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22 de Agosto de 2006

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La Hora de Todos
Bitácora de José Carlos Rodríguez

Nuevas reflexiones sobre la defensa privada: Respuesta a Iracundo (II)

7. Primera contradicción que Isidoro niega: Amigos y enemigos

Isidoro negó la capacidad de las empresas privadas para discriminar entre amigos y enemigos. En su opinión, en tal contexto, todos son enemigos de casi todos. Ante lo cual le respondí que eso era contradictorio: si todos son enemigos de casi todos, entonces habrá un “casi nadie” (unos pocos) que sí serán aliados, en caso contrario todos serían enemigos de todos, y simplemente no habría base para la colaboración empresarial. No habría mercenarios, ni trabajadores, ni proveedores, ni clientes, ni empresas, ni nada: tendríamos una lucha individual universal.

Pero es que aun cuando ese fuera el caso, le recordé, aun cuando todos fueran enemigos de todos, sí habría una discriminación empresarial, una decisión según por la cual, “lo más seguro para mí vida es considerar a todos preventivamente enemigos”.

Queda claro que esta decisión es absurda y sorprende que Isidoro llegue a niveles tan bajos como para tomarla en serio. Ni siquiera los animales se enfrentan uno a uno entre sí: las cazas en manada son una muestra de colaboración. Y es que si un individuo considera que la máxima seguridad la obtiene declarando la guerra a cada persona que ve, deberá estar continuamente en guerra. A los individuos les interesa establecer alianzas y pactos de no agresión para no extinguir sus energías y defenderse de los auténticos peligros externos, a menos que disfruten haciendo la guerra (lo cual es posible, pero no necesario).

Pues bien, Isidoro sigue manteniendo que es posible considerar a “casi todos” enemigos y no poder discriminar. ¡Cómo si eso no fuera ya una discriminación!: Incluso para un observador no neutral esta expresión no significa que "haya amigos o deje de haberlos" sino más bien una sencilla reserva en concesión del libre albedrío. Materialmente no existiría un trust pero "lo aceptamos" virtualmente. Cuando se dice: no se podrían delimitar bandos y casi todos estarían contra casi todos no se incurre en contradicción alguna sino que se enuncia una verdad: yo no puedo estar realmente en guerra con un territorio al que no puedo acceder, por ejemplo.

En todo caso quien tiene una incapacidad portentosa para discriminar entre amigos y enemigos sería el Estado; para cargarse a un dictador se bombardea a la población, lo apoye o no. Por tanto, tu argumento pro-estatista es simplemente ridículo. Ahora bien, ¿sostenemos que el Estado es incapaz de defendernos porque no puede discriminar? No, porque de hecho discrimina. ¿Y cómo discrimina? Considerando a toda la población que cae en un monopolio territorial como potencialmente enemiga. ¿Que se trata de una discriminación torpe? Ese es otro asunto, pero es una discriminación que no impide la provisión de defensa como tú si imputaste a la defensa privada: “No ya para ganar la guerra sino para poder llevarla a cabo es totalmente necesario realizar la discriminación entre amigos y enemigos y eso no es posible en un orden de cosas en el que quiénes llevan la guerra son agencias privadas”.

En otras palabras, siempre se discrimina cuando se selecciona un objetivo militar, por muy amplio que este sea. Y cuando el objetivo militar es universal, como pareces querer sugerir tú, también se está discriminando, por cuanto tienes que elegir entre: “considerar a todo el mundo potencialmente amigo o potencialmente enemigo”. Y eso supone una presunción: de culpabilidad o de inocencia, pero en todo caso una presunción que te permite discriminar entre amigos y enemigos (colocándolos a todos a un lado) y que realizas en función de tu conocimiento de la realidad y expectativas futuras.

Por supuesto, yo sostuve que la capacidad de las empresas para discriminar es mucho más amplia, de lo que Isidoro cree ya que, al menos, puedes discriminar entre amigos (clientes), colaboradores (proveedores, empresas auxiliares), neutros (potenciales clientes y elementos pacíficos) y enemigos (atacantes o potenciales atacantes).

Isidoro lo niega pero, al hacerlo, refuta uno de sus manidos argumentos, el problema de los gorrones: Las empresas y sus oficinistas tal vez, sus trabajadores no. Si en una ciudad bajo ataque un soldado/s declina/n salvar a un "gorrón" y su gorrona familia de un ataque/saqueo de una agencia "enemiga" de dicho/s soldado/s no veo por qué, en la confusión del combate, y una vez superada la barrera de esa prueba moral, ese/os soldado/s respetaría/n a los suscriptores. ¿Por disciplina? Pero si nadie se entera..., dices que "fue el enemigo". De hecho, en tal orden de cosas, no me resulta inimaginable la escena de unos soldados de una agencia llegando a un acuerdo para no luchar con el enemigo y "juntos" saquear a los gorrones.

Primero, es sorprendente como en medio de una guerra, los soldados –o algunos soldados- mientras están matándose entre sí adquieren la capacidad para ponerse de acuerdo con algunos enemigos –sin saber si mientras tanto otro enemigo uniformado puede pegarte un tiro por la espalda- para saquear a quienes dices proteger. Isidoro niega por un lado toda organización militar exitosa que no esté centralizada y, ahora, nos dice que en medio del combate, algunos militares harán un kit kat (supongo que paralizando los tiros y las bombas de quienes no colaboren) y se podrán a saquear en comandita a los individuos indefensos (que por supuesto tampoco estarán armados ni tendrán sistemas de defensa personal).

No niego que pueda suceder –del mismo modo que, caspita, puede suceder con el Estado, ¿o acaso los ejércitos públicos se caracterizan por su recto obrar?-, pero sí es interesante destacar la doble vara de medir. Cuando se trata de estudiar la eficiencia defensiva, los soldados no pueden coordinarse; cuando se trata de saquear al prójimo, la coordinación es casi automática.

Segundo, el hecho de que los gorrones sean fácilmente saqueables por cualquiera de ambos bandos, sin que quepa pedir en ningún momento la restitución, ya muestra que, quizá, no sea tan rentable ser gorrón cuando cualquiera puede atacarte sin que puedas reclamar o solicitar protección salvo a ti mismo. El paraguas es más estrecho de lo que parece, de modo que el problema del free-rider sería mucho más irrelevante de lo que afirmas. Precisamente por eso: porque en caso contrario estarían sometidos a cualquier amenaza estatista externa.

Tercero, tu simplismo argumental es asombroso. Por un lado, tú eres capaz de entrever ese problema (que los propios soldados saqueen a sus clientes) y, parece ser, supones que los altos directivos de la empresa o no serán capaces de entreverlo (en cuyo caso, tranquilo, entrarías en el Consejo de Administración con un sueldazo) o bien crees que no serían capaces de solucionarlo.

