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6 de Enero de 2005

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Todo un hombre de Estado
Bitácora de Juan Ramón Rallo Julián

El salario mínimo y el Efecto Ricardo


En 1817, el economista David Ricardo escribió en sus Principios de Economía política y tributación: Cada aumento de los salarios, o lo que es lo mismo, cada reducción de los beneficios, menguaría el valor relativo de los bienes producidos con un capital de índole durable, y elevaría proporcionalmente los productos con capital más perecedero. Una reducción de salarios ocasionaría exactamente el efecto contrario.

Estas líneas han venido conociéndose como el Efecto Ricardo, según el cual una elevación de los salarios impulsa a los empresarios a sustituir mano de obra por bienes de capital, de manera que el consecuente incremento en la productividad terminará pagando el previo aumento salarial de los trabajadores.

Es un argumento muy recurrente que me extraña que no usara Martín Seco en su artículo sobre el tema, de ahí que no profundizara en él. Sin embargo, como en la discusión sobre salario mínimo en el blog de Escolar.net un tal klapton ha recurrido a él -y resulta harto interesante su refutación lógica- he decidido dedicarle esta anotación.

Dice klapton que las disposiciones sobre salarios mínimos, prohibición del trabajo infantil, reducción de la jornada laboral y seguridad en el trabajo son las que hicieron, hace ya más de un siglo, que las empresas tuvieran que invertir en tecnología y maquinaria para sustituir ese trabajo, contribuyendo así al aumento de la productividad, los salarios, la renta y el consumo.

Dado que el trabajo es más caro, las empresas tienen que buscar medios (mejor tecnología, mayor uso del capital) para reducir costes. El argumento es atractivo, pues resulta verosímil y su razonamiento no chirría demasiado. No obstante, una primera aproximación ya debe llevarnos a preguntar, por qué si prohibiéramos por decreto el trabajo, los empresarios no tenderían a idear sistemas donde únicamente se utilizara el capital. En este sentido, la prohibición de trabajar conllevaría un desarrollo económico absoluto.

En realidad, el argumento suena a verosímil por superficial. Parte del supuesto erróneo de que en la sociedad existe un capital infinito no aprovechado, por lo que hay que crear incentivos para los empresarios (salarios más elevados) para que se decidan a utilizarlo. Ningún capital adicional puede ser empleado si previamente no ha sido ahorrado y producido.

De hecho, el capital no sustituye directamente a los trabajadores; incrementa la productividad de éstos y, por tanto, el número total de productos. Un incremento de la oferta reduce la utilidad marginal de cada producto, por lo que, dado que esos productos tienen menor utilidad ahora que otros, conviene dedicar parte de esa mano de obra a otras líneas productivas. Es decir, la reducción de mano de obra frente a los aumentos de capital en una industria es un efecto secundario. Un ejemplo muy gráfico lo tenemos con la producción agraria; cuando se empleó más maquinaria y se multiplicó la producción, se empleó la mano de obra en otros cometidos que producir la comida sobrante.

Ahora bien, cuando el salario se eleva por decreto, lo que sucede no es que se amplia el capital, como en el caso agrario, sino que el capital existente en ese momento en la sociedad se detrae de las industrias marginales y se emplea en las industrias cuyo salario ha subido por decreto. Imaginemos que el salario agrario es 500, si se eleva a 600 se tenderá a sustituir los trabajadores por capital haciendo la producción más capital intensiva. Sin embargo, ese capital procederá de otras industrial (por ejemplo textiles), de manera que la producción textil disminuirá o desaparecerá y, aparte, una buena parte de los trabajadores empleados en la agricultura engrosaran el paro.

En definitiva, se ha reducido la producción en el sector textil y se ha incrementado el paro global. Nuestro país no es más rico y más productivo por haber incrementado los salarios, sino bastante más pobre. Ha tenido lugar una mala asignación de recursos en la industria productiva; el capital se ha trasladado a un sector de la economía al que no se hubiera destinado sin la intervención gubernamental.

En el caso de los salarios mínimos, donde el salario se incrementa en todas las industrias, el capital de las industrias marginales será completamente despojado por las industrias no marginales. La consecuencia será que cercenaremos un sector productivo de nuestra economía, relegando a sus trabajadores al paro institucional.

Como hemos dicho, sólo podemos incrementar la utilización de capital en una industria, sin disminuirlo en otras, mediante el ahorro, la inversión y la creación de capital adicional. De esta manera, la economía se vuelve más productiva. El problema es que con la elevación de los salarios tiene lugar una elevación del desempleo institucional y una reducción de la producción (tal y como hemos apuntado), por lo que el montante de ahorro disminuye. La sociedad tiende a consumir sus ahorros previos, se le da un enfoque más cortoplacista, por lo que el ahorro total disminuye. Esto provoca un consumo del capital presente y una reducción del potencial capital futuro. En definitiva, el capital total disminuye, por lo que, con los salarios mínimos, la sociedad no sólo se vuelve menos productiva en la actualidad, sino que, en el futuro, será menos productiva de lo que hubiera podido ser.

La otra vertiente del efecto Ricardo, esto es, que mayores salarios impulsarán al empresario a mejorar la tecnología productiva, carece por completo de base. El empresario tiene suficientes incentivos por sí sólo, dada la competencia y las oportunidades de beneficio, para mejorar la tecnología. No necesita, obviamente, del impulso intervencionista. De hecho, no queda claro que continuas alzas salarias lo estimulen, sino más bien al contrario. Si el empresario sabe que los beneficios obtenidos por la mejora tecnológica van a ser inmediatamente apropiados por las subidas salarias, todo incentivo desaparece.

En definitiva, quien cree que los incrementos salariales pueden de alguna manera incrementar la productividad está confundiendo la causa con la consecuencia. Son los incrementos de la productividad los que provocan incrementos salariales, y no los incrementos salariales lo que conducen a incrementos en la productividad. El intervencionismo, por muy bien intencionado que sea, siempre termina dando lugar a resultados peores que aquellos que se pretendía modificar.

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