicaragua y Libia como “miembros de una confederación de Estados terroristas”. El 5 de Abril de 1986 una bomba explotó en una discoteca de Berlín, con el resultado de dos muertos y más de 200 heridos. Los indicios apuntaban sin resquicio a la duda al Presidente de Libia, Mohamar Gadafi, un megalómano fanático-religioso, que despertaría enormes simpatías en una corriente de la opinión europea por su tono antiamericano. En respuesta a la actuación de Gadafi, Ronald Reagan autorizó que varios bombarderos F-111 lanzaran un ataque sobre las oficinas de los cuarteles del dictador libio en Trípoli, con la colaboración de Gran Bretaña, ya que Margaret Thatcher[39] permitió el uso por los bombarderos de las bases británicas. El ataque falló por poco en el objetivo de acabar con la vida de Gadafi, pero no en el de dar un claro mensaje de firmeza a él y a otros.
 
Junto con el Irán-Contra, el mayor fracaso norteamericano en materia exterior en la época fue la colaboración con Israel en la Guerra del Líbano, que supuso la muerte de una parte de sus tropas y se cerró vergonzosamente con la retirada de las mismas. En otros aspectos de su política exterior su contribución fue más bien escasa. Mantuvo el bloqueo de Cuba, que en manos de Castro, quien se afianza en su poder sobre la miseria de su pueblo, se ha convertido en un instrumento más para apuntalar su régimen. No supo tomar alguna medida eficaz para favorecer la el cambio democrático en la isla, aparte de la magnífica iniciativa de Radio Martí. Su contribución en el conflicto palestino-israelí fue escasa, aunque consiguió con éxito mantener al comunismo al margen de los pozos de petróleo de Oriente Medio. Sus acuerdos con China, siguiendo la estela de Nixon, tampoco favorecieron el cambio democrático en ese gran país, aunque tampoco tuvo demasiadas opciones en esta parte del mundo. Pero favoreció la transición democrática en Filipinas.
 
 
Mr. Gorbachov, derribe este muro
 
De los muchos discursos escritos o pronunciados por Ronald Reagan, el pronunciado ante la puerta de Brandemburgo el 12 de junio de 1987 es el más importante. Sus frases siguen siendo válidas, como la crítica que suponían. Recogen el pensamiento, la posición de Ronald Reagan ante el totalitarismo, y su mensaje de esperanza y de victoria: “Hoy yo digo: mientras la puerta esté cerrada, mientras se permita esta herida de muro, no es sólo la cuestión alemana que permanece abierta, sino la cuestión de la libertad de toda la humanidad. Pero no he venido aquí a lamentarme. Puesto que encuentro en Berlín un mensaje de esperanza, incluso a la sombra de este muro, un mensaje de triunfo”. Recordó el éxito económico de la Alemania libre gracias a las reformas pro-mercado de Konrad Adenauer y Ludwig Erhard, y que ante el “os enterraremos” de Kruschev, “en Occidente hoy vemos un mundo libre que ha alcanzado un nivel de prosperidad y bienestar sin precedentes en toda la historia humana. En el mundo comunista vemos fracaso, retraso tecnológico, niveles sanitarios en declive, incluso necesidad del tipo más básico: demasiada poca comida”. La conclusión es inevitable, y esperanzadora: “La libertad es la vencedora”. Todo el discurso es un repaso a sus actuaciones en contra del comunismo y de su amenaza. Ese día, con la legitimidad que le otorgaba ser Presidente de la democracia más antigua del mundo, “Secretario General Gorbachov, si usted busca la paz, si usted busca la prosperidad para la Unión Soviética y Europa Oriental, si usted busca la liberalización: ¡Venga a este muro! ¡Señor Gorbachov, abra esta puerta! ¡Señor Gorbachov, derribe este muro!”.
 
El muro cayó, el 9 de noviembre de 1989, un año después de que unas elecciones democráticas pusieran fin a su presidencia con la elección de su vicepresidente, elegido porque suponía la continuidad con Ronald Reagan. Cuando el presidente número 40 de los Estados Unidos abandonó el poder, la Unión Soviética se retiraba de Afganistán, los cubanos lo hacían de Angola y Vietnam de Camboya. El gobierno marxista de Mozambique era sustituido por un gobierno constitucional y democrático, con economía de mercado. El comunismo estaba en retirada, al revés que cuando él llegó al poder. La Historia le estaba dando la razón. Con la caída del muro se cerraba el Siglo XX, el de los totalitarismos, que se iniciaba con la Primera Guerra Mundial. Empezó con la ideología liberal en franca retirada, y concluyó con una enorme victoria de la libertad sobre la opresión, sobre el totalitarismo.
