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Imágenes de un futuro socialista

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Traducido por Mariano Bas Uribe

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XVI. Dimisión del Canciller

Mi ardiente deseo no se ha cumplido. Se ha aceptado la dimisión del Canciller y el Presidente de la Cámara ha sido designado como su sucesor. Parece que el Gabinete no fue capaz de llegar a un acuerdo unánime para aceptar la responsabilidad de permitir al Canciller asignar algunos sirvientes para sus asuntos privados. La razón principal para ello fue que una infracción de este tipo del principio de igualdad social acarrearía consecuencias incalculables. De aquí la necesidad de la reestructuración del Gabinete. Es importante que tengamos en mente el peligro que podríamos ocasionar de causar que todo el edificio socialista se venga abajo ante nuestros ojos si una de sus piedras angulares se alterara. Fue en referencia a una cuestión idéntica a la de la limpieza de botas que Bebel escribió: “Nadie se ve degradado por el trabajo, ni siquiera cuando éste consiste en limpiar botas. Muchas personas de alta cuna han tenido que descubrir esto en América”.

El Gobierno se inclinaba por seguir el método propuesto por Bebel para la solución de este problema práctico, dedicando más atención a la posibilidad de que los trajes y ropas se limpien mediante máquinas. Pero la perspectiva de tener que esperar a que exista maquinaria apropiada para realizar todas esas tareas no era en absoluto del gusto del Canciller, así que ha dimitido.

Se dice que su sucesor es más conciliador, pero de menos carácter y energía, un hombre que está decidido a no resultar odioso en ningún aspecto, sino a hacer que todo resulte agradable.

Quizá con demasiada ostentación, el nuevo Canciller apareció hoy en el comedor del Estado de su distrito, guardando como corresponde su puesto en la larga cola y comiendo cuando era su turno. Posteriormente se le iba a ver, en Unter den Linden, con un gran fardo de ropa vieja bajo el brazo, que llevaba al taller de reparaciones del distrito para que la arreglaran y limpiaran.

XVII. Acerca de los talleres

Estoy muy contento ahora que he recibido el nombramiento como controlador que mi amigo de la oficina me prometió hace tiempo. Ya no tendré que trabajar en el taller. Sólo hubiera deseado que Franz hubiera tenido la misma suerte y pudiera dejar su mesa de linotipista. No quiero decir que no nos gustara nuestro trabajo, puesto que sé que a Franz le pasa lo mismo que a mí, sino que la manera en que ahora se realiza el trabajo en todos lo talleres no se adapta a nuestra forma de ser. Uno no trabaja únicamente para ganar un mendrugo de pan y nada más. Schiller era un burgués, pero a pesar de ello, siempre me gustaron estos versos suyos:

“Está el hombre dotado de gracia
(Y es por tanto un don a comprender)
Que puede por sí mismo lograr
Todo lo que pueda pretender”

Por desgracia, nuestros compañeros de los talleres no tienen sentimientos similares. Aunque estamos lejos de que la gente piense que los talleres sólo son lugares donde perder el tiempo y nada más. El lema de todos es:

“No tengas prisa en exceso
No sea que los últimos
Sean los lentos.”

Se ha acabado el trabajo por piezas y en grupos. Es natural, puesto que esas maneras de trabajar nunca se armonizarían con las ideas de igual de de salario y horas de trabajo. Pero lo que no le gusta a Franz en absoluto, según me escribe, es la forma en que se desarrolla el trabajo. A pesar de los salarios seguros y regulares, dicen:

“Si el trabajo no se termina hoy, se terminará mañana.”

El celo y la diligencia se ven como estupidez y perversidad. Y además, ¿para qué tendría uno que ser industrioso? El más diligente no obtiene más que el más vago. Ahora, escribe Franz, nadie es el forjador de su propia felicidad, sino que son otros los que forjan los grilletes que te aprisionan como les plazca.

Franz escribe con esta tensión y esta vez no se equivoca como suele.

No se puede describir la cantidad de daños hechos al material y herramientas por desatención y descuido. Me hubiera vuelto loco si, cuando era maestro, hubiera tenido que vérmelas con un equipo de trabajadores como éste en el que me encuentro. El otro día tuve demasiado trabajado asignado y mi paciencia se desbordó y les hice una pequeña apelación en estos términos:

“Camaradas, la Comunidad espera que cada hombre haga su tarea. Tenemos sólo ocho horas de trabajo. Sois todos viejos socialistas y recordaréis la esperanza que solía tener Bebel en que, cuando llegara el nuevo orden, la atmósfera moral pura estimularía a cada uno a superar en su trabajo a su vecino. Esto ocurriría, camaradas, porque nunca más estaríamos esforzándonos en favor de capitalistas y opresores, sino de la Comunidad. Y cada uno de nosotros obtiene una parte de los beneficios que genera la Comunidad en su totalidad.”

