liberalismo.org
Portada » Reseñas » Política » Una guía para el odio

La Cultura del Mal. Una guía del antiamericanismo Reseña
La Cultura del Mal. Una guía del antiamericanismo


Espejo de Tinta, Madrid, 2005
342 páginas

Una guía para el odio

Por

Cortesía de La Ilustración Liberal.

En 1903 el mundo se hizo un poco más oscuro, por la publicación de un folleto que se conoce como Los protocolos de los sabios de Sión. Una guía pensada para el odio de todo un pueblo, con la mentira y las medias verdades como acicates y espuelas de un sentimiento compartido por una parte de la sociedad rusa. Un género literario que no ha muerto, como demuestra la reciente publicación de La Cultura del Mal. Una guía del antiamericanismo, de Moncho Tamames, publicada en Madrid por Espejo de Tinta.
 
El objetivo del libro consiste en convertirse en un instrumento para el odio de los Estados Unidos. Como el otro libro citado, La Cultura del Mal intenta movilizar las conciencias, especialmente las ya podridas, en este caso por el antiamericanismo. Su público objetivo son los jóvenes, y su puerta de acceso la ignorancia. Dice Tamames: “El objetivo principal es su máxima difusión y sobre todo entre la gente más joven y no necesariamente la más leída”.
 
Tamames quiere reunir todos los datos “degradantes y negativos” sobre los Estados Unidos, según explicó durante la presentación de su obra en Madrid. Pero hay más. Porque no se limita a hacer un acopio sesgado, sino que identifica a los Estados Unidos, a su pueblo y a su historia, con el “saqueo”, el “asesinato”, la “extorsión” y el “salvajismo anglosajón” (pág. 29), así como con el “genocidio” (páginas 259-282). Y con la ignorancia (págs. 42-48, 88-93 y 141-160, entre otras), con la superficialidad, con la insolidaridad, con el despilfarro, con la violencia sexual...
 
Tamames no quiere “contemplaciones cuando se habla de EEUU”, y para poder verter su anatema contra la totalidad del país expresa en varios sitios una idea, que se hace elocuente en la página 139: “Estados Unidos no es una dictadura en la que se ha impuesto un gobernante y donde, por tanto, el pueblo no haya sido cómplice de una elección libre (...) El pueblo estadounidense es responsable de su propia cultura, de sus dirigentes y, en consecuencia, de las atrocidades que cometen”.
 
Pero como no quiere que se le escape ninguna crítica, sólo dos páginas más tarde el lector se encuentra con absolutamente todo lo contrario. Para exponerlo cita a Samuelson: “EEUU es una democracia, pues todo el mundo puede votar. Pero los ricos tienen sus lobbies y los medios para decir qué debe votarse. Es, por consiguiente, una democracia plutocrática, en la cual las clases medias y bajas no han decidido sublevarse”. Una dictadura que “es muy similar a la del proletariado, si bien más sibilina, confabulada y duradera”. El ciudadano americano “ni pincha, ni corta, ni opina, ni decide y, en la inmensa mayoría de los casos, ni piensa en todo ello”. ¿En qué quedamos, entonces?
 
Para Moncho Tamames, en las dos cosas. Incluso en una tercera, porque en la penúltima página de La Cultura del Mal dice que el pueblo sí elige a los presidentes. Pero ¿de qué pueblo estamos hablando? “Hablamos de ese hombre de Minnesota que no sabe dónde está Francia y viola cada semana a su hija. Hablamos de ese hombre solitario de Oregón que se casó hace treinta años con su televisor y apenas ha salido de su cabaña. Hablamos de ese hombre de Nebraska que tiene más pistolas que amigos. Hablamos de ese chaval de dieciocho años que ya ha matado varias veces”.
 
En absoluto es la única contradicción. En la página 143 critica a las “religiones occidentales” por la “anulación de los instintos naturales más básicos e innatos, como enfadarse con el prójimo, mentir de cuando en cuando, robar si estás hambriento o el más natural e intenso deseo sexual con el que todos nacemos”. Sólo hay que pasar esa página para poder leer una nueva crítica a los Estados Unidos, en este caso absolutamente contraria: “Saciar el instinto natural de la gente, en contra de la razón, la educación y lo civilizado, parece ser la cuestión política y comercial que condena irreversiblemente su sociedad. La cultura estadounidense olvida que es una civilización y que vive en comunidad. Para ello hay reglas racionales que, aunque sean contranatura o antiinstinto, no se pueden eludir”, ya que si lo haces “acabas en el ‘ojo por ojo’”.
 
¿En qué quedamos? ¿Sometemos nuestros instintos a las normas que conforman la civilización y que permiten una convivencia ordenada o las tiramos por la borda para desatar nuestros instintos “más básicos e innatos”, como el de enfadarse o mentir?
 
Como su admirado Michael Moore, Moncho Tamames no repara en hacer una crítica y la contraria, pues de este modo el objeto de odio no tiene escapatoria. Comentó en la presentación de su libro que comenzó a escribirlo después de los atentados del 11 de septiembre de 2001. Han pasado tres años y medio, tiempo suficiente para corregir contradicciones tan brutales. ¿Será que el autor no tiene la capacidad de resolverlas o de darse cuenta de ellas? No lo creo. La clave es el sentimiento de odio con que está compuesto el libro, y que le ha anulado la capacidad de razonar. El propio Moncho Tamames ofrece lo que pueden interpretarse como claves personales que le llevan a ese sentimiento, que se ha ido forjando desde sus años de vida en ese país, al que llegó, en descarnado contraste con lo impreso en La Cultura del Mal, “limpio de cualquier prejuicio”.
 
