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22 de Agosto de 2006

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Todo un hombre de Estado
Bitácora de Juan Ramón Rallo Julián

Nuevas reflexiones sobre la defensa privada: Respuesta a Iracundo (IV)

23. Cuarta contradicción que Isidoro niega: la disuasión

Recordemos que Isidoro beatificó las guerras entre Estados porque su fuerte potencial destructivo disuadía de que los Estados quisieran recurrir a guerras. Recordemos sus palabras: el potencial destructor al que llegaron las naciones obtuvo finalmente un logro de la humanidad: la disuasión de la mutua destrucción asegurada.

Sin embargo, cosas de la vida, después de esto, negó que la disuasión pudiera funcionar en el caso de las empresas privadas de seguridad, aun cuando él mismo había asegurado que las guerras entre empresas serían más sangrientas que entre Estados: No sé si sabrás, Rallo, que una ciudad bajo ataque en el que existan no ya dos, sino tres o cuatro facciones en liza tiene tradicionalmente la desgracia de convertirse en lo más parecido a una carnicería. Una guerra entre señores de la guerra con medios contemporáneos sería, en ese sentido: brutal.

Huelga decir que no estoy de acuerdo en este último comentario, pero la contradicción parece evidente. De nuevo sacamos a relucir las dobles varas de medir: el Estado es bueno porque sus guerras son menos destructivas que las de las empresas privadas. El Estado es bueno porque sus guerras son suficientemente destructivas porque permiten disuadir al enemigo, a diferencia de las guerras entre empresas privadas.

O una cosa o la otra Isidoro. O las empresas son más destructivas y, por tanto, disuadirán más que los Estados, o los Estados son más destructivos y, por tanto, sus guerras serán más cruentas.

Sin embargo, Isidoro no desiste en su intento de cuadrar el círculo: Hay una diferencia tangible entre la violencia sin medida aplicada en todas direcciones y la agresión organizada. La primera trae siempre crueldad sin cuento y la segunda puede traerla. La violencia en todas direcciones, la lucha esquizofrénica de facciones, no disuade en absoluto a nadie: nos dice más bien que nos unamos a la locura (ejemplo claro el de las bandas juveniles: o te unes a una o disponte a desaparecer).

La improvisación sobre ideas preconcebidas va alcanzando límites insuperables. La disuasión es un mecanismo mental que opera ex ante al inicio de la agresión; una persona es disuadida cuando la previsión del resultado le hace repeler el riesgo de que se produzca. Si yo sé que una guerra entre empresas producirá una violencia esquizofrénica, intentaré evitar formar parte de esa guerra. El hecho de que las bombas atómicas destruyeran indiscriminadamente al enemigo de una forma cruenta y esquizofrénica –dada su incapacidad para distinguir entre militares y civiles- no significa que no significa que su tenencia no fuera un mecanismo disuasorio: la posibilidad de una guerra nuclear reprimía la tentación de iniciar la agresión.

Me temo que Isidoro, conscientemente o no, confunde disuasión con represalias. En efecto, las represalias sólo tienen éxito (vengar una agresión pasada y prevenir una futura) cuando son organizadas. Si no puedes controlar la ocurrencia de esas represalias, obviamente no hay incentivos para ceder, puesto que la cesión no asegura el fin de las represalias incontroladas.

En este caso, si el escenario descrito por Isidoro para las guerras entre empresas fuera cierto, sí sería cierto que las represalias perderían eficacia en una sociedad anarquista. Sin embargo: a) ya expliqué más arriba como es posible crear una cadena de control durante las guerras para evitar saqueos y acciones indiscriminadas, b) esto no quita que Isidoro se esté contradiciendo: si las guerras entre empresas son más salvajes, entonces la disuasión operará más en una sociedad anarquista que en una estatista (con independencia de que las represalias pierdan o no utilidad).

¿Qué argumento proporciona en contra a este razonamiento? Pues simplemente que las compañías de seguridad están afectadas por una especie de locura y que no existen incentivos para terminar las guerras en ausencia de Estados: El problema no es sino el número de contendientes y su nula cohesión. Los múltiples bandos así como una violencia rayana en lo inhumano no disuaden sino que incitan. Un grupo poderoso, llamémosle estado, no necesita, aunque las haga, cometer atrocidades para disuadir precisamente en base a su poder. ¿Cuál es la perspectiva de una banda juvenil de un barrio de Los Ýngeles? ¿Nula? Ningún bando puede destruir a los otros, simplemente disputan incansablemente por el control de éste o aquel lugar importándoles nada el que el conflicto sea continuo.

Afirmaciones completamente gratuitas. Primero, Isidoro ya establece que habrá muchos contendientes, cuando esto no tiene por qué ser el caso. Todo dependerá de la configuración histórica que se adopte por los consumidores; quizá tengamos una empresa o quizá 400. Imposible de determinar a priori. Segundo, que haya muchos contendientes no significa que no puedan estar cohesionado, como si las alianzas o las integraciones no fueran posibles. Tercero, la comparación de una empresa de seguridad con una banda juvenil es simplemente ridícula, especialmente sin con ello pretendes argumentar que tendríamos tantas empresas de seguridad como bandas juveniles. Si yo te digo que quien secuestra a una persona tiene una entidad similar al Estado inglés, supongo que te parecerá fuera de lugar. Cuarto, un grupo poderoso, en efecto, no necesita cometer atrocidades; de ahí que las empresas de seguridad (que no tus bandas juveniles) puedan disuadir sin cometer atrocidades, porque te recuerdo que las empresas de seguridad pueden ser grupos poderosos. Quinto, asumes a priori que ningún bando podrá destruir a otro, cuando esto no tiene por qué ser cierto; pontificas sobre unos hechos que pueden perfectamente tener una configuración distinta a la que describes. Sexto, aun cuando ningún bando pudiera destruir a otro, lo cierto es que, en este caso, se tendería a alcanzar una situación de paz entre los contendientes para evitar unos ulteriores costes de la guerra que no se verán correspondidos con beneficio alguno (dado que ningún bando puede ganar al otro). Algo muy similar sucede con los Estados; puesto que no van a destruirse entre ellos para no obtener ningún beneficio tangible, se termina imponiendo una coexistencia pacífica; por ejemplo, UK y España podrían iniciar una guerra por Gibraltar, pero las perspectivas de destrucción son tan enormes para un beneficio tan exiguo, que prefieren reconducir el conflicto por la vía diplomática. Exactamente esto podría suceder con las empresas de seguridad.

