liberalismo.org
Portada » Bitácoras » Todo un hombre de Estado » Igualdad y Libertad, por Erik von Kuehnelt-Leddihn

30 de Julio de 2005

« ¿Por qué seguimos desempleados? | Principal | ¿Qué ocurriría si no hubiera Estado? No, ¿qué ocurre cuando hay Estado? »

Todo un hombre de Estado
Bitácora de Juan Ramón Rallo Julián

Igualdad y Libertad, por Erik von Kuehnelt-Leddihn


Después de traducir el capítulo IV y el I, paso a traducir el segundo de The Leftist Mind, primer libro Leftism Revisited de Erik von Kuehnelt-Leddihn. Como siempre, aun discrepando en varios puntos, su lectura es altamente interesante y recomendable.



Igualidad y Libertad


Los legisladores y los revolucionarios
Que prometen igualdad y libertad
al mismo tiempo son o bien
unos psicópatas o unos charlatanes.

Goethe



Varios clichés en relación con la igualdad deben ser comentados nada más empezar. Uno es el popular cliché que dice que todos los hombres son iguales, no físicamente o intelectualmente, sino "a los ojos de Dios". Esto, por supuesto, en ningún caso es así. Más bien al contrario, en las Sagradas Escrituras podemos ver que Cristo amaba más a unos discípulos que a otros. Ni tampoco ninguna religión cristiana mantiene que la gracia se les da en una misma cuantía a todos los hombres. La doctrina católica, más optimista que el luteranismo o el calvinismo, enseña que a todo el mundo se le da la suficiente gracia para ser capaz de salvarse. Los reformistas, al ser deterministas, ni siquiera garantizaron ese mínimo. El Marqués de Sade, San Juan Vianney o el Pastor von Bodelschwingh no eran, claro está, "iguales a los ojos de Dios". De otra manera, el cristianismo no tendría sentido; los pecadores serían iguales a los santos; el mal sería lo mismo que el bien.

Es interesante, sin embargo, observar la influencia que el pensamiento secular democrático ha tenido sobre los teólogos. Aunque la libertad es mencionada en muchas ocasiones en las Sagradas Escrituras, la igualdad no aparece ni una sola vez. Aun así, demasiados pensadores religiosos tratan de superar la laguna entre religión (su fe cristiana) y sus nociones políticas. De esta manera, se refieren a una igualdad adverbial, inconscientes de que están gastando una broma pesada. Empiezan diciendo que todos los hombres tienen almas de igual manera, que están llamados a la salvación de sus almas de igual manera, que han sido creados a la imagen de Dios de igual manera, etc. Pero dos personas que tienen narices o cuentas bancarias de igual manera no tienen narices iguales y cuentas bancarias iguales.

Mientras que nuestras diferencias físicas e intelectuales -nuestras inferioridades y superioridades- pueden ser bastante obvias, nuestro estatus espiritual es mucho más difícil de determinar. Dado que no sabemos quién entre nosotros está más cerca de Dios, deberíamos tratar al prójimo como igual. Esto, no obstante, es meramente procedimental. Actuamos de manera similar al cartero que lleve dos cartas lacradas sin discriminarlas, una con un contenido trivial y la otra portadora de una gran alegría, inconsciente de que hay en el interior. La comparación es sin lugar a dudas bastante imperfecta, porque todos los seres humanos, al tener el mismo Padre, son, por tanto, hermanos -incluso si lo somos con distintos niveles espirituales y con distintas funciones en la sociedad humana. (Socialmente, una persona puede ser más importante que otra; pero dado que todo el mundo es único, todo el mundo es indispensable. Afirmar lo contrario es nihilismo democrático).

Otro cliché sentencia que somos iguales ante la ley. En ocasiones, esta igualdad constituye un recurso administrativo para ahorrarse dinero y la dificultad de hacer largas investigaciones. En otras palabras, la igualdad ante la ley puede ser práctica. Pero ciertas cuestiones se imponen: ¿es deseable? ¿es justa? ¿deberíamos defenderla?

