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Imágenes de un futuro socialista

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Traducido por Mariano Bas Uribe

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XI. Los nuevos alojamientos

Se ha realizado el sorteo de viviendas y ya tenemos nuestro nuevo hogar, aunque en realidad no podemos decir que hayamos mejorado. Vivíamos en el lado suroeste, en el tercer piso, dando a la fachada de la casa. Es raro, pero nos ha tocado en el sorteo una vivienda de las mismas características, sólo que está en la parte trasera de la casa, en realidad, dando al patio trasero. También está en el tercer piso. El desencanto de mi mujer es considerable. Había desechado cualquier idea de una pequeña villa, pero seguía esperando al menos un piso elegante con bastantes habitaciones.

Siempre he sido bastante exigente en lo que se refiere a tener una buena casa. Hasta ahora teníamos dos cuartos de buen tamaño, dos más pequeños y la cocina, para nuestra familia de seis personas. Es verdad que las dos habitaciones pequeñas en las que solían dormir el abuelo y los niños ya no nos hacen falta y que la cocina ya no es una necesidad en una vivienda, más aún cuando los comedores del Estado están a punto de abrirse. Pero de todas formas me atrevía a esperar que nos tocaran dos o tres cuartos grandes y hermosos. En lugar de esto, tenemos sólo una habitación pequeña con una ventana y un diminuto desván parecido a aquéllos en los que dormían los sirvientes. Las habitaciones son también algo más oscuras y bajas que las antiguas. Esto es todo lo que tenemos como alojamiento.

No es que quiera decir en modo alguno que sea una injusticia. Nuestra municipalidad es honrada y nadie, salvo los estafadores, puede dar más de lo que tiene. Justo ayer mismo en una reunión del Concejo se informó de que nuestra ciudad tiene sólo un millón de habitaciones para dos millones de habitantes. Pero la demanda de espacio para los distintos propósitos públicos y de beneficencia se ha incrementado inmensamente con la Comunidad socialista y el empleado hasta ahora para estos fines solamente vale para cubrir una pequeña fracción de los requerimientos actuales. En primer lugar, hay que encontrar sitio, en escuelas y distintas casas de mantenimiento, para un millón de personas, jóvenes y viejos. Además, se ha habilitado acomodo en hospitales para 80.000 personas.

Pero está claro que esos intereses públicos deben ser prioritarios frente a los privados. Así que es natural y correcto que las casas más grandes y mejores, y en particular las del barrio oeste, se hayan confiscado con este fin. En el interior de la ciudad, las tiendas y almacenes se apelotonan y muchos de los bajos se han habilitado como comedores del Estado, para el millón de habitantes que no están en instituciones públicas. Se han adaptado en lugares adecuados locales en los patios traseros como lavanderías centrales para este millón. Así, se entenderá que el destinar tanto espacio para diferentes propósitos haya tenido como consecuencia recortar materialmente la comodidad de los alojamientos privados.

Al comienzo del nuevo régimen se descubrió, como ya he dicho, que, en números redondos, había un millón de habitaciones a disposición de las autoridades. De ellas, después de restar los requerimientos de las distintas instituciones públicas, quedan más o menos unas 600.000 pequeñas, a las cuales, sin embargo, hay que añadir varios centenares de miles de cocinas (ahora superfluas), áticos y desvanes. Como hay un millón de personas a las que asignarlas, se ve de inmediato que el espacio disponible es de alrededor de una habitación por cabeza, y con el fin de preservar la más estricta imparcialidad en la asignación de las habitaciones, se concedieron por sorteo, dando a cada persona de entre veintiuno y sesenta y cinco años, independientemente del sexo, un billete de lotería. Además, este sistema de la rifa es una manera excelente de regular el principio de igualdad siempre que las condiciones esenciales no sean proporcionales. Los socialdemócratas en Berlín, aún bajo el antiguo régimen, habían introducido este sistema de rifa para asientos en los teatros.

Después de realizarse los sorteos de las residencias, se permitía intercambiar las habitaciones que hubieran correspondido a los distintos poseedores de billetes. Aquellas personas que desearan permanecer juntas, como las parejas casadas, por ejemplo, pero que hubieran recibido cuartos en distintas calles, casas o pisos, estaban autorizados para intercambiarlos lo mejor que pudieran. Por mi parte tuve que quedarme con una habitación diminuta, una simple despensa junto al cuarto que le había correspondido a mi esposa y para obtener esta despensa tuve que renunciar a una buena habitación en una casa cercana que di al joven al que le había tocado, pero lo importante, después de todo, es que no estamos separados.