El otro gran argumento de Isidoro, como ya hemos dicho, pasa por la falta de incentivos para lograr la paz en ausencia de Estados: En cualquier caso nos movemos en un mundo de conflicto perpetuo en el que nadie disuade a nadie porque no hay nada seguro ni una conducta definida que uno pueda seguir para conservar no ya la libertad sino la propia vida: el terror.

Fijémonos en que el conflicto perpetuo es el punto de partida -y no de llegada- del análisis de Isidoro. La libertad y la vida son imposibles porque hay conflicto perpetuo y como la libertad y la vida son imposibles la paz no es alcanzable, ergo hay conflicto perpetuo. Es la magia de los razonamientos circulares y de las ideas preconcebidas.

24. Guerra perpetua

El razonamiento de Isidoro también asumía que la guerra entre agencias iba a ser necesariamente más larga que la guerra entre Estados. Yo le respondí que ello no tendría por qué ser así, dado que las agencias comprometen sus propios recursos, mientras que los Estados comprometen los ajenos. En otras palabras, si yo soy director de una empresa de seguridad cuyo sueldo depende en parte de un paquete de acciones, no estaré interesado en largas guerras que hagan descender su cotización. En cambio, si soy político me resulta indiferente la situación financiera en que se haya el Estado después del conflicto, ya que normalmente habré abandonado el cargo.

 Isidoro, de nuevo, recurre a la fe estatista: No veo por qué un estado democrático con unas instituciones liberales o simplemente no socialistas o nacionalistas agresivas va a desear un marco de guerra absurda o guerra continua. En “el ámbito privado” la guerra puede ser continua porque la expansión del negocio de la extorsión es un incentivo demasiado atractivo como para parar de agredir al vecino que no se avenga a “contratar”.

La técnica de Isidoro es la de siempre: “defino instituciones liberales como instituciones contrarias al totalitarismo”, “defiendo un Estado mínimo con instituciones liberales”, “me despreocupo de la posible degeneración de esas instituciones y de ese Estado mínimo porque mi defensa se circunscribe al caso de laboratorio”.

No te voy a pedir que demuestres que las instituciones liberales necesariamente reducen la violencia. Ahora bien, la reversibilidad de tus argumentos me sorprende nuevamente. Yo también puedo decirte: “no veo por qué unas agencias privadas con unas instituciones liberales va a desear un marco de guerra absurda”. ¿Verdad que eso no añadiría nada a mi argumentación?

Veamos, los políticos pueden desear una guerra precisamente para quebrar esas instituciones liberales que sirven de muro de contención para su intervencionismo. Olvidar este punto y dejarlo de lado en el análisis es tan ingenuo que me sorprende enormemente que no lo consideres. La guerra y la propaganda bélica a la que puede recurrir un Estado permiten corromper esas instituciones para luego proceder a la expansión sostenida del poder político. Los EEUU desde Lincoln son una clara evidencia.

Y la cuestión es cómo tus instituciones liberales impiden que ese comportamiento se reproduzca o, al menos, cómo lo impiden de una mejor manera que el mercado impide que se reproduzcan comportamientos análogos en el anarcocapitalismo. Pero de esto ni una palabra.

De hecho aludes que en el ámbito privado la expansión de los asideros fiscales en el ámbito internacional supone un incentivo casi irrefrenable para la guerra. Pero esto es del todo ridículo por varios motivos.

Primero, nuevamente muestras una gran carencia de conocimientos económicos. Sólo estás considerando el lado de los ingresos (las nuevas contribuciones), pero no el de los costes. Si para ganar 10 al año tengo que gastar 1000 en bombas, puede que la operación no resulte tan rentable. En el caso de una guerra, el monopolio mundial puede resultar una aspiración muy atractiva para forrarse, pero nadie está dispuesto a soportar los ingentes costes que ello supondría.

Segundo, el problema de invadir al tercero que no se aviene a contratar es que, por esa acción, puedes perder numerosos clientes que te estaban contratando pero que no quieren ser presa de un dictador. ¿También los invades a ellos? Sí, es posible, pero tienes un problema: estás multiplicando los frentes de batalla y la gente que te proporcionaba los recursos, al menos transitoriamente, ha menguada de manera significativa.

Tercero, tu mismo argumento se puede aplicar hoy a los Estados. ¿Por qué España no invade Marruecos? Ya ves, tiene millones de nuevos potenciales contribuyentes, pero deja correr la oportunidad. ¿Por las instituciones liberales? Aceptamos barco; ¿por qué Libia no invade Marruecos? ¿También por las instituciones liberales? Si es que Gadaffi es todo un ejemplo.

Pero sigamos con las contradicciones: Cuando el negocio es la violencia... eso que tú llamas recursos se relativiza enormemente. El eventual agotamiento del violento en un marco de todos contra todos significa su allanamiento frente a otros o su aniquilación. Cuando se juega la soberanía, la extorsión, se lucha hasta la disolución sin atender mucho a eso que podríamos denominar recursos. Muerte o rendición: así de sencillo.

Sí, han leído bien. El mismo que hace un rato afirmaba que las guerras entre empresas privadas serían totales y perpetuas porque había incentivos para ellos, ahora critica que el eventual agotamiento de recursos en las empresas pondría en peligro la libertad. De nuevo, tenemos la doble vara de medir: cuando se trata de criticar a las agencias privadas por ser demasiado ofensivas, se asume que los recursos con los que pueden ir a la guerra son ilimitados, cuando se trata de criticarlas por demasiado poco defensivas, pasamos a asumir que esos recursos se han vuelto súbitamente limitados.

En realidad, los recursos de las empresas no tienen por qué ser más limitados que los de un Estado (sobre todo en el caso de ciertos Estados), pero en cualquier caso soportarían directamente el coste de las guerras, cosa que no sucede en el caso de los Estados. Esto significa que su belicosidad se vería frenada (para evitar costes innecesarios) pero su capacidad defensiva no.

En el caso del Estado, en cambio, los costes pueden trasladarse sobre los contribuyentes, de modo que los impedimentos a una guerra prolongada son mucho menores (una alternativa a la guerra prolongada es una guerra prolongada de carácter intermitente, véase EEUU).

Por otro lado, Isidoro es tan consciente de que todo cuanto dice no tiene sentido desde un punto de vista económico que se apresura en modificar los términos. Recordemos la famosa destructividad que debía sustituir a la productividad; ahora nos dice que los recursos son irrelevantes, ya que la alternativa a la batalla es la sumisión. Bien, ¿y si se te agotan los recursos con que batallas? ¿Con la buena intención y el patriotismo? Venga hombre, un poco más de seriedad; los recursos son esenciales para el mantenimiento de la guerra. Como tu mismo dices, su agotamiento supone la derrota del combatiente; ¿cómo van a resultar irrelevantes en ese caso? ¿Se lucha sin atender a los recursos? ¿Entonces a qué atendemos? ¿Al colesterol de los soldados?

