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Recursos naturales y medio ambiente

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Traducido por Mariano Bas Uribe

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Parte B. El asalto ecologista al progreso económico

2. Las afirmaciones del movimiento ecologista y su patología del miedo y el odio

La supuesta amenaza de los químicos tóxicos, incluyendo la lluvia ácida y la disminución de la capa de ozono

Casi todas las demás afirmaciones de los ecologistas, que en su mayor parte son más recientes, no funcionan mejor que las relativas a la contaminación del agua y el aire y la destrucción de las especies. En prácticamente todos los casos, también han resultado ser falsas o sencillamente absurdas.

Consideremos, por ejemplo, el reciente caso del Alar, un spray químico utilizado durante años en manzanas para preservar su color y frescura. Ahora resulta que, suponiendo que las afirmaciones de los ecologistas sean ciertas, el uso del Alar ocasionaría 4,2 muertes por millón de personas en un periodo de tiempo de 70 años, lo que significaría que comer manzanas tratadas con Alar habría sido menos peligroso ¡que ir en coche al supermercado a comprarlas!

Consideremos: 4,2 muertes por millón durante un periodo de 70 años significa que en un año en Estados Unidos, con una población de aproximadamente 250 millones de personas, ¡unas 15 muertes serían atribuibles al Alar! Este es el resultado de multiplicar 4,2 veces por millón por 250 millones y dividirlo por 70. En ese mismo periodo de un año, ocurren aproximadamente 50.000 muertes en accidentes de circulación en Estados Unidos, la mayor parte de ellas dentro de unas pocas millas alrededor de los hogares de las víctimas y sin duda muchas más de 15 en viajes hacia o desde los supermercados. Sin embargo, a causa de la irresponsable información de los periódicos y televisiones sensacionalistas acerca de las afirmaciones de los ecologistas relativas al Alar se ha creado un pánico, seguido de una caída en las ventas de manzanas, la ruina financiera de un número indeterminado de productores de manzanas y la virtual desaparición del Alar.

Antes del pánico por el Alar tuvimos el pánico por el amianto. De acuerdo con la revista Forbes, resulta que en la manera en que se utiliza normalmente el amianto en Estados Unidos, éste tiene una tercera parte de posibilidades de causar una muerte que de ser alcanzados por un rayo.[1]

También está el supuesto daño a lagos y bosques ocasionado por la lluvia ácida. Aunque sin duda existe el fenómeno de la lluvia ácida (en buena medida como consecuencia de la insistencia gubernamental en la construcción de chimeneas de doscientos pies o más de alto), resulta que, de acuerdo con Policy Review, la acidificación de los lagos y los bosques que los rodean ha sido consecuencia, no de la lluvia ácida, sino de la desaparición de las actividades de tala en las áreas afectadas y por tanto de la alcalinidad que se desprende en esas actividades. Esta actividad ha evitado la acidificación de los lagos y bosques durante unas cuantas generaciones.[2] Más aún, de acuerdo con el informe definitivo del Programa Nacional de Asesoramiento sobre Precipitaciones Ácidas del gobierno de EEUU, la causa directa más importante de la acidificación parece ser simplemente ciento cincuenta millones de toneladas de excrementos de aves al año.[3]