Las contradicciones son en ocasiones más sutiles, aunque no menos fundamentales. El título hace mención a la cultura, y es ésta el centro de las críticas. Una especie de basura que EEUU exporta a todo el mundo en un proceso que llama “terrorismo incultural autopropagable” y que alcanza todos los rincones del planeta. Pero si los estadounidenses son capaces de vendernos un producto tan infame sin que nosotros podamos ofrecer alternativas que nos convenzan a nosotros mismos, ¿en qué posición quedamos los europeos, japoneses, etcétera? Esto resulta chocante, porque Moncho Tamames define el “antiamericanismo” como un valor positivo que consiste en la defensa de lo propio frente a los Estados Unidos.
 
Eso, por lo que se refiere al análisis. Los datos flaquean, como lo hacen parte de sus fuentes. Dice en la página 11 que “de todos los datos que aporta Fahrenheit 9/11 no parece haber ni uno solo en toda la película que no sea verídico”. Este descuido por las fuentes le traiciona en más de una ocasión. Si es que el lector se ha tomado La Cultura del Mal en serio, claro.
 
El libro, por lo que tiene de apología del odio a un país entero y lo que supone de instrumento de ese odio[1], es de por sí lamentable. Pero resulta incluso peor cuando trata el terrorismo contra los Estados Unidos. Es sabido que hay una barrera entre la “explicación” y la “justificación” de un hecho. El lector tendrá que juzgar dónde se ha situado Ramón Tamames.
 
Ofrece al “terrorismo”, que entrecomilla, la presentación más favorable y justificadora. Así, dice en las páginas 222 y 223: “En este caso, además, llamando ‘terrorismo’ a una corriente de conciencia radical y voluntades ‘antiamericanas’, oprimidas, invadidas y totalmente desorganizadas hasta estos tres últimos años”; cuatro páginas más tarde: “Antes del 11-S estábamos llamando terrorismo (...) a algo que en principio no era muy ilógico pensar y reconocer que podía ser sencillamente la voz mayoritaria del Islam y que se traduce como ‘déjenos vivir y arreglar nuestras diferencias’”. Unos atentados, los del 11-S, que son una “respuesta al terrorismo de Estado”. Es más, “en cualquier caso, todo este terrorismo selectivo de la última década ha sido más bien una respuesta al imperialismo militante de EEUU, en su única forma de orquestarla”; y puntualiza: “Ahora resulta que a la supervivencia la llamamos también ‘terrorismo’”.
 
En concreto, “las antiguas IRA y OLP, el Frente Polisario o la respuesta de una buena parte del Islam (siempre antes del 11-M), se merecerían, cuando menos, tener un matiz distintivo en el plano ideológico –que no en lo que respecta a métodos o consecuencias–, que les permitiera ser etiquetados de distinta forma: ‘milicias de pueblos oprimidos’, ‘guerrilleros por la independencia’, ‘fanáticos antiamericanos’ o cualquier otro nombre que se les quiera dar”. Curiosamente, lo de “fanático antiamericano” cabría colgárselo al propio Moncho Tamames.
 
Si pese, a lo recogido en esta recensión, algún lector cree que sería exagerado llamar fanático al autor, permítame atizarle con otra cita del libro: “Bin Laden será un iluminado o un enfermo fundamentalista, pero en cualquier caso sus acciones fueron, en su finalidad, motivo de satisfacción o al menos indiferencia para gran parte del Islam, de iberoamericanos, de asiáticos, de africanos e incluso de muchos europeos” (página 228). ¿Es descabellado pensar que Moncho Tamames es partícipe de esa satisfacción que él atribuye a gran parte del mundo?
 
De la calidad del juicio histórico de Moncho Tamames no diré nada. Me limitaré a darle al lector todavía un motivo más para no comprarse el volumen: “Irak es hoy mucho peor que con Sadam (...) El mundo es infinitamente peor que con Sadam. Y todo eso es gracias en parte a Aznar, y a gente de su misma talla política” (página 253). Si el ex presidente tiene ocasión le agradecerá el comentario, imagino.
 
No querría terminar sin hacer un par de consideraciones. Este libro es un ejercicio de desahogo; pero simboliza, en su extremo, una reacción de una parte de la izquierda mundial ante el 11 de Septiembre. Es precisamente estas reacciones las que han llevado a otra parte de la izquierda a plantearse qué ha podido llevar a quienes compartían sus ideales a poco menos que justificar aquellos brutales atentados. Son los Moncho Tamames quienes han alertado la conciencia de un segmento de la izquierda y les ha llevado a revisar sus ideas.
 
Y, por último: el autor anunció cuando presentó el libro ante la prensa que éste se estaba traduciendo al árabe. Lo cual me recuerda la expresión “alianza de civilizaciones”. ¿Alianza? ¿Contra quién?


[1] Un sentimiento que explica en la página 46: “La mayoría del mundo no les odia por su dinero, sino por todo lo que dejan de lado al otorgarle tan extrema importancia a lo económico, con las nefastas consecuencias que ello comporta, principalmente, además, para ellos y su ridícula forma de vida”.