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10 de Septiembre de 2003

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Todo un hombre de Estado
Bitácora de Juan Ramón Rallo Julián

La cruzada conservadora contra el tabaco (I) : Moralizar a golpe de pistolón

<b><br /> La cruzada conservadora contra el tabaco (I)<br /> </b>: Moralizar a golpe de pistolón

   Al socaire de la ofensiva conservadora contra el tabaco, y por ende contra el libre consumo de drogas, he considerado interesante plantear ciertas cuestiones a lo largo de una serie de artículos que hoy comienza.

   Los dos rasgos esenciales que definen la mentalidad conservadora son, por un lado, una farisaica defensa del libre mercado y, por otro, la imposición coactiva de su concepción religioso-moral del mundo. Ambas características, de hecho, se complementan y refuerzan mutuamente. El conservador, por lo general, suele estar vagamente de acuerdo en que el capitalismo funciona mejor que el socialismo; sin embargo, dado que el individuo libre puede transgredir su encorsetado guión ético-sagrado, acumula una enorme desconfianza hacia el prójimo y hacia la libertad. Este desfase trata de corregirlo mediante la regulación y el derecho positivo, en última instancia, trata de convertir al Estado en una herramienta moralizadora, en la mater moralis.

   La prohibición de las drogas es un caso sangrante de este intervencionismo moral y económico; los conservadores, que subsume tanto a alguna corriente socialista renqueante como la democracia-cristiana, opinan que los individuos son incapaces de juzgar acertadamente que hacer con su cuerpo. Es el Estado quien, ungido por la revelada moral conservadora, debe establecer las pautas de nuestro actuar.

   Este principio totalitario es ridículo. La responsabilidad sobre qué hacer con su cuerpo reside en cada individuo, no la omnipotencia estatal. De hecho, La máquina burrocrática no tiene artilugios capaces de sopesar los costes y los beneficios subjetivos que deriva cada persona del hecho de drogarse. El observador externo sólo puede constatar que si alguien decide consumir drogas, los beneficios subjetivos forzosamente deben superar a los costes percibidos.

   Perseguir las drogas dado que, a largo plazo, según algunas estadísticas gubernamentales, pueden llegar a acortar la vida, es un despropósito tan absurdo como prohibir los coches debido a que entrañan un alto riesgo de accidente.

   Todo esta campaña populista se origina, como veremos próximamente, con el objetivo de propiciar un desenfrenado crecimiento del Estado: formalizar a golpe de pistolón una moral clientelar, la moral de la obediencia.

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