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Bitácora de José Carlos Rodríguez

Carlos Ball se pregunta si estamos empujando a Irak al capitalismo y al socialismo. Me temo que la respuesta va más por la segunda opción, lo que resulta especialmente paradójico, ya que no es Francia la que ha liderado la invasión de Irak, precisamente. Yo me imagino que en Washington no leen los Boletines económicos de los bancos españoles. De ser así, habrían leído este artículo que escribí en su momento y seguramente habrían tomado un camino diferente. (Es una broma, claro).



La Reconstrucción de Irak

La guerra ha terminado en el plazo más breve de los tres considerados, y con su finalización nace un nuevo problema. ¿Cómo encauzar la reconstrucción de esa nación, empobrecida por un sistema ineficaz, un programa de "Petróleo por Alimentos" que impide sacar el mejor provecho de las ventas de ese recurso y una guerra que ha afectado, si bien no de forma profunda, a varias de sus pobres infraestructuras?. La cuestión es de gran importancia, ya que el desarrollo económico ayudaría al asentamiento de un sistema democrático cuyo diseño se está desarrollando en estos momentos. Una democracia ayudaría, además, a la estabilidad de la zona; de ahí la importancia, además de los obvios motivos de desarrollo social, de la reconstrucción económica.

Contamos con mucha experiencia de transiciones de economías socialistas a economías de mercado; la suficiente como para observar que lo que mejores resultados ha dado es la implantación de un Estado de Derecho y órdenes jurídicos y judiciales que definan y defiendan la propiedad privada con objetividad e independencia, y en la medida de lo posible que respeten las tradiciones locales. Este desarrollo cuenta con dos favorables circunstancias. Una es la experiencia acumulada por varios juristas especializados en la transición de economías socialistas a Estados de Derecho; la otra es el destacado número de iraquíes que han estudiado Derecho y Economía en el extranjero, y que podrían volver, aportando su conocimiento y experiencia. La segunda reforma, no de menor importancia, es la que se refiere a la divisa, ya que sólo una moneda sana puede cimentar el desarrollo ordenado de una economía. Para llevar a cabo esa reforma se podría desarrollar una caja de conversión a dólares o euros, para lo que se puede contar con la ayuda del Fondo Monetario Internacional, que la ha llevado a cabo en otros países con éxito. En tercer lugar se debería arbitrar un sistema tributario que en estos momentos no existe.

Obviamente, para un país que alberga la segunda reserva mundial de petróleo, que por otro lado supone el 95% de sus exportaciones, el uso que se haga de ese recurso es de la máxima importancia. En primer lugar se debería concluir con el programa "Petróleo por Alimentos", ya que tanto el tipo de bienes recibidos a cambio del oro negro como el precio de los mismos está fijado algo arbitrariamente por la ONU. Lanzar el petróleo iraquí a los mercados internacionales le permitirá alcanzar los precios más adecuados por él, y la renta generada se podrá destinar a adquirir los bienes más necesarios. Por ejemplo los más urgentes bienes de inversión que cimienten un verdadero desarrollo económico. En estos momentos, la producción está muy por debajo del potencial, lo que en parte se debe al programa "Petróleo por Alimentos" y se manifiesta en unas instalaciones petroleras que están en mal estado. Su reparación exigiría unos 10.000 millones de dólares. No obstante, el economista del MIT Morris Adelman ha calculado que la venta de los derechos de producción de petróleo podría generar diez veces esa cantidad exigida. Precisamente para dar lugar a esa inversión extranjera, entre otros motivos, resulta de especial importancia alumbrar un adecuado sistema jurídico que proteja los derechos más fundamentales.

Se multiplican las noticias sobre la cantidad, el montante y el destino de las ayudas que se podrían destinar a ese país. Un cierto grado de ayudas es necesario, para salvar el período hasta que se ponen en marcha las verdaderas reformas. Pero las experiencias acumuladas el pasado siglo sobre la efectividad de las mismas, en demasiadas ocasiones dirigidas más a las administraciones que a la población y cuyo destino se ha desviado con frecuencia a los favores políticos, debería llamar al escepticismo. Por otro lado, cuando llegan a sus objetivos, distraen el esfuerzo empresarial de la producción a la búsqueda de rentas y crean un efecto dependencia que frena el desarrollo en lugar de alentarlo. De mayor utilidad sería hacer un generoso esfuerzo para perdonar gran parte de la enorme deuda que ha acumulado el régimen anterior, y que puede lastrar el deseado objetivo de desarrollo.