 
Generalmente se reconoce que Ronald Reagan jugó un papel esencial en la caída del muro. No obstante, con su muerte, los más críticos niegan que el papel del Presidente americano fuera importante, y de hecho siempre se ha alabado por ello a Mihail Gorbachov; precisamente por los que menos han deseado la caída del muro de Berlín. Pero la cuestión sigue abierta. ¿Ayudó Reagan a derribar ese muro? No cabe duda de que fue así. Pero también es cierto que el sistema que lo mantenía se derrumbó por sí solo, o más bien que lo hubiera hecho en cualquier caso. Vladimir Lukhim, experto soviético en relaciones internacionales y ex-embajador en USA piensa que “es claro que la Iniciativa de Defensa Estratégica aceleró nuestra catástrofe en al menos cinco años”[40]. La IDE obligó a la URSS a un rearme hasta niveles que no deseaba y que le exigieron un esfuerzo que no podía mantener. El COCOM le privó de gran parte de su principal fuente de tecnología de calidad y las pocas armas que envió el gobierno estadounidense a Afganistán fueron suficientes como para que la resistencia fuera eficaz[41]. Pero la influencia del Presidente americano no se quedó ahí. Paul Craig Roberts, un experto en la economía socialista y en la URSS, ha dicho que “varios miembros del la Academia Soviética de las Ciencias, con los que yo hablé durante los meses finales de la Unión Soviética, coincidían en que fue la confianza de Reagan en el capitalismo, no su rearme en defensa, lo que causó que los líderes soviéticos perdieran su confianza”. Si bien todo lo anterior estaba haciendo un daño enorme a la economía soviética, el enorme éxito capitalista en los 80’, que no se limitaba a los Estados Unidos sino que se produjo en Gran Bretaña, Nueva Zelanda o Irlanda, y que alcanzó a dos economías socialistas, India y China, y que supuso la ampliación de la llamada globalización, minó la confianza de los socialistas rusos en su victoria. Precisamente la que mostró desde un comienzo el Presidente Reagan. “La libertad es la vencedora”, había dicho frente al Muro de la vergüenza.
 
Los movimientos por parte americana tuvieron su contrapartida en el lado soviético. Tras la muerte de Andropov, el politburó se dio un tiempo para pensar si optaban por la vuelta a los principios, o por las reformas, nombrando a un anciano Chernenko, que les dio el último año de su vida para tomar la decisión. Optaron por las reformas, y con ellas por el protegido de Andropov, Mihail Gorbachov. El nuevo dirigente quiso cambiarlo todo para que no cambiara nada. Tenía el ejemplo chino, que había iniciado reformas en 1978 con un enorme éxito económico, y que no habían supuesto un revés en el poder del PCCh. Contaba, además, con el antecedente de la NEP en época de Lenin. De este modo introdujo algunas reformas pro-mercado con el objetivo de que reavivaran la maltrecha economía rusa y permitieran al gobierno soviético asentarse en su poder sobre bases más sólidas. Era la Peresroika, reforma económica, que iba a su vez acompañada de la glasnost, una apertura de tipo social-cultural. Eran la respuesta a la política de Reagan. Pero Gorbachov no logró aprovecharse de sus reformas controladamente. La situación se le empezó a ir de las manos y la oposición al régimen, muy extendida aunque ahogada por el durísimo aparato represor comunista, comenzaba a dar problemas. Es significativo el caso de Polonia, donde un sindicato, Solidarnosk (Solidaridad), estaba echando un pulso nada menos que a un gobierno comunista. Gorbachov dudó si enfrentarse al poderoso sindicato con la represión, pero finalmente optó por no hacerlo. Tomó el camino opuesto al de sus predecesores. Se celebraron elecciones en Polonia, Solidaridad obtuvo prácticamente la totalidad de los asientos del nuevo Parlamento, y el Partido Comunista Polaco ninguno. Era el comienzo del fin[42]. Los lituanos convocaron un referéndum sobre la independencia, que formalmente estaba en la Constitución Soviética. Gorbachov optó finalmente permitir la convocatoria, pero dirigiéndose a los lituanos, dijo: “por favor, no votéis por la independencia, podría perder mi trabajo”. Cuando salió vencedora la independencia, optó por la represión, pero de forma limitada e insuficiente, claro reflejo de sus dudas[43].
