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Los transgénicos (I): origen y problemática

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Breve introducción histórica

Desde que en el 7.000-8.000 a.C. se desarrolló la agricultura allá por los valles de Irak, la humanidad no ha dejado de investigar y aplicar la experiencia y el conocimiento para que los resultados de esas cosechas fueran cada vez mejores, en cantidad y calidad. Ese desarrollo se centró en obtener primero las especies de plantas más adecuadas. Puede resultar extraño, pero no lo es, que entre los millones de especies de plantas que hay en el mundo, sólo un puñado, la mayoría cereales y leguminosas, se revelaran como las especies más adecuadas para usarse como alimentos. Maíz, trigo, cebada y arroz junto a la soja son la base de la alimentación humana y animal. Y este es un proceso continuo en el que se han usado las herramientas, tanto físicas como conceptuales, que se tenían a mano en todo momento.

Otro dato que no hay que perder de vista es que las plantas que se usan ahora no tiene nada que ver con sus antepasados salvajes. Pocos agricultores podrían reconocer a simple vista el pariente salvaje del maíz que cultivan, si lo avistaran por el campo y más de un granjero mataría como mala hierba el trigo original. Y es que las especies que se usan hoy fueron domesticadas hace miles de años, como los perros, las vacas o los caballos. Podemos decir que usando el lenguaje más acostumbrado que no son ‘naturales’, por mucho que se empeñen nuestros abuelos en decir que el tomate de hoy no sabe como el de antes, que los pollos de granja son mejores que los industriales o que la agricultura biológica es más sana que la otra.

Los diferentes agricultores de todas las épocas han buscado las variedades más adaptadas a sus particularidades climáticas, edafológicas o geográficas. El peligro de las heladas, la pluviometría, la salinidad, la acidez del suelo o la altitud, entre otras, determinan las variedades e incluso las especies adecuadas. La selección de éstas se había hecho sobre la base de los criterios que da la experiencia, es decir, eligiendo las que mejor se adaptaban en ese proceso que se llama selección natural y cultivándolas pero sin saber el por qué de dicha adaptación. Hasta que Mendel y otros científicos convierten la genética en una ciencia viva.

A partir del desarrollo de la genética, las empresas y los propios agricultores que cultivan para obtener semillas para siembra, han buscado nuevas variedades mediante el cruzamiento entre aquellas que destacaban más en las características que querían mejorar. Así los rendimientos en cantidad y calidad mejoraron; las resistencias al clima, a las condiciones edafológicas e incluso las plagas se hizo mayor y pronto se pudieron obtener importantes cosechas con una reducción importante de costes. El problema era que para desarrollar una nueva variedad que hiciera frente a algún problema concreto se necesitaban varios años de desarrollo, desde que se eligen las plantas que se van a cruzar hasta que se consigue una cosecha adecuada, amén de pasar las pruebas sanitarias que exigen las diferentes administraciones de los diferentes países.

Y en este punto aparece la ingeniería genética, que nos permite la manipulación directa de los genes de las plantas.


¿Qué son los productos transgénicos?

Un organismo transgénico es aquel en el que mediante técnicas de ingeniería genética, se altera su carga cromosómica añadiendo, generalmente, uno o más genes de origen externo (transgenes). Este gen o genes transferidos le otorgan una propiedad que supone una ventaja frente a la especie original. Por ejemplo una resistencia a las heladas o a una plaga, una mayor productividad o cualquier otra. Esto no es nuevo ya que como hemos visto existen variedades que son resistentes a estos y otros incovenientes, lo que cambia es la herramienta que se ha utilizado y ello supone importantes novedades.

La primera es que es posible la alteración usando la carga genética de otras especies que nada tienen que ver con la que se va a alterar. Por poner un ejemplo, a partir del gen que le permite a ciertos peces aguantar las temperaturas bajo cero en el agua de las zonas polares, se han obtenido plantas de tomates resistentes a heladas. Otro aspecto substancial es que eliminamos el azar, que es un lacra muy importante en los cruzamientos tradicionales ahorrando tiempo y por tanto costes. En el ejemplo anterior, si quiero un tomate resistente a la helada buscaré aquellos genes que lo hagan posible y realizaré una serie de ensayos de laboratorio orientadas exclusivamente a insertar estos genes.


¿Por qué los productos transgénicos?

Lo avances científicos se producen por dos razones, bien por interés, bien por obtener más conocimiento, sin más. La tecnología que ha dado lugar a estos organismos es una mezcla de ambos. Pero la herramienta desarrollada ha permitido hacer realidad alguna de estas cuatro metas:

  • El incremento del rendimiento, bien aumentando la producción, bien aumentando la resistencia a algún factor negativo, bien mejorando las carácterísticas agronómicas de la planta.
  • El aumento de la calidad, bien con la aparición o potenciación de algún constituyente positivo, bien con la desaparición de alguno negativo.
  • El incremento del área de explotación, entendiendo que zonas improductivas actualmente puedan ser usadas para la explotación agrícola, como regiones desérticas, superficies con alto contenido salino o zonas con carencia importante de algún elemento necesario.
  • Posibilidad de domesticar nuevas especies que de otra manera no se podían aprovechar.