No todas las parejas casadas han tenido éxito todavía en obtener un intercambio satisfactorio de habitaciones. Puede que incluso hayas algunas que no hayan hecho esfuerzo alguno para lograrlo. El matrimonio es un asunto privado y, por tanto, oficialmente no puede haber sorteos de alojamientos mayores para la gente casada y menores para los solteros. Si se hiciera eso, entonces, la disolución del contrato matrimonial, por ejemplo (y que podría producirse en cualquier momento), tendría que retrasarse hasta que hubiera disponibles habitaciones para los individuos afectados. Como está ahora, con cada alojamiento compuesto por las dos mitades de un contrato matrimonial, puede volver a separarse inmediatamente en las mitades originales, si se rompe el vínculo. Todo lo que hay que hacer es dividir el mobiliario y ya está,

Así vemos que todo en la nueva Comunidad se ha establecido de una manera lógica y sagaz. Todas las disposiciones garantizan una plena libertad personal para cada hombre y cada mujer. Deberían sentirse avergonzados aquéllos que mantienen que Socialismo significa sumisión de la voluntad individual.

Ninguna de las consideraciones que acabo de hacer pueden referirse en ningún momento a mi media naranja y a mí: vengan alegrías o penas, estaremos juntos toda la vida.

En nuestro traslado, desafortunadamente, tuvimos que dejar algunas cosas atrás. Los nuevos cuartos son demasiado pequeños para guardar incluso el resto de lo que nos quedó después del día de los carros de muebles. En consecuencia, hemos llenado nuestro pequeño lugar tanto como era posible, así que es un poco difícil moverse por él. Pero el hecho es que mi viejo armario es tan miserablemente pequeño que es muy poco lo que puedo meter en él. A muchos no les ha ido mejor. Con el traslado general han quedado en las calles gran número de objetos, por la sencilla razón de que sus propietarios no tenían sitio en sus nuevos alojamientos. Todos estos objetos se recogieron y trasladaron para incrementar en lo posible el equipamiento todavía escaso de las numerosas instituciones públicas.

De todos modos, no permitimos que esto nos aflija. El problema es suplantar el anticuado sistema de existencias privadas limitadas y escasas y organizar, en la nueva sociedad, la vida de la población en general a un nivel tan grande y vasto que todas aquellas cosas buenas para el cuerpo y la mente que hasta ahora sólo disfrutaba un clase privilegiada, estén ahora al alcance del todo el mundo. La apertura de los comedores del Estado mañana mismo continuará con la apertura de los nuevos teatros populares.

XII. Los nuevos comedores del Estado

Sin duda era un gran éxito que hoy en Berlín se hayan podido abrir a la vez mil comedores del Estado, cada uno capaz de acomodar mil personas. Es verdad que aquéllos que habían pensado que serían como los table d’hôte de los grandes hoteles del pasado, donde una exquisita clase alta se deleitaba continuamente con cada refinamiento del arte culinario- esas personas, digo, deben sentir cierta decepción. En realidad, aquí no hay ningún adorno, ni camareros vestidos de pingüino, ni cartas de un metro de largo, ni ninguna otra parafernalia.

En los comedores del Estado todo, hasta el más mínimo detalle, se ha previsto y preparado de antemano. Nadie tiene la más mínima preferencia sobre otro. Por supuesto, no puede tolerase elegir entre los distintos comedores. Cada uno tiene derecho a comer en el comedor de distrito en el que está su alojamiento. La comida principal del día se toma entre las 12 en punto y las 6 de la tarde. Cada uno tiene que presentarse en el comedor de su distrito, ya sea durante el descanso del mediodía o al final de la jornada.

Me duele decir que, excepto los domingos, ya no puedo comer con mi mujer como estábamos acostumbrados a hacer los últimos veinticinco años, ya que nuestras horas de trabajo son completamente diferentes.

Al entrar en el comedor, un funcionario recorta el cupón de comida de tu talonario de certificados monetarios y te da un número que indica tu turno. Al cabo de un rato, algunos se levantan y se van, y te toca el turno, y tomas tu plato de viandas de las mesas de servicio. Se mantiene el más estricto orden mediante un fuerte cuerpo de policía presente. La policía de hoy –su número aquí ha aumentado a 12.000– se da aires de importancia en los comedores del Estado, pero el hecho es que la multitud es muy grande. Me parece que Berlín demuestra ser a pequeña escala un ejemplo de las vastas empresas del Socialismo.

