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22 de Agosto de 2006

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Todo un hombre de Estado
Bitácora de Juan Ramón Rallo Julián

Nuevas reflexiones sobre la defensa privada: Respuesta a Iracundo (III)

15. La reestructuración productiva

Isidoro sostuvo que ninguna economía puede funcionar con la constante amenaza de guerra. ¡Cómo si el Estado sirviera para eliminar las amenazas de guerra y no, en todo caso, para defendernos de la materialización de esas amenazas!

Yo le repliqué que la única verdad que contenía ese argumento es que, aun cuando él había pasado de largo ese punto, en una guerra continua estamos consumiendo a marchas forzadas el capital de la sociedad, de modo que no puede permanecer de manera perpetua en esa situación. Sin embargo, ello no tiene nada que ver ni con el anarcocapitalismo ni con el minarquismo, más bien con la simple naturaleza de la guerra: el consumo de capital se produciría tanto si la demanda de elementos militares la realiza el Estado o las empresas privadas. La única diferencia es que estas últimas pueden calcular mejor sus operaciones (gracias a los precios de mercado) y ello les permite minimizar las pérdidas de capital (si bien éstas siguen existiendo).

Réplica infeliz de Isidoro: escogemos el estado porque incentiva coactivamente la reestructuración industrial necesaria para el aumento de la capacidad combativa del ejército propio mediante el aumento de la presión fiscal y el subsiguiente descenso del consumo civil. ¿Sin coacción la reestructuración sería relevante? Sólo con amenazas muy, muy claras e inmediatas.

De nuevo, el pobre Isidoro no ofrece ningún argumento para sustentar su afirmación de que la reestructuración sólo funcionaría con amenazas “muy, muy claras”. Y mal podría ofrecerlo, vistas las flagrantes carencias de formación económica.

Primero, el Estado tiene dos formas de lograr la reestructuración productiva. La primera es planificando toda la economía; cerrando empresas civiles, abriendo otras militares, estableciendo las redes de aprovisionamiento, las etapas de la estructura de capital y destinando coactivamente a los trabajadores y materias primas a las distintas industrias. Este es un camino destinado a la perdición; incluso Mises, que era un defensor de la defensa estatal, criticaba esta forma absolutamente socialista de organizar la defensa.

La otra manera que tienen, y a la que recurren todos los gobiernos occidentales, es incrementando la rentabilidad de las industrias militares. ¿Y cómo hacer eso? Pues se incrementan los impuestos y se genera una demanda extraordinaria hacia esas industrias. Si el gobierno, por ejemplo, pasa de controlar el 25% del gasto público al 50% y gasta ese 25% adicional en industrias militares, todas las industrias civiles que antes recibían ese dinero, se quedarán sin demanda; serán incapaces de pagar a sus proveedores y trabajadores y quebrarán. Dado que el dinero seguirá afluyendo a la industria de guerra por orden del dinero, las industrias privadas se instalarán allí y comenzarán a proveer el equipo militar que el gobierno demanda.

No sé si Isidoro ha pasado a defender la planificación centralizada de la industria militar o, en cambio, cree que por algún misticismo extraño, la provisión de equipo militar sólo se vuelve más rentable durante una guerra si hay Estado.

¿Por qué las empresas de seguridad, ante una amenaza evidente de guerra o en medio de una guerra (y recuerdo que el Estado mínimo, para ser mínimo, sólo debería incrementar extraordinariamente los impuestos ante estas dos circunstancias) no podrían incrementar su demanda de bienes militares? ¿Acaso sostiene Isidoro que los consumidores no estarían dispuestos a pagar más para lograr la protección necesaria? ¿Acaso cree que en medio de una guerra seguirían consumiendo bienes civiles al mismo tiempo que durante la paz? En ese caso, estás afirmando que a los consumidores no les importa su propia seguridad y, por tanto, no veo motivo para que el gobierno se la imponga coactivamente (aun cuando esta posibilidad sea bastante remota).

De hecho, los EEUU financiaron la Primera Guerra Mundial a través de bonos de guerra (liberty loans) que fueron adquiridos voluntariamente por sus ciudadanos. De los 32 mil millones de dólares que les costó la guerra, 24 mil fueron prestados voluntariamente por los ciudadanos. El Estado no tuvo que recurrir a los impuestos (a la exacción directa) para financiarse. ¿Por qué es verosímil que los ciudadanos compren bonos de guerra al Estado pero no que paguen un precio a una empresa?

Y si, como sucedería en una situación donde los individuos no quisieran ser invadidos por un agresor externo, los consumidores están preocupados por su seguridad actual, ¿por qué no van a estar dispuestos a pagar más –renunciando a otros caprichos presentes- a las empresas de seguridad para garantizar su defensa? Y si las empresas tienen más fondos disponibles, ¿por qué no van a emplearlos en adquirir bienes militares? Y si la demanda del mercado se relocalizada hacia las industrias militares, ¿qué impediría la reestructuración productiva?

De hecho, es bastante frecuente que durante una guerra la industria militar tenga unos beneficios vertiginosos; lo cual la convierte en un foco muy atractivo para depositar el capital. ¿Dónde está el obstáculo a la reestructuración? Ya te lo digo yo: en la ignorancia.

Y si bien la reestructuración podría ser, al menos, tan rápida en una sociedad anarquista que en una estatista, hay otra razón que puja a favor de la anarquía.

Sabemos que los impuestos no tienen un carácter neutral. Si coloco un impuesto al consumo, estimulo el ahorro (al hacerlo relativamente más barato), si coloco un impuesto sobre la riqueza estimulo su conversión en renta, si coloco un impuesto sobre el trabajo, estimulo que la gente incremente su tiempo libre, si coloco un impuesto sobre los dividendos, estimulo la financiación empresarial a través del endeudamiento...

La neutralidad –entendida como no distorsión del comportamiento individual- sólo puede lograrse sin impuestos, esto es, allí donde el individuo elige su propia distribución de recursos.

Pues bien, el Estado para financiar la guerra necesita recurrir a los impuestos, lo cual distorsiona la estructura productiva al margen de su transformación en una estructura productiva militar. En otras palabras, la porción de la producción no destinada a usos militares, se ve condicionada por la financiación estatal.

Imaginemos que se decide gravar las rentas del trabajo; en ese caso, los individuos trabajarán menos. ¿Qué se gravan los beneficios empresariales? Pues incrementamos gastos superfluos para reducir la base imponible. ¿Qué se gravan los patrimonios personales? Pues, o los sacamos del país o los consumimos en mayor medida al transformarlos en renta.

