Hispanoamérica

Q uizá todo el rollo del Estatut que se viene discutiendo en España sobre una mejor autonomía cultural, social y económica de Cataluña, podría resultar un tanto exótico, demasiado europeo, demasiado celtíbero para un lector reduccionistamente autóctono. Sin embargo parte de esa raíz de cepa federalista y autonómica la vamos a vivir aquí en Venezuela más temprano que tarde con Zulia y los zulianos.
Así que no le jurunguen mucho las narices a los zulianos porque ellos tienen, como los catalanes, las de ganar.
Catalanes y zulianos tienen las suficientes categorías históricas, tradicionales, geopolíticas, lingüísticas y hasta antropológicas para diferenciarse del resto de la nación.
La autonomía zuliana es un tema que cobardemente se ha ido ignorando a lo largo del siglo XX y, quizá ahora, con este balurdo resurgir nacionalista decimonónico, se ha vuelto a colocar sobre el tapete, algo que no podemos olvidar: los zulianos son diferentes al resto del país... y eso es muy bueno.
En España los del PP han puesto el grito al cielo negándose a aceptar algo tan obvio como que el catalán es un nacionalismo y por lógica extensión semántica Cataluña es una Nación. Lo es y tanto así que Cataluña se la puede jugar sola en el concierto de las naciones de la nueva Europa.
Alegan los “populares”, hijos dilectos del franquismo, que los socialistas de ZP están rompiendo España y se equivocan. La totalidad del parlamentarismo catalán votó por ese Estatuto sin la mano de los “pepistas” catalanes que son la quinta fuerza política del país catalán. Los chicos de Rajoy no han querido dialogar con las fuerzas políticas nacionales y se colocan en el mismo extremo del partido independentista catalán (Ezquerra Republicana) replanteando el anacrónico choque de trenes entre fascistas y republicanos del año ‘39.
Por eso, a pesar de ser caraqueño, me siento tan cercano al zuliano, al maracucho en especial cariño, porque los catalanes hemos tenido que cargar con el centralismo castellano durante muchos siglos, heredado de las casas reales extranjeras que terminaron siempre en guerras, como la que se libró contra la imposición de Felipe V, el primer Borbón. Pero los tiempos exigen la mesura de la palabra y buenos vientos soplan para plantearnos seriamente la soberanía zuliana. ¿Cambiar la Constitución? ¿Quién dijo miedo? El Caudillo por “la Gracia del Dios Fraude” incita a la independencia puertorriqueña, pero ¿por qué no fomenta la autonomía zuliana que está más cerca y sería una seria solución a su ineficacia? Incluso, viéndolo bien, un problema menos para él y su régimen. ¿Por qué pasarlo por debajo de la mesa ministerial? Bien lejos estamos de independencias, separatismo y secesionismos.
Estamos hablando, y nos entendemos de a primeras, de autonomía. Ni siquiera, en este juego retórico que nos planteamos, hablamos de federalismo, cosa que, si mal no recuerdo, algo tiene que ver con su adorado Ezequiel Zamora que fracasó en la primera estocada liberal.