Hispanoamérica
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Venezuela
Enviado por el día 6 de Julio de 2004 a las 21:35
Este artículo aparece en las páginas
del periódico ABC, de Madrid. Por Juan Manuel Prada
Creo que fue Madariaga quien aseveró que un español que no conoce Hispanoamérica sólo es español a medias. En estos días en que recorro, un poco a matacaballo, este inabarcable continente, presentando mi novela La vida Invisible, he tenido oportunidades sobradas de corroborar, de sentir la verdad de esta afirmación. Y en ningún lugar vi de forma tan vívida una hospitalidad ferviente y sincera que me ha deslumbrado. Los europeos hemos desarrollado un trato social demasiado regido por el protocolo y el artificio, demasiado amedrentado y tiquismiquis. Uno llega a Venezuela y, de repente, todas esas reservas que, presuntuosamente, consideramos un avance de la urbanidad, se desmoronan: existe tal desprendimiento, tal entrega sin ambages, tal fluencia de afectos en estas gentes por las que circula nuestra misma sangre, que uno siente como si se hubiera desembarazado de una hojarasca de impedimentos que avejentan su espíritu, para entregarse a sentimientos que creía hibernados a perpetuidad. Ha sido una experiencia alborozada, lustral, que me ha confirmado que hasta hoy sólo he sido un español demediado.
Venezuela no atraviesa su mejor coyuntura histórica. Produce una tristeza del tamaño del universo comprobar cómo una tierra que ha sido bendecida con la fertilidad y que atesora los minerales más preciosos ocupa en el concierto mundial un lugar rezagado que no le corresponde.
Gobernantes ineptos y empresarios rapaces han conducido esta nación prodigiosa a su actual estado de postración. Pero es precisamente esta penuria inmerecida lo que resalta, por contraste, el talento generoso de sus gentes, su capacidad para seguir mirando el futuro de frente, aun en medio de tantos avisos de derrumbe. Nunca como en Venezuela había descubierto tanta curiosidad intelectual, tanto afán abnegado por responder a la fatalidad con una sonrisa, tanta belleza y simpatía floreciendo por doquier, aun en medio del infortunio. Allá donde uno posa la vista, descubre un país apretado de vida, tumultuoso de pasiones que sólo necesitan una mecha para prenderse. Para un español, es una lección y un homenaje descubrir que su semilla dejó aquí, en esta sucursal del paraíso, tan hermosos ejemplos de humanidad.
Durante mi breve estancia en Caracas he tenido ocasión de asomarme, siquiera mínimamente, a los pozos de tragedia que socavan este país llamado a más altos designios; y desde aquí quiero agradecérselo a quienes han sido mis anfitriones y cicerones: la editora María Elena Rodríguez, el escritor Óscar Marcano, la empresaria periodística Mayra Capriles, el consejero cultural de la embajada española Gonzalo Fournier.Chávez se configura como el emblema que resume el desastre; pero no debemos olvidar que, si las clases populares prestaron su apoyo a este hombre, fue porque se había colmado su
paciencia. Para mí, la desgracia de Venezuela se
cifra en la existencia de ciertos empresarios que no
entendieron que la prosperidad verdadera de un país
sólo es posible cuando revierte sobre sus
ciudadanos, creando una clase media nutrida y estable.
Durante décadas, el dinero de Venezuela ha
alimentado el fraude fiscal, la corrupción política, la evasión de capitales que no se invirtieron en la
tierra que los produjo. Chávez no hubiese surgido
sin la existencia de una masa social empobrecida y
defraudada.
Pero este pueblo sobrevivirá a sus gobernantes
catastróficos y a sus empresarios rapaces. Tanta
vitalidad, tanto anhelo de mejora no pueden obtener
como único resultado el acabamiento. Venezuela
resucitará; y España tendrá que estar ahí,
respaldando ese resurgimiento sin pedir nada a
cambio.