 
Pero no se debe perder de vista que la actuación de Reagan solo aceleró un proceso que era inevitable. El socialismo es un error, porque hace un análisis fallido de la realidad, se basa en falsos supuestos, hace análisis erróneos, y lleva a políticas que no son capaces de conseguir los objetivos que se dicen perseguir. Es un error, por la imposibilidad del cálculo económico bajo el socialismo, que inevitablemente le lleva a empobrecer a una población, que solo bajo el más férreo de los sometimientos puede ser controlada para ser explotada. El fracaso histórico del socialismo era inevitable, aunque Ronald Reagan haya logrado librar a millones de personas durante varios años de sufrimientos al acelerar el proceso[44].
 
 
 
Una de las críticas más hirientes, pero más injustas, contra Ronald Reagan es la que se refiere a la extensión del SIDA. No han ido tan lejos como para culparle a él de haber extendido el virus (como de hecho ocurrió en Francia), pero sí se ha dicho siempre que no hizo nada por contenerlo. Como prueba se ofrece la misma teoría que lo explicaría: dado que Reagan era un ultra-conservador secuestrado por la derecha religiosa, que hablaba nada menos que del valor de la familia, resulta evidente que es un anti-gay y que por tanto su homofobia le llevó a permitir que el SIDA hiciera el trabajo sucio. En la serie de televisión The Reagans, hecha contra el Presidente, se le pone en sus labios la idea de que si conviven en pecado, deben morir en pecado. Nada menos. La verdad es que “desde 1984 en adelante, y tengan en cuenta que el virus del SIDA no fue identificado hasta 1982, cada presupuesto de Reagan contenía una gran suma de dinero específicamente destinada al SIDA”[45]. Dos años más tarde, el Presidente hacía mención expresa a la lucha contra el virus en sus discursos. Los fondos no resultaron del todo inútiles, ya que en 1987 se obtuvo el primer anti-viral de la historia, el AZT, y fue desarrollado precisamente para el SIDA. Por otro lado, la homofobia de Reagan no es más que una construcción interesada. Como una pieza de un puzzle que no existe, pero que se crea para que encaje con otras piezas que son igualmente falsas. No solo es contrario a las creencias más íntimas de Reagan[46], sino que había demostrado con los hechos que su pensamiento era exactamente el contrario. Se opuso a la Proposición 6 de 1978, que llamaba a la destitución de varios profesores de California, que habían abogado[47] por la homosexualidad. En un artículo de 24 de septiembre del mismo año, Reagan escribió: “sea lo que sea, la homosexualidad no es un mal contagioso, como el sarampión. La opinión científica predominante es que la sexualidad individual se determina en las edades más tempranas, y que los profesores de los niños no tienen una verdadera influencia”. Y añade: “Dado que la medida no se restringe a las aulas, todos los aspectos de la vida privada de los profesores podrían caer presumiblemente bajo sospecha. ¿Qué constituye abogar por la homosexualidad? ¿Sería la oposición pública por un profesor de la Proposición 6, si pasara, considerada estar a favor (de la homosexualidad)?”[48].
 
También se le criticó por el aumento de los homeless en el comienzo de su mandato. Sus recortes en algunas partidas del gasto social, se dice, explica el pavoroso aumento de los que no tienen ni un techo que les cubra. Sin embargo el origen de ese aumento está en la dura recesión a que dio lugar la política monetaria de la Reserva Federal, que como hemos visto aumentó el empleo, y cuya verdadera causa ha de buscarse en la política inflacionista de décadas anteriores. Si bien algunas de las críticas al personaje son ajustadas, como que seguramente es el que menos horas al día ha dedicado a su función, otras carecen de sentido[49]. Y creo que se puede ver un partidismo en la valoración de su figura que seguramente será mitigado con el paso del tiempo. Por ejemplo, si bien todo el mundo parece estar de acuerdo en la necesidad de que la sociedad civil se implique en la política para evitar su profesionalización, el hecho de que Ronald Reagan fuera un actor no ha servido de motivo para alabarle, sino de permanente fuente de críticas. Dinesh D’Souza ha recogido, para su vergüenza, varias declaraciones de intelectuales de izquierda que se reían de la inanidad de las ideas de Ronald Reagan, a lo que se puede añadir lo recogido por Andrew Sullivan.