“¡Estupendo sermón!”, dijeron burlándose. “Es una pena que no tengamos tiempo para pastores. Bebel nos prometió jornadas de cuatro horas y no de ocho. La Comunidad es muy grande ¿Tengo yo que trabajar y esforzarme por los 50 millones, mientras que los otros 49.999.999 hacen el vago? ¿Qué podría comprarme con esta cincuenta millonésima parte del fruto de mi trabajo añadido, suponiendo que realmente me lo pagaran?

Y todos cantaron a coro:

“¿No le gusta a nuestra Comunidad?
Que busque a quien tenga más celeridad.”

Y entonces, claro, tuve que callarme. Franz tuvo experiencias similares a la mía. El periódico de su empresa difícilmente estaba listo para ir a la prensa a la hora prevista, aunque en los viejos tiempos sólo tenían la mitad de linotipistas. Cuanto más avanzaba la noche, más cerveza se bebía en el trabajo y más aumentaba en número de errores de impresión.

Una vez el capataz se puso malo y Franz tuvo que ocupar su lugar por uno o dos días. En una ocasión, Franz pidió educadamente a las demás que hicieran menos ruido y entonces rompieron a cantar la Marsellesa, cuidándose de hacer énfasis en las palabras “Abajo el despotismo”.

Sigue habiendo maestros y capataces en los talleres, como antes, sólo que con la diferencia de que son elegidos por los trabajadores. Cuando dejan de ser apoyados por los trabajadores, cesan. Así que tienen que ocuparse de estar a bien con los líderes del taller y con la mayoría. Aquellas personas, como Franz o yo, que no forman parte de las masas se encuentran en mala situación. A veces se ven maltratados por los jefes y a veces por los compañeros. Y lo peor de todo es que es tan difícil dejar el taller como lo es a un soldado escapar de la compañía en la que le maltrata su sargento.

El último Canciller previó todo esto, pero no fue capaz de cambiarlo. La lista de sanciones dictada bajo su liderazgo contra todas las infracciones en la obligación de trabajar se puede ver en todos los talleres de donde no haya sido arrancada. En esta lista se amenaza con sanciones el absentismo, la falta de atención, la desobediencia, el descuido, la impertinencia con los superiores y una serie de faltas. Las sanciones consisten en la requisa de certificados monetarios, la reducción de raciones de comida, la supresión completa de la comida de mediodía e incluso la cárcel. Pero cuando no hay ninguna acusación no puede haber ningún juez.

Los Directores y Gestores son elegidos de la misma forma que los maestros y capataces y tienen que tener cuidado de no hacer enfadar a aquéllos que les eligieron.

En los raros casos en que hay denuncias, los procedimientos judiciales son tediosos y meticulosos. Sin embargo, recientemente se ha denunciado a varios albañiles por parte de transeúntes, que perdieron la paciencia viendo los largos periodos de descanso que se tomaban y la cuidadosa inspección a la que sometían a cada ladrillo. En otra ocasión, todos los miembros de un establecimiento fueron transferidos a otra parte del país. Pero, en general, estas transferencias a otros sitios sólo se realizan por razones políticas. Bajo esta premisa, las Juventudes protestan para obtener para todos los trabajadores la misma estabilidad que tienen los jueces en sus puestos.

El asunto del traslado a otro sitio tiene un lado extraño. El principio de la igualdad social obliga a que cada hombre, no importa donde esté, encuentre todo exactamente como estaba en el sitio anterior. Encuentra exactamente el mismo salario, la misma comida, el mismo alojamiento y todo así.

Bueno, Roma no se construyó en un día. Y este espíritu de egoísmo que tanto vemos en nuestros talleres, ¿qué es salvo la malvada herencia que nos dejó una sociedad en el que cada uno pugnaba por imponerse a los demás? Nuestras nuevas escuelas e instituciones crearán pronto esa “atmósfera moral” en la cual el árbol del Socialismo crecerá y fructificará y extenderá la sombra benéfica de sus ramas sobre toda la especie humana.