Tu razonamiento me suena mucho a la crítica socialista que se efectúa a las Sociedades Anónimas: dado que son los gestores quienes dirigen la empresa, y no los propietarios, la sociedad no maximizará el bienestar de los propietarios, sino el de los directivos, persiguiendo objetivos que siendo subóptimos económicamente para los accionistas sean óptimos para los directos (por ejemplo, aumentando su fama).

Lo cierto es que, en estos casos, ya se han desarrollado mecanismos diversos –por ejemplo la participación en el valor añadido de la empresa por parte de los directivos- para solventarlo. Mecanismos que, por portentoso desconocimiento del funcionamiento de una empresa, no eres capaz ni de imaginar.

Por ejemplo, ¿qué ocurre si se hace depender la retribución de los soldados de que no se exceda un cierto nivel de daños materiales y humanos, provengan de donde provengan? ¿O qué sucede si la empresa infiltra aleatoriamente a confidentes para que delaten, con las pertinentes pruebas, a los transgresores? ¿O si se hace depender el salario de los mandos intermedios de que sus áreas de influencia minimicen los daños?

Es simplemente ingenuo que consideres que un problema tan flagrante en el mundo militar no tratará de ser solucionado por los empresarios. Porque te recuerdo que un soldado que roba a un cliente es un tipo que está robando a la empresa; si empresa A tiene a X como cliente, y el trabajador de A mata a X y le roba sus joyas, A se queda sin cliente y el trabajador con las joyas. ¿Tú crees que a la empresa A le interesa que sus clientes vayan muriendo y que, sobre todo, aquellas zonas que defienda tengan un alto índice de mortandad?

Distinto es el caso del Estado, donde los soldados sí pueden tener incentivos para saquear, sin que grandes contratiempos. Primero, los Estados en la mayoría de las ocasiones suelen tener legislaciones en virtud de las cuales los bienes inmuebles de los fallecidos sin herederos pasan a integrar su patrimonio, con lo cual ciertos muertos pueden resultar lucrativos. Segundo, el Estado puede incrementar los impuestos para compensar los contribuyentes fallecidos en mayor medida en que una empresa puede incrementar los precios al resto de clientes sin provocar que se pasen a la competencia. Tercero, un Estado no tiene que convencer a individuos extranjeros de que su provisión de defensa es la más eficiente: la única forma en que un Estado puede controlar otro territorio es a través de la conquista, no de la persuasión a sus clientes. De hecho, incluso le puede resultar útil tener una cierta fama de sanguinario para amilanar a las poblaciones y Estados extranjeros. Los Estados no compiten en eficiencia defensiva, sino en expolio y ejercicio de la violencia.

8. El complejo de Zumosol

Después de esto, Isidoro sostuvo que la sociedad degeneraría en una guerra de todos contra todos, lo cual sería catastrófico. Yo le respondí que, obviamente, si su hipótesis de partidas es la guerra universal, esa situación es catastrófica, pero que yo ya le había dado razones con anterioridad (básicamente el alto coste de la guerra para una empresa, la pérdida de capitalización que supone incurrir en guerras innecesarias y de mala fama internacional, la resistencia interna, la ayuda externa, la interdependencia económica de las empresas, proveedores, auxiliares...) para que ello no sucediera.

Isidoro me dice que vale, de acuerdo, lo acepta pero que entonces no tenemos agencias defensivas: Pues sí, estamos de acuerdo, pero con un problemilla... para tu argumentación. Esa guerra brutal no comenzaría si las agencias de seguridad llegaran a un acuerdo para no luchar, esto es, para no hacer lo que digan sus suscriptores sino directamente cobrarles.

Volvemos al problema del primo de Zumosol. Isidoro asume que los consumidores quieren empresas que combatan entre sí continuamente, de modo que si establecen acuerdos de no violencia, ¡las empresas van en contra de los consumidores! Simplemente genial. Y ahora explícame cómo soluciona eso un Estado como el británico cuyo Parlamento se ve muy influido por la opinión pública. Vaya, tenemos una opinión pública que quiere ir a la guerra, un Parlamento muy influible y, sin embargo, no vamos a la guerra. Fantástico.

Me parece que eso es una partida de cartas marcadas. Si nos atacan los nazis, los políticos no cederán nunca porque responderán al pulso ciudadano; si el pulso ciudadano consiste en declarar la guerra a todo quisqui, entonces los políticos no cederán, porque tendrán la entereza suficiente como para no ceder a la calle. ¡Y qué buenos y sabios son los políticos! En cambio, los empresarios operan, no se sabe muy bien por qué, al revés: si sus clientes quieren que combatan a los nazis (o si el gallego quiere que protejan al extremeño) no cederán a la presión de sus clientes; en cambio, si los clientes quieren ir a la guerra, se lanzarán de cabeza a pesar de los costes enormes para su patrimonio que supone una guerra innecesaria. Conclusiones del horno iracundo, argumentos cero.

E Isidoro continúa con el simplismo: si sostenemos que existirían fuera como fuese múltiples agencias de defensa (que no pudiesen llegar al trust) no hay nada que nos impida pensar que acabarían arreándose entre ellas como parte de la oposición de lo que ya señalé en otro lugar: la verdad contra la verdad más absoluta; caso del primo Zumosol (mirar arriba).

“No hay nada que nos impida pensar”. Esto me recuerda al que va a 200 por hora por la autopista sin saber conducir y dice: “No hay nada que nos permita frenar”. Pues hombre, existen frenos, que no conozcas que existen no significa que no existan.

Los voy a enumerar una vez más: los activos de las empresas son limitados, si quieren robar a sus ciudadanos para financiarse en el transcurso de una guerra deberán emprender una nueva guerra contra su población; el control de la compañía dependerá de su capitalización bursátil y ésta caerá tan pronto como reduzca sus ingresos esperados (por la pérdida de fama entre los clientes extranjeros) e incremente sus gastos corrientes (por la declaración de guerras). ¿Sabes lo que son flujos de caja? Pues declarar una guerra en contra de los deseos de los clientes te impone una pago tras otros sin que, salvo en la lejanía y con un descuento enorme, entreveas los cobros.

Más mecanismos: la ayuda de empresas extranjeras, la colaboración de las entidades bancarias, la resistencia interna de la población... Que sí, que ninguno de esos métodos es de por sí infalible, que ninguno garantiza que las empresas no se conviertan en Estado, pero son mecanismos que existen y que si los conocieras sí podrían impedirte pensar que las empresas vayan a acabar arreándose entre ellas.

Por ejemplo, el cliente de la empresa A tiene un conflicto con el cliente de la empresa B por un importe de 100 euros. ¿Qué crees que resulta más rentable? ¿Qué A le declare la guerra a B y arriesgue perder todo o parte de su patrimonio, o que acudan a un tribunal de arbitraje? Te lo diré de otro modo, EEUU le tiene una tirria impresionante a Chávez, ¿qué crees que le resulta más rentable, invadir Venezuela o tomar medidas diplomáticas represivas? Que no hombre, que las empresas no responden ante el más mínimo impulso suicidándose. Que Microsoft aun no ha contratado a un ejército de mercenarios para que cuelguen de un árbol a todos los miembros de la Comisión Europea a pesar de que le hayan impuesto una severa desconcentración.

