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22 de Agosto de 2006

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Todo un hombre de Estado
Bitácora de Juan Ramón Rallo Julián

Nuevas reflexiones sobre la defensa privada: Respuesta a Iracundo (V)

29. El negocio de la violencia

Retomamos un punto que ya hemos tratado ligeramente con anterioridad: la imposibilidad de que las empresas se pongan de acuerdo para resolver sus conflictos a través de un tribunal de arbitraje. Ya hemos comentado que para Isidoro el resultado lógico del mercado es que cada agencia proteja los intereses de su cliente con independencia del coste que ello suponga.

Así, si el cliente me paga una cuota de 1000 al mes y para declarar una guerra contra una empresa tengo que gastarme 1000000, según Isidoro ¡la guerra es la decisión racional para Isidoro!

Ya expliqué que esto es un disparate. Las agencias de seguridad necesariamente han de establecer un código de conducta que explicite qué acciones tienen sus clientes permitidas y cuáles no. El tribunal de arbitraje dilucidará los hechos y de acuerdo con los contratos cliente-agencia, la doctrina, la jurisprudencia y la equidad resolverá. Así, en buena medida, se creaba el derecho en la Roma republicana, por ejemplo.

Isidoro me acusa de olvidar el caso en que la agencia no ponga límites a las acciones de sus clientes, es decir, la agencia que está dispuesta a defenderlos hasta las últimas consecuencias. Esto obviamente es falso; en ningún momento he olvidado semejante posibilidad, ya que en mi análisis sí introduje la agencia belicosa o incluso el Estado belicoso (que a efectos prácticos equivale a la agencia que defiende cualquier comportamiento de sus clientes): Preteres por completo la situación en la cual las empresas de defensa dejan de pensar como lo haría el dueño de un ultramarinos (no me cansaré de diferenciar el producto que se oferta en este tema del de otros) y las condiciones del mercado en las que se basa la paz y la general soberanía del consumidor. En ausencia de orden; el ventajismo, la trampa y el daño a otros serían un negocio más, pero que abarcaría a mucha más gente que en su manifestación clandestina (mafia).

En realidad Isidoro me recrimina que no asuma que todas las agencias se comportarán de ese modo, lo cual no deja de ser una posibilidad, pero en absoluto necesaria. El problema de Isidoro es que, como ya he explicado, se empeña en tomar esa situación como único punto de partida posible para el anarcocapitalismo, mientras que lo considera un resultado bastante improbable para una situación estatista. La historia, sin embargo, evidencia que las guerras, y las guerras mundiales, no son en absoluto quiméricos estadios del caos estatista. Más bien al contrario, la guerra y el imperialismo han sido fenómenos acuñados por la acción del Estado.

En cualquier caso, es cierto que muchos individuos pueden asociarse empresarialmente para expoliar a otros individuos. Pero quiero reiterar varios hechos que ya he mencionado: la guerra es muy cara, por tanto la posibilidad de una agresión imperialista queda restringida a grandes grupos de personas con una renta media (por ejemplo, los fundamentalistas islámicos) o a pequeños grupos de personas muy ricas.

El primer caso es en cierto modo inevitable. Cuando hay masas enormes de población que quieren ir a la guerra, lo único que debe preocuparnos es cómo defendernos de esa agresión: si a través de un Estado o de un sistema de empresas competitivo. Lo que debe quedar claro es que el anarcocapitalismo ni promueve ni limita ese tipo de conductas (salvo quizá por una mayor eficiencia disuasoria de la defensa), ya que cualquier masa enorme de población belicosa acabará iniciando una guerra, haya Estados o no.

El segundo caso, no obstante, sí admite una cierta discusión. Puede pensarse que el Estado reprime a los ricos belicosos plantando ante sí enormes ejércitos que les disuaden de iniciar una guerra. Ciertamente es una posibilidad, pero en esta situación también caben dos más igualmente verosímiles: a) por un lado, que los ricos –y los menos ricos- sean expoliados por el Estado dado que son incapaces de defenderse, b) por otro, que los ricos sobornen a los políticos y se hagan con el control efectivo del Estado.

Son dos posibilidades reales que grosso modo todos podemos recrear en casos reales. La cuestión, por la tanto, es ¿acaso el anarcocapitalismo favorecería las cruzadas militares de los ricos?

Todo es posible, pero poco probable. La riqueza de los individuos en las sociedades capitalistas está relacionada con la propiedad sobre el capital de empresas productivas (muy pocos ricos tienen toda su riqueza –o la mayor parte de su riqueza- en forma líquida). Siendo ello así, iniciar una guerra contra sus clientes simplemente erosiona las bases de su riqueza, ya que disminuiría el valor de su propiedad; iniciar una guerra contra los no clientes, del mismo modo, generaría una mala imagen para muchos de sus clientes (¿se imaginan a Coca Cola lanzando misiles contra un barrio paquistaní porque beben mayoritariamente Pepsi? ¿Creen que la buena imagen de Coca Cola permanecería intacta entre sus clientes?) que igualmente disminuiría el valor de su propiedad.

De hecho, aun cuando los ricos financiaran la guerra con cargo a sus disponibilidades de líquido (por ejemplo oro), sus propiedades en acciones de empresas sufrirían, por lo que acabamos de comentar, una mengua enorme, de manera que el coste de la guerra sería mucho mayor. No sólo tendrían que considerar los costes directos de la financiación, sino además el coste derivado de la depreciación de sus acciones.

Para movernos en la estrecha racionalidad neoclásica, los ricos iniciarían una guerra siempre que el valor presente de los flujos de impuestos que esperan conseguir a través del control de poblaciones exceda el coste de la guerra, tanto en directo como indirecto. Algún empresario podrá considerar el movimiento rentable, pero ciertamente no parece que lo sea: los costes de la guerra son ACTUALES, mientras que los beneficios son FUTUROS.

Si tenemos en cuenta además que los ricos suelen ser gente capaz de rentabilizar enormemente sus inversiones, aplíquenle un descuento del 10% (rentabilidad bastante baja para ciertos ricos) a un flujo futuro. Por ejemplo, una unidad monetaria dentro de 10 años, con un descuento del 10%, vale hoy solamente 0’38. Y ello, suponiendo claro está, que la incertidumbre de cobrar los impuestos dentro de 10 años es equivalente a la de conseguir rentabilidades del 10%, lo que no será el caso para la mayoría de los ricos, ya que la rentabilidad está relativamente asegurada, mientras que los impuestos recaudados por conquista militar (con la población opuesta) son bastante inciertos.

Parece que la mayoría de los ricos, por racionalidad neoclásica, no iniciarán guerras de conquista. El negocio del capitalismo suele ser bastante más rentable que el de la conquista para quien sabe cómo actuar en el capitalismo.

Y todo ello sin considerar factores adicionales como que parte de la recaudación fiscal tenga que usarse para crear y financiar un Estado que controle a la población (de modo que los beneficios derivados de la recaudación fiscal no son netos) ni tampoco que pueda haber otros ricos con intereses en esas zonas (por ser sus clientes) que las defiendan.