XVIII. Asuntos de familia

El domingo fue un domingo como no había pasado nunca. Mi mujer por fin obtuvo permiso para visitar a la pequeña Annie. Parece que la necesidad de orden de las Casas de Niños obliga a establecer que los padres sólo pueden ver a sus hijos cuando les corresponde por turno. ¡Cómo se había imaginado mi mujer encontrarse con su hijita! Había reunido todo tipo de pasteles y dulces y juguetes para llevárselos. Pero, con gran pena de la madre, se le obligó a dejar todas estas cosas a la puerta. Aprendió que estaba prohibido que cualquier niño tuviera juguetes que no fueran comunes a todos, ya que esto no estaría de acuerdo con su educación, que enseñaba una absoluta igualdad social. Lo mismo ocurría con los dulces. Esas cosas sólo daban lugar a peleas y vejaciones y a alterar el discurrir general de las cosas de la Casa.

Mi esposa ignoraba completamente todas las nuevas reglas, puesto que durante un tiempo había estado asignada a la cocina de su Casa y no a atender a los niños.

También mi mujer había esperado que Annie mostrara una alegría más viva y tierna al encontrarse con su madre. Pero en su nuevo entorno la niña estaba menos dispuesta a confianzas que antes. Es verdad que la separación no había durado mucho, pero es bastante cierto en el caso de los niños pequeños, el refrán “Fuera de la vista, fuera de la mente”. También la idea de ver a su madre en la mente de Annie significaba una expectativa de dulces y juguetes. Pero ahora veía cómo su madre venía con las manos vacías. Como todos los niños, en seguida se cansó y se zafó rápidamente de los abrazos de su madre para volver a jugar con los demás niños.

Mi esposa encontró a Annie algo pálida y cambiada. Esto probablemente se debe a la distinta forma de vida y de alimentación. Naturalmente, se mantiene en la Casa el más estricto orden. Pero (y la misma intención domina en todas nuestras instituciones) no sobran las viandas y la gran cantidad de cuidados que hay que realizar impide cualquier mimo a un determinado niño. El aspecto de los niños cambia muy rápidamente, pero ni siquiera cuando Annie estaba con nosotros en nuestro hogar, su apariencia conseguía tranquilizar a su experimentada madre. Pero, por supuesto, todo es completamente diferente en la separación y ahora su madre se la imagina la llegada de alguna enfermedad a la que no puede enfrentarse.

Una conversación que tuvo mi esposa con una de las profesoras del Jardín de Infancia de la casa le ocasionó una gran inquietud. Mi mujer se lamentaba de la separación de los niños pequeños de sus padres, cuando aquélla le interrumpió con estas rudas palabras:

“Oh, aquí oímos esos lúgubres lamentos todos los días. Incluso los animales, privados de razón, pronto se acostumbran cuando se les quitan sus cachorros. A las mujeres les debería ser mucho más fácil entenderlo, mujeres a las que se supone seres racionales”.

Mi esposa quería protestar ante el gobernador por la falta de sentimientos de esta mujer, pero le advertí que no lo hiciera, porque seguramente se vengaría con Annie. No sabe lo que es ser madre. Ni siquiera ha conseguido tener marido, aunque, me han dicho con absoluta seguridad, no ha sido por no haber hecho uso en bastantes ocasiones de la igualdad de la que ahora disfrutan las mujeres para proponerlo.

Antes de que mi esposa regresara de su largo viaje a la Casa de Niños, llegó el abuelo. El viejo caballero tuvo grandes dificultades para encontrar el camino por la empinada y oscura escalera que conduce a nuestra nueva casa. Me alegré de que mi mujer no estuviera presente, puesto que las quejas de su padre sólo hubieran agrandado su pesar.

En realidad sólo podía quejarse de cosas triviales y que no le afectaban. Pero claro, los ancianos tienen esa debilidad por mantener los viejos hábitos y pequeñas manías y en las casas de mantenimiento todas esas cosillas no se toleran y se eliminan con cierta severidad. El abuelo pretende asimismo que su salud ya no es tan buena como solía. Ahora le duele aquí, luego siente pinchazos o pellizcos allá y a menudo se siente pachucho. Externamente no le veo distinto, pero el hecho es que el abuelo ahora disfruta de más tiempo para pensar en él que el que tenía en nuestro entorno familiar, donde siempre había algo que le pudiera interesar y le distrajera. Solía pasar el rato conmigo en el taller y allí intentaba resultarme útil. No es que le hiciera mucho caso, pero le mantenía ocupado. No hacer nada no es bueno en absoluto para los ancianos, mientras que cualquier pequeña tarea, no importa lo liviana que sea, les hace sentirse vivos, les vincula con la realidad y previene su decaimiento físico y mental.