9. Segunda contradicción que Isidoro niega: el Estado y las necesidades
 
En este punto sostuve que la estructura productiva defensiva, se iría adaptando a las necesidades de seguridad de los consumidores. Si la gente anhela más defensa callejera, se producirá más seguridad de este tipo. Si, en cambio, desean más defensa privada, la financiación afluirá hacia allí.

¿Cuál fue la respuesta de Isidoro? Pues la más sencilla que sin Estados la gente no tiene necesidades de seguridad; lo cual es una portentosa contradicción porque él mismo sostenía que el Estado surge como consecuencia inexorable de la necesidad de seguridad. Ergo, el Estado es un posterius de la necesidad. Esta flagrante contradicción, sin embargo, no es tal a los ojos de Isidoro: Resulta que esas "necesidades" no son sino servicios de seguridad (que pueden ser privatizados una vez existe un orden). Las agencias de seguridad serán agencias de seguridad conforme exista una ley y un orden si no serán agencias de extorsión. En tal caso dichas agencias suministrarían "soberanía" (como la mafia). Pero la NECESIDAD última de seguridad de todo hombre sedentario, que no es otra que el no ser asaltado por una pluralidad de extorsionadores (que, insisto, sería lo que serían tus agencias de seguridad en plena anarquía), se encuentra sólo satisfecha correctamente por el estado.

¡Y la de cabriolas lingüísticas que han de darse para no reconocer los errores! Una cosa es que sólo el Estado satisfaga correctamente la necesidad de seguridad, otra que esa necesidad nazca con el Estado. ¿No te das cuenta de que es contradictorio? ¿Qué no puedes sostener que B nace como causa de A pero que B es anterior a A? Y la cosa no cambia por el hecho de que escribas necesidad en mayúscula, o necesidades en plural. Las agencias de seguridad surgen porque la gente tiene necesidad de seguridad, y esa necesidad existe, haya o no Estado. ¿Acaso si no hay Estado la gente no querrá ser defendida de los peligros lejanos y de los cercanos? La verdad, es un argumento tan ridículo que no debería ni incidir en él. Máxime cuando según tú el Estado termina imponiéndose por ser la agencia más eficiente que satisface la seguridad ante peligros lejanos. En fin, más suerte la próxima vez.

10. George de la Jungla

Isidoro supone que en ausencia de un Estado monopolístico no hay ley y que, por tanto, nos encontramos ante la jungla. Su problema es que, vaya por dónde, hoy no existe Estado mundial, de modo que los Estados deberían estar batallando sin cuartel entre sí.

Esto es un caso particular de lo que hemos comentado antes: aun sin autoridad central, sí puede discriminarse entre amigos, aliados, enemigos, neutrales... De modo que a nadie le interesa declarar una guerra universal donde sería una presa fácil. Pero a Isidoro esto le trae sin cuidado: No carece de sentido porque la satisfacción de los consumidores en ese mundo de agencias de seguridad consiste en ser el primo de Zumosol, esto es, las empresas serán según "compitan" crecientemente violentas. Ese nefasto ciclo no existe en el estado, que tiene clientes cautivos. Mi argumentación no requiere de un estado mundial (el tuyo sí requiere un no-estado universal: ahí es nada), no, basta que exista un equilibrio de poder en esa "jungla interestatal". Ni que decir tiene que en la actualidad ese equilibrio, con EEUU como eventual garante, es un hecho (y más entre las naciones avanzadas: MDA).

Pues eso, sheriff George Bush de la Jungla. Menos mal que están los EEUU, por lo visto antes de que iniciaran sus guerras pacificadoras el mundo se disolvía en guerras mucho más de lo que lo hace ahora. Por supuesto, el detalle de que la Primera y la Segunda Guerra Mundial tuvieran lugar después de que esa labor de sheriff mundial fuera declarada oficialmente en el Congreso por Wilson es un detalle sin importancia; ay el equilibrio.

Pero analicemos el resto del texto. Primero, volvemos a la hipótesis absurda de que los consumidores quieren darse palos entre ellos. Segundo, más violencia por parte de las agencias implica más guerras, mayores costes, precios más altos, menor rentabilidad, peor fama y menor capitalización. Negocio redondo. Tercero, no existe ningún ciclo, precisamente porque la violencia no es inevitable; los equilibrios de poder son posibles sin necesidad de que se cree un monopolio de la fuerza. Tú mismo lo reconoces con el supuesto ejemplo de EEUU (más que discutible en la mayoría de los casos). Las empresas tampoco tienen por qué atacarse entre ellas para terminar arruinadas y sin clientes; de hecho, los clientes pueden pedir protección a las empresas más poderosas y eficientes.

Lo importante no es la centralidad del poder, sino su dispersión y equilibrio. Si los Estados no se deshacen hoy en guerras no es sólo por EEUU (quien entró en las dos guerras mundiales una vez habían empezado; ergo, prevención poca), sino porque es gravoso y porque la población ha ido adquiriendo conciencia de los costes de la guerra. Algo que aun sería más notorio en el caso de agencias privadas, ya que, por un lado, los atacados serían miembros de otra agencia y no miembros de otro Estado extranjero (la condición de cliente es una condición intercambiable; yo puedo ser cliente de la empresa A y la empresa B, por tanto, la guerra contra una empresa podría haber sido una guerra contra mí. En cambio yo no puedo ser español o iraquí, la guerra contra Irak en ningún caso habría sido una guerra contra mí) y por otro, el mayor coste de la guerra se traduciría directamente en precios más elevados.

Estos argumentos ya se los expuse resumidamente a Iracundo. Los Estados no se enfrentan porque varios motivos entre los que cabe citar: a) el intercambio puede ser más provechoso que la guerra, b) el resultado de la batalla es incierto, c) existen instituciones sociales que promocionan la paz. De hecho, le puse como ejemplo que nadie concibe hoy una guerra entre EEUU e Inglaterra, a pesar de que según Isidoro deberíamos caer en una guerra de todos contra todos.

Respuesta de Isidoro: Esos estados, una vez abandonan el nacionalismo agresivo (el impulso de asimilar otros pueblos) y las formas patológicas de socialismo, no tienen motivo alguno para enfrentarse bélicamente. Además, de hacerlo, se destrozarían mutuamente. Sin embargo las agencias no es claro que se destruyesen rápida y mutuamente y desde luego tienen mucho que ganar cascándole a la agencia que defiende los intereses del enemigo de sus suscriptores, y como no hay árbitro último... ¿Tendré que hablar otra vez de cierto primo de cierto zumo?

Aquí ya entramos en zona de alta concentración de disparates por línea. Veamos.