En cualquier caso, la estructura productiva se ve gravemente lesionada. ¿Es esto grave? Pues bastante. Recordemos que el Estado recauda impuestos de la estructura productiva, esto es, de la parte de la economía que genera riqueza. Si esa parte de la economía se ve atacada o distorsionada, la creación de riqueza disminuye (en los tres casos comentados es evidente: menor mano de obra disponible, menor cuota de reinversión y dilapidación de capitales) y, por tanto, los asideros fiscales también. El Estado podrá recaudar cada vez menos impuestos y sus posibilidades para financiar la guerra caerán.

Esto no quiere decir que la guerra en una sociedad anarquista pudiera durar eternamente, sino que, gracias a la mayor creación de riqueza, podría durar durante más tiempo.

16. Lo razonable

Recordemos que, según Isidoro, la defensa, cuando es nacional, es el culmen de la eficiencia. La razón no pasa de un simple porque sí o porque siempre ha sido así. El hecho de que la información no nos esté dada y que su creación sea una cuestión de mercado, no parecen suponer obstáculos para él.

Sin embargo, afirmar complacientemente que la defensa es mejor al ser nacional porque siempre ha sido así, presenta problemas importantes. Si siempre nos encontramos en la cresta del desarrollo histórico, entonces dejamos de lado la posibilidad de que el hombre se equivoque.

Los marxistas también creían haber descubierto las leyes de la historia, afirmando que la sociedad comunista era inexorable. Si hemos de hacer caso al historicismo de Isidoro, entonces su Estado mínimo es tan imposible como el anarcocapitalismo: hoy simplemente no existe en ninguna parte, ergo es ineficiente. De hecho, hace 50 años, cuando el marxismo había colonizado un tercio del planeta y su ascenso parecía imparable, deberíamos habernos plegado de brazos.

Si la defensa del anarcocapitalismo es errónea, entonces el minarquismo también es imposible, por no haber sido capaz de perpetuarse jamás. De hecho, ni la democracia se habría instaurado jamás, ni la esclavitud habría sido abolida con semejante razonamiento (es más, muchos esclavistas sólo eran capaces de argüir que “siempre había sido así”, algo muy similar al argumento definitiva de Isidoro)

Obviamente Isidoro no acepta esta explicación; la doble vara de medir aparece de nuevo. Lo que sirve para el anarcocapitalismo (su inviabilidad historicista) no sirve para el minarquismo. ¿La razón? Pues de nuevo el porque sí, porque Isidoro está dotado de un conocimiento superior que le permite, sin argumento alguno, sacar conclusiones apodícticas: El minarquismo, como se está mostrando por mera oposición en este debate, no es un tinglado utópico desde el que atrincherados podamos reírnos del mundo sin llegar a poder aplicar reforma alguna en sistema alguno. "La anarquía llegará": lo que dice todo anarquista al nacer y al morir. El gobierno mínimo es una perspectiva razonable a la que acceder mediante pasos iniciales como el gobierno limitado. Estos pasos iniciales no son increíbles ni imprevisibles, están ahí. Pero sobre todo y ante todo, el minarquismo es una postura frente al gobierno que dice: no debes hacer esto, esto y esto; no es una ideología que pretenda erradicar instituciones afirmando ampulosamente su inexistencia.

Primero, deberías tener un poco de pudor y evitar afirmaciones del estilo “se está mostrando en este debate”. Aquí sólo has mostrado una rabieta incapaz de demostrar lo que para ti es evidente; por algo será.

Segundo, el gobierno es una perspectiva razonable para ti. Para mí el anarcocapitalismo es un sistema mucho más razonable que el minarquismo y, en cambio, para un socialista el libre mercado no es razonable. La forma que tenemos para averiguar quién tiene razón es contraponiendo los argumentos y mostrando su consistencia interna. Tú te has limitado a afirmar que tal sistema “es razonable” “es obviamente mejor”, “no caben dudas de que funciona”... pero sin un simple argumento que no se caiga por su propio peso o que sea un refrito destinado a los ya convencidos. Hace un buen rato, no sé si voluntaria o involuntariamente, que dejaste de argumentar en toda esta discusión; te limitas a hacer afirmaciones sobre lo que crees que sucederá y lo pontificas como resultado necesario de la acción humana, pero eres incapaz de demostrar nada. Tu razonabilidad es una razonabilidad preconcebida, que no puede desmontarse porque, según tú, sólo puede ser cierta. Por desgracia para ti, seguirán existiendo diferencias entre argumentar y demostrar y las naderías demagógicas.

Tercero, el anarcocapitalismo también le dice al Estado que no debes hacer: en concreto le dice que no debe hacer nada en tanto Estado, esto es, organización coactiva que pretende planificar todas o algunas de las relaciones sociales.

Cuarto, el anarcocapitalismo ni pretende erradicar instituciones ni afirma que no existen. Me parece que no sabes ni qué estas criticando. Si con instituciones quieres decir “Estado”, mal podrá afirmar el anarcocapitalismo que no existen cuando son su enemigo. Si con instituciones quieres decir “orden espontáneo”, es decir, institución en el sentido hayekiano, entonces ningún anarcocapitalista te negará su existencia ni conveniencia; sólo su monopolización estatista. Aclara tus ideas antes de lanzarte a una piscina sin agua.

17. El proceso de mercado isidorificado

Como ya he comentado, la defensa nacional puede ser ineficiente y, de hecho, lo será salvo por accidente histórico. La única forma que tenemos para saber si una institución, una empresa o un sistema es eficiente, es sometiéndolo al mercado y permitiendo que los distintos individuos descubran las oportunidades de ganancia no satisfechas.

Isidoro protesta: ¿Cómo podrían encontrar esas nuevas formas? ¿En qué consistirían esas “nuevas formas”?

Si estamos diciendo que la única forma de saber y descubrir formas de provisión eficientes es ejerciendo la función empresarial en el mercado, se me antoja complicado que pueda saberse ex ante cuál será el resultado de ese proceso de mercado. ¿Qué cuales son esas formas más eficientes? Ni tú, ni yo, ni nadie lo sabe sin mercado, de ahí que el socialismo no funcione y, por tanto, tampoco el socialismo en su modalidad defensiva. Dado que, según tú, no existen formas más eficientes de provisión de defensa, no vale la pena permitir que la defensa se provea libremente.

Los planificadores socialistas también decían: “si estas son las necesidades del pueblo, si nosotros ya reunimos todo el conocimiento de la sociedad, ¿para qué dejar que los empresarios experimenten otras modalidades?

Es muy sintomático que Isidoro tenga esa concepción tan cartesiana del mercado, no como un proceso, sino como una distribución privada de lo que YA existe. Para Isidoro no hay creación de información en el mercado.