Colofón: Otra vez la naturaleza de la violencia es obstinadamente indiferente del mercadeo y de cualquier ficción imaginable de soberanía de los consumidores en dicho negocio.

Claro, la violencia hace que podamos disparar balas aun cuando hayamos agotado las balas o que podamos lanzar bombas cuando las hayamos despilfarrado todas. La naturaleza de la violencia hace que no sea necesario producir uniformes, tanques, artillería o aviones. Porque en la producción de armamento bélico se suspenden mágicamente las leyes económicas; lo importante ya no es si producimos tres tanques por hora en lugar de dos, sino solamente cuántos enemigos pueden destruir unos tanques que todavía no se han producido. Cómo llegar a los tanques es irrelevante, ya que el mercadeo no juega ningún papel; ni en la organización militar, empresarial o productiva.

25. A vueltas con el árbitro

Las dos paridas económicas anteriores (expansionismo continuo e irrelevancia de los recursos) las saldó Isidoro afirmando que no al no haber árbitros últimos entre empresas, sería imposible llegar a acuerdos y, por tanto, a la paz... aun cuando las empresas quisieran. Yo, obviamente, le pregunté en su momento quién era el árbitro último entre el Estado y la sociedad o entre los distintos Estados mundiales que no se encuentran en guerra, y la respuesta de Isidoro refleja nuevamente la inmensa fe que esta gente tiene en el buenismo estatal:

¿Quién habla de árbitros entre estados? Los estados pueden llegar a acuerdos entre sí y, por supuesto, hacerlos respetar en sus territorios respectivos, pero no necesitan de árbitros: basta la disuasión en lo atinente al derecho internacional básico, el ius cogens (No obstante existe un Tribunal Internacional de Arbitraje).

Aquí mezclas muchas cosas. Primero, quien ha hablado de árbitros entre Estados he sido yo, claro. Tu incoherencia te lleva a defender que el Estado puede ser un árbitro último pero la empresa no, curioso. Segundo, las empresas también pueden llegar a acuerdos con otras empresas y con sus clientes; por ejemplo, pueden aceptar someterse a la jurisdicción de un tercer órgano para solventar las eventuales discrepancias. Tercero, el ius cogens del derecho internacional público no está respaldado por ningún ejército, de modo que los Estados podrían decidir no someterse a él. Tú asumes que ello no sucederá, a pesar de que no existe un árbitro superior entre los distintos Estados y, en cambio, asumes que necesariamente sucederá entre empresas que tampoco posean un árbitro superior dotado del monopolio de la compulsión. Tu doble vara de medir es realmente sorprendente.

Sigamos con las incongruencias: Si son los individuos de todo el planeta los que llegan a acuerdos, en un no-estado mundial, ¿quién hace respetar los acuerdos? Aquí si hace falta un árbitro. Si los estados tienen acuerdos básicos sobre la convivencia como la prohibición del genocidio, por ejemplo, ¿qué se hará? Puede haber una guerra, seguramente la habrá. Pero UNA guerra. En el no-estado mundial ancap acabará habiendo guerra a causa de todo acuerdo no respetado por parte de los que se consideren a sí mismos como fuertes. En esas disputas no habría árbitro posible sino, en último término, un sistema monopolístico o monopolítico, establecido por quiénes ejerciesen o pudiesen ejercer la violencia., y que suministraría dicho arbitraje: mejor o peor, pero arbitraje.

Si los Estados mundiales llegan a acuerdos no hacen falta árbitros, si los individuos del planeta llegan a acuerdos, sí. ¿Por qué? Porque el Estado puede ejecutar internamente los acuerdos, dice Isidoro. Pero olvidas el problema esencial: el Estado también puede no ejecutarlo, en cuyo caso se quiebra el acuerdo con otro Estado.

Afirmas que en tal situación puede haber una guerra, pero sólo una (me sorprende tu habilidad para cuantificar el futuro con semejante precisión), mientras que en un sistema libre habrá tantas guerras como incumplimientos contractuales. Bien, miremos tu argumento desde otra perspectiva.

El Estado decide unilateralmente si respetar el acuerdo o no hacerlo. Ello significa que cada Estado que se niega a respetar el pacto arrastra en la misma dirección a toda su ciudadanía. En ausencias de Estado, sin embargo, las decisiones se tomarían individualmente, de modo que para que la negativa del Estado español a respetar un acuerdo tuviera su traducción en una sociedad libre, sería necesario que 40 millones de personas una a una se negaran a cumplirlo.

Es por ello que aun cuando sólo hubiera una guerra en tu mística internacional estatal, la guerra podría ser mucho más destructiva que en un mundo sin Estados. Una guerra entre Estados es una guerra que involucra necesariamente a millones de personas, una refriega entre individuos no pasa de ahí.

Y esto nos conduce al siguiente punto que desprecias en tu análisis. Un individuo que se niegue a adherirse a unas mínimas normas de comportamiento (por ejemplo: respeto la vida ajena) sería necesariamente excluido de cualquier sociedad. En cambio, si EEUU, por ejemplo, se niega a suscribir la prohibición del genocidio, no pasa nada, ya que nadie puede excluir ni imponer su voluntad sobre EEUU.

Dicho esto, tu descripción de millones de individuos que toman acuerdos me resulta tremendamente pueril. Quienes alcanzan acuerdos que vinculan a sus clientes –mientras sigan siendo sus clientes- son las empresas. Y aquí tienes un sistema de check and balances muy interesante y poderoso que no tienes –o lo tienes en mucha menor medida- en el caso de los Estados.

Tenemos dos empresas X e Y. X propone a Y firmar un contrato por el que se prohíbe que sus clientes se maten entre sí, de modo que se constituye un órgano judicial mixto para dilucidar los hechos que impliquen a clientes de una y otra empresa.

Y tiene dos opciones, suscribirlo o no suscribirlo. Los clientes de Y tienen a su vez dos opciones, aceptar la decisión de Y o no aceptarla. De este modo, si Y lo suscribe y sus clientes están de acuerdo, el contrato se suscribe sin problema.