Primero, el nacionalismo agresivo no consiste en asimilar pueblos, sino en someterlos como esclavos. Difícilmente un nacionalismo puede querer asimilar, esto es, integrar a elementos extranjeros y corruptos. Segundo, EEUU y UK se destrozarían mutuamente en caso de ir a una guerra, de la misma forma en que se destrozarían dos compañías. ¿Por qué no lo harían? Tu único argumento es “no es claro que se destruyesen rápida y mutuamente”. ¿Por qué? ¿Dónde está el razonamiento? ¿Acaso crees que es suficiente que digas que “no está claro”, “asumo, “no creo”, “no me parece”? Yo tampoco veo claro que EEUU perdiera una guerra contra UK, aunque sí tengo claro que en ese ejemplo concreto ambos países saldrían muy esquilmados. De la misma forma, no podemos saber cuál será la incertidumbre que confrontarán dos compañías, pero sí sabemos que la guerra es destructiva e incrementa los costes de la empresa.

Es más, si una empresa cree que puede ser atacada de manera rentable por otra (dada la diferencia de tamaños y la postura belicista de los clientes de aquella) puede perfectamente contratar a otra empresa mayor, esto es, una empresa de seguridad puede convertirse en cliente de otra empresa de seguridad o, en última instancia, integrarse en ella. Esto es, puede alcanzarse un equilibrio pacífico, similar al que existe entre EEUU y UK, a través de pactos y alianzas.

Tercero, en una guerra entre EEUU y UK tampoco hay árbitro último, porque ese papel se lo has encomendado a EEUU que sería árbitro y parte. Sin embargo, esto no impulsa a que EEUU invada todos los países del mundo y, en este caso, UK. La necesidad de árbitro coactivo último es una falacia contractualista insostenible, como puede verse en este caso.

11. La imposibilidad del recurso al arbitraje

Isidoro sostiene que el Estado es necesario para cortar el círculo de violencia. ¿Qué es el círculo de violencia? Según él, las empresas de seguridad defenderán contra viento y marea a sus clientes, aun cuando no tengan razón. Por ejemplo, mi cliente le roba al cliente de otra agencia la cartera; yo, compañía de seguridad, sé que mi cliente ha robado y, aun así, lo defenderé hasta el final, aun cuando ello me suponga declararle la guerra a la otra compañía. Los clientes, de este modo, se guarecerían ante la agencia primo de Zumosol para que los protegiera, fueran cuales fueran sus acciones: esas agencias se agreden entre sí conforme las disputas y querellas entre sus suscriptores surgen. Para una empresa la razón la tiene su suscriptor y para la otra la tiene el suyo. ¿Entonces qué? Arbitraje dices, sí, pero cuando se evidencia que unas agencias son más drásticas que otras a la hora de reclamar o punir comienza la espiral. El que tiene más fuerza sólo respeta por convicción o por coacción, ¿estás dispuesto a asegurar que todos los integrantes de tu mundo serían así, tendrían las mismas convicciones? Entonces ni árbitro ni narices: "el que la tenga más larga", nadie querrá pasar por tonto.

Ahora analicemos la afirmación de Isidoro desde el punto de vista de la empresa y del resto de clientes. Una empresa, cualquier empresa, realiza una transacción cuando sabe que el beneficio esperado por esa transacción es superior al coste esperado. Los ingresos esperados de un cliente vienen determinados por las cuotas pagadas, mientras que los costes marginales de ese cliente consistirán en el valor monetario de todo el conjunto de servicios que, a cambio de esa cuota, la empresa venga obligada a prestar.

Isidoro sugiere que las empresas están interesadas en proteger a cualquier individuo, esto es, a comprometerse a utilizar todos los medios a su disposición para proteger a cualquier persona, sea cual sea su comportamiento. En otras palabras, si un asesino en serio me paga, digamos, una cuota de 500 euros mensuales, a la empresa la sale a cuenta obligarse contractualmente a entrar en guerra -por valor de millones de euros- con el resto de empresas que protegen a las víctimas de su cliente.

Yo no sé las cuentas que hace Isidoro, pero a mí me sale un flujo de caja bastante negativo. ¿Realmente te crees que una empresa estará dispuesta a entrar continuamente en conflicto a cambio de un puñado de euros?

El argumento es malo, muy malo. Pero puede intentar reconducirse del siguiente modo: “a le empresa no le sale a cuenta proteger cualquier dislate de un cliente suyo, pero esto provocará un efecto llamada sobre el resto de personas”.Esto parece estar implícito cuando Isidoro dice que cuando tú seas rechazado en una reclamación por el mero hecho de que la agencia del otro sea más fuerte o, llegada la sangre al río, tu agencia sea desbaratada por la otra (no es inimaginable, el conflicto a sangre y fuego es una constante en toda discusión en que se opongan verdades absolutas apadrinadas con armas) te pasarás a esa agencia, como otros muchos, para poder salirte con la tuya en tus problemas.

Sin embargo, este razonamiento es igualmente torpe. Si los individuos belicosos se suscriben a una empresa para poder “hacer lo que les dé la gana”, la agencia tendrá multitud de conflictos dispares (incluso conflictos internos entre sus clientes belicosos), pues cada persona iniciará sus propias guerras. En la práctica, la agencia estará en guerra con todo el mundo –o al menos en multitud de flancos distintos.

Podemos inmediatamente darnos cuenta de que esto sería una actividad ruinosa: al final, cada individuo tendría que hacer aportaciones mil millonarias para financiarse su propia guerra, de modo que la agencia sería irrelevante y se quedaría sin recursos.

Las empresas de seguridad tienen sentido cuando se trata de repeler acciones ofensivas limitadas (al igual que los Estados difícilmente podrían hacer frente a una coalición de todo el mundo contra ellas) o bien acciones ofensivas comunes, esto es, que todos los clientes desearan iniciar la guerra contra el mismo objetivo. En ese caso, las contribuciones sí serían juiciosas, ya que sumando las aportaciones de todos, se puede alcanzar el objetivo militar propuesto.

Pero esto no tiene nada que ver con que cada individuo haga lo que le dé la gana contra los individuos de las otras agencias. El suicidio que representaría tal obligación contractual de la empresa sería similar al de un seguro de coches que dijese: “voy a cubrir por un módico precio cualquier accidente de mis clientes, sean o no responsables, y así atraeré a todos los individuos a mi seguro y me forraré”. Pues no, una estrategia de ese calibre supondría el suicidio inmediato. Curioso que lo que resulta evidente para todo el mundo, se cambie cuando nos pongamos sentimentales con el Estado.

Pero nos falta analizar cuál sería el provecho que el resto de clientes de la empresa extraerían de la estrategia “protégelo-todo”. Dividamos a los clientes en dos: los pacíficos y los belicosos.