Un niño de cuatro años que haya cometido un asesinato debería ser, obviamente, tratado de manera distinta a un adolescente de 17 o a un adulto de 30. Los igualistaristas estarían de acuerdo con esto, pero rápidamente añadirían que todos los hombres y mujeres de 30 años deberían ser castigados de idéntica manera. Sin embargo, muchos tribunales tienen en cuenta las circunstancias. Santo Tomás insistía en que robar en una situación de emergencia real -un mendigo desesperado roba un trozo de pan para alimentar a su familia- no es pecado. Y en Austria, la ley en tales circunstancias invocaría la unwiderstehlicher Zwang (urgencia irresistible) y el criminal obtendría una sentencia suspendida o sería liberado. Y, de nuevo, cuando los alemanes se estaban congelando en el invierno de 45-46, el Cardenal Frings de Colonia dijo a los creyentes que, dadas las ciscunstaqncias, robar carbón no era pecado, no era crimen a los ojos de Dios (De ahí la locución Kohle fringsen, a carbón fringsize).

En otros casos, la diferencia entre sexos pone trabas en la igualdad ante la ley. Las mujeres, por ejemplo, pueden decidir tener hijos y, por lo tanto, conseguir permiso por maternidad con paga, los hombre no pueden. Cuando el bikini topless apareció en la Alemania de 1964 un periódico denunciaba a la policía de manera humorística la violación de la altísima ley básica del país, democrática e igualitarista, que prohibía toda discriminación entre sexos - ¿por qué debían las mujeres ser obligadas a cubrirse la parte de arriba de sus cuerpos y los hombres no? ¿Pero no había discriminado Dios entre los sexos? La igualidad ante la ley puede ser tremendamente injusta: atención a la protesta, Summum ius, summa iniuria ("La ley más estricta puede ser la mauor de las injusticias). Es más, la justicia está mucho mejor descrita por el principio de Ulpiano anteriormente citado -Suum cuique, a cada uno lo suyo.

Un tercer cliché que se invoca a menudo por mucha gente es el de la igualdad de oportunidades. En el sentido estrecho del término, nunca puede conseguirse, y nunca debería intentar conseguirse. Al contratar a un trabajador debemos distinguir entre trabajadores habilidosos y torpes, los esforzados y los vagos, los lerdos y los inteligentes, etc. Por desgracia, la tendencia de muchos sindicatos es la de protestar contra tales discriminaciones e insistir en pedir salarios iguales y seguridad laboral. Sería mucho más sabio pedir la abolición de la discriminación injusta, aquella que no se fundamente en ningún hecho reseñable. Algunos sindicatos tienen el lamentable record de discriminación racial, como los de la República de Sudáfrica donde el hombre común tendía a ser racista mientras que los hombres de negocios solían dar poca importancia al color.

La discriminación justa, o la preferencia basada en el mérito, está conscientemente excluida de un proceso santificado que tiene gran influencia en nuestra sociedad -las elecciones políticas. Tanto si se trata de una genuina elección democrática en Occidente o de una comedia plebiscitaria en el Este, el principio de "un hombre un voto" es un lugar común hoy en día. El conocimiento del votante, la experiencia, el mérito, el sexo, la riqueza, su jerarquía militar, su influencia en la comunidad…-nada cuenta excepto el principio vegetal de la edad: tiene que tener 18, 21 o 24 años. La prostituta semianalfabeta de 21 años y el profesor de ciencias políticas de 65 años que perdió un brazo en la guerra, tiene una gran familia, paga una considerable porción de los impuestos, y ha estudiado los problemas políticos de las votaciones, son políticamente iguales como ciudadanos. Incluso comparándolo con un estudiante del gobierno de 19 años, nuestro prostituta tiene una mayor consideración como votante. No es sorprendente, por tanto, que en muchas naciones emergentes -y en muchas otras- la alfabetización no sea un requisito para votar. El igualitarismo de los votantes ha engendrado psíquicamente otras nociones de igualitarismo y ha sido criticado en muchas ocasiones por el Papa Pío XII. Y no sólo por él.

Pero volviendo a la igualdad de oportunidades: en cierto sentido, ni siquiera una tiranía totalitaria puede realizarla ya que ningún país puede decretar que un niño recién nacido, tenga los mismos padres. Podrán ser iguales a otros padres en lo relativo a la riqueza, pero, ¿tendrán las mismas habilidades pedagógicas? ¿le otorgarán la misma herencia? ¿Le darán la misma nutrición que otros padres? ¿La misma educación?