Si Y lo suscribe y alguno de sus clientes no está de acuerdo, éste cancelará su suscripción con Y pero ello le costará probablemente ser excluido de las relaciones que pudiera mantener con los clientes de X e Y (a no ser que suscribiera contratos similares con ambos). En otras palabras, resulta costoso para los clientes de y no aceptar un pacto de tales características.

Si Y no lo suscribe y alguno de sus clientes no está de acuerdo, probablemente pasará a integrar la empresa X (ya que en todo caso podrá suscribir un contrato de no agresión con ella), de modo que el coste en términos de exclusión social será mucho menor. Puede ser que sea excluido de las relaciones con clientes de Y, pero no con clientes de X. Recordemos que en el caso anterior (cuando X e Y firmaban un acuerdo de no agresión y un cliente de Y mostraba su oposición), la exclusión comprendía a TODOS los clientes, tanto los de X como los de Y. En este caso sólo a una parte de ellos.

Por último, si Y no lo suscribe y sus clientes están de acuerdo tendremos una empresa criminosa, del mismo modo que podemos tener en la actualidad un Rogue State. La diferencia es que hoy, los ciudadanos de EEUU que no estén de acuerdo con las medidas de su gobierno, no pueden secesionarse o suscribir un contrato con otro Estado, de modo que la presión sobre EEUU es mucho menor.

En un sistema libre, los clientes controlan a sus empresas de un modo mucho más directo que a los Estados, y las empresas también pueden excluir a aquellos clientes que no acaten sus normas y convenios.

En definitiva, el arbitraje es un fenómeno de mercado. Los esquemas verticales que defiendes sólo sirven para imponer unas voluntades sobre otras, esto es, para que la fuerza se aplique de arriba abajo (dictadura) o de abajo arriba (revolución). En un sistema libre, la fuerza se aplica de manera horizontal y es aquí donde el arbitraje tiene realmente sentido: dos partes que, para no enfrentarse, acuden voluntariamente a un tercero para que dé una solución pacífica a sus conflictos.

Este verticalismo instintivo de Isidoro le lleva a aceptar de manera resignada cualquier totalización de los territorios. Dado que dentro de unas mismas fronteras sólo puede existir una autoridad legítima y esa autoridad legítima en última instancia reside en el pueblo, si el pueblo desea la tiranía, tenemos que aceptarlo: Democracia. Si una mayoría suficiente para subvertir el estado está de acuerdo con el socialismo... nada se puede hacer. Las ideas del pueblo son importantes, ningún sistema puede ser ajeno a la voluntad de la mayoría de las personas: es un hecho. Nada puede evitar las revoluciones en un estado pese a que históricamente sepamos que actualmente es mucho menos probable.

Por supuesto todo gobierno se sustenta en última instancia sobre la voluntad de la mayoría de su población, pero la definición de esta población depende del tipo de estructuras asociativas que existan. Así, por ejemplo, Hong Kong pudo convivir codo con codo con el totalitarismo chino a pesar de formar parte de la misma unidad territorial. La razón fue que Hong Kong integraba una sociedad distinta a la china y que, por tanto, la mayoría de la sociedad estaba a favor de la libertad.

El esquema de relaciones entre Hong Kong y China, en este caso, era de carácter horizontal, no existía una autoridad superior que impusiera una decisión unitaria para ambos países y, por ello, fue posible salvaguardar la libertad en Hong Kong a pesar de que la mayoría de los chinos era comunista.

El mismo esquema puede trasladarse a las relaciones entre empresas. Es evidente que nada impide que los malos ganen la partida, sin embargo la no concentración del poder les dificulta la tarea. Desde el momento en que todos los partidarios de una sociedad libre, puedan adscribirse a una empresa no vinculada a una unidad territorial única, la defensa frente a los liberticidas será mucho más viable.

Hoy por hoy, dado que vivimos en un mundo de estructuras verticales, la libertad sólo puede restaurarse si instauramos, a su vez, la libertad de todos nuestros vecinos, aun cuando ellos mismos crean conveniente someterse a determinadas regulaciones estatistas. Sólo con la mayoría territorial podemos alcanzar la libertad y, por tanto, sólo con muchas mayorías territoriales podemos alcanzar la libertad mundial. Esto se observa muy claramente en las rondas de negociación mundiales sobre el libre comercio, donde la oposición de ciertos miembros frustra la liberalización mundial.

El esquema verticalista sustituye las relaciones interpersonales por las relaciones intragrupales. El individuo se define por la posición que se le otorga dentro del grupo, con el problema evidente de que cada vez tiene una menor autonomía para poder elegir cuál es esa posición (en el campo de la seguridad, la justicia o la defensa lo tiene totalmente vedado).

De este modo, es obvio que la organización política verticalista requiera de un ejército esencialmente ofensivo. Las acciones en una organización vertical se basan en la imposición de unas partes del grupo sobre otras y, por tanto, siempre existe el peligro de la secesión; de que las partes disidentes decidan no formar parte de esa acción colectiva. En ese caso el ejército deberá reprimir esta conducta e imponer su voluntad para defender “la unidad de la Patria”, “la Constitución”, “la base de nuestra civilización” o “los valores Occidentales”.

El esquema es el mismo que el belicismo exterior más rancio. Cuando otro país o individuo se aísla de la “comunidad internacional” y no forma parte del órgano colectivo de decisión, ese país debe ser integrado por la fuerza para que el resto puedan controlarlo a su gusto. El aislacionismo no está bien visto porque restringe el ámbito de poder del resto; a efectos prácticos la no integración es equivalente a la secesión. Simplemente no puede tolerarse en esquemas verticales.

En este punto, Iracundo se vuelve a poner en la piel de tertuliano de carajillo y sostiene: Uno de los ejes de esta discusión es que precisamente el no-estado mundial sería una realidad revolucionaria, todos los días. Que un estado mínimo o constitucional es menos estable o igual de estable que el no-estado ancap... sólo se puede afirmar desde un marco conceptual premeditadamente torcido en el que nada es y todo fluye: cinismo.

Los ejes para Isidoro son su realidad indemostrada. ¿Qué no me gusta el anarcocapitalismo? Pues digo que sería revolucionario, ¡todos los días! ¿Las pruebas? No son necesarias, porque es evidente. De hecho, sostener que el minarquismo pudiera ser más inestable es cínico. ¿Por qué? Precisamente por eso, porque si no lo ves eres un cínico.

La revolución es un modo de subvertir las instituciones vigentes y sustituirlas por otras de nueva planta. Las revoluciones pueden tener un carácter liberatorio (se intentan destruir instituciones de dominación), esclavista (se intentan crear instituciones de dominación) o un poco de ambos (primero se destruyen unas instituciones y luego se crean otras).

