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Descubriendo a Fidel Castro Reseña
Descubriendo a Fidel Castro


Editorial Pliegos, Madrid, 2002
324 páginas

Un estado policial, totalitario y extorsionador

Por

Cortesía de La Revista de Libertad Digital.

El mes de septiembre de 1981 el escritor cubano César Leante pidió asilo político en Madrid, aprovechando una escala de avión camino de cierto Congreso de Escritores a celebrar en la Alemania comunista.

En esa misma fecha comienza un periodo de calvario de siete años cuyos pormenores son objeto de esta desgarrada narración que reseñamos. Natividad González Freire, esposa del asilado, ha logrado plasmar en Descubriendo a Fidel Castro (ed. Pliegos) el tormento padecido por toda la familia que quedó en Cuba. Prepárese el lector para sorprenderse con cada página. Difícil concebir un sistema que combina con tal perfección, el refinamiento en su maldad con la brutal eficacia. El régimen diseñado para que Castro disponga a su antojo de la vida y la hacienda de once millones de cubanos sobre la base de la mentira y el terror.

Conforme se avanza en la lectura, vamos comprendiendo que el régimen no escatimará ningún medio en su propósito de destruir al disidente y de utilizarlo como escarmiento para potenciales émulos en el futuro. Ni siquiera la ascendencia íntegramente española, por supuesto no admitida por las autoridades cubanas que no reconocen la doble nacionalidad, puede salvar a la víctima. Como manifiesta la autora en su testimonio ante la Comisión de Derechos Humanos de la ONU (pág. 237), ya el mismo día del exilio comenzaron las intimidaciones para lograr que la familia repudie al asilado. Que manifieste su compromiso con el castrismo renunciando al reagrupamiento familiar —¿se acuerdan del burdo montaje castrista con Eliancito? — y la emigración. Sigue la pérdida del trabajo, el hostigamiento de la Seguridad del Estado a través de visitas intempestivas, llamadas con insultos y silencios amenazantes, citaciones en el centro de investigación y detención del Ministerio del Interior así como espías y delatores por todas partes. Una de las hijas llega incluso a ser despojada de su título universitario. La correspondencia y el teléfono son intervenidos y manipulados...

Durante siete años Castro (nadie más que él manda en Cuba) insiste en no reconocer el derecho de esta familia a abandonar el país, al tiempo que exige que la estirpe tilde de "traidor" al familiar asilado. Descubrimos que la sola petición de salida conlleva efectos terribles: desclasificación profesional e imposibilidad de desempeñar más empleos que aquellos sumergidos que nadie acepta, notificación de la Seguridad del Estado al Comité de Defensa de la Revolución (CDR) de la zona para que advierta a los vecinos que han de cortar toda comunicación con los disidentes. El estado procederá a confiscar los ahorros, además de prohibir la venta de enseres domésticos. En caso de autorizarse la salida, éstos pasarán a ser propiedad del estado (serán confiscados), etc.

Además de la ordalía personal, el relato nos va poniendo en contacto con todas las realidades de la vida cubana. Los mecanismos de control de la población interna se extienden como en círculos concéntricos. En el ámbito vecinal, los CDR llevan completa relación, a través del correspondiente equipo delator, de la participación o desafección de cada individuo respecto del régimen (asistencia a reuniones y mítines políticos, participación en jornadas de trabajo "voluntario", opiniones manifestadas, etc.). Como el informe más importante a la hora de valorar cualquier instancia ante el omnipresente estado, sea ésta para cursar estudios o para solicitar empleo, para acceder a vivienda o tener cartilla de racionamiento, es el de la CDR, no es difícil ver el tremendo aparato coercitivo que su sola existencia representa. Igual ocurre en los centros de trabajo, a través de los cuales se distribuyen, a capricho y siempre de forma tardía y escasa, los aparatos eléctricos como radios, refrigeradores o televisores: los desafectos quedan excluidos del reparto. Por descontado que los automóviles y las viviendas de alto standing son exclusiva de los incondicionales de la nomenclatura.

