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Hidden Order, the economics of everyday life Idea
Hidden Order, the economics of everyday life


Harper Business, Nueva York, 1996
352 páginas

Los criminales son personas racionales

Por

"Sólo a un ladrón tonto se le ocurrería robar la billetera a un levantador de pesas cuando a poca distancia está una anciana a la que puede arrancar el bolso. Esta racionalidad del criminal puede ser la base del combate a la delincuencia."
 
La criminalidad es un problema grave, muy grave. La Economía es una ciencia creativa, muy imaginativa que, en manos de Friedman, puede ser usada con talento para combatir al crimen. O al menos, para entenderlo mejor. El libro consultado para esta carta fue el de David Friedman, Hidden Order, the economics of everyday life, Harper Business, 1996, capítulo 20, pp 298-313.
 
 
El punto de arranque del autor es un enfoque económico al problema de la criminalidad. Esto significa partir del supuesto de que los criminales son personas racionales, que buscan los mayores ingresos posibles a los más bajos costos. Esto, desde luego, tiene una implicación que es clave para el combate a la criminalidad: buscar formas que reduzcan y disminuyan los beneficios del criminal. No se trata de derrotar al criminal. Se trata de hacer que decaiga su interés en cometer crímenes, de hacer que los beneficios esperados del crimen sean bajos.
 
El punto central del enfoque económico es hacer que las acciones del criminal no merezcan el esfuerzo.
 
Esto puede parecer poco importante, pero tiene serias consecuencias y presenta métodos prometedores. Por ejemplo, las puertas de seguridad no detienen al criminal tanto como reducen sus beneficios, pues hacen requerir más equipo y más conocimientos, además de elevar la probabilidad de ser capturado.
 
De hecho, la idea de ser un mercado puede ser aplicada al crimen. Hay mercados de actividades legales y hay mercados de actividades ilegales. Lo que sigue es una selección de las ideas del autor que hace eso precisamente, aplicar conceptos económicos al crimen, como una fuente de ideas para combatirlo. Por ejemplo, hay evidencia que sugiere que las actividades criminales son realizadas por individuos solos o por grupos pequeños independientes. El gran crimen organizado, de gran escala, es la excepción. Ya que los criminales no pueden acudir a los tribunales legales para dirimir sus conflictos, es la Mafia la que cumple esa función de tribunal entre criminales, resolviendo conflictos y disputas para los que emite veredictos.
 
 
A continuación el autor trata el tema del narcotráfico. ¿La prohibición de las drogas aumenta o disminuye el crimen? Para contestar esa pregunta, debe reconocerse que la prohibición eleva el precio de las sustancias. Luego, hay que suponer que los adictos van a inclinarse a cometer crímenes con el objetivo de hacerse del dinero para financiar su hábito. Ahora, todo depende del tipo de demanda de las drogas. Si la demanda de droga es inelástica, eso significa que aumentos fuertes en su precio causarán reducciones pequeñas en su demanda. Como es lógico pensar en una demanda inelástica de drogas, la respuesta es que la prohibición de drogas sí produce más violencia en la sociedad. De hecho, casi todo el precio de la droga se debe a que está prohibida.
 
Sobre el tema de las drogas, hay otra consideración. La riqueza de los traficantes es portátil, van con ellos grandes fortunas de efectivo y de sustancias. Puede ser robada con facilidad, sin que pueda llamarse a la policía para pedir ayuda. La consecuencia es violencia al intentar robar y al tratar de proteger esas fortunas. Es lo mismo que sucedió con los enfrentamientos entre traficantes de licor durante la Prohibición.
 
Será lógico suponer que la cantidad de violencia producida por el tráfico de drogas sea proporcional al valor de esas sustancias. Ya que la demanda es inelástica, ese valor es alto. La consecuencia es un aumento en la criminalidad. Si la demanda fuera elástica, sucedería lo contrario.
 
 
Ahora, vamos a los robos, donde también este enfoque de mercado puede ayudar a entender el crimen y por tanto a remediarlo. Cuantos más ladrones existan, menores serán los beneficios del robo. Cada automóvil tendrá a dos o tres ladrones en espera. Como en otras industrias, el exceso de producción hace bajar el ingreso, lo que debe causar una reducción en la producción de ladrones. Ya hay demasiados. Pero, mientras el robo produzca más beneficios que otra actividad, seguirá existiendo el incentivo de dedicarse al robo.
 