Y no debemos extrañarnos. Isidoro cayó en la falacia historicista de afirmar que la defensa nacional era el resultado eficiente que nos había ofrecido la historia. En su crítica al historicismo, a la determinación científica del curso de la historia, Popper ya expuso su famosa refutación: “la historia no tiene leyes porque la acción futura depende de una información que aun no se ha creado, por tanto, sin esa información, no podemos saber qué sucederá mañana”.

Dado que Isidoro desprecia esa creación de información y pretende que, ahora, sin mercado y sin posibilidad de ejercer la función empresarial, ya le determine y acote el rumbo futuro de la acción, no es de extrañar su filiación historicista. De hecho, es el resultado inevitable de sus erróneas premisas.

18. La expansión de la violencia

A reglón seguido con lo anterior, continúa Isidoro: Hablamos de violencia, insisto: ¿alguien se pregunta que ocurre cuándo la mafia recibe notificación de sus “defendidos” diciendo que se pasan a otra “compañía”? No lo respetan, porque ellos tienen las armas y la soberanía de los consumidores no existe.

Ya he explicado que posibilidades hay muchas. Pero básicamente, la crítica también puede dirigirse contra el Estado mínimo: “¿alguien se pregunta qué ocurre cuando el Estado se totalitariza? No respeta a los individuos, porque ellos tienen las armas y la soberanía de los individuos no existe.”

Contra el mal no existen soluciones perfectas. Hemos visto ciertos mecanismos que hacen al anarcocapitalismo al menos tan bueno como el minarquismo para evitar esas situaciones y también hemos visto otros que lo hacen mejor. Volver sobre este punto es reiterarse sin motivo, ya hemos realizado las críticas pertinentes con anterioridad. En esencia, Isidoro no puede criticar al anarcocapitalismo por la posibilidad de que degenere en miniEstados y, en cambio, alabar al minarquismo aun cuando pueda degenerar en totalitarismo. Tiene dos opciones que, obviamente, no ha tomado: a) o probar que el anarcocapitalismo necesariamente degenera en miniEstados totalitarios o b) probar que es más probable que el anarcocapitalismo tiene más probabilidades que el minarquismo de degenerar en totalitarismo.

Pero ni una ni la otra. Su limitada visión de la realidad lo ha llevado a alabar las instituciones inglesas, cuando esas instituciones no son fruto del Estado, sino de la interacción humana y del aprendizaje individual. Instituciones que, perfectamente, podrían existir en un sistema anarquista y prestar, al menos, una función tan válida.

De entre las varias posibilidades que ofrecí (alto coste de la guerra, la defensa por parte de otras empresas, la resistencia interna, la ayuda externa, la colaboración de los bancos, la descapitalización en los mercados internacionales, las instituciones subyacentes...), Isidoro se limita a comentar una de ellas: La única posibilidad, según tú argumentas, es que otras compañías se enfrenten a la compañía que trata de imponerse a sus consumidores, pero... ¿es eso lo que más probablemente pasaría? ¿No se generaría sin embargo la pauta a seguir? ¿No pasarían todos a “domar” a sus clientelas? Porque una cosa es dar pan a cambio de dinero, pero... ¿qué dan las empresas a cambio del dinero en este caso? Algo muy indeterminado: seguridad.

Primero, aunque fuera la única posibilidad no sería nada desdeñable. De hecho, es más de lo que pueden tener hoy con el Estado. No olvidemos que nada en la configuración de tu Estado mínimo, salvo características ajenas al mismo (cómo las instituciones) o tímidos checks and balances (como la separación de poderes, la democracia o la libertad de movimientos), mucho más reforzados bajo el anarcocapitalismo, permiten concluir que éste no vaya a totalizarse.

Segundo, que un empresario se totalitarice no significa que todos vayan a hacerlo. Del mismo modo que por el hecho de que un individuo considere lucrativo (y probablemente lo sea) robarle al vecino, no todos se dedican a ello. De hecho, una agresión ilegítima de una empresa, crea oportunidades de ganancia antes inexistentes para otra empresa: defender a esos clientes.

Tercero, lo del “bien indeterminado” ya me ha dejado perplejo. Aun cuando fuera indeterminado, ¿qué problema habría? Pero es que además, casi todos los servicios son indeterminados: la educación, la salud, la cultura o la diversión. ¿Significa ello que los colegios, los hospitales, las farmacias, las bibliotecas, los cines, los teatros o los pubs no pueden proporcionárnosla? De hecho, precisamente porque ese bien no está determinado a priori, sino que la satisfacción de la seguridad varía según los individuos, no tiene ningún sentido eliminar el mercado e imponerla centralizadamente.

Continua Isidoro con sus dislates: La naturaleza del medio por el cual proveen dicha seguridad así como las deficiencias de la actitud de la demanda (querer llevar la razón en un marco de inseguridad jurídica) hace que el oferente pueda y quiera cambiar el contenido de su producto; ese cambio puede ser operado localmente, pero tiene tales beneficios en perspectiva que pronto surgiría sistemáticamente, generándose el proceso estatal o imperial que acontece en todo asentamiento humano sumido en el caos.

Primero, la naturaleza del medio es la violencia, pero no el monopolio de la violencia como tu reclamas. De ahí que, al haber varios proveedores de violencia, los checks and balances sean más efectivos que si, simplemente, sólo hay y puede haber uno. En ese caso, la oferta de defensa no tiene por qué ser respetuosa con la libertad y la propiedad de los individuos (ya que acumula la mayor parte del poder de la sociedad y -acudiendo a tu obsesión por los árbitros últimos- no existen ninguna institución salvo su propia discreción, que corte el ciclo de violencia Estado-sociedad). Lo que tendremos será una organización que será mínima y limitada en tanto ella quiera; y podrá totalizarse cuando le venga en gana, sólo enfrentándose a la tibia oposición de su población (que en cualquier caso también existiría en la anarquía), pero no a otros posibles proveedores de seguridad.

Segundo, la naturaleza de la demanda puede ser asumible o no asumible. Si yo le digo a un vendedor de Mercedes que quiere un último modelo por 100 euros, no me venderá el coche. Si yo le digo a una empresa de seguridad que quiero hacer lo que me venga en gana a cambio de la cuota propuesta, dados los enormes costes en términos bélicos que ello comporta, se negará a defenderme.

Tercero, los beneficios en perspectiva sólo son suficientes en caso de que prevea la victoria militar, esto es, en caso de una flagrante victoria sobre el enemigo (y a un coste que no suponga la destrucción absoluta de la población). Una empresa agresora, en una sociedad de jurisdicciones cruzadas, debería enfrentarse a varias empresas de seguridad para conquistar un territorio dado (mientras que ahora sólo tiene por qué hacerlo con un Estado); de modo que las perspectivas de victoria serían estratégicamente más difíciles de planificar.