Los pacíficos están interesados en defenderse de las agresiones externas al menor precio posible. Una empresa ofensiva, en cambio, destina recursos no a proteger sino a atacar; esto provoca una innecesaria elevación de precios (por el motivo que hemos visto: cuantas más guerras, mayor coste) que los pacíficos, interesados en ser protegidos de las agresiones externas, no están dispuestos a cubrir, de modo que ante semejante táctica abandonarían la empresa.

Pasemos ahora a los belicosos. Si alguien cree que esta distinción es sesgada e injusta, podemos suponer en este punto que TODOS los clientes son belicosos, esto es, que todos quieren utilizar la empresa para sus propios fines violentos. Como ya hemos comentado, esto provocará una multiplicación de los conflictos de la empresa y elevará continuamente el precio de la contribución. Sin embargo, el punto crítico es que, ante un incremento del número de guerras, la elevación de la contribución individual, dada la escala de costes de la guerra, sería proporcionalmente muy superior al incremento de la prestación que la empresa puede proporcionar.

¿Qué significa esto? Que si una empresa se compromete a cubrir cualquier contingencia de sus clientes y, en función de esta prestación, se siente legitimada a incrementar los precios (cláusula: “te cobro mucho pero tu cubro mucho”), los costes siempre le irán por delante de los beneficios. Por mucho que se disponga a incrementar la cuota de sus clientes, estos serán incapaces de financiar todas y cada una de las guerras de la empresa, a menos que ya fueran capaces de financiarlas individualmente.

Es decir, si 20 multimillonarios se asocian en una empresa para expoliar al mundo y no tener que responder de sus disparates, la empresa sí podrá cubrir los gastos de la guerra, dado que el patrimonio de cada uno de sus clientes es suficientemente cuantioso como para financiarla de modo individual.

En breve volveremos a este caso. Antes, sin embargo, descartemos otra posibilidad: tenemos varios multimillonarios belicosos y centenares de gente de clase media también belicosa. El patrimonio de los multimillonarios permite financiar, no sólo sus propias guerras, sino las del resto de clientes, de modo que cabría pensar que en este caso la empresa sí podría acometer la estrategia de captar clientes a través de la guerra universal.

No obstante, en este caso tendríamos un claro caso de selección adversa, propia del mundo de los seguros. La gente de clase media pagaría una módica cuota y obtendría una prestación muy costosa con cargo al patrimonio de los ricos; por ello, a los ricos les saldría mucho más rentable separarse de la empresa y asociarse entre ellos; o bien, como suele suceder en estos casos, la empresa tendría que modular distintas obligaciones contractuales en función de la contribución, de modo que a la gente de clase media no se le permitiera realizar cualquier dislate.

Pero ya vemos en este caso, que el número de prestaciones se reduce y las empresas, ante un conflicto, tendrían que sentarse a negociar y a pactar: arbitraje.

Por tanto, volvamos al caso anterior: la sociedad de ricos que se reúnen para saquear el mundo. Lo primero de lo que debemos darnos cuenta es de que esta situación ya podría darse hoy. Los más ricos podrían asociarse para contratar ejércitos de mercenarios privados y doblegar a los Estados. Ni seguridad jurídica, ni derecho ni nada; precisamente lo que caracteriza a una empresa belicosa es considerar que su fuerza otorga el derecho. De hecho, en cierto modo, esta alianza de intereses espurios contra los Estados ya se está dando, Al-Qaeda y su red de terrorismo son una asociación de multimillonarios dispuestos a atacar a la gente pacífica. Y en ocasiones triunfan (a pesar de los Estados, mínimos y máximos, vaya), pero ni mucho menos consiguen el establecimiento de un monopolio territorial (salvo allí donde existe y logran corromperlo).

En otras palabras, me temo que las asociaciones de criminales son tan verosímiles en un sistema minarquista que en uno anarcocapitalista; la cuestión son cuáles son los mejores medios para repelerlas, y no preocuparnos de que en el primero “por definición” no existen y en el segundo sí. La subversión de la normatividad es lo que caracteriza al terrorismo.

En un sistema libre, las empresas de delincuentes tendrían que enfrentarse a formidables ejércitos defensivos de otras personas que quisieran vivir en paz. Ya hemos dicho que una empresa de seguridad no puede combatir en tantas guerras como clientes tenga a no ser que los clientes puedan, de manera individual, financiarse por sí mismos la guerra. Ahora bien, lo que sí puede hacer una empresa de seguridad es dirigir los recursos de sus clientes a combatir unos pocos objetivos militares, constituyentes de amenaza.

Y ese foco de amenazas, para el resto de empresas no belicosas por insuficiencia de recursos, sería la empresa belicosa. Dado que la “empresa gamberra” quiere someter o controlar al resto de individuos y empresas, todos y cada uno de ellos (al menos de entre los que hayan sido amenazados y puestos en la mirilla de la empresa belicosa) tendrán un interés en repeler la agresión. Por tanto, la empresa belicosa tendrá una pluralidad de flancos mientras que el resto de empresas sólo tendrán uno. 

Por otro lado, en las sociedades capitalistas, la riqueza de los individuos se caracteriza por la capacidad de generar renta en el futuro, de modo que el valor presente de su riqueza viene dada por la capitalización de los flujos de caja futuros. Esos flujos de caja dependen de la disposición al pago de los consumidores y, por tanto, de la situación económica. Quien se ha enriquecido en un período de paz, sólo conservará su riqueza liquidando su negocio (y por tanto comprometiendo su capacidad productiva) o reconvirtiéndolo en industria militar, lo cual no es nada sencillo dada la especificidad productiva del capital inmovilizado. En otras palabras, una guerra para los ricos supone abandonar las causas que los han hecho ricos, algo similar a desplumar la gallina de los huevos de oro para hacer caldo después de haber acumulado los huevos que ha dado hasta el momento.

Obviamente, no digo que no pueda suceder, pero si consideramos que los ricos emprenderán guerras por rentabilidad, cuando ello supondrá abandonar sus líneas de negocio ya exitosas e incurrir en cuantiosos costes, no parece que la operación sea demasiado provechosa.

En definitiva, la tesis de que las empresas se enfrentarían entre sí ante su incapacidad para resolver conflictos es del todo absurda. Una cosa es que ello pudiera suceder de ese modo, otra que tenga que suceder de ese modo y otra que sea probable que suceda de ese modo. En este caso me parece que sólo la primera es cierta.

12. Tercera contradicción que Isidoro niega: El Estado como garantía del fin de la violencia

Ahora vayamos a analizar otra conclusión apresurada y errónea de Isidoro. Si las agencias de seguridad son imposibles por no poner fin a la violencia, el Estado, en cambio, sí lo hace. De nuevo, aquí, tenemos que distinguir. Una cosa es que pueda hacerlo –y de hecho muchas veces lo hace porque las partes de un conflicto asienten en que así sea- y otra que necesariamente vaya a hacerlo. Si bien no puede concluirse que las empresas no vayan a deshacerse en una guerra mundial, tampoco puede asegurarse con respecto a los Estados.