La petición de una educación igual e idéntica ha emergido una y otra vez en todas las democracias, totalitarias o no; de acuerdo con ello, la variedad en las escuelas es profundamente antidemocrático. Para conseguir sus fines, los igualitaristas se han visto forzados a defender no solamente la escolarización intensiva, y el internamiento en las escuelas de manera que puedan contrarrestar el hecho de que muchos padres son diferentes (cada matrimonio ofrece otra "constelación"). Los niños, argumentan, deben ser sacados de sus hogares y educados colectivamente 24 horas al día. (En la Unión Soviética un plan -apoyado por el "liberal Khushchev, carnicero de Ucrania y Hungría- dictó que el 90% de todos los niños por encima de 6 años debían estar internados por 1980. Cómo está idea hubiera afectado la baja tasa de natalidad es otra cuestión). Pero incluso estas medidas nunca conseguirían una completa igualdad de oportunidades a menos que los atributos así como la capacidad y la habilidad fueran ignorados. Si esto ocurriera, padeceríamos una decadencia general a todos los niveles.

Tenemos también el problema de la desigualdad racional y/o intelectual. Dios ha dotado a las diversas naciones con distintas cualidades y defectos. Los japoneses tienen relativamente poca vista, los Bambutis (los enanos africanos) tienen piernas cortas, los Watussis piernas muy largas, los esquimales raramente sufren de infartos, los meditarréneos tienen un sistema nervioso que reacciona más rápido que el de los norteños. Y, en tanto el cerebro es parte del cuerpo, los IQs difieren por todo el mundo. Para una persona religiosa preocupada especialmente con la eternidad, esto no supone ningún problema; para una persona pagana, representa un problema vital. Negar estas diferencias es acientífico y demuestra un infantilismo ideológicamente condicionado.

Pero como Friedrich August von Hayek señaló, una cierta igualdad en el trato es necesaria en una sociedad libre. Sólo al tratar a la gente igual uno puedo descubrir quién es superior a quién. Un mismo grupo tiene que realizar las mismas pruebas para clasificar a sus miembros; los caballos en una carrera tienen que empezar desde la misma línea. Por tratar a la gente de igual manera (volvemos al adverbio), no los convertimos en iguales, ya que en una sociedad libre y abierta los mejor cualificados avanzarán más rápido ("Honrad a quién merece ser honrado").

No puede haber ninguna duda de que, desde el punto de vista del bien común, la sociedad abierta es mejor, ya que los talentosos tienen una mayor oportunidad de desarrollarse que en sociedades dividades en castas o estamentos. Pero sería un gran error pensar que la ausencia de desventajas estructurales incrementa la felicidad personal. Los dotados burgueses que fracasaban en la Francia prerrevolucionaria tuvieron el consuelo de culpar al malvado sistema por su incapacidad de llegar a lo más alto. Aquel que fracase en una sociedad libre debe o bien culparse a sí mismo (lo que provoca la melancolía de los afligidos por complejos de inferioridad) o arremete contra conspiraciones imaginarias emprendidas por personas ruines o por enemigos pérfidos. Así, psicológicamente su posición ha empeorado en mucho. Una sociedad móvil puede contribuir a alcanzar grandes logros pero, por la naturaleza de las cosas, incluso a más frustraciones. Las perturbaciones psicológicas -crisis nerviosas o suicidios- pueden incrementarse en una sociedad móvil (así como en aquellas que han perdido las convicciones religiosas). Todo ello, sin embargo, no elimina la superioridad intrínseca de una sociedad abierta sobre una cerrada.

El igualitarismo, tal y como hemos indicado, no puede progresar sin el uso de la fuerza: la perfecta igualdad es sólo posible en la total esclavitud. Dado que la naturaleza (y naturalidad implica libertad de restricciones artificiales) no está predispuesta en contra de grandes desigualdades, la igualdad tiene que imponerse por la fuerza. Imaginad una clase medio de estudiantes en un internado con su variedad de talentos, intereses e inclinaciones por el trabajo esforzado. Un buen día, el principio dictatorial establece que todos los estudiantes saquen una B en una determinada asignatura. Los estudiantes C, D o E serían compelidos a trabajar más duramente, hasta el punto de que muchos se colapsarían. Por otro lado, los estudiantes A tendrían que ser contenidos -mediante drogas o encerrándolos con ejemplares de Playboy o The New Masses, o simplemente golpeándoles en la cabeza. En resumen, la fuerza debería ser usada, tanto como Procrusto la empleaba. Pero el uso de la fuerza limita y en muchos casos destruye la libertad.