Imaginemos que yo me sé superior a A, pero no a B ni a C. Siendo ello así, tendré que buscar territorios donde la única empresa sea A y donde tenga una autonomía militar suficiente como para atacarla sin causar daños a B o C. En cambio, ahora si me sé superior a España pero no a Francia o Inglaterra, puedo circunscribirme a conquistar el territorio ocupado por ese Estado.

En este punto Isidoro sigue con su suma y sigue de disparates. Ahora resulta que las empresas de seguridad no podrían hacer frente al ataque de otros Estados (porque son muy torpes) pero extrañamente sí pueden someter a su población con una facilidad pasmosa (porque son muy poderosas): el triunfo de una tendencia ancap sólo sería posible con una especie de consenso tácito mundial. ¿O acaso una Corea del Norte no vería una perita en dulce en unos vecinos anarquistas? ¿Fe estatista dices? Será que no me hago ilusiones sobre los hombres.

Pues no; del mismo modo que se puede instaurar la democracia sin que todo el mundo hayan abandonado las monarquías absolutas, una sociedad anarquista sólo necesita empresas suficientemente poderosas para gozar de una cierta probabilidad de victoria. No digo ni siquiera una “segura probabilidad”, ya que los agentes –tampoco los Estados y las empresas- no toman sus decisiones en ambiente de completa certeza, sino que ponderan los riesgos inherentes a su acción. De ahí que el riesgo a perder una guerra, sea suficiente para que muchos no la inicien.

19. La rentabilidad del poder absoluto local

Aunque Isidoro dijera unas líneas antes –mostrando una pavorosa falta de lectura- que “La única posibilidad, según tú argumentas, es que otras compañías se enfrenten a la compañía que trata de imponerse a sus consumidores”, ahora parece que se reencuentra con otras posibilidades. En concreto, critica mi argumento de que una empresa de seguridad internacionalizada sufriría una fuerte descapitalización en cuanto tratara de convertirse en monopolio en alguno de sus territorios de influencia.

Dice Isidoro: No, el poder local absoluto es mucho más rentable que cualquier activo extranjero. La represión que las inversiones foráneas pudiesen ejercer sobre la mente del señor de la guerra es risible en comparación con la perspectiva de ser dominus et deus en un territorio, por exiguo que se antoje.

Yo no sé qué visión tiene Isidoro del mundo de las finanzas –bueno, sí lo sé, pero preferiría no saberlo- pero este comentario no tiene ni pies ni cabeza. Como de costumbre, Isidoro recurre a pontificar: “el poder local absoluto es mucho más rentable que cualquier activo extranjero”. ¿Seguro? ¿Siempre? ¿Y cómo me lo demuestras?

Te voy a poner un solo ejemplo en el que tu pontificación no se cumple. Imagina una empresa mexicana que muestra una eficiencia tremenda en acabar con el crimen allí donde opera. Su popularidad, de hecho, se ha extendido por el mundo, así que prevé crecer por otras zonas. Sólo tiene un problema: necesita dinero para poder exportar su modelo a mayor escala (por ejemplo, para asentarse en amplias zonas de Texas requerirá más personal, más armas, más infraestructuras...).

Así, anuncia una ampliación de capital dentro de un mes a 100 euros la acción, pues las expectativas del negocio son muy positivas. A los quince días, sin embargo, tiene la ocasión de convertirse en monopolio local en varios puntos de México, así que la aprovecha. Los texanos se horrorizan y rechazan cualquier tipo de vinculación contractual con la empresa una vez se asiente en Texas. Termina el mes y comienza la ampliación de capital. ¿Tú crees que después de haber arruinado las perspectivas de negocio en Texas podrán seguir vendiendo las acciones a 100? ¿Tu crees que la ampliación de capital destinada a asentarse en Texas tiene alguna probabilidad de éxito cuando acaban de horrorizar a los texanos? Es más, ¿tú crees que a la empresa le sale rentable asentarse como monopolio territorial en unos pueblecitos de México y renunciar al mercado texano?

Podría darse el caso, pero desde luego no sentenciaré que vaya a ser necesariamente así. Siempre que los flujos de caja que pueda obtener en otros territorios sean superiores a los que pueda obtener con el monopolio local, entonces no renunciará a aquellos.

Esto significa que no es necesario que una compañía tenga una competencia efectiva en todos y cada uno de los territorios donde opera para que no degenere en Estado. Supongamos que en un territorio muy poblado como Nueva York operan 4 compañías, de modo que A no se atreve a enfrentarse a ninguna de ellas y mucho menos a las 3 juntas contra ella. A sólo puede crecer en Nueva York compitiendo con las otras tres. En cambio, en un pueblecito de Ýfrica, la empresa es la única proveedora de seguridad, de modo que considera factible establecerse como monopolio territorial.

El problema es que si lo hace –esto es, si INCUMPLE los pactos con sus clientes- los consumidores de Nueva York cancelarán masivamente sus contratos, de modo que renunciará a unos importantes flujos de caja a cambio de la miseria de un pequeño pueblo.

Puedes creer que la solución óptima para ese caso sería la de una asociación entre las cuatro empresas para explotar a los neoyorkinos. Pero de nuevo esto es erróneo –midiéndolo sólo desde esta perspectiva, habría que tener en cuenta además el resto de checks and balances. A no ser que tengamos las mismas empresas operando en Nueva York que en el resto del mundo, un monopolio en Nueva York no significaría un monopolio en el resto del mundo. Por ejemplo, si en París operan A, B y C, y en Roma A, D y E, si se forma un monopolio en París, sigue sin existir en Roma, con lo que A perdería a sus clientes romanos.

Puedes ir más lejos y crear que lo eficiente sería, en ese caso, un monopolio entre todas las empresas de seguridad del mundo. Pero esto tiene diversos problemas, incluso con tu propia tesis. Primero, te recuerdo que, según tú, los altos mandos militares de las diversas compañías se sublevarían ante la creación de una nueva empresa; así que, según tu teoría, una fusión mundial sería un galimatías irresoluble. Segundo, una empresa mundial debería confrontar centralizadamente con bastante probabilidad multitud de conflictos secesionistas en diversas partes del mundo. Y tercero, si a esto añadimos que el cálculo económico sería del todo imposible, la estabilidad de ese monopolio mundial sería endeble.