De hecho, los ricos lo tienen mucho más sencillo actuando a través de sobornos a políticos que siendo accionistas o clientes principales de agencias de seguridad. En el primer caso no suele descubrirse el pastel; los ricos pueden presionar para que se impongan aranceles, impuestos o salarios mínimos “por el interés general”, mientras que en el segundo caso sí lo están.

El público necesariamente se preguntaría quién está financiando de manera voluntaria una determina agencia belicosa. Hoy la pregunta no tiene cabida: ¿quién financia la guerra del Estado X? Su población, ¿tiene otro remedio? Aparentemente no. Pero en una sociedad anarquista sí tienen otro remedio: pueden cancelar la suscripción. Así, los belicistas podrían ser anatematizados y marginados; también los ricos y sus empresas.

Casualmente Isidoro reconoce este punto: Hablas Rallo de los costes de las agencias, bien, ¿y que te parece si te digo que los costes bien podrían importarles poco? ¿Modo de que ello suceda? Ser estado. Tú no defenderías el que un estado sea responsable del gasto o que no despilfarre, se lo puede permitir: no obra de distinta manera quien tiene la soberanía, que es el peculiar “producto” que se provee en nuestro caso.

En efecto, con un Estado la violencia es casi un “almuerzo gratuito”, especialmente para los políticos y los grupos de presión. El único mecanismo que puede contrarrestar ligeramente la pulsión belicista del Estado es la perspectiva de perder las elecciones, pero esto supone un límite muy impreciso. Los políticos pueden haber decidido no volver a presentarse o, en todo caso, pueden haber sido sobornados por grupos de presión que les pagarán notables jubilaciones.

En una empresa, si un gerente inicia una guerra contra los intereses de los clientes, rápidamente los accionistas lo retirarán. No será necesario esperar cuatro años, en pocos días la moción puede ser aprobada (y precisamente por ello los gestores se cuidarán de empezar guerras ofensivas sin sentido).

Por tanto sí, Isidoro, tengo que darte la razón: el Estado puede imponer los costes de la guerra sobre otras personas y ello favorece el expansionismo y el imperialismo.

30. Cooperación y destrucción

Otra de las posibilidades planteadas por Isidoro para que una sociedad ancap degenerara en un nuevo estatismo, fue que las distintas empresas se repartieran territorialmente el planeta, constituyendo de facto un equilibrio monopolístico.

El argumento no dejaba de ser gracioso, ya que Isidoro sostenía más arriba que las empresas son incapaces de distinguir entre amigos y enemigos, de manera que difícilmente podrán colaborar en repartirse el mundo. En definitiva, Isidoro es especialmente proclive a localizar métodos de colaboración para extorsionar al consumidor, pero es muy reacio a creer que esa colaboración pueda darse para servir al consumidor (de hecho afirma incluso que esa colaboración es imposible).

¿Qué responde Isidoro ante esta doble vara de medir? Hay una diferencia palpable entre los efectos de la cooperación y los efectos de la agresión. Qué duda cabe de que la primera es maravillosa en contraste con la segunda pero... ¿cuánto se tarda en construir una casa y cuánto se tarda en destruírla? La diferencia existe. Tú pretendes que aceptemos el no-orden ancap en base a que podría constituir un equilibrio perfecto ajeno a toda coerción organizada verticalmente (ya sabemos cómo te gusta la coerción horizontal gangsteril de “si no nos contratas tú verás”) pero no estás dispuesto a aceptar el desastre en que ello devendría ante el más ligero desajuste.

Y tras decir esto se queda tan ancho. Veamos, ¿qué tiene que ver la diferencia entre construir y destruir una casa con el contraste entre tu tendencia irrefrenable a colaborar para la destrucción y tu imposibilidad manifiesta a colaborar en la defensa?

Si tú dices: “No compres gasolina que no sirve para arrancar los coches negros”, y al día siguiente añades: “Compra gasolina que te servirá para arrancar tu coche blanco”, puedes incurrir en una contradicción a menos que expliques cuál es la diferencia entre los coches blancos y negros. Tu explicación anterior es del tipo: “Hay una palpable diferencia entre el blanco y el negro, y parece mentira que quieras negarla. Qué duda cabe de que el negro es más elegante, pero se ensucia más rápido. ¡La diferencia existe! Tú pretendes que en tu mundo de fantasía el negro y el blanco sean el mismo color y que todo el mundo lo acepte, pero la naturaleza ha creado colores distintos”.

Esto, sin embargo, no explica por qué la gasolina sirve para los coches blancos y no para los coches negros. Una explicación convincente podría ser: “todos los coches negros son diesel”. Es decir, deberías encontrar una relación (causal o correlativa) que asocie los dos fenómenos (color y funcionamiento con gasolina).

Volviendo a tu respuesta inicial. Aquí tenemos dos fenómenos: colaboración de empresas y diferencia entre cooperar y destruir. Tú afirmas que las empresas sólo pueden cooperar cuando se trata de destruir, nunca de servir al consumidor defendiéndolo. ¡Y lo explicas diciendo que es más fácil destruir que producir! Pero en ningún momento la cooperación está relacionada con fenómenos sencillos, de hecho suele ser al contrario: los individuos colaboran para ejecutar las tareas más difíciles que individualmente no pueden alcanzar.

Simplemente has metido un párrafo entre medio para tratar de desviar la atención e introducir otro debate distinto al que manteníamos. Aun tienes pendiente explicar por qué la cooperación entre empresas es un fenómeno inexorable cuando se trata de atacar a los individuos pero, en cambio, es manifiestamente imposible cuando se trata de servirles.

Continuemos con la argumentación desviada de Isidoro: Yo sostengo, como resulta evidente, el que en un entorno de no-orden el bandidaje se convertiría en un negocio no sólo lucrativo, que ya lo es, sino en uno de los principales negocios. Resístete cuánto quieras a aceptar la naturaleza de la violencia, pero creo que muchos encuentran, como yo, simplemente evidente el que cuando alguien tiene la fuerza de su parte, sin coerción alguna de policía, podría generar su propia demanda de seguridad mediante la amenaza o la creación de paranoia colectiva a la que tiene acceso todo ente que administre violencia.

Como dices, la delincuencia ya es un negocio muy lucrativo en un entorno estatista; tu afirmación, con todo, va más allá: sería uno de los más lucrativos. Pero todo esto lo afirmas partiendo de la hipótesis discutible de que ninguna agencia se dedicaría a proteger del bandidaje. Y ello a pesar de que allí donde todo el mundo se dedica a una actividad, la diferenciación constituye una estrategia para lograr una mayor rentabilidad: si todo el mundo es atacado por unos bandidos, aquel que logre proporcionar un sistema para defenderse de esos bandidos aun ganará más dinero.