La razón es sencilla: si el problema de los contratos en un sistema anarquista es que no hay una autoridad última que los ejecute, entonces al no existir una autoridad superior entre el Estado y la sociedad que ejecute el llamado “contrato social”, éste tampoco funcionaría. La conclusión, por tanto, es que lo que conocemos como “árbitro último” no es más que una ficción o una institución que la mayoría de la gente asume como árbitro último. Esa asunción puede tanto existir con o sin Estado; en ocasiones será la primera instancia, cuando las partes así lo acuerden, y en otras podrá ser un tribunal prestigioso de carácter consuetudinario.

El respaldo de la fuerza en esta última instancia es una condición en ocasiones suficiente pero no necesaria. De hecho, basar el acatamiento del derecho en la fuerza tiene un problema: el derecho queda al arbitrio de una de las partes y los términos del contrato social son unilateralmente revisables. Si no lo son, entonces es que el pacto se ejecuta por algo más que la simple fuerza, un algo más que impide al “monopolio de la fuerza”, la modificación y aplicación unilateral del contrato social.

Isidoro, en cambio, no ve ningún problema asociado a todo esto y recurre a una de las falacias de las que ya había echado al principio. Ante mi pregunta de por qué el Estado mínimo tendría que cumplir con el contrato social sin una instancia superior que lo ejecute responde: Uno totalitario o absoluto desde luego que no tiene por qué cumplir nada. Derecho el que quieras, mientras tu pellejo tenga el placet del führer de turno, pero sin pasarse: que los hay que confunden libertad con libertinaje. Pero ya te digo, en el mundillo ancap... no seas gorrón muy en alto, no sea el diablo: el derecho para los "responsables", el resto que se habíen.

Primero, hacer mención al Estado totalitario no soluciona nada. El hecho de que tu defiendas el minarquismo y que, por tanto, toda desviación del minarquismo suponga una situación contraria a tu “modelo” no significa que tu modelo funcione. Ya te dije que yo puedo adoptar la misma postura infantil que tú y decir que defiendo un “anarcocapitalismo pacífico”, sin importarme si ello es posible o no.

Que un Estado mínimo que no cumpla sus promesas se convierta en totalitario, no demuestra que los Estados mínimos vayan a cumplir sus promesas. Tu crítica al anarcocapitalismo parte de suponer que siempre degeneraría, y que no es posible en los términos que nosotros describimos. Pero tú no te preocupas lo más mínimo en demostrar que el Estado mínimo, en los términos que tu describes, sea posible sin que degenere en uno totalitario.

Es más, no te preocupas en discriminar el grano de la paja y entender que los mecanismos que pueden hacer viable el Estado mínimo no tienen nada que ver con el tamaño del Estado (que en todo caso sería la variable dependiente de la ecuación), sino con otros factores que, presentes en el anarcocapitalismo, solucionarían la gran mayoría de los problemas que planteas.

Aquí tenemos un ejemplo muy gráfico. Según tú en el anarcocapitalismo no hay derecho, sólo la razón del más fuerte. El problema es que en el minarquismo, en el monopolio de la violencia, el más fuerte es el Estado, de modo que ese mismo principio (la razón del más fuerte) debería resultar de aplicación. Pero misteriosamente, aquí, te olvidas de él y pasas a defender la responsabilidad cuasi-intrínseca del Estado mínimo, sin demostrar que ese monopolio del poder no tiene por qué corromper el carácter responsable del minarquismo.

Diría que, dado que no has aportado casi ningún argumento económico en todo el debate (y, a la luz de los que has aportado, creo saber por qué), diría que sin duda ésta es la principal dificultad de tu tesis. Pretender que el Estado reducido es intrínsecamente estable por ser reducido, cuando lo será por la opinión mayoritaria en la que, en última instancia, descansa todo sistema de convivencia. El anarcocapitalismo resulta tanto o más viable (ya que la cantidad e importancia de contrapesos es mayor que en el minarquismo) que el minarquismo, en caso de que esa opinión mayoritaria se dé cuenta de que el Estado no es imprescindible. Del mismo modo en que tú, supongo, pretendes que se dé cuenta de que la sanidad, la educación o incluso la seguridad policial pública no son imprescindibles.

Segundo, nadie está afirmando que los gorrones deban ser perseguidos por las agencias. Cuanto he aseverado es que quien no tiene un sistema defensivo contratado puede ser amenazado con bastante facilidad por una agencia de extorsión externa, lo que significa que muchos gorrones dejarán de serlo. Es como si digo que si no te sacas el carnet de conducir, en una sociedad anarquista, sólo podrías circular por las peores carreteras donde transita la gente de peor calaña y ello incrementa las probabilidades de morir en un accidente. ¿Significa eso que sea ética la muerte? No, simplemente ser gorrón o carecer de licencia de conducir comporta unos beneficios pero también unos peligros sustanciosos, básicamente la desprotección. Vamos, sólo he dicho que quien no contrata seguridad está inseguro. Gran ofensa.

13. Paréntesis 2: Una nueva contradicción vieja

Antes de entrar en el tema de la viabilidad de un ejército permanente, querría dejar constancia de una nueva contradicción de Isidoro. Si líneas atrás nos aseguraba que la necesidad es posterior al Estado y que, como veremos más adelante, el mercado no puede proporcionar esa seguridad, ahora nos dice en cambio que el mercado crea al Estado para proveerse esa seguridad: Cabe preguntarse si no es el propio orden del mercado el que establece el estado (menuda herejía...) para funcionar con corrección toda comunidad humana sedentaria.

Pues una de dos. O el mercado funciona extraordinariamente bien sin Estado hasta tal punto que es capaz de desarrollar lo que según algunos parece ser una obre de orfebrería –el Estado- para funcionar aun mejor y por tanto la necesidad de seguridad es anterior al Estado, o el mercado no puede funcionar sin Estado y la necesidad de seguridad deriva y nace con el Estado. Por supuesto, cabe una tercera: que el Estado sea una imposición al mercado y a la convivencia humana. Pero desde luego Isidoro no puede sostener las dos tesis anteriores al mismo tiempo, pues son contradictorias. Aunque visto lo visto, la regla en sus textos parece ser la contradicción, de modo que su ejercicio de coherencia consistirá en ser incoherente.

14. La posibilidad del ejército permanente

Otra de las tesis de Iracundo es que el anarcocapitalismo no puede funcionar porque no tendría ejército permanente. El ejército sólo se necesita cuando hay una guerra y, por tanto, a la gente no le saldría a cuenta financiarlo. Lo que Isidoro no se plantea es, “si la gente no quiere financiar un ejército permanente y hoy lo está financiando vía impuestos, ¿por qué no sale un partido político proponiendo desmantelar el ejército y gana las elecciones o, al menos, se convierte en una fuerza política decisiva?”.