Hay más en cuanto al robo. Es un hecho que el objeto robado tiene menos valor para el ladrón que para su dueño (el caso del que roba un Piaget y lo vende en mil pesos, lo que es un robo ineficiente). Es por esta razón que se tienen procesos de recompra del objeto robado, como el secuestro. El dueño de lo robado está dispuesto a pagar el monto que para él tiene el objeto y que es superior al valor que tiene para el ladrón. En realidad, esto es un aumento de la eficiencia del robo y hace más común al crimen.
 
Es posible aplicar la idea de la eficiencia al crimen y sobre esa eficiencia diseñar los castigos. Usando la idea de eficiencia, deberá aplicarse la regla de hacer el castigo del criminal igual al daño que produjo. De esta manera, los crímenes ineficientes dejarían de cometerse. Sólo se cometerían crímenes en los que el beneficio al criminal fuera superior al daño producido a la víctima.
 
Pero hay un factor adicional. Se sabe que los criminales no son siempre capturados. Este factor es considerado por el criminal en el cálculo de sus beneficios. Cuanto más baja es la probabilidad de ser capturado crece el beneficio del delito. Hay aquí una consecuencia interesante.
 
Si sólo son capturados, por ejemplo, la décima parte de los ladrones, podrían tenerse castigos diez veces mayores. Este sería un aumento importante en los incentivos negativos para combatir al crimen. En el fondo, esto muestra que existen dos opciones extremas teóricas para el establecimiento de las penas. En un lado está la captura del cien por ciento de los criminales; en el otro está la captura de uno solo y meterlo en aceite hirviendo. En medio de esos dos extremos imposibles está la solución aceptable.
 
El principio económico es dar un castigo igual al del daño producido, con la combinación menos costosa de probabilidad de captura y de castigo.
 
 
Vayamos ahora a los castigos impuestos a los criminales, donde la Economía puede ayudar. Supongamos que a un criminal le da lo mismo ir veinte años a la cárcel que jugar a los dados: si sale un seis lo ejecutan y si sale cualquier otro número queda libre. Usando esta manera de razonar, podría llegarse a pensar en reducir el presupuesto de policía y capturar y ejecutar a sólo a un sexto de los ladrones. El efecto sería el mismo, pero costaría menos. Las ejecuciones son un buen sistema, pero, dice Friedman, hay otro mejor, el de las multas. El ejemplo sería el de un condenado a veinte años al que se le ofrece la compra de una reducción de condena a diez años por un millón de pesos.
 
 
Por otro lado, el sistema de policía no es uno que sea compatible con incentivos. De hecho es un sistema que se presta a la corrupción.
 
Si el criminal C es capturado por el policía P, se da una situación paradójica. El policía P tiene en sus manos evidencia que puede hacer condenar a C a pagar una multa de 20,000 pesos. En este caso, P enfrenta una situación difícil. Por un lado, puede en tregar a C a los tribunales y P aumenta las probabilidades de promoción en su puesto y mayor ingreso futuro. Por el otro lado, C le puede ofrecer una compensación en efectivo cuyo monto máximo es de 20,000, igual a la multa, y cuyo monto mínimo es el beneficio de ese ingreso futuro que tendrá P. Entre esas dos cantidades hay un punto en el que ambas partes pueden salir beneficiadas si llegan a un arreglo. La policía, por tanto, no es un sistema que se preste a incentivos, pues pide hacer algo que es de interés personal no hacer.
 
Desde luego, una manera de evitar esto es dar a P el monto de la multa que pagaría C. Pero eso haría que P tuviera un incentivo para culpar a C, sea o no culpable.
 
 
Lo que Friedman ofrece es ideas que hacen entender mejor el crimen y, sobre esa base, poder tener métodos inteligentes de combate a la criminalidad. Explorando opciones que pueden ser ridículas o extremas, es sencillo distinguir la estrategia central de reducir los beneficios del crimen, por medio de castigos, multas, sistemas de seguridad, probabilidades de captura.
 
Después de todo no se trata de derrotar al criminal, sino de reducir los incentivos de serlo.