Porque el único modo de ser españoles completos
consiste en ser un poco venezolanos, en contagiarse
de esa generosidad que no les cabe en el pecho
del periódico ABC, de Madrid. Por Juan Manuel Prada
Creo que fue Madariaga quien aseveró que un español que no conoce Hispanoamérica sólo es español a medias. En estos días en que recorro, un poco a matacaballo, este inabarcable continente, presentando mi novela La vida Invisible, he tenido oportunidades sobradas de corroborar, de sentir la verdad de esta afirmación. Y en ningún lugar vi de forma tan vívida una hospitalidad ferviente y sincera que me ha deslumbrado. Los europeos hemos desarrollado un trato social demasiado regido por el protocolo y el artificio, demasiado amedrentado y tiquismiquis. Uno llega a Venezuela y, de repente, todas esas reservas que, presuntuosamente, consideramos un avance de la urbanidad, se desmoronan: existe tal desprendimiento, tal entrega sin ambages, tal fluencia de afectos en estas gentes por las que circula nuestra misma sangre, que uno siente como si se hubiera desembarazado de una hojarasca de impedimentos que avejentan su espíritu, para entregarse a sentimientos que creía hibernados a perpetuidad. Ha sido una experiencia alborozada, lustral, que me ha confirmado que hasta hoy sólo he sido un español demediado.
Venezuela no atraviesa su mejor coyuntura histórica. Produce una tristeza del tamaño del universo comprobar cómo una tierra que ha sido bendecida con la fertilidad y que atesora los minerales más preciosos ocupa en el concierto mundial un lugar rezagado que no le corresponde.
Gobernantes ineptos y empresarios rapaces han conducido esta nación prodigiosa a su actual estado de postración. Pero es precisamente esta penuria inmerecida lo que resalta, por contraste, el talento generoso de sus gentes, su capacidad para seguir mirando el futuro de frente, aun en medio de tantos avisos de derrumbe. Nunca como en Venezuela había descubierto tanta curiosidad intelectual, tanto afán abnegado por responder a la fatalidad con una sonrisa, tanta belleza y simpatía floreciendo por doquier, aun en medio del infortunio. Allá donde uno posa la vista, descubre un país apretado de vida, tumultuoso de pasiones que sólo necesitan una mecha para prenderse. Para un español, es una lección y un homenaje descubrir que su semilla dejó aquí, en esta sucursal del paraíso, tan hermosos ejemplos de humanidad.
Durante mi breve estancia en Caracas he tenido ocasión de asomarme, siquiera mínimamente, a los pozos de tragedia que socavan este país llamado a más altos designios; y desde aquí quiero agradecérselo a quienes han sido mis anfitriones y cicerones: la editora María Elena Rodríguez, el escritor Óscar Marcano, la empresaria periodística Mayra Capriles, el consejero cultural de la embajada española Gonzalo Fournier.Chávez se configura como el emblema que resume el desastre; pero no debemos olvidar que, si las clases populares prestaron su apoyo a este hombre, fue porque se había colmado su
paciencia. Para mí, la desgracia de Venezuela se
cifra en la existencia de ciertos empresarios que no
entendieron que la prosperidad verdadera de un país
sólo es posible cuando revierte sobre sus
ciudadanos, creando una clase media nutrida y estable.
Durante décadas, el dinero de Venezuela ha
alimentado el fraude fiscal, la corrupción política, la evasión de capitales que no se invirtieron en la
tierra que los produjo. Chávez no hubiese surgido
sin la existencia de una masa social empobrecida y
defraudada.
Pero este pueblo sobrevivirá a sus gobernantes
catastróficos y a sus empresarios rapaces. Tanta
vitalidad, tanto anhelo de mejora no pueden obtener
como único resultado el acabamiento. Venezuela
resucitará; y España tendrá que estar ahí,
respaldando ese resurgimiento sin pedir nada a
cambio.
Porque el único modo de ser españoles completos
consiste en ser un poco venezolanos, en contagiarse
de esa generosidad que no les cabe en el pecho
Re: Venezuela
Enviado por el día 7 de Julio de 2004 a las 00:33
Tienes razón, "Chávez no hubiese surgido
sin la existencia de una masa social empobrecida y defraudada". Pero lo solución no es Chavez, es el liberalismo, la competencia y las instituciones públicas sanas.
sin la existencia de una masa social empobrecida y defraudada". Pero lo solución no es Chavez, es el liberalismo, la competencia y las instituciones públicas sanas.