Como cada uno ocupa su sitio a medida que llega de su trabajo, a veces los grupos resultan algo variopintos. Frente a mí hoy se sienta un molinero y a su lado hay un deshollinador. El deshollinador se ríe de ello más abiertamente que el molinero. La sala de las mesas está abarrotada y los codos de cada lado molestan bastante. De todas formas, no dura mucho, puesto que los minutos para comer se controlan muy mezquinamente. Al terminarse el exiguo tiempo que te dan –hay un policía con un reloj en la mano a la cabecera de cada mesa para controlar estrictamente el tiempo– se te indica sin rodeos que debes dejar el sitio al siguiente.

Es digno de mencionar que en cada comedor del Estado de Berlín, cada día se sirven exactamente los mismos platos. Como cada establecimiento sabe cuántos visitantes va a tener y como todos los visitantes evitan el problema de tener que escoger de una larga carta, es evidente que no se pierde el tiempo, además tampoco hay esos sobrantes y restos consecuencia de la mucha comida servida, circunstancia que solía utilizarse para encarecer el precio de las comidas en los restaurantes de la clase alta. Es más, este ahorro puede muy bien contabilizarse entre los mayores signos de triunfo de la organización socialista.

Como nos dijo un vecino, que es cocinero, originalmente se pretendía servir distintos platos cada día. Sin embargo, en seguida se vio que podría haber un deseo manifiesto de igualdad en una disposición de ese tipo, pero que aquellas personas que por cualquier razón no pudieran llegar a tiempo no tendrían la posibilidad de elegir comer aquellos platos que se hubieran acabado, sino que tendrían que tomar lo que quedara.

Todas las porciones servidas son del mismo tamaño. Un camarada insaciable que hoy pidió más recibió merecidamente una sonora burla, porque ¿qué puede resultar más letal para mantener uno de los principios fundamentales de la igualdad? Por la misma razón, la sugestión de servir porciones menores a las mujeres fue rechaza de plano con indignación. Los hombres grandes y voluminosos tienen que arreglárselas con las mismas pociones y hacer lo que puedan. Además a aquéllos que anteriormente lo tenían fácil para atiborrarse, el disminuir cintura les resulta bueno y sano. Además la gente puede traerse de su casa tanto pan como desee y tomarlo con las comidas. Más aún, quien encuentre que su porción es mayor de lo que necesita no tiene prohibido dar una parte a sus vecinos de mesa.

De acuerdo con lo que dice nuestro vecino cocinero, parece que el Ministerio de Alimentación Pública ha fijado el menú de acuerdo con investigaciones científicas de forma que se sabe la cantidad de nitratos e hidratos de carbono que se necesita introducir en el cuerpo para mantener el mismo intacto. La porción diaria de cada persona es de alrededor de un tercio de libra de carne, con arroz, puré o algún tipo de vegetal, a lo que generalmente se añade una gran cantidad de patatas. Los jueves tenemos col y guisantes. Se anuncia en carteles lo que se va a cocinar cada día y esos carteles muestran el menú para toda la semana, igual que solían anunciarse las obras teatrales semanalmente.

Me gustaría saber en qué lugar, del mundo ha habido alguna vez un pueblo cuyos individuos tengan todos asegurada, día tras día, su porción de carne fresca, como le ocurre al nuestro. Meditando una vez sobre este asunto, pensé que ni siquiera el rey de Francia pudo tener un ideal mayor que el de que los domingos cada campesino pudiera tener su pollo en la cacerola. Además, tenemos que recordar que aparte del sistema de alimentación proveído por el Estado, se deja al gusto de cada uno a lo que prefiera elegir entre la mañana y la tarde –siempre, claro está, que lo que quiera esté en los límites de los certificados monetarios.

¡No más criaturas pobres, hambrientas, desdichadas y sin hogar! ¡Para cada hombre, cada día, su porción de carne! El pensar que se ha logrado fines como éstos es tan alentador que uno puede estar dispuesto a perdonar cualquier insignificante molestia que haya ocasionado el nuevo sistema. Es verdad que no estaría mal que las porciones de carne fueran un poco mayores, pero nuestro prudente Gobierno adoptó el inteligente plan de no dar al principio más carne de la media de la que se consumía aquí antes. Después las cosas serán diferentes y con el paso del tiempo, cuando las nuevas disposiciones se hayan completado más y más y pase el periodo de transición, tendremos muchas más cosas y en mayor cantidad.