Cosas de la vida, pero veamos los argumentos de Isidoro: el mercado por sí mismo no se preocupa por labores de destrucción, esto es: ¿por qué el mercado va a desarrollar caras armas que quienes fabrican coches, lavadoras y pianos ni se imaginan cómo utilizar? ¿Es la bomba atómica genéricamente atribuíble al mercado? No creo que nadie la necesitase, en el mercado, para algo confesable. Los comerciantes e industriales pueden crear sus fuerzas de seguridad, pero... ¿no preferirían continuar con sus actividades y minimizar sistemáticamente las amenazas? Por un temor infundado podrían perder mucho dinero y pensarían si ello valdría la pena.

La concepción económica de Isidoro es tan, tan simple que parece una figurita de cristal en manos de un niño de 3 años.

Primero, eso de que “el mercado no se preocupa por labores de destrucción” es falso. Toda destrucción utiliza medios que deben ser producidos y el mercado se encarga de producir lo que la gente necesita; si la gente no quiere destruir, el mercado no se ocupará de ello, pero entonces tampoco habrá de qué preocuparse. Ahora bien, mientras la gente crea que otros sí se preocupan por destruirles, habrán individuos interesados en tener armas destructivas que les permitan disuadir o defenderse del contrario. Y esa disuasión y defensa se consigue a través de la tenencia y conservación de esas armas (o su tenencia y conservación por otro que prometa auxiliarme), no de su producción y adquisición en el momento justo del ataque. Este error de Isidoro está íntimamente relacionado con el neologismo de “destructividad” que ya vimos.

Segundo, quienes fabrican coches o lavadoras no tienen por qué saber cómo utilizar caras armas, del mismo modo en que yo no sé producir un coche o una lavadora y ello no impide que se fabriquen en el mercado. La necesidad de defensa se puede satisfacer a través de especialistas que sepan cómo utilizar esas armas y me defiendan, esto es, a través de un ejército profesional. Esto se llama división del trabajo y del conocimiento, se conoce al menos desde Cantillon, hace 300 años.

Tercero, afirmas que los comerciales podrían crear ejércitos (¿y los no comerciantes no?), pero que no es probable que lo hicieran porque podrían “preferir minimizar sistemáticamente las amenazas” y continuar con sus actividades. ¿Es qué acaso las amenazas se minimizan estando desarmado y sin ningún sistema de seguridad? ¿O, por el contrario, el tener a un segurata en la puerta, a un policía en la comisaría y a un ejército en la retaguardia minimiza las amenazas futuras aun cuando no estén continuamente entrando en combate? En tu mundo, por lo visto, instalarse alarmas en las casas, ponerse rejas en las ventanas o comprar perros guardianes, no incrementa la seguridad y son un gasto “suntuario”.

Imagino que cuando una agencia de seguridad poderosa te defiende de las posibles amenazas venideras, vivirás más tranquilo que si careces de sistema de defensa alguno.

Cuarto, y esto enlaza con lo anterior, en el mundo de Isidoro la incertidumbre no existe y, por tanto, no tiene por qué combatirse. Los “temores infundados” evitarían que la gente contratara un ejército. Pero entonces, también evitarían que ahorraran (¿para qué necesito una reserva de liquidez si puedo proveérmela de manera anticipada cuando crea que voy a necesitarla?) ni, sobre todo, contrarían seguro alguno. ¿Un seguro de vida? ¿Un seguro de automóvil? ¿Un seguro contra robos? Bah, temores infundados.

En este mundo de fantasía, por tanto, los seguros son una institución primitiva sin función alguna. Todo muy realista, sí señor.

(Aclaro que no estoy diciendo que las agencias de seguridad sean seguros, sino que sirven para combatir fenómenos similares, esto es, la ignorancia sobre los eventos futuros: la incertidumbre)

Sigamos con los refinados argumentos de Isidoro: Cuando no hubiese ningún enemigo declarado, ¿cómo se justificarían los costes de las agencias de defensa? Pues de ningún modo, se exigiría y obtendría la disolución o bien algunos optarían por extorsionar durante dicha paz con las fuerzas ociosas. Además, muchos no dudarían en declararse gorrones si sus patrimonios estuviesen en ciudades o territorios de otros con agencia de seguridad/extorsión. La tendencia hacia el igualitarismo de la empresa única aparece por doquier.


Comentarios

 
¿De dónde saca iracundo que no hay juez de ultima instancia? De hecho la existencia de uno es requisito en contratos de todo tipo. Caso similar son las aseguradoras con las reaseguradoras.
Enviado por el día 23 de Agosto de 2006 a las 00:25 (1)
Acerca de los jueces de última instancia, les paso un link (traducido de la versión original en inglés por Roderick Long): http://liberal-venezolano.net/blog/v1.0.php/2004/1...

Una objeción común -esta la pueden encontrar en Robert Bidinotto, quien es un Randiano que ha escrito algunos artículos en contra del anarquismo (él y yo tenemos una especia de debate en línea al respecto)- es que bajo un sistema anárquico no existe un árbitro final para las disputas. Bajo el gobierno, algún árbitro final en cierto punto viene y resuelve la disputa de alguna ú otra manera. Bueno, bajo la anarquía, ya que no hay ninguna agencia con el derecho de resolver las cosas de una vez por todas, no hay árbitro final y entonces, en cierto sentido, las disputas no tienen final, nunca son resueltas, permanecen por siempre abiertas.

Así que, ¿cuál la respuesta a eso? Bueno, yo creo que una ambigüedad en el concepto de árbitro final. Por "árbitro final", uno podría entender el árbitro definitivo en lo que yo llamaría el sentido "platónico", es decir, alguien, o algo, o alguna institución que de alguna manera garantice absolutamente que la disputa se resuelva para siempre; que garantiza absolutamente la resolución del conflicto. O, en cambio, simplemente se podría entender como una persona, o proceso, o institución que, de una manera más o menos confiable, garantiza la mayoría del tiempo que este tipo de problemas sean resueltos.
Enviado por el día 23 de Agosto de 2006 a las 05:44 (2)
Continuando con el post anterior (el límite de 2 mil caracteres me impide poner todo junto):

Ahora bien, es cierto que en el sentido platónico de una garantía absoluta de un árbitro final, en ése sentido, la anarquía no te proporciona tal cosa. Pero tampoco la proporciona ningún otro sistema. Tomemos una república constitucional "minarquista" del tipo que Bidinotto favorece. ¿Acaso existe un árbitro final bajo ese sistema, en el sentido de algo que absolutamente garantice la finalización del proceso de disputa para siempre? Bueno, yo te demando o fui demandado, o soy acusado de algo, lo que sea -estoy en algún tipo de corte. Pierdo el caso. Lo apelo. Lo apelo ante la Corte Suprema. Me persiguen. Cabildeo al congreso para que cambien las leyes y me favorezcan. No lo hacen. Así que organizo un movimiento para promover una enmienda constitucional. Eso falla, así que reuno gente para que voten por candidatos al congreso que me favorezcan. En ceirto sentido, puede continuar para siempre. La disputa no ha terminado.