Todas estos objetivos suponen un incremento de los beneficios de las empresas o instituciones que las desarrollan y es que no debemos olvidar que esta mejora tiene un coste y que en el caso de las empresas privadas (y de las públicas, aunque muchos no lo piensen así), debe ir acompañado de un beneficio. Pero no menos cierto es que los agricultores al usar estos organimos transgénicos ven disminuidos los costes o ven ampliados sus rendimientos o ven que los sus productos incrementan la calidad o ven que podrían aprovechar terrenos que antes tenían que dejar improductivos, o una mezcla de todo lo anterior.

Es evidente que no todo el mundo tendría que usar el mismo transgénico, incluso no sería necesario usar transgénicos en terrenos especialmente propicios. Es importante señalar que sería una opción no una obligación. Sin embargo existe, sobre todo en la vieja Europa, un rechazo. Veamos la razón y analicemos las causas primeras.


Los problemas de los transgénicos

Lo primero que se debería aclarar es que ninguna actividad está exenta de riesgo y que la manipulación dirigida a obtener un producto transgénico puede estar sujeta a error. Reconociendo esta evidencia, se especulan demasiadas razones más o menos peregrinas, basadas en la ideología, en el miedo o en el desconocimiento. Precisamente por la alarma social o mediática que se ha desencadenado, los alimentos transgénicos son sobre los que más controles se realizan, tanto en Europa como en EEUU y resto de países. Desde mi punto de vista, la prohibición de los transgénicos sería algo así como la prohibición de las conservas porque algunas de ellas pueden desarrollar casos de botulismo, patología que en un porcentaje altísimo lleva al paciente a criar malvas.

Cuando se plantean los riesgos que tienen los productos transgénicos se hace desde dos puntos de vista, el humano y el medioambiental.

En cuanto a los humanos, es evidente que el transgén no debe codificar, esto es, generar, una proteína que sea tóxica para el ser humano. Esto es especialmente entendible si lo que se produce es un insecticida. Este debe ser selectivo para una plaga concreta y no para otros organismos y menos para el ser humano. Con unos controles adecuados tanto dentro de la empresa como de las autoridades sanitarias, no deberían producirse accidentes. Por supuesto queda claro que siempre sobrevivirá la leyenda (o la realidad para muchos) de la empresa egoista que se salta la normativa, con el silencio cómplice del gobierno, generalmente de tendencia neoliberal. O de la empresa que no tiene reparo en mandar al tercer mundo alimentos con un estándar de producción mucho menos riguroso que el que se usa para el primer mundo. De estos dos asuntos hablaremos en el siguiente artículo.

Otro factor que puede afectar al ser humano sería la posibilidad de desarrollar alguna alergia, ya que la inclusión de un transgén de, por ejemplo, maíz, en soja puede que afecte a algún ciudadano que tenga alergia a este cereal. Está claro que de nuevo un control riguroso debería desechar esa posibilidad, e incluso un etiquetado adecuado para informar al comprador. Pero es que el tema de la alergia es bastante engañoso.

La alergia a un animal o a una planta es en realidad la alergía a uno o unos pocos compuestos de dicho organismo, pero no a todo el organismo. En el caso de los transgénicos se debería demostrar que el alérgico va a ser afectado por esa o esas proteínas. El que es alérgico al polen de las gramíneas puede comer pan sin ningún problema y el trigo es una gramínea. Lo mismo que el que es alérgico al del olivo puede tomar aceite de oliva sin ningún problema. Pero además la proporción mundial de personas que son alérgicas es bajo y generalmente a elementos habituales, así que ¿estamos ante una pandemia de efectos planetarios o a un riesgo minimo y bastante controlado?.

En cuanto a los efectos sobre el medio ambiente se suscriben a tres tipos. Voy a empezar por el que desde mi punto de vista sí puede generar unos efectos más peligrosos. Cuando los transgénicos se han hecho para combatir alguna plaga o enfermedad: insectos, micosis, virus, bacterias es posible que, al igual que los fotosanitarios ‘normales’, se puedan generar resistencias que conduzcan a agentes patógenos y plagas ‘superresistentes’ con efectos muy negativos tanto en cultivos como en especies salvajes. De nuevo el control exhaustivo se hace necesario pero sería el mismo que con cualquier fitosanitario. La solución más inmediata es que estos transgénicos sean usados únicamente durante unos pocos años evitando así la superresistencia. Su uso en todo caso debería ser más cuidadoso y controlado. Pero esta es una cuestión técnica y administrativa.