¿Qué por qué una persona debería dedicarse a defender a los individuos en lugar de atacarlos y quedarse con sus propiedades? Primero porque no existe una preferencia universal por expoliar al prójimo. Segundo, entre los propios individuos atacados existe una defensa germinal que un tercero puede complementar para, entre otras cosas, defenderse a sí mismo. Tercero, porque existen individuos y empresas a las que no les interesará –como ya hemos visto- que ciertos clientes o proveedores sean arrasados. Y cuarto, porque no necesariamente el negocio de la destrucción será más rentable que el de la producción.

Es cierto que el terrorismo asistemático resulta barato, ya que sólo pretende causar el mayor daño posible. Pero aquí estamos hablando de un terrorismo con afanes de conquista y expoliador. No se trata sólo de hacer daño, sino de conseguir un asentamiento permanente que logre expoliar día a día a una población hostil. Dependiendo de la resistencia de la población, el daño (la destrucción) que habría que practicar sería mayor, es decir, se necesitarían más medios destructivos (más costes) para acabar con la riqueza de esa sociedad (menores ingresos futuros). En otras palabras, cada destrucción adicional que fuera necesaria disminuiría la rentabilidad del expolio: en el límite, los bandidos eliminarían a toda la población y a todo el capital inmovilizado, por lo que sólo obtendrían las tierras y los bienes líquidos (oro y joyas). Este botín podría ser suficientemente atractivo para cubrir los costes directos (precio de las bombas y salario de los soldados agresores), pero podría no serlo para cubrir el coste de oportunidad (las cuotas futuras en concepto de provisión de seguridad que los individuos habrían pagado durante varios años y que ahora no lo harán).

Es decir, no necesariamente el negocio de la violencia será más rentable para aquellas empresas que sepan que pueden resultar contratadas, especialmente allí donde la resistencia de la población sea elevada.

Con todo, si el negocio de la violencia es el más rentable y ningún grupo humano está interesado racionalmente en defender a otro cuando puede expoliarlo directamente, el Estado tampoco constituiría una excepción. Para Isidoro, feligrés de la corte estatal, cómo no podía ser de otro modo, sí lo hace: Esas amenazas son posibles y se dan en los estados, pero el equilibrio entre éstos junto con los mecanismos políticos y judiciales de control del poder las limitan: ¿cómo sería sin limitación alguna? Es sencillo: con la fuerza... ¿por qué dialogar? Las empresas de seguridad no sólo tienen la puerta abierta para hacer el mal sino que sus clientes pueden pedir el mal.

Aquí tenemos de nuevo la falacia contractualista de la que ya hemos hablado. Tanto los jueces como los mecanismos políticos son partes del Estado y, por tanto, no constituyen auténticos límites a su expansión. La libertad no es objeto de protección, sino de disposición discrecional.

Por ejemplo, ¿cómo se protege la vida humana bajo un Estado? Primero, se redacta una Constitución donde se decide proteger ese derecho. Segundo, los órganos políticos derivados de la Constitución (como el Parlamento o el Gobierno) acatan la Constitución y aprueban una serie de leyes y reglamentos para perfilar la protección del derecho. Tercero, los jueces tutelan y vigilan el efectivo cumplimiento de la ley. Cuarto, la policía y las fuerzas armadas deciden someterse a la Constitución, las leyes, los reglamentos y las resoluciones judiciales.

En ninguno de estos cinco puntos existe la garantía de que el derecho a la vida vaya a protegerse ni que, de hecho, vaya a contemplarse como tal. Primero, la Constitución no tendría por qué contener ese derecho: es una decisión meramente arbitraria del poder constituyente (y quien dice la vida puede decir la propiedad privada, la libertad comercial, la libertad de expresión…). La existencia de Estado NO necesariamente deriva en una protección de al vida y la libertad de las personas; el Estado mínimo es un resultado posible pero no necesario de la creación del Estado (del mismo modo que el anarcocapitalismo pacífico y eficiente es un resultado posible de la abolición del Estado), pero nada nos permite asegurar que el Estado –el poder monopolístico- aceptará suscribir un pacto con la población para respetar sus derechos (y aunque lo haga nada nos permite asegurar que esos derechos sean auténticos derechos y no sus violaciones –por ejemplo: derecho a matar, a robar, a saquear, a restringir la libertad de expresión…

Segundo, aun cuando la Constitución contemple esos derechos, los políticos podrían no respetarlos y limitarlos, facilitando una novación constitucional (en buena medida así ha ocurrido con la Constitución americana) o bien la apertura de un procedimiento de enmienda. Nada garantiza que los políticos vayan a cumplir por ellos mismos los pactos suscritos a través de la Constitución: las garantías se nos presentan como internas, otros mecanismos del Estado (los jueces) promoverán que los políticos (otra parte del Estado) cumpla con los compromisos del Estado.

Tercero, aun cuando la Constitución y los políticos respeten los derechos suscritos (y estos derechos sean auténticos derechos), los jueces podrían decidir no tutelarlos (por ejemplo, declarando inocentes a los criminales). Así mismo, los jueces podrían hacer la vista gorda a las violaciones de la Constitución efectuadas por los políticos. De nuevo, es el juez quien arbitrariamente decide el ámbito de protección y tutela de los derechos individuales: nada garantiza que ese ámbito vaya a mantenerse dentro de sus justos límites en lugar de sentar las bases para la dictadura estatal. Sólo la voluntad de unos hombres que gozan de poder absoluto lo certifica.

Y por último, aun cuando todos los mecanismos del Estado funcionen correctamente, éstos se vuelven totalmente ineficaces si el poder militar y policial no se somete a sus órdenes. De nuevo, nada garantiza que la concentración de poder monopolístico que supone el ejército vaya a acatar constitución, ley o resolución judicial alguna. De hecho, siguiendo el planteamiento de Isidoro, ¿por qué el ejército no instituye una dictadura militar expoliadora si le resulta más rentable que la producción de la defensa? ¿Acaso no recaudarían más impuestos que los derivados del pago mensual de exiguos salarios? ¿Por qué no asistimos ante golpes de Estado continuados en Occidente si la naturaleza de la producción y de la destrucción es distinta?

La razón es que las bases de la estabilidad y de la libertad no se encuentran en el diseño de los mecanismos estatales. Esos mismos mecanismos aplicados en sociedades distintas fracasan rápidamente. ¿O acaso crees que es muy complicado violentar la separación interna de poderes cuando todos o una mayoría de sus participantes está de acuerdo en hacerlo? ¿Acaso es complicado nombrar jueces o tutelar políticos desde la cúpula militar? No, no lo es, pero como ya hemos dicho, existen una serie de instituciones subyacentes –que tú equiparas erróneamente al entramado estatal- que garantizan o refuerzan la defensa de la libertad.

Sin esas instituciones, el Estado aparece como lo que es: un arma de explotación de la libertad. Si hoy mucha gente no tiene esta percepción se debe obviamente a que esa explotación queda encubierta a través de prebendas y beneficios varios. Pero la lógica es la misma: redistribución de riqueza y restricción de la libertad bajo el manto del bien común.