En los esquemas verticales la revolución para quebrar la dominación tiene todo el sentido del mundo. Si no estoy de acuerdo con la decisión opresiva mayoritaria, me marcho por mi cuenta; si somos un 49% los que no estamos de acuerdo la revolución está servida.

Bajo las relaciones horizontales, donde el monopolio territorial no existe, se generan una serie de jurisdicciones superpuestas que permiten a los individuos formar parte de las sociedades que ellos elijan. Para una persona que compra sus libros en Amazon, su sociedad tiene más que ver con la tienda online que con la librería de la esquina de su calle.

De este modo, la revolución pierde buena parte de su atractivo, ya que no es necesario alzarse para cambiar parte de las instituciones existentes; esas instituciones surgen espontáneamente como consecuencia no intencionada del actuar humano. Los individuos simplemente cambian su filiación y sus relaciones (como cambiamos de grupo de amigos, de casa, de barrio o de ciudad) de acuerdo con sus necesidades y gustos.

Lo cierto es que, por tanto, la revolución casa mucho más bien con los esquemas verticales de Isidoro que con los horizontales. Por supuesto que nada impide las revoluciones en estos últimos (máxime las de carácter totalitario, basadas en la dominación del mundo), pero aun así es necesario recurrir a mecanismos de control propios de esquemas verticales. Isidoro pretende ofrecerles en bandeja de plata a los revolucionarios totalitarios el aparato militar-policial creado y constituido. Así sólo tienen que tomar el poder (a través de un golpe de Estado o de una guerra civil) y asentarse sobre ese monopolio ya existente para dominar al resto de la población.

¿Se imaginan las dificultades que entrañaría crear un Estado ex novo sobre un territorio? ¿Cómo recopilar toda la información necesaria para que el aparato compulsivo funcione de manera adecuada? Piensen tan sólo en el tema fiscal: sería necesario crear catastros, declaraciones de propiedades, recopilar los documentos contables de todas las empresas (¡que deberían ser previamente estandarizados para ser comparables!), inspeccionar los inventarios, fiscalizar la riqueza extranjera de los ciudadanos… Mientras todo esto no se realizara, la recaudación fiscal sería tremendamente compleja y el fraude estaría a la orden del día. Y lo mismo puede decirse de cualquier otro asunto donde se requiera documentos nacionales de identidad, fichas médicas, títulos académicos…

Las estructuras verticales en funcionamiento ya disponen de toda esta información concentrada (por no mencionar aquella extraoficial como la proporcionada por los servicios de espionaje), de modo que una revolución totalitaria se asienta sobre ella para dominar a la población de manera más sencilla y efectiva.

26. La organización militar

Ya vimos que los escasos conocimientos económicos de Isidoro le llevaban a defender ciegamente que el ejército permanente no podía ser provisto en tiempos de paz porque la gente minusvaloraba las posibilidades de guerra.

La afirmación era la típica realizada por Isidoro en todas las discusiones: no la demostraba en absoluto, pero era evidentemente cierta. Para decir que alguien va a minusvalorar algo (y para decir que necesariamente va a hacerlo) necesitas conocer el valor y el descuento temporal y probabilística que otorgará a un fenómeno. Me temo que Isidoro no tiene nada de esto pero, ¿para qué lo necesita? Él se basta con decir: “la gente es tan tonta que en tiempos de paz no quiere ejército, pero en tiempo de guerra sí; como ellos no pueden hacer ese cálculo y darse cuenta de esa realidad, otros tan sabios como yo (que, vaya por Dios, sí soy consciente de esa necesidad) debemos imponérselo”. Es la misma filosofía que subyace a todas las prohibiciones contra las drogas: “pobrecitos, no saben lo que hacen”.

Repitámoslo una vez más, la seguridad es un sentimiento que tiene cada individuo basado en la ausencia percibida de amenazas. Si el individuo considera que esas amenazas son muy bajas, su necesidad de seguridad será menor que en otro caso (lo cual no significa que el ejército sea reducido; una cosa es decir que el precio de un Mercedes será más reducido que en otro caso si la demanda baja, y otra decir que el Mercedes estará de saldo) y viceversa: si percibe grandes amenazas estará dispuesto a pagar más en su seguridad.

Los gobiernos también están sometidos a este tipo de restricciones. Zapatero no puede quintuplicar de hoy a mañana el gasto militar, simplemente porque no parece que los españoles se sientan más amenazados. Ahora bien, cuando los gobiernos conocen que existe una amenaza que merece un incremento del gasto, disponen de diversos métodos de propaganda para convencer a la población de la entidad de la amenaza. Exactamente lo mismo podrían realizar las empresas de seguridad.

Otro método que tendrían las empresas para financiarse podría ser el de recurrir al mercado crediticio para expandir su estructura militar y, una vez la amenaza se ha incrementado visiblemente (con guerra declarada o en ciernes) suscribir contratos de seguridad a precios suficientemente elevados como para devolver los préstamos o con una cláusula de permanencia durante X años.

Isidoro confundía todo esto con que yo había dicho en mi primer post que la estrategia militar debía ser diseñada por los consumidores: Bueno es que Rallo conceda cierta vigencia al arte de la guerra (cosa que no hacía, por mucho que nos hable ahora de información, en su anterior post: en el que en la guerra todo eran “deseos a satisfacer” de los consumidores de violencia protectora). Pero bueno, no le vamos a pedir que hile tan fino cuando se pierde en cuestiones más gruesas.

En todo caso, Isidoro sigue sin entender nada sobre la asociación de empresas para conformar un ejército: Las empresas no imponen un mal modelo estratégico, como podrían los estados, sino que simplemente no lo pueden establecer. ¿Por qué no pueden? Pues porque no hay un ejército sino un montón de mesnadas que, una vez aliadas, podrían conformar un ejército. Lo malo es que como todo ejército tiene mandos, quienes mandasen ese ejército acabarían tomando el control al gozar del monopolio de la fuerza organizada. ¿Se imaginan qué lobbies surgirían para encauzar ese poder?

Lo explico por enésima vez aunque, desde luego, ya he perdido toda esperanza de que Isidoro logre entenderlo. No estamos hablando de “mesnadas” inconexas que ante una guerra, mira por dónde, deciden asociarse, sino te empresas de seguridad que crean una NUEVA empresa participada y que sirve para prestar servicios de defensa pesada a todos los clientes que integren las distintas empresas de seguridad.