Si fuera tan sencillo, no dudes de que los políticos ya habrían establecido hace tiempo un gobierno mundial. El hecho de que no exista sino como proyecto muy a largo plazo significa que todavía tienen que manipular más a la población para que consienta y no se levante ante esa aberración.

20. Eficiencia frente a eficacia

Que Isidoro no está muy ducho en los conceptos económicos resulta bastante palpable en todo el texto. Ahora tenemos una nueva prueba de ello.

En mi crítica a la defensa nacional recordé que el Estado español no tiene por qué ser la unidad de defensa eficiente, sino que ésta pueda estar constituida por asociaciones con distintas empresas sitas en distintos lugares de la geografía. Así, no teníamos por qué esperar que los andaluces tuvieran que defender a los catalanes ni mucho menos que los tuvieran que defender siempre. Eso es una cuestión de estrategias militares que se abre precisamente cuando no impones que, necesariamente, la unidad eficiente de defensa es y tiene que ser España -¿por qué? Porque sí.

Me dice Isidoro: Que acudan a la defensa los andaluces o dejen de acudir puede significar la derrota o la victoria en suelo catalán. Es mera cuestión de número. Atendamos a lo que decía Clausewitz sobre la concentración de las fuerzas en el espacio: “La mejor estrategia consiste en ser siempre muy fuerte, primero en un sentido general, y luego en el punto decisivo. Por lo tanto, aparte del esfuerzo en crear las fuerzas suficientes y que no siempre corresponde al general en jefe, no hay ley más simple y más imperativa para la estrategia que la de mantener concentradas las fuerzas.” A más soldados, más fuerza: por eso nos interesa que vengan los andaluces.

Primero, aun sin saberlo –y es que ya sería pedirle mucho que lo supiera- Isidoro está confundiendo dos conceptos económicos distintos: eficacia con eficiencia. La eficacia sólo atiende a la consecución del resultado, pero no a los medios utilizados para ello. La eficiencia, en cambio, reduce el perjuicio en cuanto a medios para obtener un resultado.

Por ejemplo, A y B entran en guerra. Eficacia: A vence a B. Eficiencia: A vence a B con las menores bajas y costes posibles. Eficacia no eficiente: A vence a B a costa de perder innecesariamente a todos los soldados de su ejército.

Por tanto, una cosa es que el mayor número de soldados siempre nos haga más eficaces, y otra que nos haga más eficientes. Si para ganar las guerras no necesito incrementar de manera innecesaria el número de soldados y de bajas, no habrá necesidad de crear una carnicería. Si para defender ciertos poblados catalanes puedo recurrir a soldados franceses que, por conocerse la zona, serán más eficientes que los andaluces, no necesito reclutar necesariamente a aquellos para engrosar el número.

Segundo, en todo caso, Isidoro sigue sin entender nada. El hecho de que los andaluces, por la configuración defensiva de las distintas empresas, no acudan a defender Cataluña no significa que su número sea menor. Como ya he dicho, las tropas que hoy vendrían de Andalucía pueden provenir en una situación anarquista de zonas francesas o italianas, por poner un ejemplo. EEUU no utiliza soldados andaluces y no por ello tiene un ejército pequeño.

Lo que interesa, por tanto, no es imponer unidades defensivas grandes e ineficientes, sino unidades defensivas eficientes. Si es cierto que los soldados andaluces son vitales para la defensa de ciertos poblados catalanes, en su búsqueda de eficiencia, los empresarios podrán llegar a acuerdos de asistencia mutua por los cuales los soldados andaluces defiendan esos territorios y viceversa. Yo no niego que esa pueda ser la defensa eficiente, sino que esa deba ser la defensa eficiente, lo cual es radicalmente distinto.

21. Estado, te amo

Nos metemos en un apartado especialmente divertido de la argumentación de Isidoro, que tiene que ver con todo el sentimentalismo carca que envuelve al militarismo estatista. En varios comentarios comprobaremos cuál es el auténtico fundamento de la defensa estatal: el orgullo militar.

Veamos el primero. Isidoro sostuvo inicialmente que ante un ataque exterior los ciudadanos de un país colaborarían en defenderse unos a otros porque se sentirían todos amenazados. A esto le repliqué que no tiene mucho sentido sacar de nuevo la doble vara de medir: si la anarquía no funciona por la existencia de free-riders (esto es, de gente que quiere ser defendida sin defender a los demás), ¿qué mística circunstancia alterará esa estrategia en caso de existir Estado? Los neoclásicos lo tienen claro: la amenaza de compulsión por parte del Estado, que no tiene nada que ver con la colaboración cuasi fraternal de la que habla Isidoro.

Pues bien, ¿qué responde ahora?: ¿Socialmente está mal visto no pagar los plazos del frigorífico? Tal vez para algunos, pero para muchos será un tema estrictamente personal; como mucho motivo de algún comentario hiriente. Pero... ¿cómo está visto socialmente el desertar o ser insumiso durante una guerra? No pagar seguridad a una agencia de seguridad es como no contratar con la compañía del gas; la gente puede opinar que eres tonto por usar el gasoil, por ser más caro, pero no te señalará con el dedo. En cambio, negarse a combatir en un ejército que pretenda defender a toda la comunidad de una agresión no es algo que en ningún caso estaría bien visto.

Primero, aquí tenemos una contradicción flagrante. Si la gente no ve mal dejar de pagar los plazos de un frigorífico es porque no concibe que ESO le cause perjuicio alguno. Si la gente ve mal que se deserte, es porque cree que ESO le causa un perjuicio. Tú afirmas que los free-riders serían la piedra de toque que imposibilitaría la defensa privada de un territorio, ergo ESO causa un perjuicio a sus habitantes que, siguiendo tu lógica, deberían sentirse ofendidos.

En realidad, el ejemplo es mucho más cercano al del vecino que deja de pagar los gastos de la comunidad; si bien, en el caso de la defensa, habida cuenta del bien puesto en peligro, ese malestar resulta mucho mayor.

Segundo, si tú mismo eres el que afirma que la provisión de defensa es cualitativamente distinta a la de cualquier otro bien, como el pan, no entiendo por qué ahora me comparas el pago de la provisión de defensa con el pago de un frigorífico.

Tercero, aun desde un punto de vista neoclásico, el ejemplo es malísimo. Estamos estudiando el problema de provisión de un bien público y tú metes en la comparación un bien claramente privado. ¿Pero te has llegado a enterar de cuál es el objeto de discusión?

En todo caso, aquí ya tenemos un primer germen del sentimentalismo militarista. La gente, por el simple hecho de existir un ejército público, acudirá encantada a combatir en el frente y a defender a sus compatriotas. Cosa que no puede suceder si el ejército es privado, porque entonces se volverían todos egoístas y gorrones. Fantástico.