31. La duración de la guerra y la externalización de los costes

Como ya he dicho reiteradamente en esta respuesta, un problema que tiene la defensa monopolística y compulsiva que caracteriza al Estado, es la desvinculación del coste con la acción. Los políticos pueden hacer que otros individuos (los contribuyentes netos) financien la guerra, lo cual incentiva el militarismo estéril. Si yo tengo que pagar la guerra, soportaré un elevado coste de oportunidad; si puedo realizar la guerra con cargo a la cuenta de mi vecino, no.

En la defensa privada, cada individuo tendría que costear las primas que cargarían sus empresas de defensa. Si consideran que la guerra emprendida es legítima y necesaria (porque ven peligrar su vida o su libertad) estarán dispuestos a gastar enormes sumas; si en cambio creen que se trata de una guerra estúpida, ofensiva e imperialista, simplemente se negarán a pagar las sobreprimas necesarias para financiarla.

Esto, en principio, nos permite afirmar que el pago directo de la guerra supone un límite inmediato a su continuidad y extensión; límite que no existe bajo un régimen estatista.

Pues bien, Isidoro, de nuevo, trata de darle la vuelta al calcetín: La guerra estatista indefinida es un imposible; los pueblos, incluso los más atrasados, han derribado siempre y derribarán a todo gobierno que les empuje a una guerra sin sentido y de desgaste sin fin. La guerra entre bandas y mesnadas mafiosas, como sabemos, es en cambio inacabable.

Primero, no se puede afirmar apodícticamente que cualquier decisión humana es imposible ni, tampoco, que dicha decisión no pueda reiterarse indefinidamente a lo largo del tiempo. Isidoro, ya lo hemos visto con suficientes ejemplos, hace afirmaciones arbitrarias no respaldadas en ningún razonamiento sólido. ¿Por qué es imposible una guerra indefinida? ¿Acaso los individuos no podría elegir pelear durante toda su vida? Y si PUEDEN elegirlo (no digo que sea probable, lo cual es otra cuestión) ¿por qué afirmas que es imposible?

Segundo, de nuevo nos encontramos con una nueva vara de medir. La guerra estatista –esa que se financia con el dinero ajeno- no puede ser indefinida; pero la guerra entre empresas –que se financian con cargo a su capital- sí puede serlo. De hecho, Isidoro no sólo afirma que PUEDE ser indefinida, sino que TIENE QUE ser indefinida. El estatismo produce necesariamente guerras finitas, y el anarcocapitalismo necesariamente guerras infinitas.

Tercero, también aquí vemos que los frenos que sirven para el Estado no sirven para las empresas. Los pueblos, dice Isidoro, aun cuando sean muy atrasados, terminarán derribando a sus gobiernos. En cambio, esos mismos pueblos no podrán derribar a las empresas que les oprimen (porque supongo que Isidoro estará asumiendo que las empresas privadas saquearán a la gente para financiar la guerra, ya que en caso contrario –si solo se financian vía contribuciones voluntarias- el derribo popular de las empresas sería aun más sencillo). En otras palabras, la gente no puede oponerse a una guerra entre empresas pero sí a una guerra entre Estados. Y este es un punto interesante donde deslumbra una nueva contradicción.

En teoría, Isidoro defiende el Estado porque constituye un monopolio de la fuerza capaz de imponer la voluntad última y de terminar con el ciclo de la violencia. Sin embargo, en este mundo descrito por Isidoro, las empresas son capaces de lograr una imposición de su voluntad más poderosa que los Estados, pues éstos pueden ser derribados y aquéllas no. Dicho de otro modo, según la ridícula cosmovisión isidoriana, las empresas serían un modo más adecuado de lograr la imposición de una voluntad última, ya que el Estado resulta en última instancia defectuoso. ¿Qué voluntad puede imponer un Estado si cabe la posibilidad de derribarlo? Y si ese Estado puede derribarse, ¿en qué sentido puede afirmarse que cierra el círculo de la violencia? Ante una decisión del Estado, siempre cabría la posibilidad de que la gente tratara de repelerla a través de la violencia. En realidad, pues, el Estado no sería el árbitro último, sino sólo un árbitro provisional que trataría de imponer sus opiniones a través del Ejército, mientras que las rebeliones populares serían instrumentos aptos para rechazar la voluntad última del Estado.

La rebelión sería el siguiente paso ante una decisión desagradable del Estado: el círculo de la violencia perduraría en un ciclo de golpes de Estado permanentes. Las dos partes de la controversia tratarían de devenir Estado y de imponer su visión.

En cambio, según tu planteamiento, las empresas sí pueden imponer a los pueblos una guerra indefinida, de modo que serían mejores árbitros últimos que tus Estados. Curioso.

La realidad, sin embargo, es muy distinta a este planteamiento sin sentido. Tanto Estados como empresas pueden caer en una guerra indefinida; ni la continuidad ni el fin de la violencia pueden predecirse a priori, son una decisión humana no determinable con anterioridad. Es cierto que un Estado en guerra permanente terminaría provocando muy probablemente (fíjate, Isidoro, que no digo necesariamente o es imposible que suceda de otro modo) un rechazo en su población, si bien este no es un planteamiento teórico, sino histórico (a la mayoría de la gente parece que no le gusta pasarse su vida peleando). Pero si esto es cierto de los Estados, tanto o más lo es con respecto a las empresas privadas.

Si asumimos que la gente sigue pagando voluntariamente a las empresas, el rechazo se manifestaría de manera muy sencilla: cancelando la suscripción.

Si asumimos que la gente paga porque las empresas les obligan a ello, la rebelión antiestatista que predice Isidoro también tendría aquí su cabida.

Cuarto, lo más gracioso del planteamiento de Isidoro, con todo, es que hasta aquí no tenía nada que ver con mi objeción. Ya ha sucedido con anterioridad; Isidoro no sabe responder a ciertas cuestiones y saca otros temas. Se da dos vueltas por Úbeda y sus cerros y regresa para despistar al lector. Tengamos presente que yo planteé que la restricción financiera de los consumidores y el coste de oportunidad que les supone financiar una guerra, supone un límite a su continuidad, límite que no existe en el caso de una agencia monopolística que externaliza coactivamente esos costes.

Pues bien, después de afirmar arbitrariamente que la guerra estatista indefinida es imposible (porque yo lo valgo) o que, como sabemos (¿quiénes?), la guerra privada es infinita, retoma la cuestión de la externalización de los costes: Los estados son ajenos a costes pero las empresas de defensa, finalmente, también lo serían por su simple asociación a colectivos de individuos que piden una determinada cartera de agresiones o puniciones que serían vasallos de facto de esas empresas inflexibles a las que acabarán confiando su lealtad. Producto diferente, producto diferente, producto diferente...

Qué tierno regreso a la infancia. Cada vez más los argumentos de Isidoro me recuerdan a los del niño enrabietado que se pone rojo como pavo, se hace un ovillo en una esquina y sólo repite que tiene razón. “Producto diferente” es una nueva letanía del minarquismo rojo, ese que nunca fue minarquista, pero sí escarlata.