En tanto nueva empresa no tendría por qué restringirse a dar servicio a sus propietarios, sino que otras empresas de seguridad podrían contratarla como clientes (de modo que los individuos contratarían la seguridad común y subcontratarían la defensa). El control de la empresa de defensa sería establecido como en cualquier otra sociedad anónima. ¿Qué es conflictivo? Siempre lo es. ¿Qué la empresa puede sublevarse? Claro, como cualquier ejército cuando da un golpe de Estado o como cualquier mando directivo frente a sus accionistas. Sin embargo, la empresa privada sí ha sido capaz de crear mecanismos de control (aglutinados en torno a la teoría de la agencia) para evitar que los directivos persigan sus intereses personales y no los de sus propietarios. Dado que muchos de esos mecanismos consisten en participaciones en el valor añadido, el Estado simplemente no puede recurrir a ellos, de ahí que los ejércitos sí obtengan un beneficio razonable de convertirse en Estados y en monopolios de la compulsión.

Pero Isidoro no entiende demasiado bien qué es esto de las participaciones en empresas y demás: No hablamos de colaborar en el diseño de un nuevo tipo de bombilla sino de colaborar en una guerra. Todos querrán liderar sus tropas, por ridículas que sean éstas en el monto total. El problema de los mandos no es ya una especulación, es de sentido común. Ese grado de acuerdo, ceder tus tropas y equipos, es sólo imaginable desde la compensación económica o la coacción.

Que no, mira. Si yo formo una empresa, y poseo un 30% de esa empresa, soy propietaria del 30% de TODA la empresa. No hay “soldados míos” y “soldados tuyos”, sino “soldados nuestros”. No hay tropas integradas, hay un ejército NUEVO e independiente a la guardia de seguridad que puedan tener las distintas empresas propietarias.

Si yo compro el 30% de Ford, ello no implica que tenga que proporcionales el 30% de los trabajadores o del material con el que trabajarán. Yo les proporcionaré el capital y la empresa, cuya personalidad jurídica es distinta a la de sus propietarios, adquirirá al personal y al equipo que necesite. ¡Qué raro es el capitalismo eh!

Pero sigamos: La “unidad nueva” sólo es pensable desde el acuerdo de las agencias de seguridad acerca de aquélla; ¿y no era eso y no otra cosa lo que yo planteaba como problemático? Los cuadros y jefes ya existirían, nombrar a otros al margen de toda coacción sería tarea tan impracticable como la de los galos que fueron incapaces de nombrar a un jefe de expedición en ayuda de un Vercingétorix asediado en Alesia por Julio César por considerarse todos igualmente aptos.

Yo no sé si, como ya he dicho, Isidoro no lee, no sabe leer o le cuesta entender. Voy a repetir lo que ya le dije en el anterior post: las otras empresas son de seguridad común, no de defensa, y por tanto no hay mandos militares en ellas.

Pero aunque los hubiera, la afirmación de que habría cuatro capitanes por soldado tampoco tiene mucho sentido. Por ejemplo, si tuviéramos dos empresas de defensa que se integraran y cada una de ellas contara con 4 generales y 1000 soldados, al integrarse tenemos 8 generales y 2000 soldados.

En cualquier caso, repito: estamos hablando de crear empresas nuevas con una jerarquía independiente del de otras empresas. No veo que sea complicado de entender.

Como ven, mi fe en el género isidoriano se pasaba de excesiva. ¿Has respondido a esto? Obviamente no. Te limitas a repetir lo que ya dijiste en el post anterior y que ya he criticado suficientemente con la esperanza de que alguien no se dé cuenta. Pero no, sigues aferrado a una fatal arrogancia minisocialista que no te deja razonar. Si se crea una empresa nueva para tareas DISTINTAS a las que generalmente realizan las empresas de seguridad (cuyo cometido es la protección del crimen ordinario), ¿qué conflicto emergería a la hora de diseñar una cadena de mandos ex novo para la protección de determinadas zonas frente a la agresión pesada externa? ¿Me estás diciendo que el capitán de la policía querrá dirigir personalmente la respuesta militar contra los tanques y bombarderos con sus porras y pistolitas? ¿Me estás diciendo que la creación de una nueva cadena directiva distinta a las precedentes es insoluble? ¿Pero tú sabes cómo funciona una empresa? ¡Qué preguntas hago!

27. Los gorrones

Uno de los recurrentes argumentos en contra del anarcocapitalismo (así como en contra de la provisión privada de múltiples bienes y servicios) es el problema del free-rider. Todos debemos pagar conjuntamente para que nos defiendan conjuntamente; si el pago es voluntario, como todos sabrán que existirá una defensa conjunta, todos se escaquearán.

Mi respuesta a esta objeción es variada. Primero, sólo es verdad hasta cierto punto que las empresas no tengan capacidad para discriminar entre clientes y no clientes. Puedo tener urbanizaciones enteras o bloques de viviendas que puedan ser no defendidos sin que peligre la defensa estratégica del resto de clientes; por ello, esas viviendas colectivas podrían articular en sus estatutos cláusulas que obliguen a todos sus habitantes a pagar la cuota a la empresa de defensa que la Junta elija (de un modo similar a la contratación de un portero o al pago de los gastos de comunidad).

Segundo, si bien los beneficios de gorronear son grandes (obtener defensa sin pagar por ella) los riesgos derivados de hacerlo también lo son. En caso de que estalle una guerra y vea todas mis propiedades destruidas, no podré obtener restitución del adversario, ya que no podré expoliarle ni esclavizarle hasta que me pague los daños causados. El individuo aislado simplemente no tiene medios para dominar al oponente (que generalmente se tratará de cientos de personas o incluso de millones a través de un Estado agresor), sólo una empresa de defensa puede asegurar la obtención de las cuotas de restitución.

Tercero, si no pago voluntariamente a una empresa de defensa, cabe la posibilidad de que cualquier tercero con infraestructura suficiente me subyugue. La estrategia de la mafia suele ser: “o me pagas, o te rompo las piernas”. Pero dado que es probable que nuestro gorrón sí tenga contratada una empresa de seguridad común, la mafia tendría que recurrir a mecanismos más megalómanos: “o me pagas o hago saltar por los aires de negocio o tu vivienda”.

La seguridad común que pueda tener contratada el gorrón no tiene capacidad para, ante una amenaza de esta entidad, perseguir y atacar a la mafia (que puede encontrarse a miles de kilómetros o contar con un ejército notable). Esta tarea es propia de empresas de defensa con armamento pesado. De ahí, que los gorrones tenderían a minimizarse, ya que cualquier mafia podría subyugar a los gorrones amenazándoles con, por ejemplo, lanzarles un misil.