Un paisaje libre tiene montañas y valles. Para hacer el paisaje "igualitario" habría que destruir los picos de las montañas y rellenar los valles con los escombros. Para mantenerse nivelado, un seto tiene que ser recortado con regularidad. Para igualar la riqueza (de la manera en que lo hacen muchos países progresistas en ambos lados del Telón de Acero) el gobierno tiene que ordenar iguales salarios o acabar con el exceso a base de impuestos -en la medida en que los que reciban un salario por encima de la media deberían rechazar el realizar trabajo adicional. Dado que los trabajadores esforzados son gente dotada con resistencia e ideas, el que rechazaran trabajar iría en contra del bien común.

En otras palabras, un antagonismo real, una incompatibilidad, una mutua exclusión existe entre libertad e igualdad por la fuerza. La situación es curiosa dado que en la menta popular estos dos conceptos están estrechamente ligados. ¿Se debe ello a que la Revolución Francesa eligió como slogan "Libertad, Igualdad y Fraternidad" o a otra razón?

Ninguna me viene a la cabeza excepto el nexo mencionado más arriba. Si A es superior a B -más poderoso, más hermoso, más inteligente, más influyente, más rico- entonces B se sentirá inferior, intranquilo, probablemente temeroso de A. Y, como hemos visto, la desigualdad engendra miedo -y envidia, aunque pocas veces se diga. El miedo y la envidia son hermanos gemelos, o quizá trillizos con el odio para más inri.

Sin embargo, cuando uno se fija, la igualdad y la libertad son mutuamente hostiles. Dado que la igualdad es un elemento motriz de la democracia y la libertad se encuentra en la base del auténtico liberalismo, los conceptos son mutuamente excluyentes.

Es necesario señalar algo acerca de la igualdad en EEUU. Como es bien sabido, aquello de lo que presume la gente es lo que usualmente carece. Los hambrientos hablan de comida, los pobres de dinero, los gordos de la delgadez, los enfermos de salud, etc. Esto es cierto por igual en todas las naciones. Uno escucha hablar de la lealtad de los alemanes, del corazón de oro de los vienneses, de las tendencias colectivistas de los rusos, de la frivolidad de los franceses, del individualismo de los Reformistas, de la obediencia de los católicos -todos ello son mitos.

Así también el deseo de igualdad en los EEUU. Los americanos sólo "siguiendo el programa" son igualitarios, y esto da lugar a una actitud esquizofrénica hacia la vida. Se les ha dicho que tienen que admirar la democracia, una ideología importada desde Francia, ellos piensan (al ser gente seria) que tienen que "vivir al máximo". Pero por naturaleza, ellos no son nada igualitarios; al contrario, están muy interesados e la cualidad y en los rendimientos individuales, tal y como se evidencia en su vida profesional que es (según los estándares europeos) brutalmente elitista. Si tú no lo haces bien, fracasas, y si el fracaso es la pesadilla de todo americano; no desean ser igual, sino triunfar, ser excelentes. Una continua prueba de comparación se lleva a cabo en los EEUU.

"Un hombre es tan bueno como otro" se dice con poca sinceridad, pero sin creerlo -menos mal. ¿Podría alguien en su sano juicio imaginar una sociedad competitiva e igualitaria? Los tres campos más importantes de la vida americana son los negocios, el deporta y la política, y en todos ellos la medida, que expresa la cantidad y la cualidad, tiene un lugar prominente. La histeria igualitarista que actualmente está arrasando los EEUU, que invade su vida a través de innumerables y en ocasiones ridículas leyes y regulaciones, es altamente antiliberal y por entero una importación antiamericana. William Dean Howells en su "Impressions and Experiencies" (1896) dijo una simple verdad: "La desigualdad es tan apreciada por el corazón americana como la libertad en sí misma".

Comentarios

 
La igualdad en el voto tiene su mayor virtualidad en que de esa forma también se puede pedir acatamiento para con los resultados de la elección a todo el mundo, independientemente de su opinión previa, de su cultura política o cultura sin más, o de cualquier otra diferencia objetiva que pueda invocarse, lo que resulta del mayor provecho para la aceptación y atractivo de las democracias, sistemas que consisten en la posibilidad de una alternancia pacífica y en el suministro de legitimidad a los gobiernos electos, para lo cual ese igualitarismo deviene óptimo y necesario.
Enviado por el día 31 de Julio de 2005 a las 20:38 (1)

No se admiten ya más comentarios.