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16 de Agosto de 2005

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La Hora de Todos
Bitácora de José Carlos Rodríguez

Globalización y cultura

Tyler Cowen, autor habitual de Marginal Revolution, ha escrito un artículo llamado Free of the tyranny of place sobre la incidencie de la globalización en la cultura, un asunto al que dedicó un libro, de título Creative Destruction : How Globalization Is Changing the World's Cultures

Cowen reconoce que detrás de muchas críticas a la incidencia de la globalización en la cultura está el simple rechazo a ese proceso liberador que es la integración económica internacional, aderezado de antiamericanismo, con base de odio feroz a las sociedades libres. Lo habitual.

Entonces se detiene en la idea del multiculturalismo, de la diversidad cultural, eslógans bajo los que se esconden estos retrógrados. La diversidad cultural, tal como la definen los anti-globalización, consiste en mantener el menú cultural previo al contacto con culturas occidentales. Cowen no lo dice, pero resulta chocante que quienes más hablan de mestizaje cultural se rebelen contra la llegada de culturas occidentales a otros pueblos. La razón es sencilla. Quieren el mestizaje de nuestra cultura con otras para destruir la propia, y aborrecen el mismo mestizaje fuera de nuestras fronteras para mantener puras otras culturas que no sea, repito, la nuestra.

Mas volvamos a Cowen,
Pero el concepto de diversidad cultural tiene significados múltiples y en ocasiones divergentes. También se puede referir a la variedad de opciones dentro de una sociedad particular. Por esa vara de medir, la globalización ha traido uno de los incrementos más significativos en la libertad y la diversidad en la historia: ha liberado a los individuos de la tiranía del lugar.

Crecer en una granja aislada o en una ciudad remota, ya sea en Waikato o Bangladesh, es menos límite que nunca antes en el acceso de un individuo a los tesoros y las oportunidades culturales del mundo. Ya no están completamente definifas las opciones de uno por la cultura local. Hay mayor diversidad cultural entre los neozelandeses y los bangladesís que nunca.

Cuando una sociedad intercambia una obra de arte con otra, la diversidad en la sociedad que la recibe se incrementa (porque los individuos tienen más opciones), pero la diversidad entre las dos sociedades disminuye (las dos sociedades se hacen más parecidas). La cuestión no es si hay más o menos diversidad, sino qué tipo de diversidad conlleva la globalización.

Cowen, entonces, se fija en la aparente contradicción de que los autodenominados partidarios de la diversidad cultural deseen congelar las culturas ajenas. No lo hacen para matarlas de aburrimiento, sino para conservarlas puras de cualquier influencia occidental. Una yihad cultural que nuestra internacional izquierda quiere extender a todo el mundo menos aquél en el que vive.

Él cree, y yo también, que el acceso a culturas ajenas es bueno, porque mantiene la viveza de las propias. Yo añadiría que hay elementos abominables en ciertas culturas. Como el machismo descarnado del Islam y ante el que nuestras feministas callan. No pasa nada porque se disuelva. Nada malo, quiero decir.

¿Quien gana y quien pierde?, se pregunta finalmente Cowen. Ganan las familias del mundo que aumentan las posibilidades de elección. Pierden quienes viven en la civilización occidental para destruirla.

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