A Isidoro parece que no le gustó el argumento: En primer lugar: tu concepción acerca de la motivación de una agresión y de los efectos colaterales de dicha manifestación violenta roza lo paranoico-lúdico. ¿“Subyugar” qué significa en tu jerga? ¿Es creíble una amenaza de lanzamiento de misil desde “mil kilómetros” al no asegurado? ¿Bajo que razón o causa? En fin...

Es curioso cómo Isidoro anda perpetuamente preocupado por que el anarcocapitalismo degeneraría en un sistema de mafias y en una espiral imperialista, donde todos lucharan contra todos, pero en este momento se sorprende de que alguien pudiera amenazar con lanzar un misil. ¿Bajo qué razón o causa se pregunta? Pues una causa de lucro bastante evidente. ¿Bajo que razón o causa se genera tu inexorable ciclo de conquista? Después de haber afirmado por activa, pasiva y media que los incentivos de las empresas a subyugar a los clientes son enormes, ahora nos encontramos con que “la amenaza” de un estado pícaro y bombardero roza lo ectoplásmico: no es incentivo. Claro, será que las empresas son malas por naturaleza y los Estados cándidos y bondadosos. Un minarquista que desconfía del mercado y se aferra ciegamente a los parlamentos y a las comisiones políticas. Un minarquista, claro.

Pero examinemos otra de las contradicciones a las que tan acostumbrados nos tiene Isidoro. En su opinión, los seres humanos tienen una tendencia natural a defenderse de manera comunitaria, de ahí que tiendan a observar las amenazas al vecino, como amenazas propias: los hombres, tontos ellos, tienden a una cierta comunidad con los demás y suelen ver como una amenaza contra sí mismos, por asegurados que estén, el que agredan o amenacen a su vecino. Ese tipo de comunitarismo tan básico es la raíz misma del porqué el free rider es insoslayable en el modelo ancap, se pongan como se pongan algunos.

La ridiculez de este argumento es palmaria. No se puede afirmar a la vez que los hombres tienen una pulsión natural a defenderse en comunidad y que los hombres tienen a la vez una pulsión natural a gorronear la defensa de los otros hombres. Una de dos: o los hombres observan la amenaza al vecino como propia y, por tanto, estarán dispuestos a defenderlo o bien se desentenderán de las amenazas al vecino y evitarán su defensa siempre que no les afecte a ellos.

El resultado de un mundo con gorrones, es que nadie defiende al prójimo porque todos quieren vivir a costa de los demás. El resultado de un mundo con comunitaristas es la implicación (o sobreimplicación) de cada individuo en los problemas de los demás (ya que los ven como propios) y, por tanto, a que todos financien conjuntamente la defensa. Recordemos que el free-rider es una persona que quiere retener los beneficios y externalizar los costes. El comunistarista no puede gorronear porque ni retiene los beneficios (ya que los demás obtienen una defensa subóptima y ello le repercute negativamente) ni externalizar los costes (pues soporta los costes de los demás como propios).

Si los hombres son comunitaristas, entonces el free-rider no tiene cabida. Y si los hombres tienden a ser free-riders, entonces el comunitarismo tiene poco que decir.

Por supuesto, cabe otra posibilidad, y es que algunos hombres sean comunitaristas y otros free-riders. En este caso, los free-riders vivirían a costa de los comunistaristas. Pero tampoco esta explicación resulta muy convincente: si la mayoría de la gente es comunistarista, el problema del free-rider será residual. Sería como afirmar que la defensa nacional en EEUU es imposible o subóptima porque varios cientos de multimillonarios consiguen evadir impuestos.

Y en todo caso, tenemos que añadir que ser comunitarista no significa permitir que dentro de tu comunidad subsista gente que no colabora con ella y con los demás. Las comunidades suelen expulsar a los gorrones y aprovechados, precisamente por dificultar la defensa de sus miembros. Una posibilidad tan evidente como desconocida para Iracundo.

Si la mayoría de la gente, por el contrario, es free-rider, simplemente cada free-rider no encontrará comunidades a quienes succionar sus beneficios y externalizar los costes. Nos hallaríamos en el caso ya descrito donde una mafia extranjera podría subyugar a aquellos individuos que no tuvieran contratada la agencia de seguridad. Aun siendo free-rider, la gente se vería forzada a alcanzar acuerdos y soportar los costes propios de su defensa.

28. La moralidad de las empresas

Recordemos rápidamente que aquí el punto de desencuentro se hallaba en que Isidoro afirmaba que los consumidores elegirían a las agencias que fueran más brutales y más efectivas en resolver los conflictos, aun cuando se comportaran de manera inmoral. Yo le respondí que ello no tenía por qué ser así, ya que el ser humano puede perseguir otros fines al margen de la rentabilidad o la eficiencia estrechamente entendida.

De hecho, si la gente considera que el comportamiento de las empresas resulta inmoral y ello le desagrada, otras empresas tendrán incentivos para comportarse de manera moral, aun cuando sean menos eficientes (y no digamos nada de empresas que además de ser eficientes pasen a comportarse rectamente). Los beneficios afluirán hacia aquellas empresas que sean morales y eficientes.

Respuesta de Isidoro: [Eso sería cierto] Siempre y cuando la búsqueda de moralidad sea inherente al hombre (cosa que deberías demostrar) y siempre y cuando dicha búsqueda no superase unos costes determinados, obviamente, no sólo por la propia percepción sino por las acciones de otros que, en ausencia de igualdad ante la ley, estarían respaldadas por unas agencias de seguridad que como ya he dicho estarían más celosas del cuidado de sus clientes que de abstracciones jurídicas sin tutela policial alguna.

No, no tengo que demostrar que la búsqueda de la moralidad sea inherente al hombre. Recordemos que tu afirmación era que el consumidor Siempre buscará la agencia que más tajantemente resuelva las controversias (esto enmarcado en un presunto mundo ancap) porque simplemente sería estúpido si no lo hiciese, si recurriese a los servicios de una agencia "soft" que dedica años a pleitos en lugar de obtener lo que su cliente "cree" justo.

Basta con que haya un consumidor que rechace a las empresas inmorales para que tu afirmación sea falsa. Eres tú quien tiene que demostrar que la búsqueda de la eficiencia estrecha (entendida como una maximización de la función de producción de la empresa) es el único objetivo del ser humano. Yo sólo constaté que para quienes valoran los comportamientos morales –para quienes conceden valor a sus juicios morales- el comportamiento inmoral de otras empresas les impone un coste adicional que puede -o no- compensarse con la mayor eficiencia.