El segundo factor de riesgo para el medio ambiente sería la dispersión incontrolada de la descendencia de la planta transgénica. De nuevo estamos ante un término confuso. Si una cosa es cierta es que las plantas utilizadas por el hombre llevan ya varios miles de años siendo transformadas para que se adapten a las necesidades humanas. Estas plantas son en su mayoría incapaces de volverse salvajes pues necesitan unas condiciones de cultivo que el ambiente natural no proporciona. Un ejemplo de lo que digo está en la trucha arco iris que se suelta todos los años para repoblar los cotos trucheros. Las truchas de repoblación se crían en piscifactoría y son incapaces de reproducirse en las aguas salvajes de manera viable. De la misma manera, un trigo resistente a la sequía necesitaría de otros factores que no se habrían incorporado por ingeniería genética y la dispersión no estaría acompañada de una alta probabilidad de asilvestramiento exitoso. Este problema podría ser más serio en plantas salvajes que se están domesticando, pero habría que estimar realmente su posible éxito con criterios reales y científicos.

El último riesgo para el medio estaría en la transferencia del transgén a otras variedades no transgénicas o especies afines. En especies autógamas, es decir que se autopolinizan, este problema no tiene sentido pues el polen sólo afecta a la propia planta. En especies de fecundación cruzada el asunto es diferente. El maíz transgénico en Europa no podría ‘contaminar’ ninguna planta salvaje pues no existe una afín. El problema de la contaminación estaría entre plantaciones cercanas.

De nuevo estamos ante un problema parcial pues existen soluciones parciales. En ciertas vegetales con ciertos aprovechamientos, se podían crear plantas con esterilidad masculina, evidentemente cuando el aprovechamiento no es el fruto. El inconveniente es que todos los años habría que comprar la semilla o la planta. Otra solución sería que el fruto obtenido pueda ser infecundo, es decir que no dé embriones viables, con lo que no se podría obtener una segunda cosecha, evitando una posible dispersión.

No creo que ninguna empresa quiera que su planta transgénica, que tanto ha tardado en desarrollar y que tan buenos beneficios le está dando, sea ‘robada’ porque los granos de polen transfieran alegremente esa característica a plantas vecinas no transgénicas.

Podemos buscar más factores que minimizan el problema. Si el grano transgénico puede contaminar una planta normal, ¿por qué una planta normal no puede contaminar el transgénico? De esta manera, no buscará el agricultor un situación de su cultivo transgénico lo suficientemente alejada de otros cultivos normales para tener una cosecha pura. ¿Cuál es el grado de contaminación real de una planta transgénica a otra no transgénica, o viceversa, cuando la distancia es de varios kilómetros o de sólo unos metros? Habrá que evaluar el riesgo de forma individual.

Y no podemos olvidar que a nivel genético las cosas no tiene porque ser favorables para el transgénico. Porque muchos de estos planteamientos se hacen desde la ‘fortaleza’ del organismo ‘artificial’ frente a la ‘debilidad’ del natural. Nadie nos ha dicho que esto sea así siempre. Si yo introduzco un transgén del albinismo en un visón, tendré una piel blanca para mi industria peletera. Pero si se me escapan los visones transgénicos, al ser un gen no dominante terminará por desaparecer. Tendríamos que ver si los trasngenes son dominantes o no. De hecho, desde el punto de vista empresarial podría ser interesante que sean no dominantes, ya que el agricultor o criador deberá comprar todos los años nuevas semillas o plantas y se eliminaría el problema de la contaminación genética.

Sin olvidarnos del sobrecruzamiento de genes una de cuyas consecuencias es que la carga genética del hijo no sea la mitad del macho y la otra mitad de la hembra sino que uno de los dos aporte una carga genética mayoritaria. En el caso de los vástagos de un transgénico y otro organismo normal es posible que no se transmita el transgen pues durante el proceso de mitosis se use la carga del parental no transgénico.


Conclusiones

Despues de todo lo dicho, creo que los ‘problemas’ que denuncian determinados grupos o profesionales en relación con los orgamismos transgénicos son, cuanto menos, discutibles. Muchos inconvenientes responden a experimentos de laboratorio o explotaciones controladas donde se dan unas condiciones nada ‘naturales’. Otros son perfectamente controlables por un correcto manejo de los productos, una administración vigilante y una información al consumidor adecuada. Las visiones apocalípticas de grupos ecologistas y organizaciones de ‘defensa de ciertos intereses particulares con mucho calado social’ no debe engañarnos y pensar que estamos jugando a ser Dios con la manipulación del origen de la vida. Los beneficios de los transgénicos pueden ser mucho mayores que los perjuicios y se deben usar criterios científicos para rechazarlos o aceptarlos, huyendo de todo radicalismo. Pero también hemos de ser conscientes de que ese miedo, artificial o no, existe entre los consumidores. De las razones y las consecuencias hablaré en siguientes artículos.