Sigamos con los las niñerías sentimentalistas: Los trabajadores de una empresa nacionalizada no ven como suyos los éxitos de la producción, pero los habitantes de un país si ven como un éxito de todos y cada uno la victoria militar ya que se han salvaguardado las libertades y el régimen constitucional. La diferencia entre un asunto y otro salta a la vista.

Ahora me entero de que el problema del socialismo es que los trabajadores no ven como suyos los éxitos de una empresa nacionalizada. ¿Es que acaso si lo ven los trabajadores de una empresa privada? Que yo sepa, al trabajador le resulta indiferente la modalidad de propiedad a la que ofrezca su prestación: tan ajenos le son los éxitos del Estado como los de un capitalista/empresario (a menos que le ofrezca participaciones en la empresa, claro). Vamos, revísate el problema del cálculo económico. Ni siquiera la premiseana crítica de la falta de incentivos va por ahí. Perdido, muy perdido.

No me cabe duda de que los ciudadanos, al vencer una guerra, sientan la victoria como propia por salvaguardar sus libertades. Exactamente igual que los consumidores de una empresa de seguridad ven como propia la victoria en una guerra por salvaguardar sus libertades.

¿Cuál es la diferencia? De nuevo ese tufillo sentimentalista que embriaga a los belicistas patrioteros (que no patriotas).

Pero el mayor disparate viene ahora. Después de todo esto, le pregunté a Isidoro que dónde quedaba el Estado mínimo cuando ese Estado enviaba al frente a soldados no profesionales (reclutamiento forzoso), como si de esclavos se tratara. Nos dice Isidoro:

Que yo sepa llamar al ejército a los nacionales, el gobierno nacional, en una amenaza nacional, dista mucho de la trata de esclavos (basta ver que un altísimo porcentaje de quiénes sirven en las guerras, incluido el paradigma antibélico de Vietnam, están orgullosos de haber combatido). ¿Dónde está el estado mínimo? Bajo amenaza: en guerra. Si no se llama a filas te garantizo que el estado mínimo desaparece, eso sí: contento algún tonto de morir de rodillas antes que luchar de pie.

Vamos, que lo que todos conocemos como reclutamiento forzoso o servicio militar obligatorio es a todas luces un Edén del voluntarismo porque algunos combatientes en Vietnam (obviamente algunos de los que sobrevivieron) están encantados de haber ido al frente. Esto es como el violador que le dice al juez sobre su víctima: “No, pero si ella quería”. No, perdón, es todavía más ridículo. Es como si después de decir esa burrada el juez le pregunta al violador: “¿Por qué crees que ella quería?” y el violador le responde: “Porque yo conozco a mucha gente que hace el amor”. Pero en fin, de dónde no hay difícilmente se puede sacar.

Y todo ello en nombre del Estado mínimo a pesar de que ante una amenaza de guerra no le queda otro remedio que desaparecer. O bien se totalitariza o bien queda sometido al ejército extranjero.

Lo curioso de esta forma de pensar es que olvida el problema principal: si asumimos que el Estado, por ser mínimo, tiene la obligación de dejar de serlo (con la posibilidad de mandar forzosamente a la guerra a sus habitantes) ante un conflicto bélico, la forma más sencilla que tendrá un político de expandir sus poderes será, precisamente, favorecer los conflictos militares. De hecho, los distintos políticos del mundo, nacionales y extranjeros, tendrán poderosos incentivos a simular conflictos inexistentes que les permitan legitimar reducciones permanentes de las libertades.

Fijémonos en que esta perversa lógica socialista aplicada a la defensa, aparece como una imposición ideológica al devenir del Estado mínimo. El político no tiene, ni siquiera, que justificar los recortes de libertades durante una guerra; es más, de cara a la galería podría oponerse con firmeza a ellos pero justificarlos por razones de índole “nacional”. El ciudadano adquiere una obligación positiva de defender a sus “hermanos nacionales” (aun cuando un individuo tenga una relación mucho mayor con otras personas que vivan en territorios distintos a los de su Estado-nación) y, por tanto, de renunciar a su libertad. Se nos exige que pongamos en riesgo nuestra vida para salvar nuestra libertad; cuando es evidente que todo reclutamiento forzoso acaba en sí mismo con nuestra libertad presente y, en caso de morir en el frente, con nuestra libertad futura.

Pocas cosas hay más absurdas que conceder amplios poderes discrecionales y extraordinarios al Estado durante situaciones de extrema gravedad. Primero, porque por su propia lógica, el Estado tenderá a reproducir esas situaciones de extrema gravedad para poder utilizar esos poderes discrecionales y extraordinarios. Y segundo, porque es tremendamente inocente (por decirlo de manera suave) pensar que el Estado será capaz de dar una respuesta adecuada a una situación de emergencia imprevista; si de verdad los ciudadanos sienten su libertad amenazada ante la impotencia del ejército regular, serán ellos mismos los que se levanten en armas y se alisten en el ejército. En circunstancias semejantes, resulta estúpido que el Estado destine recursos “humanos” en asegurarse que nadie se sustrae a su reclutamiento forzoso, máxime cuando ese reclutamiento, en caso de materializarse, sólo enrolará al ejército a un individuo que no quiere combatir.

22. La persistencia del cliché de la nación y la introducción de la ciudadanía

Ya hemos comentado la poca solidez de la imposición de la defensa nacional. Isidoro ante mi insistencia de por qué debemos organizarnos forzosamente a partir de este accidente histórico, responde: Porque la nación existe y abarca muchas personas. A más personas, más combate se podrá dar.

Todo esto nos lleva, de nuevo, al Estado mundial o, al menos, a Estados cada vez más grandes. Al mismo tiempo, es una contradicción en sí mismo. Si la única virtud de la nación es que existe y que abarca a un gran número de personas, entonces la nación deja de ser el marco adecuado para la defensa porque, aun cuando las personas sean numerosas, en todo caso su expansión está limitada por cuestiones culturales.

Si queremos un ejército cuantioso, la nación debe dejar de ser la base del ejército. Una fusión entre España y China supondría una fusión antinacional pero un incremento de la capacidad militar de ambos territorios. Supongo que en este punto Isidoro será favorable a una reorganización profesional de los Cascos Azules o a la creación de un ejército permanente en la Unión Europea.