En todo caso, aquí tenemos una nueva contradicción. Los individuos se convierten en vasallos de las empresas porque solicitan una cartera de agresiones, pero en cambio los ciudadanos de los Estados se opondrán a que estos prolonguen indefinidamente las guerras. Vamos, que a los vasallos les va la marcha y a los súbditos estatistas no. ¿Por qué los vasallos deberían aceptar la guerra indefinida y por qué los ciudadanos del Estado no? ¿Por qué los primeros no podrían rebelarse y los segundos no podrían hacer otra cosa?

Con todo, lo más gracioso no es esto. Isidoro parece no haber entendido cómo los Estados externalizan los costes de la guerra. Primero, un impuesto es un pago coactivo sin contraprestación específica: es decir, cada ciudadano paga a) por la fuerza, b) a cambio de nada. No se puede actuar marginalmente a través del Estado: tu contribución no está asociada a ninguna cartera concreta de servicios. Pagues más o pagues menos tendrás idéntico derecho a unos servicios genéricos.

En muchos casos (contribuyentes netos), la gente puede considerar el pago excesivo para la utilidad que le prestan los servicios que recibe, pero no tiene otro remedio a seguir pagándolo. En el caso de la guerra de los Estados, tú pagas impuestos a) quieras o no, b) para financiar una pluralidad de servicios aparte de la guerra.

En las empresas privadas, en cambio, pagas a) porque quieres, b) para financiar la guerra. En otras palabras, puedes comparar si tu dinero se está gastando bien o no y si te reporta los beneficios deseados. En caso de que no sea así, cancelarías la suscripción.

Tú, en cambio, sostienes que la gente se adheriría a una empresa por lealtad. ¿Y? ¿Qué tiene ello que ver con la externalización de costes? Lo cierto es que los clientes siguen soportando los gastos de la guerra mientras quieran, se base ese querer en la lealtad, la astrología o la fría estrategia calculadora. Las empresas no externalizan los costes, porque en el momento en que quienes pagan, porque quieren y para recibir el servicio de seguridad, dejen de querer financiarlas, se quedarán sin fuentes de financiación.

32. Epistemología iracunda: tengo razón porque sí

¿Saben qué es meter el dedo en la llaga? Básicamente lo que hago con Isidoro cada vez que le recuerdo su falta absoluta de razonamientos lógicos para respaldar sus afirmaciones que, por ausencia de estos, se vuelven gratuitas y arbitrarias. Si leemos con un medio detenimiento a Isidoro veremos que abundan las expresiones del estilo “es evidente”, “ya se sabe”, “resulta indiscutible”, “es razonable”, “no cabe duda”… pero ninguna de ellas está mínimamente probada. Se apela a un supuesto juicio superior, el debate, para Isidoro, está zanjado desde el principio, todo consiste en buscar las tretas para tratar de refrendar la verdad revelada.

Ya se nos ha dicho que el Estado es mucho más razonable que la anarquía. ¿Que por qué la guerra indefinida es imposible con el Estado? Pues porque la gente se rebelaría. ¿Que por qué es inexorable en la anarquía? Porque la gente no podría rebelarse. ¿Y cuál es la diferencia? Que existe el Estado, y así se resolvería todo. ¿Y en su ausencia? Caos. ¿Por qué? Porque sí. El Estado es una perspectiva razonable.

¿Por qué el Estado mínimo que supuestamente defiende Isidoro es una perspectiva realista –cuando no se ha dado jamás en la historia- y la anarquía no? Porque es más realista pensar en términos estatistas. ¿Por qué? Porque sí, para Isidoro es autoevidente y no es necesario tratar de demostrarlo.

Todo cuanto desborda sus pretensiones militaristas y centralistas es tildado automáticamente de descabellado. No importan los argumentos, porque las ideas preconcebidas prevalecen en cualquier caso.

Así las cosas, le pedí que demostrara que sus predicciones catastrofistas sobre la anarquía son ciertas. La respuesta de Isidoro es de una atónita sinceridad; simplemente no puede demostrarlo: ¿Pruebas? Dame pruebas de alguna ley económica y yo te daré pruebas empíricas de la anarquía ancap. Tan imposible es lo primero como lo segundo. Pero si a pruebas llamas el mero razonar, creo estar siendo bastante razonable al margen de que esté en desacuerdo contigo: astronauta ancap y gurú de la verdad absoluta de quiénes adoran el no-estado.

Primero, si no puedes demostrar tus afirmaciones, ¿con qué base discutes? Ah ya, tertulia de café. Si ya te dije que era lo tuyo.

Segundo y más importante, hasta donde yo creía, eras seguidor de Mises en epistemología. Por supuesto, todo el mundo puede cambiar de ideas, aunque me temo que para cambiar primero deberías haber manejado y conocido en algún momento la epistemología miseana. No puedo quedarme más que asombrado de que sigas a Mises y luego afirmes que demostrar una ley económica es IMPOSIBLE.

Te voy a copiar un breve texto de Mises extraído de su libro “Epistemological Problems of Economics” que supongo que será lo primero que lees sobre la epistemología de este autor: “La ciencia de la acción humana que trata de obtener un conocimiento universalmente válido es el sistema teórico cuya rama más desarrollada hasta el momento es la economía. En todas estas ramas, esta ciencia es a priori, no empírica. Como en la lógica y en las matemáticas, no se deriva de la experiencia; es anterior a ella”.(…) “Como seres humanos que actúan y piensan, aprehendemos el concepto de acción. Y al aprehenderlo, aprehendemos simultáneamente conceptos relacionados como valor, riqueza, intercambio, precio y coste. Todos ellos están necesariamente implicados en el concepto de acción, junto con los conceptos de valoración, escala de valores e importancia, escasez y abundancia, ventaja y desventaja, éxito, beneficio y pérdida. El desarrollo lógico de todos estos conceptos y categorías como una derivación sistemática del concepto de acción y la demostración de las relaciones necesarias entre ellas, constituye la primera tarea de nuestra ciencia. La parte que trata de la teoría elemental del valor y los precios sirve como punto de partida de la exposición. No puede caber duda alguna del carácter apriorístico de estas disciplinas.” (…) Una proposición de una teoría apriorística nunca puede ser refutada por la experiencia. La acción humana siempre se enfrenta a una serie compleja de fenómenos que primero deben ser analizados e interpretados por la teoría antes de que puedan situarse en un contexto de una hipótesis y de que puedan ser aceptados o rechazados.

Esto es Mises y su epistemología. No lo cito como una voz autorizada, sino para poner de nuevo tus contradicciones de manifiesto.

¿Me pides que te pruebe una ley económica? Encantado: la utilidad marginal decreciente. Cada nuevo medio homogéneo desde el punto de vista del actor se dirige ex ante a satisfacer necesidades cuya utilidad cada vez es menor. ¿Otra ley? La ley de la demanda: un incremento del precio hace que la cantidad demanda de un mismo producto sea menor de lo que habría sido. ¿Contento? Ahora demuéstrame tú que tus predicciones sobre la anarquía son ciertas y que no son fruto de una cierta euforia etílica. Ah, ¿qué es imposible según ya has admitido? Pues ahí quedan la calidad de tus argumentos: a la altura de naderías sin fundamento alguno.