Pero el hecho, la mayoría del tiempo la mayoría de las disputas sí terminan. Alguna de las partes encuentra demasiado costoso continuar peleando. De la misma manera, bajo anarquía, desde luego que no hay garantía de que el conflicto no vaya a continuar para siempre. Existen muy pocas garantías blindadas como esa. Pero tal cosa no es una razón para esperar que [la anarquía libertaria] no vaya a funcionar.
Enviado por el día 23 de Agosto de 2006 a las 05:46 (3)
Las fantasías de Isidoro son numerosas, y Rallo ha tenido la paciencia de contarlas y trocearlas en cada uno de sus falsos silogismos. Pero el tema de las fantasías abre las puertas a hacer un improvisado psicoanálisis: la base de sus errores está en que considera que los políticos poseen una ingénita tendencia a la bondad y al servicio al ciudadano, mientras que los empresarios son innatamente perversos. Por el contrario, casi todos los demás hemos sabido liberarnos de este prejuicio y sabemos que ni en las conjeturas ni en las muestras puede sustentarse una proposición seria, sólo descubriendo lo necesario. Y no hay nada necesario en lo que ha dicho. Absolutamente todo puede remontarse a la arcaica manía del empresario sin escrúpulos. Desipere est juris gentium, pero no una adecuada metodología epistemológica, lo siento. Por cierto, curiosísima esa subrepticia y elegante manera de utilizar suposiciones para enunciarlas como juicios. Un ejemplo:

El hiperónimo de “El trust en tiempo de guerra degenera en Estado” es “La unidad mínima en tiempo de guerra engorda”. Primero: suponiendo esto, Isidoro ignora que otro hipónimo igual de lógico sería “El Estado mínimo en tiempo de guerra degenera en totalitario”. Segundo: en todo momento considera al trust como una unidad mínima y no como una unidad voluntaria que, siendo voluntaria, rompería completamente la lógica del desembocar en Estado, porque el Estado no es voluntario y el trust sí. Y tercero: ignorando que el trust es voluntario, le extrapola las características del Estado (mínimo o no), que es precisamente lo que le permite declarar convencido que “el trust desemboca en Estado”. Simplemente, porque considera el trust como una suerte de Estado.

Enviado por el día 23 de Agosto de 2006 a las 14:12 (4)
En fin, teniendo en cuenta que todas sus afirmaciones pueden destrozarse aplicando un poco de lógica, menudo desastre. Una cosa es que se equivoque haciendo silogismos falsos (que a todos nos ocurre a veces), pero lo que no puede ser es que, además, confunda proposición necesaria con ejemplo accidental. Si revisara esto y, además, sus premisas, todo se caería abajo. Personalmente creo que esta reiteración del error se debe a algún tipo de prurito oculto de estigmatizar la figura del empresario. Menos dialéctica y paranoia y un poco más de seriedad, que las contradicciones van que vuelan.
Enviado por el día 23 de Agosto de 2006 a las 14:15 (5)
Berti: gracias por los cumplidos. Sin ánimo de ser exhaustivos, que ya lo seré en otro lugar, te diré que mis confusiones son, desgraciadamente, más limitadas de lo que te gustaría. Digo esto porque en mi opinión el trust es un estado en tanto es un trato acerca de dónde y hacia quién ejercer violencia. El trust puede crearse voluntariamente, cierto (planteo mis dudas de que el trust sea siquiera posible, por cierto; no constituyendo una contradicción, como dice Rallo, respecto a mis objeciones al papel del hipotéticamente existente trust, sino una crítica a varios niveles) pero se formará en circunstancias muy específicas que producen su rápida conversión en un ente coactivo (en tanto las acciones de su ejército por fuerza violarán derechos para poder operar militarmente debido a la propia naturaleza de la cambiante situación operacional o la existencia de gorrones). Si se quiere librar la guerra contra un enemigo, en el ejemplo lo ponemos como un agresor estatal, tendrá el trust que dirigirla (creación de Directorio) y eventualmente someter toda disensión minoritaria de manera tajante. Pensar otra cosa es no entender ni papa de necesidades bélicas o de qué es una guerra y cómo se libra o cómo NO se puede librar (cuestiones de disciplina, moral, escalas de mando, operaciones...). Sin conflicto no hay trust, y en el conflicto o por el conflicto ese trust adquiere en su génesis o desarrollo potestades coactivas. Hay cantidad de ejemplos históricos de cómo ejércitos confederados acabaron por unificarse más allá de todo acuerdo previo por el mero discurrir de los hechos, las exigencias militares. El paso de trust a estado sería mínimo, banal: una consecuencia lógica de su enorme poderío. Pero lejos de ser el trust un estado "ultramínimo" en realidad éste tendría una naturaleza más sombría dado que no existiría legalidad vinculante (de normas dispositivas están los centros de reciclaje de papel llenos) alguna que limitase sus acciones.
Enviado por el día 24 de Agosto de 2006 a las 05:05 (6)
El trust-estado, por tanto, podría ser cualquier cosa pero es un hecho que el extorsionar sería lo más atractivo. "Defensa para todos" sería un buen slogan para preparar el advenimiento del "hacienda somos todos". El eventual lucro de dicha campaña para quiénes estuviesen fuera del sistema de defensa privado o se considerasen agraviados por él es evidente.

Por otra parte uno de los errores fundamentales de vuestra crítica hacia mi postura hacia el trust es el identificar creación estatal con cambio de régimen. Coloquialmente la diferencia entre ambos conceptos sería algo así como la diferencia entre una guerra total entre varios contendientes y un "cuartelazo" militar. No es lo mismo pasar de un gobierno a otro que el pasar del vacío de poder a un estado en concreto. Hay diferentes ambiciones y menos posibilidades en un "juego" que en el otro. No soy irracional por tanto al decir que el trust degenera en estado y no equipararlo a "el estado minimo degenera en totalitario". Pudiera ser lo último, pero no sería ni de lejos tan grave o violento como el paso de la anarquía aparente al estado fehaciente. Así que nada de fraudes y nada de inventos. Entre ambos casos, pues, hay una diferencia de dolor y como liberales haríamos bien en atender a cómo reducir el dolor en lugar de, cual las ranas de "Las ranas y Zeus" de Esopo aumentar el placer o dar pago a la vanidad esteticista de un modelo.

En definitiva: el trust tiene unos incentivos claros, abrumadores, para convertirse en estado y su naturaleza voluntaria no evita ni espanta la disyuntiva final: si queremos la victoria, hace falta disciplina. Los anarquistas de la Segunda República española entendieron esto en 1938, ¿para cuándo los ancaps? Por supuesto podéis negar la posibilidad de la guerra, pacifistas.

Salud y libre comercio

Enviado por el día 24 de Agosto de 2006 a las 05:24 (7)

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