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12 de Enero de 2004

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Todo un hombre de Estado
Bitácora de Juan Ramón Rallo Julián

La dictadura del no-mercado


Hace poco más de una semana intenté desmontar la recurrente construcción de "dictadura del mercado". El intervencionismo proclama que el mercado sólo sirve para "aquellos que pueden pagárselo", por ello, aseveran, es necesario que el Estado provea gratuitamente los servicios básicos y fundamentales; que satisfaga las auténticas necesidades de las personas.

Desde luego, en primer lugar habría que objetar que los mentados servicios básicos no pueden ser provistos gratuitamente, al menos, si no legalizamos la esclavitud y el trabajo forzoso. La gente espera recibir una compensación a cambio de sus horas de trabajo, y ese salario lo obtiene el Estado sustrayéndolo de la renta de una parte de sus súbditos. La gratuitidad hace referencia a que unas personas pagarán por los productos que otras disfrutarán.

Pero existe, si cabe, una mayor objeción contra este plan gubernamental: la imposibilidad material de conocer cuáles son las necesidades de las personas. Se trata, en el fondo, de un problema de orden epistemológico que incapacita tanto la recolección de la información necesaria, en continua y revolucionaria creación, cuanto la valoración y estimación correcta de la misma.

Sin mercado, como bien acertó en señalar Mises, los individuos no disponemos de medio alguno para averiguar las necesidades humanas. Son los precios de mercado los que incorporan las comparaciones históricas de valor y, por tanto, los que descubren al empresario una apoyatura sobre la que auscultar las necesidades futuras.

Claro que el empresario puede errar en su vaticinio; puede cometer errores empresariales y, en consecuencia, incurrir en pérdidas. Este hecho sólo constituye un magnífico indicador de que el empresario está utilizando recursos que tienen otros usos preferentes. Es lógico, pues, que la empresa desaparezca del mercado y sus factores de producción se dirijan hacia aquellas producciones donde afloran los beneficios, esto es, que satisfacen necesidades que la mayoría de los individuos juzga esenciales.

El Estado entre otras actuaciones contra "la dictadura del mercado" propone, aunque ésta sea una solución caída en desuso, la creación de empresas públicas que no sigan estrictamente el patrón "usurero de los beneficios". Deben tenerse en cuenta, braman, otras consideraciones como los beneficios sociales.

Aún admitiendo a efectos dialécticos la existencia de estos "beneficios sociales"(que en todo caso serán descubiertos, apreciacidos y procesados de manera subjetiva por cada individuo) al Estado le resultaría imposible reconocerlos y delimitarlos. Sería una pura y dura profesión de fe hacia las letanías del filósofo gobernante.

Ahí pues reside el núcleo duro de la controversia. El Estado denigra los beneficios como un fruto de la explotación y de la avaricia capitalista. Ignora su componente indicador de la función empresarial y trata de suprimirlos u obviarlos. La empresa pública no debe buscar el beneficio, sino el bienestar social. Pero ello es tanto como señalar que la empresa pública tiene que desatender y despreciar las necesidades de los individuos. La provisión pública debe ir desligada de cualquier sustrato y demanda real; se corresponde llanamente a una inducción fantasiosa y a una interpretación grotesca de algunos parámetros subjetivamente seleccionados que llevan, por lo general, a conclusiones preconcebidas.

Cuando una empresa pública incurre en pérdidas y éstas son compensadas con ingresos fiscales, se perpetúa una dilapidación de recursos a la que el mercado ya habría puesto fin. Los consumidores buscan productos que, por emplearse los factores productivos en el dispendio público, no pueden proveerse. Por causa del Estado, miles de proyectos deseados con mayor ahínco por los individuos se tornan irrealizables. En realidad, el Estado pretende que las necesidades ciudadanas se acoplen a su provisión de bienes y servicios. No es ya la oferta la que debe postrarse ante la demanda, sino que los actores deben trocar sus valoraciones y conformarse con una oferta ciega y despótica. La soberanía del consumidor desaparece ante la gula de la soberanía del burócrata.

Todo ello nos conduce a una conclusión bastante evidente. Cuando la provisión de bienes y servicios tiene lugar por vías ajenas al mercado nos encontramos ante una indudable coacción por parte del gobierno, coacción que sólo podrá mantenerse si el aparato estatal deviene dictatorial y toma las medidas necesarias para que los individuos aprecien, conforme a la escala valorativa del gobernante, los bienes y servicios ofertados. Una vez más, cobran plena validez las ideas misianas: Si los gobiernos no abandonan estas medidas y retornan a la libre economía de mercado, si persisten obstinadamente en el intento de compensar con ulteriores intervenciones los inconvenientes generados por las medidas anteriores, constataremos al final que hemos adoptado el socialismo.

No es tanto el mercado lo que propicia la dictadura, sino, como intuitivamente podemos comprender, todas aquellas medidas que vayan dirigidas a enmendar y alterar las libres decisiones y acuerdos de los individuos; sólo el Estado puede revestir formas dictatoriales y el desprecio al mercado es el mejor estímulo para hacerlo. Olvidemos ya la falaz y contradictoria "dictadura del mercado", hablemos más bien de "dictadura del no-mercado": el sinuoso recorrido de nuestro camino de servidumbre.

Comentarios

 
que manía que tiene "alguna gente" de satanizar el beneficio personal. ¿Buscan acaso que nos esclavizemos al beneficio de los demás? ¿Hay algo más horroroso que eso? Aparte, esta gente obvia que nuestras acciones SIEMPRE van dirigidas a nuestro beneficio. Otra cosa es que ese Beneficio suponga un saldo positivo en la balanza de pagos. Pero parece que la izquierda solo entiende el beneficio como beneficio económico. Quién lo iba a decir ¿no? jajaja
Enviado por el día 12 de Enero de 2004 a las 18:22 (1)
Yo, que por mi trabajo trato con empresas y con organizaciones sin ánimo de lucro, me he dado cuenta de que, extrañamente, son las últimas las que más caro cobran sus servicios (cursos de formación y análisis de laboratorio, por lo que yo conozco).
¿Será que no es tan malo el ánimo de lucro?
Enviado por el día 12 de Enero de 2004 a las 18:30 (2)
Amén.
Enviado por el día 12 de Enero de 2004 a las 23:03 (3)
Juanra pesao. Deja de dar mitines :@
Enviado por el día 12 de Enero de 2004 a las 23:34 (4)

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