33. Convicciones e instituciones

Como hemos visto, una de las muchas arbitrariedades en las que cae Isidoro es en suponer que la sociedad estatista resistiría los embates totalitarios mientras que la anarquista necesariamente caería en ellos.

Como ya dije, las mismas convicciones que podrían existir en el estatismo podrían estar presentes en la anarquía. La razón es que las convicciones liberales no tienen que ver con la estructura estatal vigente; más bien ésta última es un resultado de las convicciones.

Así, un Estado mínimo sostenible a lo largo del tiempo, lo sería debido a que la mayoría de la gente cree en la conveniencia de ese modelo: de un ámbito político extremadamente restringido. En caso contrario, cualquier Hitler o Stalin podría tomar el poder y reprimir a la población; sometiéndose a la ley y reformándola o simplemente transgrediéndola desde un principio.

Si hay que confiar en la permanencia del Estado mínimo –como nos pide Isidoro- será porque la gente se resistirá ante el alzamiento de un dictador que intente ampliar los poderes del Estado, esto es, será porque existan unas convicciones marcadamente antiintervencionistas.

Isidoro, obviamente, no puede aceptar esto, ya que si esas convicciones son la base última que sustenta a cualquier régimen político, también podrían servir para sustentar la anarquía. Nos dice: Las convicciones se acompañan de instituciones características. Sin instituciones políticas, esto es: colectivas, es imposible que la convicciones se canalicen de una manera efectiva o se puedan defender efectivamente contra los enemigos organizados. Nunca se detuvo a un agresor con una desnuda elocuencia comprometida en lo ético sino con la fuerza: EL PODER PARA LA RAZÓN. No hay valores que valgan sin instituciones y no hay instituciones sin valores (ya “buenos” o “malos”).

Aquí Isidoro cae en nuevas contradicciones. Primero, si las convicciones son la garantía última, el seguro de vida del Estado, no tiene sentido introducir a las instituciones estatales como requisito efectista de las convicciones. Y es que, bajo este reducido esquema mental, si las instituciones estatales se corrompen, las convicciones se vuelven ineficaces. Por ello, un Estado mínimo que por error encumbre a un totalitario al poder, desaparecería ipso facto: dado que el dictador controlaría las instituciones estatales, las convicciones del pueblo dejarían de “canalizar de una manera efectiva” la resistencia y serían inútiles. El Estado sería un circuito cerrado que conferiría poder absoluto sobre el pueblo. ¿Garantías de viabilidad del minarquismo? Ninguna: la falsa esperanza de que todo irá bien porque sí.

Segundo, Isidoro dice que los valores no valen sin instituciones, pero que las instituciones no existen sin valores; ergo, las instituciones son inútiles. Y es que, en principio, si las instituciones son un posterius de los valores, éstos tendrán alguna utilidad (a saber, la posibilidad de engendrar las instituciones) aun en ausencia de instituciones. Quitarles la utilidad a los valores sin instituciones es equivalente a decir que cualquier subproducto suyo (por ejemplo las instituciones) es también inútil.

Tercero, Isidoro olvida la existencia de instituciones tan vitales como el lenguaje, el dinero o el derecho que no han sido creadas por el Estado, sino que son anteriores a él. De hecho, estas instituciones espontáneas no necesitan de estructuras estatales para nacer y desarrollarse y, en la mayoría de los casos, el intento de control estatista llevará a su progresiva degeneración (el caso de la moneda y el crédito es muy ilustrativo).

El problema de Isidoro es su desenfrenada pulsión intervencionista, que le lleva a creer que el Estado es necesario para el funcionamiento de cualquier proyecto colectivo: Yo te puedo decir, es más, te puedo asegurar que en el pretendido mundo ancap las instituciones de coerción no existen y como yo sostengo que los remedos de ejército que pudiesen surgir en dicho desorden acabarían por imponer el orden o serían patéticamente inútiles frente a los organizados ejércitos agresores puedo asimismo asegurarte que los valores que pudieran existir en el desorden serían indiferentes al no poder ser canalizados.

En ausencia de Estado, la acción colectiva es imposible; ergo, el Estado debe proporcionar coactivamente los bienes públicos necesarios para el ser humano. El problema de estas teorías (lo que Olson llamó “la paradoja de la acción colectiva”) es que se basan en visiones muy reduccionistas del ser humano –como el paradigma del homo economicus- incapaces de comprender las relaciones praxeológicas entre fines y medios. Existe la posibilidad de crear mecanismos de coordinación no coactivos (las instituciones espontáneas a las que nos hemos referido son un ejemplo ilustrativo) para llevar a cabo las acciones colectivas necesarias.

No deja de resultarme gracioso que Isidoro quiera fundamentar la resistencia antitotalitaria de la población en estructuras estatales; como si las rebeliones, los alzamientos o los linchamientos de tiranos fueran ejemplos de impecable coordinación estatal. En estos casos, el lenguaje y el ajuste mutuo juegan un papel infinitamente más importante que el Parlamento, las leyes o los reglamentos.

Las pruebas que Isidoro trata de esgrimir para mostrar que sólo los valores dotados de poder estatistas triunfan es simplemente pueril: En definitiva: en toda época y lugar están presentes todos los valores imaginables, pero eso no significa que sean en toda época principales, hegemónicos o siquiera defendibles.

Por supuesto, los valores liberales siempre han estado más o menos presentes en la sociedad y nunca han triunfado. Pero ello no se debe a que no hubieran tomado el poder del Estado, sino a que eran minoritarios en la sociedad. El hecho de que el minarquismo no haya triunfado jamás no se debe a no haber controlado las instituciones estatistas, sino a que nunca ha sido realmente predominante. O dicho de otro modo, que no todos los valores hayan triunfado siempre no prueba que sólo los valores situados en la cúspide del poder sean valor útiles o viables, sino que sólo los valores hegemónicos conforman la convivencia social, sea a través del Estado o no; la acción colectiva no requiere del Estado, sino de una colectividad suficiente.

Esta idea de Isidoro, con todo, nos sirve para constatar su mentalidad constructivista: sólo aquellos valores que dirigen el Estado, que se imponen por la fuerza, tienen influencia alguna en la sociedad. Las convicciones sociales deben actuar mediante el Estado para ser efectivas, la persuasión, la presión o el ajuste mutuo no sirven. Sólo la fuerza es capaz de dotar de moralidad al hombre.

Aun así, sinceramente, la prueba definitiva de que Isidoro tiene razón nos la da él mismo: No hacen falta pruebas de laboratorio para respaldar estos asertos sino simplemente estar de acuerdo con ellos. Genial: para que un aserto sea verdad sólo tienes que estar de acuerdo con él. No hace falta demostrar nada, sólo tener fe y recurrir al dogma. Tienes la lección bien aprendida.

Pero, sigamos el rocambolesco planteamiento de Isidoro, a saber, que la coordinación de la defensa sólo puede llevarse a cabo a través del Estado. En otras palabras, sólo el Estado puede ejecutar una acción bélica exitosa. ¿Qué le ocurriría entonces al Estado mínimo si las estructuras coercitivas se totalizaran? ¿Podría la gente resistirlo o debería plegarse ante ese hecho? ¿A través de qué mecanismos podrían defenderse si han sido expulsados del ruedo estatal?