Pero hay algo que dificulta que mis opiniones se desarrollen como deberían y es la preocupación que muestra mi buena esposa. Está muy nerviosa y su estado empeora día a día. Durante nuestros veinticinco años de vida matrimonial nunca hemos tenido más escenas y explicaciones dolorosas que desde el inicio de la nueva era. Los comedores del Estado tampoco son de su gusto. La comida, dice son raciones de barracón y un pobre sustituto de los sanos menús que la gente solía tomar en sus propios hogares. Se queja de que la carne está demasiado hecha y de que el caldo está aguado y cosas así. También dice que pierde inmediato el apetito al saber con antelación lo que tiene que comer durante una semana. Y eso cuando a menudo se había quejado de que, con lo caro que estaba todo, se estaba volviendo loca para saber qué cocinar. Anteriormente se alegraba cuando de vez en cuando nos íbamos de excursión, pensando que se evitaba ese día el problema de cocinar cualquier cosa. Bueno, son cosas de mujeres, siempre tienen algo que decir contra lo que no hayan cocinado ellas mismas. Sin embargo, espero que tan pronto como mi esposa haya visitado a sus hijos y su padre en la Instituciones Benéficas y les haya encontrado felices y contentos, recuperará esa ecuanimidad que nunca le había abandonado ni en las peores circunstancias.

XIII. Un incidente muy desagradable

Nuestro canciller no es el que era. Me apena verlo, porque es imposible encontrar un estadista más capaz, enérgico y activo, ni un socialista más profundo y consecuente. Pero bueno, no todo el mundo es tan imparcial como yo. Hay una gran cantidad de gente a la que no le gusta demasiado el nuevo orden o que de alguna manera sienten defraudadas sus expectativas, y toda esta gente echa la culpa al Canciller. Especialmente las mujeres, desde las mudanzas forzosas y la inauguración de los comedores del Estado. Incluso se comenta que está formado un partido reaccionario compuesto por mujeres, pero es de agradecer que mi mujer no sea de éstas y espero de corazón que Agnes tampoco lo sea.

Ha circulado por ahí un rumor contra el Canciller acerca de que en el fondo es un aristócrata. Se llega a decir que no se limpia él mismo las botas, que obliga a un sirviente a lavar y cepillar sus trajes, que envía a alguien del Tesoro a recoger sus comidas del comedor del Estado de su distrito, en lugar de ir él mismo. Todo eso sería, sin duda, una grave ofensa contra el principio de igualdad, pero, en todo caso, el problema es si las acusaciones son ciertas.

En todo caso, este descontento, que ha sido claramente fomentado por las Juventudes, un partido compuesto fundamentalmente por jóvenes combativos para los que nada es suficiente bueno, acaba de culminar en un arrebato de sentimiento público que se ha manifestado en una forma fea y censurable. La inauguración del nuevo monumento alegórico conmemorativo de las grandes hazañas de la Comuna de París de 1871, se llevó a cabo ayer en la plaza que antes se conocía como Plaza del Palacio. Desde entonces la plaza se ha visto constantemente abarrotada por multitudes ansiosas por ver este magnífico monumento. Volviendo de un paseo en carruaje, el Canciller tuvo que atravesar la plaza. Casi había llegado a la entrada del Tesoro cuando, desde las cercanías del Arsenal, arreciaron de golpe silbidos, gritos y un tumulto general. Es muy probable que la policía montada (que se acaba de reinstaurar) haya mostrado excesivo celo en facilitar el paso al carruaje del Canciller. El tumulto se incrementó en furia y hubo gritos: “¡Abajo el aristócrata, abajo el orgulloso advenedizo, echemos el carruaje al canal!”. Evidentemente, la gente se sentía muy irritada frente al ahora raro espectáculo de un carruaje privado.

Sin embargo, el canciller, con ira mal contenida, saludó cortésmente en todas direcciones y dio órdenes de conducir lentamente. A pesar de todo, fue pronto saludado con una dosis de barro y basura que aparentemente provenía de un grupo de mujeres y vi cómo le apartaban en lo posible de lo que le tiraban y también advertí que prohibía a la policía atacar a las mujeres con sus porras. Escenas como ésta, que no son en absoluto dignas del socialismo, sin duda no deberían ocurrir. Y me ha encantado oír hoy, por distintas fuentes, que se pretende dar un gran homenaje al Canciller.

