liberalismo.org
Portada » Reseñas » Economía » El auténtico rostro de la izquierda

El informe Lugano Reseña
El informe Lugano


Icaria, Madrid, 2001
255 páginas

El auténtico rostro de la izquierda

Por

El Informe Lugano de Susan George, vicepresidenta de ATTAC, es una de las obras de cabecera de buena parte de la izquierda. El libro pretende hacerse pasar por un informe secreto, redactado en la ciudad suiza de Lugano, que un grupo de diez expertos en distintas materias, a instancias de las elites político-económicas, ha redactado para “preservar el capitalismo en el s.XXI”.

En un principio Susan George se planteó hacerlo pasar “por un documento real”; es decir, la buena de Susan habría interceptado unos pérfidos papeles donde los poderosos relatarían el plan de acción para conservar el poder. Ya de entrada sorprende la arrogancia y soberbia de la autora que cree poder hacerse pasar por “diez expertos” en materias dispares. Esto es especialmente llamativo si tenemos en cuenta que la propia autora reconoce en el Epílogo que “Muchas personas suponen, en consecuencia, que soy una experta en desarrollo, una economista o ambas cosas. En realidad no soy ninguna de las dos”. En otras palabras, la autora de un libro principalmente versado en economía reconoce que no sabe de economía pero, aun así, pretende hacernos creer que su libro lo han redactado un “grupo de expertos”. Menos lobos, caperucita.

En todo caso, el contenido del Informe es simplemente ridículo. El ficticio grupo de expertos se califica de liberal por creer en la superioridad del mercado, pero acto seguido reconoce que el liberalismo no funciona sin un fuerte intervencionismo estatal. El principal problema al que se enfrenta el capitalismo, a su entender, es la sobreexplotación de los recursos derivada de la superpoblación. Y así, para salvar a la libertad de sí misma, proponen eliminarla. A lo largo de su informe típicamente maltusiano, no dudan en proponer la eliminación física de dos mil millones de personas a través de guerras, hambrunas y pestes: “Hay que hacer un esfuerzo para que aumente la mortandad al mismo tiempo que disminuye la fertilidad”. ¡Todo ello para salvar el capitalismo!

La estrategia de Susan George, pues, es conseguir que la gente asocie capitalismo con genocidio; el poder financiero planifica exterminar a millones de personas para perpetuarse. De hecho, reconoce que no le sorprendería “lo más mínimo saber que un Grupo de Trabajo real ha elaborado un documento similar”. El liberalismo, en definitiva, sería más asesino que el comunismo. Es más, ¿acaso las hambrunas en Ýfrica no serán parte de la conspiración mundial para conservar la riqueza de los poderosos? ¿Es que la difusión de la malaria no será un instrumento en manos de la dominación capitalista? Todas estas ideas son las que propone el libro.

Sin embargo, como intentaremos explicar, las conclusiones no se derivan, como dice la autora, de las premisas liberales nominalmente adoptadas, sino en todo caso del pensamiento socialista y ecologista. Dado que George es una estatalista redomada, no ha podido evitar que, al redactar un informe teóricamente liberal, las ideas socialistas preconcebidas terminen imponiéndose.

Es más, como si de una calcomanía totalitaria se tratara, George reconoce que el único objetivo del libro es conseguir el poder. Después de pergeñar un muñeco de paja sobre el pensamiento liberal (ilustrado en el genocidio propuesto por el Informe Lugano), sostiene en el Anexo al libro que “el problema no es persuadir a quienes impiden que se alcancen estos resultados de que sus políticos son erróneas, sino obtener poder”. Y así, cae en el maniqueísmo más absurdo al afirmar que la alternativa a sus propuestas “es el totalitarismo y la solución lugano; hay que elegir entre sus reglas y las nuestras”. O eres un asesino o estás conmigo.

No sólo eso, George, en su obsesión de obtener el poder para “derribar la tiranía transnacional antes de que ella nos derribe a nosotros”, desconoce si tal logro podrá conseguirse “sin derramamiento de sangre”. Parece que el socialismo, tanto en sus fines como en sus métodos, sigue vivo.

Pero como decimos, la conclusión de que para salvar el mundo dos mil millones de personas deben “desaparecer” no se sigue de las premisas liberales que los ficticios autores del Informe dicen seguir. Así, el Informe empieza diciendo que “Consideramos que un sistema económico basado en la libertad individual y en el riesgo es el garante de otras libertades y valores”. Sin embargo, en el transcurso del Informe el supuesto barniz liberal de los “expertos” desaparece: “Es evidente que el mercado, por sí mismo, no puede crear bienestar masivo en las actuales condiciones demográficas, y que, en consecuencia hay que corregir éstas. Para que sea aceptable un auténtico control de la población, hay que instituir un nuevo clima de pensamiento y de opinión; un clima que no suponga que el punto de partida es la libertad personal doctrinaria e ilimitada, ni que el punto de partida son los derechos humanos”.