Junto a estos casos, estaban las respectivas histerias sobre dioxinas en el terreno en Times Beach, Missouri; TCE en el agua potable de Woburn, Massachussets; productos químicos en Love Canal, en Nueva York y radiación en Three Mile Island, Pennsylvania. (La última ya se ha demostrado que no tiene ninguna base). De acuerdo con el profesor Bruce Ames, uno de los más eminentes expertos mundiales en cáncer, la cantidad de dioxinas que alguien ha podido absorber en Times Beach fue mucho menor que la que pudiera haber ocasionado algún daño y de hecho, el daño real a los residentes en Times Beach por causa de las dioxinas fue menor al que se produce por beber un vaso de cerveza.[4] (La propia Agencia de Protección Medioambiental ha reducido en consecuencia su estimación de peligro por dioxina por un factor de quince o dieciséis).[5] En el caso de Woburn, de acuerdo con Ames, resultó que el grupo de casos de leucemia que ocurrieron allí fue un azar estadístico y que el agua potable del lugar estaba de hecho por encima de la media nacional en salubridad y no era, como se afirmó, la causa de los casos de leucemia.[6] En el caso de Love Canal, informa Ames, resultó de la investigación que el índice de cáncer entre los antiguos residentes no era superior a la media.[7] (Es necesario utilizar la expresión “antiguos residentes” porque el pueblo perdió la mayor parte de su población por el pánico y la evacuación forzada causados por las afirmaciones de los ecologistas). Sobre todo, escribe Ames, “No hay evidencia epidemiológica o toxicológica convincente de que la contaminación sea una fuente significativa de defectos congénitos y cáncer… los estudios epidemiológicos de Love Canal, dioxinas en el Agente Naranja, refinerías en el condado de Contra Costa, Silicon Valley, Woburn y el uso de DDT no ofrecen evidencias convincentes de que la contaminación sea causa de ningún daño humano en cualquiera de estos casos tan publicitados”[8] La razón es que la cantidad de exposición real fue sencillamente demasiado pequeña como para ser dañina.

Antes de estas histerias, hubo denuncias acerca de la muerte del Lago Erie y el envenenamiento por mercurio de atunes. Desde entonces, el Lago Erie se ha mantenido bien vivo y e incluso esta produciendo cantidades récord de peces en el momento en que se había anunciado su muerte. El mercurio en los atunes era consecuencia de la presencia natural de mercurio en el agua de mar y hay evidencias ofrecidas por museos de que similares cantidades de mercurio han estado presentes en los atunes desde tiempos prehistóricos.

En este momento, como otra derrota de las afirmaciones de los ecologistas, un notable climatólogo, el profesor Robert Pease, ha demostrado que es imposible que los clorofluorcarbonados (CFCs) destruyan grandes cantidades de ozono en la estratosfera, porque, en primer lugar, relativamente pocos son siquiera capaces de alcanzarla. También demuestra que el famoso “agujero” de ozono sobre la Antártica en cada otoño es un fenómeno de la naturaleza, probablemente existente desde mucho antes de que se inventaran los CFCs, y es consecuencia en buena medida del hecho de que durante la larga noche antártica, la luz del sol ultravioleta no está presente para crear nuevo ozono.[9]


[1] Forbes, 8 de enero de 1990, página 303.

[2] Cf. Edward C. Drug, “Fish Store”, Policy Review, número 52, (Primavera 1990), páginas 44-48.

[3] Ver Fortune, 11 de febrero de 1991, página 145.

[4] Ver la emisión de 18 de marzo de 1988 del programa de la ABC “20/20”. Ver también Bruce Ames, “What Are the Major Carcinogens in the Etiology of Human Cancer?”, en V. T. de Vita, Jr., S. Hellmann y S. A. Rosenberg, eds., Important Advances in Oncology 1989 (Philadelphia: J. B. Lippincott, 1989), páginas 241-242. N. del T.: En España, publicado como Avances en oncología 1989 (Barcelona: Espaxs, Publicaciones Médicas, 1990).

[5] Ver New York Times, 15 de agosto de 1991, páginas 1 y A14.

[6] “20/20”, Ames “Major Carcinogens”, página 242.

[7] “20/20”, Ames “Major Carcinogens”, página 244.

[8] Ames “Major Carcinogens”, página 244.

[9] Orange County Register, 31 de octubre de 1990, página B15. Ver también Rogelio A. Maduro y Ralf Schauerhammer, The Holes in the Ozone Square (Washington, D.C.: 21st Century Science Associates, 1992)páginas 11-40 y 98-149.