Para aquellos que no doblegan su voluntad ni con esta marginación y que tratan de manifestar su descontento, la autora nos recuerda que el régimen todavía dispone de las Brigadas de Intervención Rápida, eufemismo utilizado para designar las cuadrillas de matones, especialistas en kárate, encargadas de disolver a palos cualquier signo público de contestación. La misma función cumplen los "actos de repudio" a los que periódicamente llama Castro a sus secuaces. En ellos la turba visita la casa del disidente para insultarle y golpearle, por traidor, llegándose en ocasiones al linchamiento y la muerte como ocurrió durante el célebre episodio de los refugiados en la embajada del Perú en 1980.

En el último escalón de esta omnipresente represión se encuentran Villa Marista y el resto de prisiones y calabozos de la isla para amontonar presos políticos. Algunos no son liberados, ni aun con sus penas ya cumplidas. Combínese esto con un carné de identidad que es en realidad una ficha policíaca de 25 páginas según nos informan en la página 87 del libro: "Además del nombre, fecha de nacimiento, sexo, estado civil, domicilio y profesión, consta la dirección del centro de trabajo o centro de estudios al que perteneces, cargo o grado de enseñanza que se tenga y direcciones y teléfonos de los respectivos locales. Además se deja una buena cantidad de páginas para anotaciones especiales de las autoridades a las que estás sometido (nunca mejor dicho). Jefes o directores deben escribir en ellas si has sido baja del trabajo o los estudios y causa por la que te despidieron. Puntualizar si eres ex preso político o desocupado y sobre este último punto si el motivo es que has solicitado la salida del país. Además, imitando la práctica nacionalsocialista, llegan a señalar la foto del ciudadano que ha solicitado su salida con un cuño en el lado superior izquierdo para que no haya dudas de que eres de los que no fraternizan con la tiranía..."

Más refinados que los soviéticos, los pasaportes interiores son sustituidos con la obligación rigurosa de notificar el cambio de domicilio a la estación de policía, aunque sólo sea por los días que coges vacaciones y por duplicado. El original en el domicilio de origen y la copia en el de destino. Ya que hablamos del tema de las vacaciones, la autora no se olvida de explicarnos que durante más de quince años se consideró poco revolucionario tanto el tomarlas como el pedir su correspondiente pago en metálico. De este modo en el "paraíso de los trabajadores", éstos pasaron décadas sin poder disfrutar del natural asueto, si es que no querían pasar por contrarrevolucionarios.

Ahí no acaba la presencia del Gran Hermano. No sólo deben comunicarse los desplazamientos interiores, sino también la presencia de invitados temporales en la propia casa, parientes incluidos, con una notificación a la policía para que consigne la extensión de sus estancias. Para que tales órdenes no se violen, volvemos a topar con el aliado ineludible: la organización nacional de los CDR, dispuesta a avisar de cualquier movimiento raro en los hogares y a denunciar a todo el que no se pliegue.


Un estado proxeneta y esclavista

Si el sistema policiaco pone los pelos de punta, todavía nos quedan múltiples ocasiones para estremecernos con esta lectura. Por ejemplo la perfidia que utiliza el castrismo para conseguir las divisas con las que la casta dominante vive opulentamente en medio de la miseria general engendrada por el régimen.

Castro trafica con carne humana a todos los niveles. Las jineteras que se prostituyen para el turismo deben "compartir" la verdolaga (los dólares) con la Seguridad del Estado —como si de su chulo se tratase—, además de pasar a engrosar el cuerpo de los chotas (soplones), si es que no quieren acabar en la cárcel por traficar con extranjeros. Jugosas divisas para el castrismo deja también el negocio del secuestro. Difícil encontrar otra palabra que describa de modo más exacto la actividad desarrollada por la oficina de Consultas Internacionales InterConsult —asesorada por la Seguridad del Estado— y encargada de solucionar por unos 35.000$ la liberación de especialistas universitarios o de familiares de exiliados a los que el estado prohíbe la salida sin el pago de este rescate. "Tarifa" similar rige para la autorización de matrimonios entre cubanos y extranjeros.