Y lo que es peor para el planteamiento de Isidoro, si el ejército es el garante último del Estado y de la defensa de la población y, según tú, no existen incentivos para que nadie defienda a otro mientras pueda expoliarlo de manera mucho más rentable, ¿por qué el ejército de un Estado mínimo no se totalizaría para explotar más severamente a su población? (recordemos que ésta no puede reaccionar porque, según tú, sólo las instituciones coercitivas cuentan y éstas están tomadas por el Estado).

En definitiva, recapitulemos el argumento de Isidoro:

a)      Sólo el Estado ofrece una defensa eficaz.

b)      Las convicciones sólo son efectivas a través del Estado.

c)      Conclusión: cualquier convicción que llegue a controlar el Estado no podrá ser rechazada por la población, ya que sólo será efectiva la convicción del Estado frente a las de la población.

Si unimos c) a otro de sus supuestos anteriores:

d)      El negocio de la destrucción es siempre más rentable que el de la defensa; cualquier persona con más poder que otra preferirá esclavizarla y expoliarla antes que cobrarle una cuota por defenderla frente a otros agresores.

Así, tenemos que las convicciones expoliadoras del ejército siempre prevalecerán sobre las opiniones liberales –e irrelevantes- de la población. El ejército simplemente no estará dispuesto a defender a la población a cambio de un salario mensual si puede explotarla y esclavizarla; y la población, por c), no podrá hacer prevalecer sus convicciones frente a las del ejército. En definitiva, el Estado mínimo que defiende Isidoro es imposible.

Isidoro contempla un supuesto adicional más tarde: que la población se organice formando otro Estado a través del que poder actuar colectivamente y defenderse. Luego analizaremos la consistencia de esta afirmación.

34. Quinta contradicción que Isidoro niega: la violencia en la conformación del monopolio

Nuevamente Isidoro sostuvo dos tesis contradictorias. Por un lado, que en una sociedad anarquista las empresas terminarían integrándose en un trust (algo así como el monopolio único marxista) y conformando un monopolio de la violencia y, por otro, que ese proceso sería sanguinario (el ciclo imperialista y demás). Obviamente no pueden darse ambos fenómenos: si se llega a un acuerdo colusorio (trust) no habrá guerras empresas y si hay guerra será que no se ha alcanzado acuerdo o que se ha roto.

¿Forma de salir del enredo? Diciendo que cuando habló de violencia y guerra no se refería a guerras entre empresas, sino a guerras entre el monopolio y la población: El trust materialmente nunca existe, es imposible: hay mercado negro siempre. El trust que aparece en el caso analizado habría de pugnar con todos los que no conviniesen en adherirse. No ha lugar el, de repente, contraponer trust y guerra. El trust es un mero nombre para denotar una intención: unificar la extorsión-defensa bajo un determinado mando. En dicho sentido trust y guerra van de la mano sin ser en caso alguno antagonistas. Contradicción inventada...

Isidoro nuevamente tiene que desviar el tema para salvar sus contradicciones. Es como si yo digo: “A puede golpear a B en el momento X o puede no golpearle, pero no puede golpearle y no golpearle al mismo tiempo X. Y tú respondes: No, B puede ser golpeado y no golpeado al mismo tiempo. Es simple: A no le golpea y C le golpea.”

Por supuesto que podría haber violencia al margen de los acuerdos alcanzados entre las empresas, tanto violencia interna (la población) como externa (de otras agencias que no participan en el trust), pero esa violencia es INDEPENDIENTE al proceso de formación del Estado. La población siempre puede levantarse contra el Estado y otros Estados siempre pueden intentar conquistarlo; pero ello con irrelevancia de que se esté formando el Estado (trust) o no.

Y aquí hallamos una nueva contradicción de Isidoro, si el trust materialmente nunca existe, es imposible, entonces el Estado no puede considerarse como un monopolio de la violencia, sino como un intento continuado por lograrla. Tú mismo reconoces que el trust es el estado de facto. Pero entonces, si el trust está asociado directamente con la violencia (especialmente, según tú, con la violencia interna de resistencia), ¿en qué sentido puedes afirmar que el Estado termina con el ciclo de la violencia? Sólo terminará con ella cuando la población decida voluntariamente someterse al Estado, pero de nuevo, esto no tiene NADA que ver con la configuración de una estructura estatal concreta, sino con las convicciones hegemónicas en la sociedad (¿debemos aceptar el Estado de bienestar? ¿son tolerables los impuestos? ¿la expropiación forzosa es necesaria para la construcción de carreteras?) que tú mismo has tildado de irrelevantes mientras que no se coordinen con el Estado al que, en teoría, deberían enfrentarse.

Por supuesto, puedes intentar conciliar esta contradicción diciendo que el Estado construye los mecanismos para dar participación a las distintas convicciones y que, desde esa perspectiva, las convicciones sí quedan coordinadas por el Estado y éste termina con el ciclo de la violencia (el cambio de gobierno tranquilo).

Pero, de nuevo, esto SÓLO será así si las convicciones mayoritarias aceptan que el mecanismo de participación estatista es legítimo y conveniente. En otro caso, la gente se seguirá levantando contra esos mecanismos y el Estado, per se, no pondrá fin a ningún ciclo de violencia: será sólo un estadio más.

Para solventar todo esto, Isidoro tiene que suponer que cualquier rebelión interna tiene lugar a través de la conformación de otro Estado, pero ello sólo nos abre nuevas contradicciones. 

35. Sexta contradicción que Isidoro niega: Cómo lograr que las convicciones prevalezcan

Recapitulemos el argumentario isidoriano. El Estado es bueno porque pone fin a la violencia, en su ausencia tenemos una guerra permanente. El trust es un proceso de conformación del Estado y está asociado a la guerra porque hay gente que se opondrá a su consolidación.

Problema: Si se entiende el trust como un proceso de nacimiento del Estado que resulta violento porque la gente se opone a él, entonces cualquier oposición interna al Estado resultará igualmente en violencia y ello significará que el Estado no sirve para poner fin a la violencia. Sólo las convicciones de la mayoría de la población serán las que decidan si un Estado permanece o desaparece, y ello sin necesidad de introducirse en las instituciones del Estado, ya que son un prius.

Si esto es así, entonces las convicciones no necesitan del Estado para coordinarse y pueden del mismo modo controlar las derivas totalitarias de un sistema de libre empresa. Pero esto no puede ser admitido por Isidoro, quien ya sentenció contradictoriamente que los ciudadanos sí pueden defenderse pero los clientes no.