Pero en todo caso, no era éste el comentario que más me había llamado la atención. Veamos cómo intenta Isidoro demostrar que la agrupación de personas en forma de nación debe constituir la base de la defensa: Basta ver cómo reaccionan los hombres en combate: se agrupan. Dicha agrupación es tácticamente aberrante ya que si cae un obús perdido en un grupo mueren cientos en lugar de uno, dos o nadie (...). Pero esto es humano, y la guerra es humana. Los hombres se agrupan para atacar y se agrupan para defender: batallan. Si las agresiones las realizan ejércitos y no individuos aislados, las defensas serán hechas por ejércitos. ¿Lógico?

La verdad es que no mucho. Las agrupaciones humanas en tiempo de guerra pueden deberse a dos causas: la primera el ataque común, la segunda el ataque hacia intereses comunes.

En el primer caso, tenemos una individuo o un Estado que declara la guerra a una pluralidad de individuos, se conozcan o no, tengan lazos en común o no. La agrupación es una consecuencia natural de la necesidad de cooperar para repeler un ataque que, por el motivo que sea, afecta a todos ellos. En este caso, necesitaremos una cierta agrupación territorial previa en tiempo de paz, si bien no es imprescindible: el Estado que declara la guerra contra una raza promoverá la agrupación de la resistencia de esa raza contra su ataque.

El segundo caso sucede cuando un individuo o un Estado agrede a un interés que muchos individuos consideran propio, estén o no agrupados territorialmente. Ese interés común no requiere de una agrupación territorial ni de que el ataque se haya declarado contra personas concretas. En realidad, sólo requiere la existencia de una sociedad que vaya más allá de la mera agrupación territorial: es necesaria una serie de lazos entre las personas con unos intereses similares. La agrupación militar de los individuos se producirá en este caso en función de los intereses implicados.

Las diferencias son importantes. En el primer caso, la agrupación sólo se producirá en función de los objetivos militares del atacante. Si yo restrinjo mi agresión a un solo individuo, la agrupación defensiva carecerá de sentido, por cuanto no hay una identidad de amenaza. De la misma manera, si yo restrinjo mi ataque a una porción del territorio, sólo promoveré la agrupación defensiva en esa porción del territorio.

Por el contrario, en el segundo caso, la agrupación defensiva se produce con independencia de los objetivos militares del atacante. Yo no puedo controlar la posibilidad de que intereses ajenos se sientan afectados por mis acciones. Si yo, por ejemplo, decido matar a Pepe, y Pepe tiene una familia que lo quiere pero que vive en otro país, la defensa de Pepe implicará a su familia, aun cuando se encuentre en otro territorio.

Las ventajas del segundo modelo sobre el primero son evidentes: en aquél, la defensa es controlable por el atacante, en éste no. Para evitar los inconvenientes del primer modelo, se recurre a la ficción de que una agresión a un territorio concreto, ésta se entiende producida a un territorio mucho mayor. Así, si yo restrinjo mi ataque a Sevilla, el Estado español obliga a los burgaleses a considerar que ese ataque también les afecta a ellos.

Por supuesto, la modificación del primer modelo supone una mejora respecto a su formulación primitiva. Sin embargo, sería tremendamente erróneo identificar, como Isidoro hace, esta formulación primitiva con el anarcocapitalismo (es decir, si Cuba ataca Sevilla, entonces sólo los turolenses se defenderán) y su refinamiento con el minarquismo (si Cuba ataca Sevilla, el Estado español obligará a todos los españoles a defenderlo).

En realidad, por mucho que el primer modelo se refine, seguirá adoleciendo del mismo problema fundacional: ante unas estructuras políticas dadas, el agresor podrá definir por sí mismo el alcance concreto de su ataque. La mejora defensiva siempre provendrá de una carrera hacia la expansión del Estado: burocracias más grandes y centralizadas.

Sin embargo, el anarcocapitalismo no tiene nada que ver con esta concepción verticalista y monocéntrica de la defensa, sino con el segundo modelo expuesto. Las agrupaciones defensivas se realizan en función de los intereses afectados por el ataque. El agresor no puede controlar cuál va a ser la respuesta esperada, ya que depende de factores que escapan de su conocimiento y manipulación.

Así, si yo quiero conquistar Sevilla, deberé enfrentarme contra todos aquellos que tengan intereses en Sevilla, y éstos no tienen por qué coincidir con la totalidad de los españoles, sino que puede excluir a parte de ellos e incluir a parte de los hoy llamados extranjeros (por ejemplo, empresas de USA o de Marruecos).

Por supuesto, las empresas de seguridad tendrán en Sevilla el interés de proteger a sus clientes, de quienes perciben sus cuotas mensuales y con quienes han suscrito un acuerdo de colaboración. De ahí, que todas las empresas de seguridad que operen en Sevilla tendrán que repeler el ataque extranjero.

¿Combatirán ejércitos? Sí, pero esto no significa que deban ser ejércitos arbitrariamente establecidos, al margen de los intereses implicados y de los mecanismos de coordinación flexibles que posibiliten la adaptación de la respuesta defensiva a los requisitos concretos de cada caso.

Esta confusión de Isidoro sale a relucir claramente en su siguiente párrafo: Si a mi me atacan todos los alemanes no se me ocurrirá pensar que podremos defendernos sólo algunos de los españoles, es más: es posible que no puedan resistir ni siquiera todos los españoles juntos. Ahí tienes el por qué, ¿lo tomas o lo dejas?

La cuestión no es que sólo defiendan algunos españoles, sino por qué unas personas que no tienen intereses comunes –salvo los impuestos coactivamente por el Estado- tienen que defenderse entre sí y por qué hay que aceptar que la forma de defensa más eficiente provendrá de los accidentes históricos.

Si a mi me atacan los alemanes, esperaré que mi empresa me defienda, porque todos los que hemos acudido a ella tenemos el interés común de nuestra seguridad proporcionado por la empresa que juzgamos más eficiente. Si el ataque no sólo se dirige contra mí sino contra más personas, un mayor número de empresas se dirigirán a repeler la agresión, impliquen o no a españoles. Por tanto, la disyuntiva entre defensa común estatista y defensa individual anarquista sólo demuestra la profunda incomprensión de Isidoro y su necesidad de construir un hombre de paja al que atacar.

De nuevo, volvemos al patrioterismo desquiciado para justificar la violencia: Niegas la evidencia; ningún ejército mercenario ha podido con uno nacional. En realidad el paradigma de esto serían las guerras púnicas, ejemplo de guerra total. No ganaron los púnicos pese a tener la ventaja militar en muchos momentos y obtener muchas victorias, ganaron los romanos porque ejército tras ejército había nuevos hombres dispuestos a dar cumplimiento al aforismo de Horacio: “Dulce et decorum est pro patria mori” en defensa de su patria, de su nación.

Pero esta descripción no puede más que contradecirse con las afirmaciones precedentes.