Conocida es la obsesión de Fidel Castro por la medicina. En un país con cortes diarios de electricidad y con libretas de racionamiento que no dan derecho más que a un par de calzoncillos, una camisa y un pantalón al año, donde es necesario cargar permanentemente con la cesta de la compra por si se encuentra algo y donde tener un jubilado en casa tiene un valor inapreciable por su capacidad de guardar colas a diario durante horas y horas, todo es escaso salvo los médicos. No es sólo una cuestión de megalomanía la que ha llevado a Castro a decidir que Cuba tenga más licenciados en medicina por cada mil habitantes que Dinamarca. Un médico es una mina para Castro. El régimen alquila los médicos afectos a los gobiernos de otros países subdesarrollados "amigos" cobrando por ellos miles de dólares al contado, mientras que los médicos menos "comprometidos" son empleados en la Isla. Castro consigue a la vez divisas para sí mismo y para su oligarquía y presentarse como el máximo líder del compromiso social en el mundo subdesarrollado.

Dime de qué presumes y te diré de qué careces. La Revolución Cubana, bajo el disfraz de libertadora, ha ejercido sistemáticamente el oficio de negrero con su población. Jamás ha reconocido el derecho a la objeción de conciencia, con un servicio militar obligatorio de dos años de duración a partir de los dieciséis. Ha enviado a miles de jóvenes como carne de cañón a la guerra en Ýfrica (Etiopía, Angola, Mozambique, Zimabwe...) como ha documentado fehacientemente Juan Benemelis en su libro sobre Castro y las guerras en Ýfrica. Una mayoría de ellos fueron negros (quizás de ahí el complejo obsesivo que tiene el castrismo de acusar a los EE.UU. de mandar a su población negra a las guerras). Se trataba de aparentar que las tropas cubanas se hermanaban en la lucha por la liberación de Ýfrica y ocultar el carácter imperialista y megalómano del régimen de Castro.

Ahora Castro sigue traficando con sus rehenes. Los inversores extranjeros no pueden contratar directamente a sus trabajadores cubanos. Los contratos sólo se hacen a través del Ministerio correspondiente. Al final el trabajador cubano no llega a cobrar ni la vigésima parte del salario que las denostadas multinacionales vampirescas entregan al estado cubano por sus servicios. De hecho, Castro parece haberle cogido gusto al tema. Víctor Llano, en Libertad Digital, denunció prácticas similares por parte de cierta empresa pública cubana que explotaba en España a trabajadores traídos desde Cuba. Prácticas que se vieron confirmadas por el correspondiente expediente de la Inspección de Trabajo que de momento ha puesto fin a las mismas.

Como escribe Guillermo Cabrera Infante en el prólogo, Del infierno conocemos todos los círculos, pero no del viaje para salir de ellos: este libro es una guía para condenados. El infierno incluye la represión de la cultura, inclusive la destrucción física de obras por parte del propio comisario político del Ministerio. Incluye también la manipulación infantil en la escuela pública para fabricar nuevos Pavil Morozovs —el niño que delató a su padre a la policía política de Stalin por desafección al socialismo. Y ¿qué decir del increíble deterioro de las mansiones coloniales y del resto de bellísimas edificaciones de La Habana y de otras ciudades? Un auténtico Patrimonio Cultural de la Humanidad arruinado por la ineptitud de unos fanáticos del poder político a los que aplauden muchos de aquellos que luego juegan a dar lecciones de inquietud ante la administración privada de la cultura y alardean de una supuesta preocupación por la herencia que recibirán las generaciones futuras. El testimonio de Natividad González Freire sí que debe sacudir ciertas conciencias. Aquellas que presumen de humanitarismo y que con su silencio o implícita complicidad todavía siguen sosteniendo el mayor régimen opresor del Hemisferio Occidental.