Solución aparente propuesta por Isidoro: Las convicciones pueden rebelarse contra el Estado mediante la creación de un nuevo Estado interior: Los clientes pueden evitar que sus empresas les opriman del mismo modo en que lo evitarían frente a un estado; constituyendo una oposición política organizada, esto es: darse a sí mismos un órgano ejecutor, un órgano de compulsión (…) Una clientela que prevee el trust, como he dicho, se organizaría como ente coercitivo: estado. Un trust que aspira a dominar el mercado de la soberanía o a ganar una guerra imposible sin dirección única se organizaría como un ente coercitivo: estado. Así de fácil.

El problema es que esto choca de lleno con la definición de Estado. Hemos dicho que el Estado es el monopolio territorial de la violencia: nadie más puede ejercer la violencia sistemática sobre un territorio. Así mismo, has afirmado que sin instituciones estatales las convicciones nunca podrán defenderse frente a enemigos organizados; esto es los ciudadanos sólo pueden acabar con un Estado opresor si se organizan de manera centralizada y coercitiva.

Pero la constitución de un Estado dentro de otro Estado ¡negaría la naturaleza del segundo! Si puedes organizar un nuevo Estado es que no existía un auténtico monopolio o, mejor dicho, que el antiguo monopolio ha dejado de serlo. Y si el Estado puede dejar de ser monopolio de la violencia, ¿cómo va a poner fin al círculo de la violencia? ¿Por qué iba a ser un árbitro último y no sólo un obstáculo para su continuación?

De hecho, y esto es lo más curioso, la garantía última de la libertad no se encuentra en el Estado, sino en la supresión del Estado (esto es, del monopolio de la violencia). En última instancia, la libertad sólo queda garantizada por la posibilidad de repudiar el Estado, de quitarle la condición de árbitro último y de seguir con el ciclo de la violencia.

Tú asumes alegremente que este proceso sólo puede realizarse creando un nuevo Estado interior; esto es, un mando centralizado y coercitivo. Pero evidentemente esto es una afirmación puramente arbitraria. Por lo general, incluso los Estados, tienen un núcleo de adhesión voluntaria, ya que en caso contrario nos hallaríamos ante estados unipersonales. Las rebeliones, del mismo modo, muy rara vez surgen de la esclavización de un ejército entero por parte de una sola persona; más bien hay una confabulación entre un grupo de personas que convencen a las restantes para que se levanten contra la opresión del Estado.

El hecho de que durante la rebelión se pueden producir episodios estatistas (por ejemplo, que el ejército voluntario expolie a la población que reside en las áreas que va conquistando) ya es un añadido que en absoluto demuestra su necesidad. De hecho, si la rebelión inicial se produce con éxito a través de la libre voluntad de las partes, no puede concluirse que el éxito de la rebelión depende de la coacción.

Más bien cabe pensar que el éxito de al rebelión sólo dependerá de la coacción cuando ésta aspire a convertirse en un nuevo Estado, esto es, a someter y subyugar grupos sociales opuestos a la rebelión. Pero esto sólo demuestra que todo Estado se basa en la coacción, no que las rebeliones antiestatistas necesiten de la coacción y de su conversión en un Estado.

En definitiva, las convicciones sí tienen importancia al margen de su participación activa en el Estado. La dirección única, como ya hemos visto detalladamente, no requiere de coacción (los trabajadores de una empresa están sometidos a dirección única a través de contratos voluntarios). Los individuos pueden coordinarse (o confabularse) sin necesidad de una superestructura estatal que los tutele y dirija y, por tanto, el criterio de que sólo a través de la coacción puede triunfar una rebelión, es erróneo.


Comentarios

 
¿Los conceptos se aprenden o se aprehenden? :/
Rallo, hijo, concisión, concisión y a ver si Isidoro y tu maduraís un poquito, coñe. :P
Enviado por el día 22 de Agosto de 2006 a las 22:46 (1)
Bueno, se aprenden y se aprehenden.
Enviado por el día 22 de Agosto de 2006 a las 22:49 (2)
"Quitarles la utilidad a los valores sin instituciones es equivalente a decir que cualquier subproducto suyo (por ejemplo las instituciones) es también inútil"

No creo que haga falta ser tan retorcido, es lo mismo que afirmar que las leyes no valen sin organismos que las apliquen y que estos organismos no surgirán sin leyes.
Enviado por el día 22 de Agosto de 2006 a las 23:25 (3)
Por tanto los organismos no surgirán porque las leyes que les darán nacimiento no valdrán para nada.
Enviado por el día 22 de Agosto de 2006 a las 23:33 (4)
Veo que sigues en tus trece de actuar retorcidamente :)
Todo tiene utilidad, cualquier cosa, como mínimo, vale para perder el tiempo discutiendo sobre si tiene utilidad o no. Otra cosa es que valga para cubrir nuestros objetivos (entiendo que el objetivo de las leyes no es perder el tiempo con ellas).
Digamos que en nuestro caso que la entelequia de las leyes es la justicia y está no se alcanzará sin organismos que las apliquen.

Por cierto Rallo, un consejo paternalista, menos Mises y más Baltasar Gracian. :P
Enviado por el día 22 de Agosto de 2006 a las 23:52 (5)
De donde no se sigue que esos organismos deban ser monopolísticos y de donde sí se sigue que no todo derecho depende de la existencia previa de organismos.

No sé por qué dices eso, si he sido lo más breve posible :)
Enviado por el día 22 de Agosto de 2006 a las 23:56 (6)
Eso es otra cosa, yo no he entrado en las afirmaciones de Iracundo. :P
Enviado por el día 23 de Agosto de 2006 a las 00:10 (7)
'Así las cosas, le pedí que demostrara que sus predicciones catastrofistas sobre la anarquía son ciertas. La respuesta de Isidoro es de una atónita sinceridad; simplemente no puede demostrarlo: ¿Pruebas? Dame pruebas de alguna ley económica y yo te daré pruebas empíricas de la anarquía ancap. Tan imposible es lo primero como lo segundo. Pero si a pruebas llamas el mero razonar, creo estar siendo bastante razonable al margen de que esté en desacuerdo contigo: astronauta ancap y gurú de la verdad absoluta de quiénes adoran el no-estado.

Primero, si no puedes demostrar tus afirmaciones, ¿con qué base discutes? Ah ya, tertulia de café. Si ya te dije que era lo tuyo.

Segundo y más importante, hasta donde yo creía, eras seguidor de Mises en epistemología. Por supuesto, todo el mundo puede cambiar de ideas, aunque me temo que para cambiar primero deberías haber manejado y conocido en algún momento la epistemología miseana. No puedo quedarme más que asombrado de que sigas a Mises y luego afirmes que demostrar una ley económica es IMPOSIBLE.'

Rallo da en el blanco y a profunidad: si Isidoro niega un método de conocimiento (dirá que 'algo debe ser falseable', pero decirlo no lo es, es decir que el apriorismo sigue siendo necesario a obviedad y además lo que él mismo dice pretende ser a priori y no falseable) niega su capacidad de refutación tanto del anarcocapitalismo como de las leyes económicas. "Porque tú no tienes un método de demostración, tienes que creerme". Pensé que él también exponia argumentos que necesitan soporte, no sólo Rallo.
Enviado por el día 23 de Agosto de 2006 a las 16:41 (8)

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