El ficticio Grupo de Trabajo no piensa en ningún momento como liberales. En varios momentos del Informe podemos leer que “Roosevelt debería haber tenido el recibimiento de un héroe y de una bendición del capitalista” o que “Un número menor de personas viviendo en un medio ambiente sometido a menos tensiones significará que todas vivirán mejor. (...) Éste es el verdadero significado de la consigna ‘desarrollo sostenible’. Y sobre estos cimientos e basa la segunda parte de nuestro Informe”.

Por tanto, el capitalismo del Grupo de Trabajo no es más que la suma del keynesianismo y del ecologismo. ¿Desde cuándo el “desarrollo sostenible” forma parte de las premisas liberales? Más bien cabe pensar, como ya he dicho, que el genocidio es la conclusión lógica de esas premisas y de esas bases, es decir, el colofón del socialismo.

Una vez destapada la trampa principal del Informe, es decir, endilgar al liberalismo las propuestas que ningún socialista se atreve a formular, pasaremos a comentar otra de las graves deficiencias del Informe, sus numerosas contradicciones internas.

La primera de ellas, muy relacionada con lo comentado hasta el momento, consiste en afirmar que una de las premisas del informe es que “los mercados son, además, capaces de autorregularse y no hay que interferir en su actuación” cuando, el Informe está repleto de frases como “No debería sorprender que los mercados desregulados (o autorregulados) sean muy capaces de crear tensiones (...) que debilitan el propio sistema de mercado” o “Creemos que para que sea realmente libre, el mercado necesita restricciones”. Así pues, ¿se autorregulan o no los mercados?

Obviamente, esta primera contradicción es parte de la estrategia anteriormente comentada para relacionar liberalismo y genocidio. Por un lado, hay que hacer creer que el Grupo de Trabajo es liberal pero, al mismo tiempo, tienen que defender la intervención del Estado para justificar el genocidio. En realidad, el genocidio simplemente sería el método que algunos salvajes adoptarían para salvar un capitalismo tan reputado como frágil. ¡Pero ningún liberal cree que el capitalismo sea inestable! Estas premisas son socialistas y, por tanto, su conclusión también.

Esta forma de manipular la podemos observar claramente en otro de los párrafos del libro: “La libertad de reproducción no sirve al interés público si por este término se entiende el mantenimiento del sistema liberal, un igualitarismo razonable y la conservación del planeta. La Mano Invisible es burlada por el Útero Invencible”.

Para conservar el liberalismo debemos evitar que las familias tengan la libertad de tener cuantos hijos quieran. No obstante, si cercenamos la libertad, ¿qué liberalismo sigue en pie? El interés público consiste en que cada persona tenga tantos hijos como quiera, por ser ésta una decisión libre. Coartarla, por tanto, ni fortalece el interés público ni el liberalismo.

La segunda de las contradicciones la encontramos en el alcance de los beneficios del liberalismo. Como hemos dicho, el grupo de expertos tiene que aparentar ser liberal, por ello en un momento se mofan de quienes “creen que la riqueza es finita, y que una minoría disoluta se ha apropiado injustamente de ella, robándola, por tanto, a la mayoría que la merece”. No obstante, en otros momentos del libro, esa crítica inicial se convierte en poderosa adhesión: “La doctrina del liberalismo es similar a la de los Evangelios: muchos son los llamados y pocos los elegidos”. ¿En qué quedamos? ¿El grupo de expertos “liberal” cree que los beneficios del capitalismo son universales o no? Y en caso de que no lo crea, como parece ser, ¿puede seguir afirmándose que sus premisas son liberales?

La tercera contradicción consiste en afirmar que el Informe ha sido redactado por un “grupo de expertos”, cuando su ignorancia es palpable a lo largo de todo el libro. Por ejemplo, con el objetivo nuevamente de hacernos creer que son liberales, dicen venerar “las obras de un gigante como Friederich von Hayek”. Aparte del detalle de venerar a un autor cuyo nombre no saben escribir (pues no es Friederich sino Friedrich), pocas líneas después de hacer esta afirmación sostienen que si el mercado no se regula “llevará a la sobreproducción y al infraconsumo”.