El pobre hombre se sentía bastante raro en nuestro diminuto nuevo alojamiento y también le afectó mucho la ausencia de casi todo el viejo mobiliario. No podía dejarle volver sólo, así que me fui con él.

Desafortunadamente ocurrió que mientras yo estaba fuera y antes de que volviera mi esposa, Ernst vino a visitarnos. Por supuesto, encontró la llave echada, pero dijo al chico de un vecino, un antiguo compañero de juegos, que una añoranza insoportable del su hogar le había hecho emplear una hora de libertad para correr a ver a sus padres. Por alguna razón, no puede acostumbrarse a la institución. El eterno leer, escribir y aprender, en suma, todo lo que significa estudiar, no le gusta en absoluto. Su deseo es ejercer alguna profesión y sólo tener que aprender lo que se refiera a ella. Y no tengo duda de que será un buen trabajador. Pero nuestro Ministerio de Instrucción es de la misma opinión que tenía Bebel, esto es, que todas las personas nacen con la misma cantidad de inteligencia y por tanto, todos por igual, deben hasta los dieciocho años (cuando empieza la formación técnica) tener la misma educación, como una preparación necesaria para la igualdad social en lo que resta de vida.

XIX. Diversiones de la gente

Continuamente se ofrecen conciertos al aire libre en varias plazas de Berlín. El nuevo Canciller va por buen camino para hacerse popular. En todos los teatros hay dos funciones durante la semana y tres los domingos y todas son gratis. Por cierto que los teatros que nuestra laboriosa Comunidad heredó de la burguesía han resultado muy poco adecuados en lo que se refiere a su cantidad y tamaño. Por tanto, ha sido necesario suplementarlos con otros varios edificios. Entre otros, muchas de las iglesias se han habilitado para este fin. En relación con esto, todavía pueden encontrarse personas aquí y allá que muestran ciertos escrúpulos y que por alguna razón no parecen ser capaces de librarse de viejas supersticiones muy arraigadas. Pero está perfectamente claro que las iglesias ahora son propiedad común y también está claro, por lo dispuesto en ley establecida en la conferencia de Erfurt de octubre de 1891 y posteriormente ratificada, que ninguna propiedad común se dedicará a propósitos eclesiásticos o religiosos.

Naturalmente en los teatros no se representan otras obras que aquéllas que reflejen las glorias del nuevo orden y que mantengan viva la memoria de la sordidez del pasado capitalista y opresor. Debe reconocerse que, al cabo del tiempo, resulta algo monótono. Pero, de todas formas, demuestra la veracidad de nuestros principios y esto a veces es muy necesario.

Al principio existía la libertad de ir a cualquier teatro, dónde y cómo quisieras. Pero esta competencia insensata se ha superado mediante una bien pensada organización de las diversiones de la gente. Resultó que en las representaciones de las obras clásicas y socialistas quedaban muchas filas vacías, mientras que en lugares donde trabajaban determinados artistas los espectadores se encontraban como sardinas en lata. Hasta había peleas por quedarse los mejores sitios. Ahora todo es diferente, el Concejo Municipal distribuye de forma rotatoria a los diversos directores teatrales las piezas a representar. Los directores disponen de los asientos entre aquellos espectadores que lo hayan pedido para una determinada obra y función, siguiendo así el plan iniciado en 1889 en el Teatro Libre Popular socialista.

Hay un dicho, “afortunado en el juego, desgraciado en amores”. Y he experimentado la verdad de este aserto. Con la mala fortuna correspondiente, a mi esposa y a mí, en tres ocasiones sucesivas, nos han asignado unos sitios tan malos en el sorteo que ella no pudo oír nada y a mí me fue casi imposible ver algo. Ella es un poco dura de oído y yo soy muy miope. Ninguna de estas cualidades armoniza perfectamente que la idea de igualdad social que ilustra el teatro.