XIV. Una crisis ministerial

El Canciller ha presentado su dimisión. Toda persona de buena voluntad debe lamentar sinceramente este paso, especialmente después del incidente de ayer. Pero se dice que el Canciller se encuentra en un estado de excesiva angustia y nerviosismo. Y también, lo que no es sorprendente, porque tiene cien veces más cosas en que pensar y actuar que cualquier otro canciller del sistema antiguo. La ingratitud de la masa le ha afectado profundamente y el incidente de ayer sólo fue la gota que colmó el vaso.

Sin embargo, se ha descubierto que en realidad era el asunto de la limpieza de las botas el que estaba en el fondo de la crisis ministerial. Ahora se sabe que el Canciller hace poco tiempo pasó al Gabinete un elaborado memorándum, memorándum cuya discusión los demás ministros se dedicaban a aplazar constantemente. El Canciller insiste ahora en que se preste atención al memorándum y ha hecho que se publique en el Adelante. Propone que se establezcan algunas diferencias de clases y dice que por su parte no es posible que pueda prescindir de los servicios de otros. El máximo de ocho horas al día simplemente no existe ni puede existir para un canciller, ni tampoco es viable tener tres cancilleres para gobernar por turnos de ocho horas de cada veinticuatro. Argumenta que, como Canciller, pierde una buena de parte de su valioso tiempo en limpiar las botas, cepillar los trajes, ordenar el cuarto, recoger su desayuno y tareas similares y que, como consecuencia de ello, asuntos de gran importancia para el Estado, que sólo él puede atender, se ven sometidos a desagradables retrasos. No tiene otra alternativa, dice, que o bien aparecer ante los embajadores de potencias amigas sin un botón o dos de su abrigo o que él mismo (el Canciller, como es sabido, no está casado) realice esas pequeñas composturas que son muy urgentes o de tan poca monta que no sea pertinente enviarlas a las grandes tiendas de reparaciones del Estado. Va más allá, alegando que teniendo un sirviente que realice esas pequeñas labores, se ahorraría mucho tiempo valioso para la Comunidad. También dice que el tener que tomar sus comidas en el comedor del Estado asignado es bastante molesto, por la partida de suplicantes que se organiza diariamente para cazarle. En lo que se refiere a los carruajes, nunca los usa, salvo cuando, durante el escaso tiempo que le queda, no le es posible aspirar una bocanada de aire fresco de otra manera.

Todo esto suena, por supuesto, muy razonable, pero no cabe negar que una proposición de este tipo resulta diametralmente opuesta a principio de igualdad social y que fácilmente podría tender a introducir de nuevo el sistema de esclavitud doméstica. Lo que demanda el Canciller para sí mismo podría ser reclamado por otros con el mismo derecho y en seguida estarían sus colegas del Gabinete y otros, como por ejemplo, responsables de los departamentos de Gobierno, directores de las numerosas instituciones del Estado, alcaldes, etcétera, etcétera, realizando la misma solicitud. Por otro lado, ciertamente parece una pena que la gran máquina del Estado, de cuyo eficaz funcionamiento dependen tantas cosas, pudiera de vez en cuando llegar a detenerse porque el Canciller tenga que coserse un botón o limpiarse las botas antes de poder recibir a alguien en audiencia.

Es una cuestión más importante de lo que parece a primera vista. Pero que tan excelente Canciller y tan reputado socialista se vea en el curso de su carrera bloqueado por un muro de este tipo no puede ser motivo de alegría.

XV. Emigración

La crisis ministerial llamada desde entonces la cuestión de la limpieza de botas no ha terminado aún. Entre tanto, se ha emitido un decreto contra toda emigración sin permiso de las autoridades. El socialismo se basa en el principio de que el trabajo es una obligación de todas las personas por igual, tal como en el antiguo régimen la obligación del servicio militar estaba reconocida universalmente. E igual que en el anterior régimen a los jóvenes que eran aptos para el servicio militar nunca se les permitía emigrar sin autorización, nuestro Gobierno por la misma razón puede no permitir la salida de nuestras fronteras de aquellas personas que se encuentren en edad de trabajar. Los viejos que ya no tienen que trabajar y los niños son libres de irse, pero el derecho de emigrar no puede concederse a gente robusta que tiene obligaciones para con el Estado por su educación y cultura, siempre que estén en edad de trabajar.