En otras palabras, no puedes asumir que un consumidor siempre buscará las empresas más brutales, por el hecho de atajar en la resolución de sus conflictos. Es más, dicho sea de paso, tampoco creo que la brutalidad –como ya hemos visto cuando nos hemos referido al recurso al árbitro- sea siempre el recurso más “eficiente” (en tu acepción) para resolver todos los conflictos. La guerra tiene sus costes, e incurrir en una guerra perpetua para resolver conflictos menores es un suicidio económico.

En cualquier caso, para ilustrar que la brutalidad y la eficiencia no era siempre el objetivo buscado por todas las personas le puse a Isidoro un ejemplo que ha terminado siendo más ilustrativo de lo que pensaba. En el post anterior le dije que no creía que los liberales, por ejemplo, se echaran a los brazos de Stalin para defenderse de una ofensiva de Hitler; no sólo por la inmoralidad del comportamiento stalinista, sino porque la victoria de Stalin pondría en peligro más tarde la seguridad de los liberales.

Pero dice Isidoro: Si Stalin promete masacrar al enemigo no pocos de esos liberales (en realidad, ancaps) le contratarían entusiastas.

¡Wow! Está bien esa omnisciencia. Yo me limité a “dudar de que lo hicieran”, tú en cambio ya determinas que lo harías. Si es que teniendo a Isidoro, ¿para qué nos hace falta Aramís Fuster? Yo desde luego no lo haría, quizá tú sí. Quizá.

De todas formas, lo interesante de la respuesta de Isidoro viene luego: Stalin, desconocido en ese momento, pediría una mayor colaboración entre empresas y todos convendrían en ello; los que no... ¿qué se haría con esos? El pensamiento ancap, al negar la nación se ve obligado a despreciar la muy espiritual “institución” que representa el TRAIDOR en toda sociedad. Entonces Stalin, empresario de defensa de éxito imaginemos, se convertiría en dictador del país por ser dominus et deus del trust; no sujeto a norma alguna, como ya explicamos.

Aquí hay varios puntos que me interesa destacar. Primero, de nuevo, la omnisciencia de Isidoro. Stalin pediría colaboración y todos convendrían a ello. Bueno, eso sucedió con tus adorados Estados mínimos, yo no sería tan osado en afirmar que todas las empresas harían lo mismo (aunque también podría ser). Eso sí, mientras tú asumes como autoevidente que todos lo harían (quizá porque tú lo harías), yo no hago una predicción apodíctica al respecto.

Ahora bien, preguntas qué pasaría si algunos liberales no aceptaran la colaboración con Stalin. Si fueran pocos no pasaría nada, del mismo modo que tampoco pasaría nada en un Estado mínimo donde las autoridades (o en el caso ancap, los empresarios) se decidieran a colaborar con Stalin (y de hecho nada pasó cuando colaboraron).

En cambio, si tuvieran una entidad suficiente (y los anticomunistas no eran pocos ni en Europa ni en EEUU) podrían cancelar sus contratos con su agencia de seguridad, lo cual tendría dos efectos: a) la agencia tendría que valorar la pérdida de clientes que se deriva de su decisión y, en su caso, modificarla, y b) la empresa, en cualquier caso, se vería privada de esos recursos sustanciosos para colaborar con Stalin.

En un Estado con tu institución estatista del “traidor” los que se negaran a colaborar con Stalin serían encarcelados por fraude fiscal. La colaboración se haría compulsiva por decisión del Estado. Los liberales serían traidores a la libertad, por el simple hecho de negarse a pagar a tiranos.

Lo cual no significa, claro está, que la figura del traidor desaparezca o que carezca de utilidad. Los que se unan al enemigo pueden ser perseguidos o excluidos de la sociedad por apoyar al otro bando; pero la definición de traidor ya no queda sujeta al criterio arbitrario de un monopolio territorial. Bien podría ser que quien cambie de bando considere un traidor a quien permanece en él y viceversa. Así, si una empresa comienza a comportarse como un Estado o como una mafia, los individuos que cancelen sus contratos considerarán traidores (traidor hacia la justicia, la libertad, el derecho o la propiedad) a los que sumen esfuerzos para la causa criminal.

Por último, Isidoro afirma que Stalin, por ser exitoso, se podría convertir en dictador de un país. Recordemos, sin embargo, que el éxito de todo empresario depende del soberano juicio de sus clientes; un empresario es exitoso si logra satisfacer sus necesidades.

Así, el argumento de Isidoro puede replantearse como: los consumidores elegirán a Stalin por ser un empresario brutal y eficiente para solucionar sus conflictos (y ello es una elección racional de los consumidores), pero una vez Stalin se haya asentado sobre una masa de clientes se convertirá en dictador (lo cual es una decisión no deseada por los clientes). En otras palabras, según Isidoro la racionalidad inicial nos conduce a una inexorable irracionalidad ulterior: los consumidores, en última instancia, han elegido ser siervos de la dictadura stalinista.

El ejemplo me recuerda bastante al dilema del prisionero: allí las decisiones racionales de los agentes conducen a una decisión subóptima final. Entonces, ¿en qué sentido puede decirse que esas decisiones son racionales? Lo mismo sucede aquí: si los individuos no desean una dictadura y es previsible que una empresa eficiente y brutal degenere en una dictadura, ¿por qué habrían de elegirla inicialmente? ¿Acaso el único capaz de darse cuenta de ello y de alertar contra tan palmarios peligros es Isidoro? Y si ello es así, si la gente son unos borregos, ¿cómo puede confiar Isidoro en la democracia y en el poder constituyente? Ah ya, que diciendo que sólo se defiende el Estado mínimo, queda todo solucionado.

Yo no niego, repito una vez más, que cabe la posibilidad de que una sociedad libre sea controlada por una dictadura stalinista. Pero no veo cómo esa probabilidad es mayor que en el caso de un Estado mínimo, donde las personas pueden votar a dictadores que les prometan erradicar el crimen interno y externo (terrorismo internacional) de manera eficiente y brutal. Tampoco veo por qué la democracia, que puede apresar al 49% de la población, es más eficiente en controlar estos fenómenos que el mercado, donde la disidencia simplemente se refugia en otra empresa y mengua los recursos totalizadores de la primera. Tampoco veo por qué el poder totalizador será mayor en el caso de que puedan existir dos empresas que cuando sólo existe una con todos los recursos concentrados y centralizados. Pero vamos, la mención al buenista Estado mínimo supongo que arregla todo esto.


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