Parece que entre tanta veneración, los “expertos” hayan olvidado que una de las principales líneas de batalla de Hayek fue demostrar que la sobreproducción y el infraconsumo no existen. ¿Cómo puede venerarse aquello en lo que no se cree? ¿Cómo puede decirse que Roosevelt y el keynesianismo son paradigmas del liberalismo y venerar a Hayek, firme opositor de las ideas de Keynes? Nuevamente, estamos ante un intento de George por hacernos creer que el Informe ha sido redactado por liberales admiradores de Hayek (ergo, todos los admiradores de Hayek llegan a las mismas conclusiones que el Informe), cuando en realidad ninguna de las ideas de Hayek subyace en sus premisas.

Tampoco parece que los “expertos” tengan grandes conocimientos de historia económica. Así, por ejemplo, sostienen que en la actualidad, “por primera vez, los mercados funcionan en un mundo auténticamente sin fronteras”. La realidad es bien distinta. Por ejemplo, en 1910, poco antes de la Primera Guerra Mundial, el volumen de comercio con respecto al PIB representaba en Reino Unido el 44%, hoy el 57%; en Japón el 30%, hoy el 17% y en Francia el 35, hoy el 43%. El valor de los flujos de capital de Reino Unido representaban el 4.6% del PIB, hoy el 2.6%; el 2.4% en Japón, hoy el 2.1%; el 1.3% en Francia, hoy el 0.7%.

En otras palabras, antes de la Primera Guerra Mundial el mundo ya estaba casi tan globalizado, en términos relativos, como ahora. De hecho, fue la época histórica en la que más gente vivía fuera de sus países de origen. Es curioso que un grupo de “expertos” liberales desconozca estos datos y pretenda hacernos creer que la actual situación mundial es “excepcional” y “única” en la historia.

En definitiva, el grupo de expertos destila una absoluta ignorancia en materia económica, que se perfila en los numerosos argumentos de corte socialista que emplea. No puede decirse que estemos ante mentes prodigiosas y, mucho menos, ante mentes liberales. La mediocridad socialista impregna todo el Informe y sus conclusiones, por mucho que Susan George quisiera hacernos creer lo contrario. En realidad, quien quiera criticar los argumentos económicos del Informe deberá elaborar una crítica al socialismo, y no al liberalismo.

La última contradicción que queremos destacar no involucra tanto al ficticio Informe, como a la argumentación que Susan George realiza en el anexo al libro. Por un lado, George afirma que el capitalismo es un sistema pérfido porque genera una sociedad de castas entre los rápidos (“propietarios del capital y profesionales del conocimiento”) y los lentos (“personas inmóviles cuya principal característica común es su capacidad para ser sustituidos”). George, por supuesto, evita recordar que los “rápidos” siguen siéndolo en tanto utilicen su capital y su conocimiento para servir y satisfacer a los “lentos”. Pero en todo caso, queda claro que, en su opinión, el capitalismo es malo porque las castas son inmóviles; los lentos son torpes y siempre estarán en la base de la pirámide.

Sin embargo, más adelante, cuando esboza la estrategia de toma del poder por parte de los lentos (los pobres desamparados), afirma que “las conexiones a Internet son ahora tan sencillas que también nosotros podemos ser rápidos”. La cuestión, pues, es evidente, si los pobres pueden ser rápidos, ¿por qué utilizar esa rapidez en tomar el poder y no en enriquecerse sirviendo al consumidor? Si los pobres “también pueden ser rápidos”, ¿cuál es el problema del capitalismo? ¿Dónde están las inamovibles castas?

Por desgracia, este libro de referencia para la izquierda es tan poco riguroso y contradictorio en todas sus partes. Concebido como el informe secreto de un grupo de expertos liberales para salvar el liberalismo a través del genocidio y la masacre de poblaciones enteras, termina convirtiéndose en un documento que exorciza las auténticas ideas de la izquierda. Los expertos en ningún momento se preocupan por la libertad, sólo por conservar el medio ambiente y los recursos naturales. Sólo así se entiende su filiación maltusiana y sus lamentables conclusiones económicas.

Es más, Susan George se cuida de recordar que el asesinato es escasamente compatible con la libertad y que, por supuesto, esos masivos genocidios deberían ser preparados y financiados por los Estados. ¿Puede haber alguna medida más intervencionista, criminal, antiliberal y, por ende, socialista? El subtítulo del Informe Lugano “Cómo preservar el capitalismo en el siglo XXI” no es apropiado. Mucho más adecuado sería sustituirlo por “Cómo preservar las mentiras socialistas tras la Caída del Muro”. George es una experta en este arte.