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1 de Diciembre de 2003

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Todo un hombre de Estado
Bitácora de Juan Ramón Rallo Julián

Nacionalismos y liberalismo. Respuesta a Eduardo Arroyo.


Gracias a la bitácora mi amigo Antonio Mascaró me he enterado de que en un artículo de Eduardo Arroyo en el Semanal Digital se han referido a mi reseña del libro de Vidal-Quadras, Amarás a tu Tribu, publicado en esta web.

Antes que nada, obviamente, debo agradecer al Sr. Arroyo tanto que se haya tomado la molestia de leerse mi reseña como que la haya citado en su artículo. Sin embargo me gustaría, por alusiones, hacer unas consideraciones sobre el mismo.

Desde que escribí mi reseña sobre el libro de Vidal-Quadras hasta hoy, mis visiones sobre el secesionismo han ido evolucionando hasta acercarse, pero sin identificarse, a las del Profesor Huerta de Soto, inspiradas parcialmente, a su vez, en las del maestro von Mises. Con esto quiero significar que las conclusiones a las que llega el artículo no las comparto hoy en día, pese a que sus valores inspiradores, individualismo y libertad, siguen conformando los principios rectores de mis ideas. Ahora bien, en virtud de esos valores que, evidentemente, sigo compartiendo, los extractos que el Sr. Arroyo menciona en su escrito me parecen plenamente asumibles aún hoy.

La unidad de España en ningún caso constituye un fin sino, como mucho, un medio adecuado para defender la libertad de las personas. Sucede que no parece coherente defender la libertad de las personas vinculándolas de manera coactiva y represiva con un Estado al que no desean seguir unidas; ni parece coherente que la libertad y la propiedad deban salvaguardarse ni siquiera un Estado liberal, asentado en última instancia en el expolio al ciudadano. Sólo el mercado, la libre empresa y el acuerdo voluntario entre las personas suponen una situación adecuada para preservar los derechos naturales de los individuos.

El Sr. Arroyo me acusa de anteponer la libertad individual a la identidad colectiva, encarnada, según él, en la innegable nación española. Efectivamente, si defendí en su momento la estabilidad institucional no fue debido a cuestiones holísticas camufladas de demagogia individualista, sino a una incierta relación entre Estado español y libertad. Y digo incierta porque un Estado catalán independiente podría ser tan o más liberal que el español. Otra cosa es que, viendo el espectro espectral político catalán, consideremos improbable esa posibilidad a corto y medio plazo. Pero nada hay en el Estado español que lo haga depositario de una inmerecida garantía de la libertad; de hecho, no lo hay en ningún Estado, más bien todo lo contrario.

Tampoco es cierto, como afirma Arroyo, que "aún hoy resulta imposible, en consecuencia, fundamentar ninguna identidad grupal sobre premisas liberales porque el individualismo es radicalmente opuesto a toda noción de identidad colectiva". Me recuerda a aquella aformación que relaciona liberalismo con egoísmo; los liberales no criticamos la solidaridad, sino la coacción redistributiva. De la misma manera, la mayoría de los liberales creemos que el único sujeto depositario de derechos es el individuo, lo cual no significa que las comunidades o las sociedades deban ser destruidas. De hecho, Thomas Paine equiparó en su Common Sense, sociedad con anarquía; por no mentar la esencial división social del trabajo y del conocimiento. La crítica liberal va dirigida, en realidad, contra la dominación estatalista mediante métodos de reeducación o contra la filiación nacional coactiva.

La Encyclopaedia Britannica, en esta línea, define anarquía como "un principio o teoría de la vida y la conducta según la cual la sociedad se concibe sin gobierno: la harmonía se logra no por sumisión a la ley o por obediencia a la autoridad, sino por los libres acuerdos establecidos entre varios grupos" No es imprescindible, así pues, recurrir a un individualismo radical ni, tan siquiera, en la definición de anarquía. El liberalismo nada tiene en contra de las naciones formadas por la libre adscripción de las partes. En consecuencia, tampoco se opone a conservar la idiosincrasia de la nación, subjetivamente descrita, siempre que se respete la libertad de cada individuo.

Imagino que estas derivaciones son las que el Sr. Arroyo califica de "ariete indistinto frente al separatismo vasco-catalán y frente a la afirmación de la nación española". Así es. Según estas doctrinas, ninguna institución permanece, ni siquiera la sacrosanta unidad nacional, si ésta atenta contra la libertad de las personas. Esto no significa que España necesariamente vaya a desaparecer si se abre la mano, sólo que no se impondrá, que no se perpetuará, contra la voluntad de las personas. Al Sr. Arroyo parece que no le agrada esto, parece que le duela que las personas puedan oponerse a lo que el considera una realidad preexistente. ¿Preexistente a qué? Si es cierto que España es algo preexistente y objetivo, que no depende de los caprichos individuales al ser un subproducto del desarrollo histórico, no hay motivo de preocupación; está más allá de nuestro alcance el destruirla, queramos o no subsistirá. Y aunque no fuera así, ¿esa preexistencia justifica la restricción de la libertad? ¿Deben ser los individuos quienes elijan qué naciones integrar o debe ser el Estado quien manu militari consagre la herencia histórica de nuestros ancestros?

Subrogándose en la postura del nacionalismo sólo cae, como usted mismo de manera irónica señala, en la sinrazón. Lo que yo le exijo al nacionalismo no es, como usted supone, una racionalización de los sentimientos, sino más bien que esa sinrazón no nos arrastre a los demás; que su proyecto vital no implique planificar y disponer sobre mi vida. Comprenderá, Sr. Arroyo, que cuando se quiere diseñar mi vida y controlar mi libertad, las esgrimidas "realidades preexistentes", por las que se intenta justificar tal atropello, me importen bastante poco.

Saludos liberales

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