 
Hemos visto de cerca las actuaciones más importantes del Presidente Reagan en materia de relaciones internacionales. Vistas desde una perspectiva más amplia, hay que reconocer que sus política ayudó al desplome de uno de los dos grandes socialismos del siglo, sin que fuera necesaria una tercera Guerra Mundial. En este sentido tiene toda la razón Margaret Thatcher, cuando dice que él ganó la GF sin pegar un solo tiro; Y frente a un enemigo que no solo había demostrado la misma estrategia expansionista, que le había llevado a controlar un tercio del mundo (si contamos con China), sino que contaba con suficiente armamento como para destruir virtualmente el mundo civilizado. El riesgo era enorme. Él no solo no dio lugar a una guerra, sino que evitó lo que hubiera podido ser el tercer conflicto mundial, de dimensiones que difícilmente se podrían exagerar. Por ese motivo Ronald Reagan fue un héroe. No solo personalmente[50], sino políticamente. Su contribución a la libertad, la seguridad y la paz mundiales no ha sido suficientemente valorada.


[1] Según contaría más tarde Ronald Reagan el mayor pecado a los ojos de sus padres era la preferencia racial o religiosa. Peggy Noonan. When Character Was King. A Story of Ronald Reagan. Viking, New York, 2001., p 21.
[2] Op. Cit., p 55. Luego recibió una carta de una mujer que estaba entre quienes le oyeron. Le dijo, sobre el significativo silencio “me imagino que sabe lo que eso significa. Creo que el grupo se está convirtiendo en un frente para comunistas”. Todo este asunto le tuvo aturdido por unos días, y le animó a estudiar a fondo el comunismo. Para conocer el pensamiento de Reagan en esos años, se puede leer el discurso que pronunció en el Eureka College, el 7 de junio de 1957. Sobre la vida del actor y político ya había escrito una breve necrológica en Libertad Digital, titulada Un Adalid de la Libertad.
[3] Peggy Noonan, Op. Cit., pp 58-60.
[4] Peggy Noonan. Thanks from a Grateful Country. The Wall Street Journal, 7 de junio de 2004, A-20.
[5] También había leído a Bastiat y a Hazlitt, así como a Ayn Rand, pero no a Murray N. Rothbard. Las obras que conocía de Hayek incluían The Road to Serfdom y The Constitution of Liberty. Más tarde recibió a Hayek en el Despacho Oval. Véase también el artículo Reagan, The Intellectual de Steve H. Hanke, en el que dice que “el economista Hayek era uno de los pensadores preferidos de Ronald Reagan”. Otro pensador que influyó en el Presidente fue Julian Simon, mientras que en la Administración Carter había influido toda una corriente liderada por su adversario Paul Ehrlich. Al respecto del debate entre ambos véase el artículo de Antonio Mascaró Rotger La Farsa del Apocalipsis Ecologista. Por otro lado, Paul Kengor, en The Intellectual Origins of Reagan’s Faith cita entre otros autores estudiados por el Presidente, a Alexander Solzhenistyn, y a Wilhem Röpke. El primero puso de manifiesto como pocos la crueldad del comunismo, y el segundo, cercano a la Escuela Austríaca, incidió en el aspecto moral del capitalismo. Kengor sitúa en sus creencias religiosas el origen de su optimismo. Aunque se le pueda acusar de inmodestia, Ronald Reagan tenía toda la razón cuando declaró que “me gané un apodo ‘el gran comunicador’. Pero nunca he creído que fueran mi estilo o las palabras que utilizaba lo que hiciera la diferencia, fue el contenido. No fui un gran comunicador. Pero comunicaba grandes cosas” (pronunciado en su discurso en Farewell, 11 de enero de 1989, nueve días antes de dejar de ser Presidente). Citado en Peter J. Wallison, A Man Apart. Sobre el movimiento conservador antes, durante y después de Reagan, véase Lee Edwards, The Origins of the Modern American Conservative Movement. Por último, The Economist dice que su Administración “estaba llena de Hayekianos”, lo que seguramente es una exageración.