Primero, es falso que un ejército de mercenarios nunca haya ganado a uno nacional: Executive Outcomes contra Angola en 1994.

Segundo, si es cierto que las guerras se ganan cuando los soldados ponen a disposición del ejército sus vidas, mal se concilia esto con la anterior defensa del servicio militar obligatorio, donde se fuerza a soldados, que no quieren morir por su patria, a que lo hagan. El resultado no es una defensa más eficiente, sino una carnicería más profusa.

Tercero, la estética se me antoja tan subjetiva que hablar sobre ella me provoca sentimientos de pérdida de tiempo, pero aún así no me atrevería a decir que la muerte por la patria sea ni dulce ni honrosa; mucho menos cuando la muerte no se acepta voluntariamente, sino que es empujada desde arriba, so pena de fusilamiento por deserción.

La patria ha justificado tantas barbaridades que establecer una norma general por la cual el individuo siempre deba ceder ante la nación, me resulta de un colectivismo preocupante. Es cada persona quien debe valorar si considera digno morir por la patria; pero para ello antes deberá poder decidir cuál es su patria. Por ello, los versos de Horacio sólo pueden funcionar en una comunidad de intereses, como la arriba descrita, donde las personas batallan por intereses comunes, entre ellos, su libertad.

Si la nación es impuesta y su defensa forzada, lo único que tenemos es una ficción de ataque conjunto o de intereses comunes unida a una obligación de fingir que se muere en defensa de una nación. Pero la mentira no puede ser ni dulce ni honrosa, salvo para los hipócritas.

La cosa, claro está, no cambia porque queramos tamizar el concepto de nación con el de ciudadanía. Dice Isidoro que nación y ciudadanía están unidos inseparablemente desde el populus romanus: ¿Y qué es nación sino ciudadanía? Cartago no tenía eso y los ciudadanos romanos le aniquilaron hasta los cimientos, literalmente. No son pocos los autores que afirman que Roma conquistó el mundo gracias al concepto ciudadano; la integración de grandes masas de individuos en la idea de nación. Y ese concepto fue espontáneo, ¿o una alucinación colectiva, como el estado?

Primero, si hasta el momento hemos estado hablando de un concepto étnico de nación, según el cual España es una nación por su historia, cultura, lengua y folklore común, entonces no parece muy lógico modificar súbitamente nuestras definiciones y pasar a hablar de un concepto político de nación. Si la nación es el conjunto de individuos libres con derechos políticos, entonces Cartago no tenía nación, lo que según tú la inhabilitaba para conformar agrupaciones defensivas y constituir una defensa eficiente. Vamos, que Escipión el Africano tampoco realizó gesta alguna; Cartago era un poblucho que necesariamente debía perder ante Roma.

En todo caso, si abandonamos el concepto étnico de nación y pasamos a hablar de nación como agrupación de hombres libres, entonces la adscripción territorial-cultural de una agrupación se vuelve innecesaria; basta con la existencia de lazos comunes entre personas libres. Y de hecho, en Roma, no todos los individuos que integran su territorio formaban parte de su nación política; ni siquiera la mayoría. En realidad, las redes de ciudadanía tenían poco que ver con el territorio y mucho más con los intereses y derechos comunes que los aunaban. De ahí que el concepto político de nación sea perfectamente subsumible en el de un consumidor que suscribe un contrato en virtud del cual obtiene ciertos derechos y prestaciones.

Segundo, algunos han leído a Hayek por el forro de las tapas y ya elevan al altar cualquier palabra relacionada con él. Vamos a ver, que algo sea espontáneo no significa que sea bueno. Los accidentes en las carreteras también son un fenómeno espontáneo y son tremendamente negativos. El fundamentalismo islámico también es fruto de la evolución espontánea de diversos agentes y estructuras de poder, pero no resulta enternecedor.

El concepto político de nación que restringe su aplicación a la filiación al monopolio estatal podrá ser fruto de la evolución, pero de ahí a inferir que esa evolución merece nuestro respeto, hay un gran trecho. Una perspectiva simplemente evolucionistas nos convierte en unos ultraconservadores defensores del statu quo. La evolución debe ser analizada críticamente a través de la razón, no para reconstruirla ni para diseñarla, sino para influir en su ulterior evolución. En caso contrario, medio mundo debería seguir sometido al yugo del comunismo por el simple hecho de que las inexorables leyes de la historia favorecieron la cuasi universal revolución.

Esta concepción buenista de la evolución esconde, en realidad, un profundo relativismo que le impide juzgar críticamente la realidad, pues toda la realidad existente es fruto de la evolución y, por tanto, positiva. No, el argumento de que la agrupación monopolística haya sido espontánea (lo cual es también discutible, ya que todos los Estados actuales son fruto de las guerras y, por tanto, de espontáneo tienen poco) no significa que sea positiva ni respetable.

En este punto Isidoro da un nuevo giro a los términos y vuelve a adscribirse al concepto étnico-territorial de nación, pasen y vean: Podrás negar idealmente el concepto de nación porque tú no creas en él y lo consideres un mero asunto folklórico, pero hay un sinnúmero de personas que habitaron y habitan este espacio físico y no piensan como tú. Aprecian la igualdad ante la ley, tontos que son. ¿Cómo era eso de la subjetividad de la utilidad? ¡Cántalo, cántalo!

Primero, si hemos dicho que el concepto de nación coincide con el de ciudadanía, entonces lo de menos es que habiten en un espacio físico contiguo y lo de más que estén unidos por una serie de acuerdos comunes que les concedan derechos. Si habíamos abandonado el concepto étnico-territorial no parece muy coherente regresar a él cual Guadiana.

Te lo volveré a repetir; yo niego que la nación cultural deba constituir la base de la política. Del mismo modo que Cartago era una nación cultural sin nación política o los españoles esparcidos por el mundo constituyen una nación cultural a pesar de estar adscritos a muy distintas naciones políticas. Yo no niego el concepto de nación, sino la necesaria identidad entre la nación cultural y la ciudadanía.

Segundo, ¿desde cuando las apreciaciones subjetivas ajenas sientan la base para la coacción? Una cosa es que te suenen pitidos de campanas engarrotadas, otra que quieras utilizar esos pitidos para componer operas clásicas. Si el hecho de que muchas personas opinen algo significa que ese algo debe imponerse, entonces la libertad individual simplemente queda extinguida en nombre de la voluntad común. ¿Esto es tu ideal de formación política? ¿Un Estado mínimo asentado sobre una nación étnico-territorial que confiere derechos a su gusto y con capacidad para disponer de ellos en tiempo de guerra?


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