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La inmoralidad de la petición de embargo de Chomsky

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Traducido por Ýngel Vaca Quintanilla.

¿Quién es Noam Chomsky y por qué está tratando de obligar a algunas universidades a desligarse de empresas que mantienen vínculos con Israel?

Conozco a Noam Chomsky desde hace más de treinta años. He discutido con él en numerosas ocasiones y he escrito abundantemente acerca de su apasionado antisionismo y de sus flirteos con el revisionismo neonazi y los negadores del Holocausto. Por eso, no me sorprende que sea él quien inspire esta estúpida e inmoral campaña de embargo.

La primera vez que debatí con Chomsky fue en 1973, unas semanas después de la guerra del Yom Kippur. En aquel entonces, sus propuestas eran consecuentes con las exigencias de la OLP; quería la abolición del Estado de Israel y su sustitución por un "estado secular binacional", basado en el modelo de "hermandad" binacional que, en aquel entonces, existía en el Líbano. El profesor señalaba con frecuencia a este país, en el que cristianos y musulmanes "vivían codo con codo", compartiendo el poder en paz y armonía. Todo esto, sólo unos pocos años antes de que el Líbano reventara en un desastre fratricida.

Esto es lo que dije sobre el proyecto chapucero de Chomsky, en nuestro debate de 1973: "Dejando al margen las motivaciones que se ocultan tras semejantes propuestas cuando vienen hechas desde organizaciones palestinas, ¿por qué las consideraciones de autodeterminación y control común no favorecen la idea de dos estados separados, uno judío y otro musulmán? ¿No es mejor que las gentes con un trasfondo común controlen su propia vida, cultura y destino (si así lo deciden), que unir, de forma artificial, a pueblos que han demostrado no ser capaces de vivir juntos en paz? Reconozco que no entiendo la lógica de tal sugerencia, incluso asumiendo su buena intención".

Mi contrapropuesta fue que "Israel debería declarar, en principio, su voluntad de devolver los territorios conquistados, a cambio de una garantía firme de paz duradera. De este modo, quedaría claro lo que creo que piensan la inmensa mayoría de los israelíes: que su país no tiene otro interés en retener esos territorios, que el de protegerse de futuros ataques".

Chomsky rechazó mi sugerencia, sin más. La describió como una simple vuelta al "statu quo colonial". Sólo la desaparición del estado colonial judío satisfaría a la OLP, y sólo la creación de una Palestina secular y binacional, en "todo el territorio palestino", satisfaría al profesor.

La siguiente vez que coincidí con Chomsky fue a raíz de la introducción que escribió para el libro de un antisemita llamado Robert Faurisson, que negaba que el Holocausto hubiera ocurrido, que las cámaras de gas de Hitler hubieran existido, que el diario de Anne Frank fuera auténtico y que se hubieran construido campos de la muerte en la Europa ocupada por los nazis. Afirmaba que la "enorme mentira" sobre el genocidio era un montaje de los "sionistas americanos" y que "los judíos" fueron los responsables del estallido de la Segunda Guerra Mundial. Chomsky describía estas y otras conclusiones como "hallazgos" y decía que estaban basadas en una "extensa investigación histórica". También escribió "no veo ninguna implicación antisemita en el hecho de negar la existencia de las cámaras de gas, o incluso en negar el Holocausto". Aseguró que no encontraba "indicios de implicaciones antisemitas en el trabajo de Faurisson", incluyendo su afirmación de que fueron "los judíos" los que desencadenaron la Segunda Guerra Mundial. El profesor escribió el prólogo de uno de los libros con los que Faurisson vendía sus ideas antisemitas.

En un debate posterior celebrado en la Harvard Medical School, Chomsky, inicialmente, negaba haber defendido un estado binacional, al estilo libanés, para Israel, sólo para tener que desdecirse cuando, después, se enfrentó a la evidencia. También intentó discutir el hecho de que había autorizado que un ensayo, que escribió en defensa de Robert Faurisson, fuera utilizado como prólogo al libro en el que éste negaba el Holocausto, pero, de nuevo, tuvo que rectificar. Chomsky mantuvo la postura de que nunca se había interesado por la literatura "revisionista" antes de que Faurisson escribiera el libro. Cuando se enfrentó a Robert Nozick, un distinguido profesor de filosofía que recordó que había discutido con él acerca de la literatura revisionista, antes de que Faurisson escribiera su obra, Chomsky, primero, le censuró por haber hecho pública una conversación privada y, después, la emprendió a empujones con él, delante de numerosos testigos.

Y este es el hombre que lidera la campaña de embargo contra Israel. Se le han unido, en esta empresa innoble, algunas personas que, si pudieran, habrían tomado el dinero que se ha invertido en la única democracia de Oriente Próximo y lo habrían enviado a Irak, Libia, Siria, Cuba, a la Autoridad Palestina y a cualquiera de los otros estados que apoyan y financian el terrorismo. Se le ha unido también una barahúnda variopinta de antisionistas compulsivos, antiamericanos rabiosos, izquierdistas radicales (la Spartacist League), gente que sabe muy poco de la historia del conflicto árabe-israelí e, incluso, algunos antiguos alumnos de Chomsky que ahora dan clases en Israel.

No hay ningún argumento moral o intelectualmente defendible, que justifique el que se haya escogido a Israel para ese embargo, así que desafío a Chomsky a que discuta conmigo la moralidad de este ataque selectivo a un aliado de los Estados Unidos que se está defendiendo (y que defiende al mundo) del terrorismo contra la población civil. Las universidades invierten en un amplio grupo de empresas que operan en países que, sistemáticamente, violan los derechos de millones de personas. Y dichas naciones no están protegiéndose de quienes intentan destruirlas y atacan a su población civil. No obstante, esta petición se centra exclusivamente en el Estado Judío, excluyendo a todos los demás, entre los que se cuentan aquellos en los que, desde cualquier punto de vista razonable, se cometen las peores violaciones de los derechos humanos. Esto es fanatismo, simple y llanamente, y todos los que han firmado esa petición deberían avergonzarse de sí mismos y causar vergüenza a los demás.

Alan M. Dershowitz es profesor de Derecho de la cátedra Felix Frankfurter, en la Universidad de Harvard.

El original de este artículo se publicó el viernes, 10 de mayo de 2002.