[6] Como se sabe, “liberal” y “liberalismo” han pasado a significar en los Estados Unidos lo contrario de su sentido original, que aún guarda en Europa. Yo me ciño a este sentido, que además de ser el primero, tuvo su origen en España. Ese cambio de significado en los Estados Unidos ha llevado a que los liberales se hagan llamar “conservadores”, término que en Europa tiene un sentido ligeramente diferente. Sobre estas cuestiones, véase Por qué no soy conservador, en Los Fundamentos de la Libertad. Unión Editorial, Madrid, 6ª ed. Por otro lado, para denominar a los liberales clásicos se ha optado por el término “libertario”. En la entrevista de Reason, dice Reagan: “Si lo analizas, creo que el corazón y el alma del conservadurismo es el libertarismo (…) Las bases del conservadurismo son un deseo de menor intervención gubernamental o menos autoridad centralizada o más libertad individual, y es más bien una descripción general de lo que es el libertarismo”.
[7] En 1982 se vendía con un enorme éxito el libro de George Gilder Wealth and Poverty, una excelente obra que contiene esencialmente el pensamiento de dicha corriente.
[8] De hecho, en octubre de 1982 se le concedía el Nóbel de Economía. En 1986 se le concedería a James Buchanan.
[9] Sobre esta institución y la influencia de otras personas en la crítica de la regulación estatal, véase Daniel Yergin y Joseph Stanislaw, The Commanding Heights. The Battle for the World Economy. Simon & Shuster, Nueva York, 1998., pp 356-358. Las tarifas aéreas estaban fijadas por el Estado, lo que daba lugar a que algunas líneas fueran muy remuneradoras, mientras que otras fueran ruinosas. A partir de ahí se creó un complejo sistema de adjudicaciones que intentaba combinar unas con otras, y que daba lugar a corrupciones, búsqueda de rentas e ineficacias. Sobre la evolución de las ideas en materia de regulación, véase Roger G. Noll, Regulation After Reagan.
[10] The Economist, en He Led a Revolution, Will It Survive?, resume este proceso diciendo “el reaganismo fue la primera expresión política de un nuevo movimiento intelectual en la vida americana: El conservadurismo radical”, como llama a un movimiento de varias tendencias, que coinciden en “promover la libertad, reducir el Gobierno y proyectar fuera el poder americano”. Fue más complejo que esto.
[11] El ex Presidente Ford se planteó presentarse a la convención republicana en representación de un ala del partido que estaba horrorizada con la idea de que Reagan pudiera ganar la candidatura. Sobre Reagan como candidato, véase Andrew E. Busch, Ronald Reagan’s Electoral Career.
[12] En las elecciones presidenciales en los Estados Unidos se elige un colegio electoral que a su vez elige al Presidente. Cada Estado aporta un número de representantes en función de la población.
[14] Yergin y Stanislaw, p 346.
[15] Hugh Brogan. The Penguin History of the USA. Penguin, Londres, 1999., p 689. Quizás en este campo pesara la influencia intelectual de Julian Simon. Ver la nota v.
[16] Sobre la escasa desregulación en la época, y los motivos para el fracaso de ese aspecto de la Administración, véase Roger G. Noll, Regulation After Reagan. En el caso concreto de las telecomunicaciones, Robert W. Crandall, Telecommunication Policy in the Reagan Era.
[17] Reagan defendió su programa económico en un discurso de 6 de febrero.
[18] Sobre el tipo marginal único, exento de desgravaciones, me remito a Robert E. Hall y Alvin Rabushka, The Flat Tax. Hoover Institution Press. Stanford, Ca. 1995. Esta es la segunda edición del libro, la primera se editó en 1985, un año antes de la reforma fiscal.
[19] Ver Murray N. Rothbard, The Myths of Reaganomics.
[20] Veronique de Rugy, President Reagan, Champion Budget-Cutter. Sobre la diferencia de Reagan con la actual Administración ver mi artículo Bush II no es Reagan II.
[21] Niskanen y Moore, Op. Cit.
[22] Daniel J. Mitchell, The Historical Lessons of Lower Tax Rates. El mismo resultado se produjo con las otras rebajas de impuestos del Siglo XX, las de Andrew Mellon y John F. Kennedy. Los datos indican que estaría pasando lo mismo tras la rebaja de impuestos de George W. Bush. Ver también la anotación de 12 de abril de 2004 de mi bitácora.
