liberalismo.org
Portada » Foros » Hispanoamérica » Erase una vez un reino muy feliz

Hispanoamérica

Estos foros están cerrados. Podéis debatir en Red Liberal.

Erase una vez un reino muy feliz
Enviado por el día 22 de Junio de 2005 a las 23:02
Erase una vez un reino muy feliz, pero no lo sabía. Entre ta'barato y viva la pepa, gastaba todo lo que ganaba. Los vivos robaban mucho y los pendejos creían que el reino iba bien encaminado porque había un grupo muy estudiado que aseguraba que Petrozuela sería un país del primer mundo.

La gallina de los huevos negros ponía y ponía pero los que repartían se raspaban la olla y muchos quedaban mirando lejos. Cada vez que tenían que elegir nuevos repartidores, volvían a comer muela y promesas; cada vez había más petrozuelanos viendo a un grupito hartarse delante de ellos. Hasta que del fondo de la comarca vino alguien sin cultura ni academia, pero con una labia que envidiaría el propio Tío Conejo. Hablaba pestes de los repartidores del reino: que si eran oligarcas, que si les iba a freír la cabeza, que si había que botarlos. Los electores le creyeron, considerándolo algo exagerado pero bien intencionado. Confiaron que exterminaría las plagas que asolaban la comarca y que un nuevo reino de justicia y honestidad imperaría... y lo sentaron en el trono.

Lo primero que hizo fue sacudirse a quienes lo habían ayudado a coronarse: sabían demasiado y querían disputarle parcelas de poder. Luego escogió su corte entre aquellos que doblaban mejor el lomo, él creía que para hacerle la venia, pero en realidad era para robar mejor por los rincones. Reclutó a todos los que tuviesen algo que reclamar, los más resentidos, los que por ineptos nunca pudieron alcanzar ningún puesto en la corte, los que no sabían ni sembrar su propia tierra, los que desconocían que más allá del reino había un mundo desarrollado al que debía imitarse en prosperidad. Los petrozuelanos sintieron que les estaban cambiando el juego cuando el Magno gobernante empezó a hablar de una robolución que nadie entendía, con palabras copiadas de un viejo tirano de un reino vecino, cuyos súbditos sufrían tal pobreza y humillación que preferían lanzarse al Mar llamado de la Felicidad, para que se los comieran los tiburones.

Alarmados ante los edictos del Magno, que pretendía tomar a su cargo la educación de todos los hijos del reino, acabar con las libertades económicas y personales, ignorar el derecho de propiedad sobre la comarca y ante la amenaza cierta de que el Magno se convirtiera en un dictador, los petrozuelanos se lanzaron a las calles del reino clamando por su libertad y pidiéndole al designado que entregase el coroto a quienes supieran manejarlo dentro de las reglas universales de la libertad humana. Y sucedió que el Magno no sólo se negó, sino que se vengó de quienes querían su salida: despidió a los encargados de la gallina de los huevos negros y metió a la cárcel, quebró, segregó e insultó a quien se opusiera a sus oprobiosos designios.
Re: Erase una vez un reino muy feliz
Enviado por el día 22 de Junio de 2005 a las 23:06
Sin embargo, vivos y pendejos seguían creyendo que la cosa no era para tanto, que el Magno tenía buenas intenciones y que a la final, su reinado resultaría tan raspador de olla como los otros y cedería a las lisonjas de la corte. Pero no fue así: el Magno se comportaba cada vez peor, cambió los libros de historia del reino, sustituyó a unos héroes por otros, le quitó el trabajo a los doctores para dárselo a los protegidos del viejo tirano, insultó a los amigos y socios del reino, despojó de tierras a quien quiso, promulgó un edicto para callar a juglares y cronistas, llenó los calabozos de hombres y mujeres que no se dejaban avasallar e inició una Cruzada "Non Sancta", contra monjes y jerarquías.

El ejército forjador de libertades fue convertido en una milicia pretoriana, cuya función principal era cuidar al Magno en sus delirios magnicidas. Quienes se negaron a ser guardias de corps, fueron degradados y vejados mientras que los genuflexos se solazaban en sus soles ganados a punta de mecate. Una sombra negra se extendía sobre el reino que una vez fue feliz y no lo sabía. Los vecinos estaban preocupados, pero no podían discutir el asunto en público, porque cada vez que convocaban a reunión, el Magno llegaba de primero y se iba de último, atormentándolos con su cháchara interminable y disparatada. La misma con la que hipnotizaba o histerizaba a sus súbditos. Con cada vez menos libertad, perseguidos, arruinados y maltratados, los petrozuelanos buscaban una salida para la tragichavedia.

Hasta que un anciano ermitaño dio con la clave, encerrada en la fábula de la tortuga en el árbol: "Dos viajeros observaron asombrados a una tortuga encaramada en un árbol intentando mantener el equilibrio. Uno dice al otro: es el mismo caso del Magno, uno no entiende como llegó ahí; uno no cree que esté ahí; uno sabe que no debería ni podría estar ahí; uno sabe que no va lograr hacer absolutamente nada mientras este ahí. Entonces, todo lo que tenemos que hacer es ayudarla a bajar de ahí!!!".