El baile es otra de las diversiones que programan todas las tardes las autoridades locales. La entrada sigue el mismo principio que los teatros y pueden entrar tanto jóvenes como viejos. La reforma de la etiqueta en el baile parecía, en principio presentar algunas dificultades desde el punto de vista socialista. Sin embargo, esta reforma se ha llevado a cabo y la igualdad de las mujeres se consigue al elegir las parejas las mujeres alternando con la elección de los hombres. Bebel dijo, por supuesto, que las mujeres tienen el mismo derecho a conquistar que los hombres. Pero el intento de aplicar este principio al baile, dejando opcional a cada sexo, en cada danza, solicitar pareja, ha tenido que abandonarse pronto, ya que resultó que el orden en los bailes corría el peligro de convertirse en un lío considerable.

Han aparecido en el Adelante varias cartas interesantes, que discuten, de una forma exhaustiva y sutil, la cuestión acerca de si, en una comunidad socializada, en el baile todo esto es en realidad un derecho de ciertas mujeres a los hombres o viceversa, un derecho de los hombres a las mujeres. La igualdad de obligaciones en el trabajo, como apunta una mujer en el Adelante, claramente obliga a que todos tengan la misma compensación. Una parte de esa compensación se encuentra en unirse en esos bailes organizados por el Estado. A ninguna mujer puede divertirle bailar sin una pareja del otro sexo, aunque es aún más evidente que ningún caballero bailará sin una mujer.

Por parte de esta mujer, la solución práctica venía sugerida en el Adelante, y consistía en que en el futuro todas las parejas de baile, independientemente de la edad, belleza, fealdad o cualquier otra condición se eligieran por sorteo. Alegaba que precisamente en una comunidad socializada no hay personas sin trabajo ni sin vivienda, así que igualmente nunca debe haber mujeres en un baile sin su correspondiente pareja.

Pero un profesor de Ley Natural Moderna ha enviado una carta al periódico expresando su temor de que, con el paso del tiempo, el método de organizar la selección de parejas en el baile podría ocasionar consecuencias desagradables inesperadas. Teme que en el futuro podría llegarse a una reclamación de un derecho al matrimonio, a una reclamación de que el Estado tome control de la regulación del matrimonio mediante una gigantesca rifa de hombres y mujeres. Es muy partidario de que precisamente como el matrimonio es un contrato estrictamente privado, hecho de todas maneras sin la intervención de funcionario alguno, de la misma forma una unión temporal de una mujer y un hombre en el baile mantiene el carácter de un contrato privado y se opone a la idea de que cualquier maestro de ceremonias medie, sea mediante sorteo o como sea, en estas reuniones.

De hecho, entiendo que un gran número de mujeres tienen la idea de que una igualdad social consistente demanda la abolición de diferencias entre casados y no casados. Estas mujeres se han unido recientemente a las Juventudes, aunque en realidad la mayor parte de ellas son algo maduritas. De todas formas, la extensión del derecho a votar a las mujeres puede en la práctica fortalecer a la oposición en las próximas elecciones.

Se están realizando los preparativos para unas rápidas elecciones generales. La gran cantidad de asuntos que ha habido que atender hasta ahora para establecer las disposiciones preliminares del nuevo Estado socialista por el Gobierno no han permitido que las elecciones se celebren antes. Todas las personas de ambos sexos con más de veinte años tienen derecho al voto. El sistema de elección elegido es el llamado de elección proporcional, que se adoptó en la Conferencia de Erfurt en octubre de 1891. De acuerdo con este sistema, se constituyen grandes distritos electorales con varias candidaturas y cada partido político lleva al Parlamento un número de representantes en proporción a los votos obtenidos por dicho partido.

XX. Experiencias desagradables

Mi esposa y Agnes se quedaron anoche hasta muy tarde, ocupadas en secreto en la confección del vestido.

Como controlador debo legalmente denunciar a ambas a las autoridades correspondientes por sobreproducción y por exceder el máximo de horas de trabajo. Por suerte, no están entre las cincuenta personas que forman la sección que estoy obligado a controlar.

Las dos están más habladoras de lo usual desde que se dedicaron a hacer el vestido. Por lo que he podido averiguar, no pudieron encontrar lo que querían en las revistas, así que estaban cambiando y adaptando algunos aditamentos a su gusto. Compiten entre sí en repasar las nuevas revistas del Estado. Escaparates, ofertas, anuncios y catálogos, todo eso aparentemente ha desaparecido. Se quejan de que se ha acabado con cualquier conversación sobre cuáles serán las novedades de la moda y cualquier cotilleo acerca de los precios. Los vendedores encargados del Estado son tan secos como solían ser los revisores de los trenes estatales. Naturalmente, toda competencia entre tiendas ha desaparecido y para cada artículo concreto hay que ir a una tienda determinada y no a otra. Esto es imprescindible para la organización de la producción y el consumo.