[23] Repite la crítica en Keynesianism Redux.
[27] Peter Robinson, en Morning Again in America. The Wall Street Journal, 7 de junio de 2004, A-20. El propio Allen lo ha contado en The Man Who Won the Cold War.
[28] En un discurso pronunciado en la Universidad de Notre Dame en 1981 dijo “Occidente no debe contener el comunismo. Debe superarlo. Será condenado como un episodio negro de la historia humana, cuyas últimas páginas están siendo escritas ahora”.
[29] Ver mi anterior referencia a su estudio del comunismo y de Marx, así como de Mises y Hayek.
[30] Paul Johnson. A History of the American Pepole. Harper Perennial, Nueva York, 1999., p 927.
[31] Los datos sobre las estimaciones de la CIA y las más actuales están sacados de Michael A. Ledeen, Freedom Betrayed. How America Led a Global Democratic Revolution, Won the Cold War, and Walked Away. The AEI Press, Washington, 1996., p 47. Más adelante dice, “Los análisis de la CIA sobre la economía soviética eran vergonzosamente optimistas, e incluso en los últimos alientos de la era Gorbachev, cuando todo el que vivía en el imperio sabía que el sistema estaba en sus últimas, la CIA estaba prediciendo un crecimiento económico estable de alrededor del 2%”. Hugh Brogan, Op. Cit., también cifra en ¼ del PIB soviético el gasto en Defensa. Véase, no obstante, el libro Watching The Bear. Essays on CIA’s Analysis of the Soviet Union, que muestra efectivamente la mala información de la CIA (Capítulo II), aunque quizás no se pueda calificar de vergonzosa. Un análisis cercano al mío se puede leer en Leon Aron, How Reagan Made Soviet Society Face It’s Failures.
[32] Op. Cit., p 43. Ofrece un dato interesante. Entonces se había comprobado que cualquier bien de capital o bien de consumo duradero que cruzara una frontera entre una economía libre y una socialista caía en su productividad en una media de alrededor del 40%. Y hay que tener en cuenta que la URSS basaba sus fuentes de ingresos principalmente en materias primas como el oro, el petróleo, los diamantes o el gas, mientras que importaba tecnología no solo ni principalmente de sus satélites, sino de Occidente, que a su vez aportaba la financiación. Este aspecto tiene una enorme importancia por lo que enseguida veremos. Michael A. Ledeen es uno de los definidores de la Doctrina Reagan, junto con Jeane Kirkpatrick y Charles Krauthammer. Para un juicio histórico equilibrado sobre la Doctrina Reagan, se puede acudir a Ted Galen Carpenter, U.S. Aid to Anti-Communist Rebels: The Reagan Donctrine and It’s Pitfalls. Ver también Charles Krauthammer, The Ash Heap of History, así como Richard Pipes, The Ash Heap of History.
[33] Sobre la imposibilidad del cálculo económico socialista, véase Ludwig von Mises, La Acción Humana. Tratado de Economía. Unión Editorial, Madrid, 1996., partes tercera y quinta. Ver también Jesús Huerta de Soto, Socialismo, Cálculo Económico y Función Empresarial. Unión Editorial, Madrid, 2001.
[34] Op, Cit., p 46.
[35] Un objetivo soñado por el Presidente, como recuerda recientemente The Economist.
[36] Allan Nevins, Henry Steele Commager y Jeffrey Morrys. Breve Historia de los Estados Unidos. Fondo de Cultura Económica. Méjico. 1992.
[37] La valoración de Croizier la expresa en la página 371 de su The Rise and Fall of the Soviet Empire. Forum, Rocklin, Ca., 1999. Los datos para este caso los he sacado del capítulo 38 del libro, pp 370-9, así como de Paul Johnson, Op. Cit., 928. A pesar de haber restaurado un gobierno democrático y constitucional frente a un golpe de Estado de signo opuesto que acabó por entregar el poder a una potencia extranjera, la actuación de los Estados Unidos suscitó entonces grandes protestas de muchos medios de comunicación, que no se han mitigado con el tiempo. Hay que recordar que, pese a que el pueblo de Granada como los de los países vecinos veían a Reagan como un héroe por su decisión, la ONU “deploró profundamente” la intervención.
