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El Electorado del Terror
Enviado por el día 3 de Mayo de 2004 a las 10:58
El Electorado del Terror
15 de Octubre de 2001

por Hernando De Soto

LIMA, Peru - Titulares de periódicos y locutores de televisión a través de Estados Unidos preguntan: "¿Quiénes son esas personas que tanto nos odian?" Nosotros, que vivimos en el tercer mundo, así como las ex naciones soviéticas, conocemos muy bien al terrorismo. Los terroristas del siglo veintiuno que enfrentamos son políticos implacables con ambiciones domésticas. Matar inocentes es un medio para conseguir un fin: tomar control del poder político en sus propios países.

Pero estos políticos terroristas tienen un problema común. Son pequeñas minorías en sus propios países. Para llegar al poder, deben aumentar sus adherentes, y en el mundo en desarrollo, la abrumadora mayoría de la gente es pobre. La dificultad es que durante los últimos 30 años, los pobres, en la mayoría de los lugares, han estado más interesados en convertirse en empresarios que en revolucionarios. Para mejorar sus vidas, han emigrado por millones a las ciudades. Se puede observar a esos emigrantes en las calles del Medio Oriente o de Asia, vendiendo lo que pueden fabricar en sus villas miserias, desde alfombras y libros hasta herramientas y motores.

Ellos han trabajado con más ahínco de lo que la mayoría de las personas en Occidente se dan cuenta. Sólo en México, según nuestra investigación, los bienes de los pobres suman en la actualidad 315.000 millones de dólares, siete veces el valor de Pemex, el monopolio petrolero del país. En Egipto, los pobres controlan unos 245.000 millones de dólares en bienes, 55 veces más que la inversión total extranjera hecha en Egipto durante los últimos 150 años. En todo el mundo en desarrollo, los pobres enfilan hacia una sociedad de mercado libre.

¿Qué debe hacer un terrorista para que los pobres se desvíen de la economía hacia la política? Debe crear un irresistible shock emocional que se concentre en las diferencias del pueblo con Occidente en lugar de enfocarse en las aspiraciones de emularlo.

Para polarizar a la gente de esa manera, lo que se hace es cometer algo lo más atroz posible, y esperar que el enemigo responda con mayor violencia y de manera indiscriminada, matando más gente inocente y creando legiones de refugiados. Los políticos terroristas aguardan entonces sentados a que los pobres, y aquellos cuyos corazones están en favor de los pobres, acaten su liderazgo.

Los recientes ataques en Nueva York y en Washington son una gigantesca trampa política. La intención fue crear un shock que polarizara a los cientos de millones de musulmanes. Pero, al atacar tales símbolos del poder y la riqueza de Estados Unidos, los ataques pueden también ser percibidos como embestidas a un sistema político y económico y un intento por polarizar a los pobres contra los bastiones del capitalismo democrático. Si los políticos terroristas quieren hallar un electorado significativo, tendrán que hacerlo apelando más a las necesidades materiales que a las espirituales. Es allí donde la batalla debe librarse y ahora, lamentablemente, el mundo está maduro para esos conflictos.

Tras la caída del Muro de Berlín, hace 12 años, los principales partidarios del mercado libre, incluidas las instituciones financieras internacionales, creyeron que los beneficios también alcanzarían a los trabajadores más pobres. Pero, en cambio, los pequeños empresarios fuera de Occidente han experimentado en su mayoría sufrimiento a nivel económico, una disminución de sus ingresos, y gran angustia. Aquellos que están en favor del mercado libre han olvidado que la única forma de que el capitalismo puede ayudar a la prosperidad de los pobres es incluyéndolos en el sistema capitalista. Pero eso no ha ocurrido. Los pobres, con frecuencia, carecen de explícitos títulos sobre sus propiedades. Los edificios y las tierras no pueden ser usados para garantizar créditos. En la vasta mayoría de las naciones, los pobres no pueden aprovechar estructuras legales que son esenciales para la producción de riqueza.

Y sin embargo, los norteamericanos durante el siglo pasado demostraron que sabían cómo enfrentar la polarización. Luego de la segunda guerra mundial, el general Douglas MacArthur y el nuevo gobierno japonés —inspirado por los escritos de Wolf Ladejinsky, que estaba vinculado al departamento de Agricultura de los Estados Unidos, y por tecnócratas japoneses— quitaron el electorado al establecimiento feudo-militar al reemplazar el sistema legal feudal con leyes de defensa de la propiedad que protegían a los individuos, incluyendo a los pobres. El cambio contribuyó al fenomenal crecimiento económico de Japón. De la misma manera, Estados Unidos ayudó a Taiwán a crear una nueva prosperidad a través de la Comisión Conjunta sobre Reconstrucción Rural, y actuó de manera similar en Corea del Sur.

En mi país, Perú, ayudamos a socavar el movimiento terrorista Sendero Luminoso en la década del noventa reformando leyes que permitieron a los pobres obtener títulos legales de sus viviendas y pequeños negocios. Según mi experiencia, Sendero Luminoso y grupos similares en otras partes han amparado los reclamos de tierras de los campesinos como parte de su política. Y una vez que el estado protege esos reclamos mediante el otorgamiento de un titulo legitimo, los terroristas pierden su soporte político. En realidad, la estrategia fue usada por primera vez por los prusianos para conseguir que sus granjeros derrotaran a Napoleón a comienzos del siglo diecinueve.

A fin de desviar a los pobres de los cantos de sirena de los terroristas, Estados Unidos y sus aliados deben apelar a sus intereses empresariales. No es suficiente apelar al estómago de los pobres. Hay que apelar a sus aspiraciones. Eso, de cierto modo, es lo que hacen los terroristas. Pero su camino sólo conduce a la destrucción.

Hasta ahora, la política de Occidente y sus incentivos económicos se han concentrado en alentar al resto del mundo a seguir buenos consejos en materia de macroeconomía a fin de estabilizar las monedas, balancear presupuestos y privatizar empresas públicas. La influencia, poder y glamor de Occidente son todavía tan grandes que la mayoría de los países han seguido esas recetas. Occidente no se involucró en los detalles. Sus beneficiarios han prosperado (o fracasado) en base a su propia imaginación y programas. Ha llegado el momento de que Occidente conciba nuevas políticas que inspiren a los gobiernos a canalizar la vigorosa energía empresarial de los pobres y se concentren en el desarrollo a nivel de la microeconomía, alentando el capitalismo desde abajo.

La lucha a largo plazo contra el terrorismo necesita ofrecer a millones de guerreros potenciales un interés formal en el sistema económico al que ellos anhelan sumarse. Cualquier campaña que no introduzca una cuña política y económica entre los terroristas y los pobres será posiblemente de corta duración.

Este artículo apareció en el New York Times el 15 de octubre de 2001.

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