Al principio del nuevo orden de cosas sólo algunos escasos propietarios de medios de producción y sus familias mostraron cierto deseo de cruzar las fronteras. Es verdad que en principio se había tenido en cuenta la fuerza de trabajo de esa gente como un sumando más del total, pero se vio en seguida que el trabajo que realizaban esas personas no se acomodaba a labores más duras que el recorte de cupones y la firma de recetas, lo que resultaba de tan escaso valor que se podía prescindir fácilmente de su participación. Por lo tanto esa gente tenía suficiente libertad para irse. Lo importante era tener cuidado de que no se llevaran con ellos dinero u objetos de valor más allá de la frontera. También la emigración de prácticamente todos los pintores, escultores y escritores era algo que podía tolerarse con la más perfecta ecuanimidad. El nuevo sistema de trabajo a gran escala y más o menos siempre con un mismo patrón, no era en absoluto del gusto de esos caballeros. Ponían objeciones a trabajar con otros por el bien general en los grandes talleres del Estado y estar sometidos a la supervisión de los funcionarios. ¡Dejemos irse a todos esos descontentos! No nos faltarán poetas que en su tiempo libre, cantarán con gusto las alabanzas del Socialismo. Se ha advertido a los artistas y escultores que en adelante no podrán poner sus obras de arte a los pies de insolentes ricos presuntuosos, sino que tendrán que dedicarlas a toda la nación. Y esto no gusta en absoluto a esos servidores de Memón.

Sin embargo hay una contrariedad en relación con la emigración de todos los escultores y es que la erección propuesta de mucha estatuas a los héroes fallecidos de nuestra causa parece que se pospondrá indefinidamente. Ni siquiera se han terminado las estatuas de los memorables pioneros Stadthagen y Liebknecht. Por otro lado, al vaciar los salones de la burguesía se ha puesto a nuestra disposición un gran cantidad de esculturas para decorar nuestras salas de reunión y similares.

Unas palabras para los escritores. Aquella gente que critica todo y cuyo trabajo consiste en extender el descontento entre la gente, puede, en realidad, eliminarse de un estado en el que el deseo de las masas es ley. Hace tiempo Liebknecht usó estas memorables palabras: “Aquél que no se someta a la voluntad de la mayoría, aquél que socave la disciplina debe ser eliminado”.

Si esos caballeros olvidaran sus propias opiniones, sería mucho mejor.

Si esto hubiera sido todo, no hubiera sido necesaria una prohibición de la emigración. Pero lo más extraño del asunto es que se ha observado que gente útil y gente que realmente ha aprendido algo, se va, cada vez en mayor número a Suiza, a Inglaterra, a América, países en los cuales el Socialismo no ha tenido éxito en establecerse. Arquitectos, ingenieros, químicos, doctores, profesores, directores de factorías y fábricas y todo tipo de trabajadores cualificados emigran en manadas. La causa principal de esto podría ser cierta exaltación del ánimo que resulta muy lamentable. Esa gente imagina que de alguna manera son mejores y no pueden soportar la idea de obtener la misma remuneración que un simple trabajador de a pie. En verdad dijo Bebel: “Sea lo que sea un hombre, es la Comunidad quien le ha hecho así. Las ideas son el producto del espíritu de la época en la mente de los individuos”.

Por desgracia, el espíritu del viejo sistema sigue vagando por ahí, perdido en los laberintos del error. De aquí todas esas absurdas ideas acerca de la superioridad de un hombre sobre otro.

Tan pronto como nuestra juventud haya recibido la formación adecuada en nuestras instituciones socialistas y se vean imbuidos por la noble ambición de dedicar todas sus energías al servicio de la Comunidad, seremos perfectamente capaces de arreglárnoslas sin todos esos esnobs y aristócratas. Sin embargo, hasta entonces, es justo y necesario que permanezcan aquí con nosotros.

Bajo estas circunstancias se ha encomendado al Gobierno desarrollar medidas estrictas para evitar la emigración. Con el fin de hacerlo de la forma más eficaz, se ha estimado la medida de enviar grandes contingentes de tropas a las fronteras y los puertos de mar. Las fronteras con Suiza han recibido una especial consideración por parte de las autoridades. Se ha anunciado que los destacamentos se verán incrementados con varios batallones de infantería y escuadrones de caballería. Las patrullas fronterizas tienen instrucciones estrictas de disparar sin previo aviso a todos los fugitivos.

Nuestro Canciller es un hombre enérgico y es de esperar que continuará mucho tiempo al frente de sus responsabilidades.