[38] De este modo, Reagan apoyó en El Salvador a un gobierno ilegítimo y que utilizaba métodos represivos para evitar una dictadura con las mismas características, pero de signo contrario, y apoyó a la Contra en Nicaragua, donde gobernaba un gobierno dependiente de Cuba y de la URSS, asimismo surgido en un golpe militar e igualmente represivo. Reagan, que fue muy criticado por lo primero, pero lo fue igualmente por lo segundo, pese a que sabemos que en el caso de El Salvador la victoria de los insurgentes hubiera llevado a una dictadura represiva, mientras que en el caso de Nicaragua y la Contra no es tan claro. Hay otra consideración añadida. Si bien moralmente son indistinguibles dos dictaduras que se asienten, como suele ocurrir, en el terror, aunque sean la una comunista y la otra de derechas, desde el punto de vista político la primera pertenece a una red cuyo objetivo es extender la tiranía al conjunto del mundo, mientras que la segunda, a pesar de que se hayan dado históricamente colaboraciones, no responde a esa estrategia centralizada y expansionista.
[39] La Premiere británica tuvo la misma visión que Reagan del comunismo. Recientemente le ha recordado, dedicándole unas palabras que han recibido bastante eco. Especialmente “venció la Guerra Fría sin disparar un solo tiro”.
[40] Paul Johnson, Op. Cit., p 930.
[41] Idem.
[42] Tanto Yergin y Stanislaw como Ledeen ven en la situación en Polonia el momento crítico a partir del cual la caída del comunismo en Europa se hacía casi inevitable. Lech Walesa ha mostrado su agradecimiento a Ronald Reagan en su artículo In Solidarity. Walesa dice nada menos que esto: “Nosotros, en Polonia, le apreciamos personalmente. ¿Por qué? Porque le debemos nuestra libertad”. El resto del artículo es un emocionante recuento del papel del americano en la caída del comunismo.
[43] Gorbachov, último presidente de una de las dictaduras más sangrientas de la historia, que solo se mide con la china en sus apabullantes números mortíferos, ha recibido el premio Nóbel de la Paz ¡Por la caída del muro de Berlín! Precisamente su objetivo fue siempre evitarlo, pero falló. Muy pocos se escandalizan por esta concesión, mientras que otorgar el mismo premio a Ronald Reagan, que hizo más que nadie por ese objetivo, hubiera sido una permanente fuente de críticas a la institución.
[44] Irving Kristol, líder intelectual del neoconservadurismo, tiene la opinión contraria, y llega a afirmar que “no está tan claro que la Unión Soviética hubiera colapsado “por sí misma”, como parecería de forma retrospectiva”. En su artículo It Wasn’t Inevitable. El error de Kristol es el de los neoconservadores, que pese a ser defensores de la economía libre, no conocen suficientemente sus bases. Y tienen una idea de las fuerzas históricas demasiado basada en las luchas de grandes potencias, cuando la “microhistoria” a que dan lugar los individuos, así como la economía, tienen influencias decisivas. No obstante, la revista The Economist coincide con el análisis hecho en este artículo en el artículo The Man Who Beat Communism.
[45] Las palabras son de Peter Robinson, colaborador de Reagan, y están recogidas en el artículo Anti-Gay Gipper, de Deroy Murdock. El mismo artículo recoge un cuadro con los fondos efectivamente destinados a la lucha contra la enfermedad, que comienzan no en 1984, sino en 1982, pero que en el año que destaca Robinson se incrementan de forma destacada.
[46] Véase la nota i.
[47] El término original es advocated. No he encontrado una traducción más adecuada.
[48] Ibid.
[49] Sobre su estilo de gobierno, véase Steven F. Hayward, Reagan, In Short. Ramón Pérez-Maura, en su artículo Ronald Reagan en Normandía, destaca esta respuesta a Dick Walters a su pregunta a cuál de los ocho presidentes para los que ha trabajado es el que más admira: “Ronald Reagan. De todos ellos fue el único que se puso una condición indeclinable en la formación de sus gobiernos: todos sus integrantes debían estar más capacitados que él. El mundo está lleno de dirigentes políticos que aspiran a rodearse de mediocres que no les hagan sombra. La talla de Reagan era tal que sobresalía sobre los mejores”.
[50] Se sabe que durante su trabajo de socorrista en la Universidad salvó varias vidas.