Por supuesto, al vendedor le es absolutamente indiferente que compres o no. Algunos vendedores fruncen el ceño en cuanto se abre la puerta de la tienda y tienen que dejar un libro interesante o interrumpir algún otro entretenimiento. Cuantos más productos quieras ver, cuanto más preguntes acerca de su fabricación y resistencia, mayor es la irritación del vendedor. En lugar de buscar el artículo en otro lugar de la tienda, dice de inmediato que no le queda en el almacén.

Si quieres comprar ropa (y respecto de esto tengo que advertir que toda costura privada y similares en casa, más allá de las ocho horas diarias, está prohibida), su aspecto es lamentable. Al probártelo te acuerdas de la forma de vestir de los reclutas en el ejército, con el sastre insistiendo en que el número que corresponde a tu talla debe necesariamente quedarte bien. Si cualquier prenda que se haya ordenado fabricar resulta que aprieta aquí o queda muy ancha allá, se necesita toda la elocuencia que puedas tener para convencer al sastre de que la prenda es así. Si no consigues convencerlo, puedes elegir entre llevarte el artículo tal como es y hacer con él lo que puedas o reclamar al estado mediante un pleito.

Pleitear ahora es muy barato. Tal como se resolvió en la Conferencia de Erfurt en octubre de 1891, la justicia es gratuita. Como consecuencia obvia, el número de jueces y abogados se ha multiplicado por diez. Pero incluso este gran incremento está lejos de ser suficiente para las reclamaciones, ya que las acciones contra el Estado por la inferioridad de los bienes que suministra, de las malas condiciones de los alojamientos, la mala calidad de la comida, la sequedad y rudeza de sus vendedores y demás funcionarios, abundan como la arena a la orilla del mar.

Con las limitaciones causadas por las ocho horas obligatorias, a los juzgados les resulta casi imposible atender todos los casos que se les presentan. No hay que reprochar a los abogados y picapleitos que quieran prolongar las demandas injustificadamente. Muy por el contrario, hay protestas porque desde la abolición de todos los honorarios y desde su nombramiento como funcionarios del Estado, los abogados apenas escuchan lo que tengan que decir sus clientes. Parecería que hay una tendencia a resolver todas las diferencias sumariamente y en bloque. Por eso mucha gente, que no encuentra nada atractivo emprender un pleito, prefiere, incluso a pesar de ser gratuito, soportar cualquier injusticia, en lugar de aguantar todo el tiempo perdido, los desplazamientos y lo desagradable de plantear una demanda.

Me apena tener que advertir que la falta de honradez está aumentando, a pesar de que el oro y la plata prácticamente han desaparecido. Mi trabajo como controlador me ha mostrado ciertos secretos de los cuales hasta ahora era ignorante. El grado de corrupción es siete veces mayor de lo que era. Los funcionarios de todas las categorías disponen de bienes propiedad del Estado a cambio de algún favor o servicio privado que se les haya rendido, o bien se olvidan, al realizar sus labores como vendedores, de arrancar un cupón del valor real de los certificados monetarios de los compradores a cambio de bienes entregados. Con el fin de ocultar cualquier deficiencia, se recurre a rebajar el peso, adulterar los productos y cosas así.

También hay frecuentes robos de certificados monetarios. Las fotografía que tenían, en la práctica no han dado suficiente protección frente al uso de certificados por otras personas. Las promesas y regalos de todo tipo a quienes están en puestos de responsabilidad, quienes tienen que otorgar los trabajos fáciles y agradables o poseen influencias de otro tipo, son un mal que se extiende hasta las más altas esferas. Siempre que tenemos una reunión con nuestro jefe se nos llama la atención por algún nuevo truco o pillería referido a estos asuntos.

Hasta ahora, me consolaba con la seguridad de que las cosas mejorarían tan pronto como hubiéramos superado el periodo de transición, pero ahora no puedo evitar pensar que todo va a empeorar rápidamente. Uno de mis colegas intentó hoy explicar la causa de todo esto. Su explicación fue que puesto que la gente encuentra que es imposible mejorar mediante el modesto esfuerzo y de forma legítima, y que la situación de igualdad se ha impuesto a todos por igual, todo su esfuerzo ahora se dirige a lograr no honradamente, aquello que no puede obtenerse de otra forma.