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Comercio

Es injusto que los que realmente producen los bienes que consumimos reciban un porcentaje tan bajo de lo que pagamos por ellos

Pongamos el ejemplo de un campo de patatas vecino a Quito. Un labrador de allí produce patatas a 10 céntimos el kilo, pero esas patatas las tenemos en el mercado de Madrid a 1 euro el kilo. Es decir, que el productor sólo se queda con un 10% del valor, y el resto se lo reparten nada más que la distribución y la especulación. Dado que el productor sólo se lleva un 10% del valor de las patatas, el comercio, para muchos, es injusto. No sería así si el productor se llevara la totalidad del precio final.

Este argumento es torticero y falso. El kilo de patatas en Quito no lo podemos consumir. Para nosotros no es un bien, por lo que no es lo mismo un kilo de patatas allí que en el mercado de Madrid. Para que podamos consumirlo se tiene que transportar y distribuir, todo lo cual tiene un coste, y no hay motivo para el que la parte del coste correspondiente a la materia prima haya de ser mayor o menor.

El comercio es justo o injusto, no ateniendonos al hecho de que éste o aquel reciba más o menos del mismo, sino de si se realiza por medio de acuerdos voluntarios.

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Entonces, ¿la gente estaría mejor con un mercado libre en lugar de cuotas y aranceles?

¿Estaría mejor su familia si usted les pusiera dificultades para salir de casa a comprar y se vieran forzados a comer lo que produce el huerto de casa? Seguramente no, porque seguramente con el dinero que sus familiares ganan trabajando pueden comprar mejores alimentos, vestidos, medicinas y artículos de toda índole que los que serían capaces de producir en casa. Pero ésta es sólo la mitad del asunto. Las familias que viven de vender sus productos en las tiendas donde ustedes compraban hasta ahora, ¿estarán mejor ahora que les han perdido a ustedes como clientes?

Ambos han empeorado.

Impedir que los Gutiérrez vayan a comprar a la tienda de los Sánchez puede que empeore el bolsillo de los Sánchez pero ¿estarán mejor los Gutiérrez? Claro que si en lugar de apellidarse Sánchez los tenderos y vender plátanos de Canarias, tienen un apellido africano impronunciable y venden bananas africanas grandes, sabrosas y baratísimas con las que alimentar a su pobre tribu, la cosa cambia radicalmente ¿no?

¿Se debe proteger con subsidios a la agricultura y a los negocios con dificultades?

Si en su barrio hay dos fruterías y una tiene alimentos de mejor calidad que la otra, la última tendrá que espabilarse en buscar mejores proveedores o bajar los precios. Y si ni aún así lo consigue, el dueño se verá en apuros y se planteará el cierre. Entonces el señor alcalde decide dar una ayuda al pobre tendero. No de su bolsillo, claro sino a cargo de los impuestos que pagan tanto el frutero de las frutas buenas y usted mismo. El mal frutero ha pagado menos impuestos que ustedes porque, como se suele decir, de donde no hay no se saca. Ahora usted tiene menos dinero para comprar frutas buenas (o lo que sea). El frutero bueno tiene menos dinero para seguir mejorando su negocio (o comprar lo que sea). Y el frutero malo sigue despachando en una frutería donde la gente prefiere no ir a comprar. ¿Es de esperar que se esfuerce más ahora que le han demostrado que el fracaso se premia a cargo de las cuentas de los demás?

Como esto se mantenga, y el frutero próspero que satisface a sus clientes tenga que ir haciéndose cargo de los gastos del mal frutero a quien la gente no quiere comprar, ¿cree usted que la calidad de la fruta mejorará en su barrio? ¿Y el bienestar económico del barrio?

Los liberales están a favor de la propiedad pero, ¿y la propiedad intelectual?

Los liberales están divididos en esta cuestión. Unos piensan que el creador ha de tener derecho exclusivo a los frutos de su inventiva. Además, si no otorgaramos derechos de propiedad intelectual, el trabajo artístico y científico carecería de incentivos. Sin embargo, también es cierto que mientras que la propiedad privada es necesaria para asignar recursos escasos, la propiedad intelectual crea una escasez artificial, al otorgar un monopolio legal que no existiría de otro modo.

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¿Deben aplicarse normativas que exijan un mínimo de calidad a los productos (casas, coches, alimentos, etc.)?

El riesgo es una parte inherente de la vida. No aprenderemos nunca a emplear nuestra libertad si no asumimos riesgos y somos responsables del resultado de hacerlo. Las regulaciones, creadas para darnos seguridad, tienen el resultado inmediato de dificultar a los más pobres el acceso a los productos regulados. Si alguien que no puede pagar un producto con esa calidad mínima puede, en cambio, adquirir otro sin ella con pleno conocimiento del riesgo que asume, ¿con qué derecho impedirselo?

Incluso regulaciones que, como las sanitarias, parecen indiscutibles tienen consecuencias perniciosas, incluso, para la salud. La cantidad innumerable de pruebas a las que debe someterse un medicamento para poder ser utilizado, provoca un mayor coste en su producción, que debemos pagar, además de alargar el proceso de aprobación, imposibilitando su uso durante años y provocando más muertes de las que evita.

¿Es favorable el liberalismo a la existencia de leyes anti-monopolio?

El término monopolio empezó a ser mal visto cuando se aplicaba a empresas que explotaban concesiones gubernamentales. Era, y es, tremendamente injusto que el Estado se arroge el derecho de decidir quien puede vender y quien no y además conceda ese derecho a un solo operador. Sin embargo, ¿qué sucede cuando, sin uso de coacción, una empresa o particular se convierte en el único ofertante de un producto? Esto sucede muy a menudo sin que parezca malo. Zidane, Michael Jordan o Supertramp son monopolistas de su talento único. Cualquier empresa que ofrezca un nuevo producto dispone siempre de un monopolio, aunque sea por un tiempo breve.

La duda viene cuando una empresa que ha obtenido por méritos propios una posición dominante intenta aprovecharse de su posición de dominio para perpetuarlo. Muchos liberales considerarán que es necesario poner leyes que lo impidan. Otros, en cambio, opinan que esta situación sólo puede perpetuarse de dos maneras: ofreciendo un buen producto a un buen precio, pues de lo contrario la competencia acabaría echandolo del mercado, o ejerciendo la coacción contra los demás posibles ofertantes. No hay nada que objetar al primer caso y, para evitar el segundo, deberían bastar las leyes normales.