10 de Abril de 2008

Más allá de que es evidente que ambos políticos son grandes personalidades con grandes ambiciones, el que se hayan lanzado sus nombres como candidatos a sustituir a Rajoy es porque representan dos maneras muy distintas de entender la política y la oposición al PSOE. Gallardón representa la sumisión a los dogmas de la progresía y el esfuerzo por hacerse perdonar el pecado original de ser de derechas (en su caso, desde luego, es un pecado muy gordo). Aguirre, en cambio, representa el orgullo de ser liberal-conservador, la defensa de la superioridad moral de esta opción ideológico y la lucha sin cuartel contra lo políticamente correcto.

Rajoy, por lo que hemos visto esta semana, y por las designaciones de fontaneros "que quieren parecer de centro" como sus primeros nombramientos tras las elecciones, parece haber optado por el gallardonismo. Bueno, en tal caso, si de lo que se trata es de obtener el poder renunciando a los principios, Gallardón lo hará mucho mejor que él. Así pues, que se vaya y deje al original.

Evidentemente, esa no es mi opción, y después de escuchar a Rosa Díez ayer y leer el programa electoral, especialmente el económico, de UPyD, no tengo duda de que votaré por ellos si el PP se gallardoniza. Y dudo mucho que vaya a ser el único.

Así pues, por más que esté deseando un cambio en el PP, yo no aconsejaría a Esperanza Aguirre presentarse en el Congreso, porque no es precisamente un congreso donde vaya a brillar la democracia interna. Véase, por ejemplo, el hecho de que Andalucía tenga el doble de compromisarios que Madrid. Pero un partido gallardonizado tiene todas las cartas para darse un batacazo monumental en las europeas del año que viene. Y ahí es donde debe dar un paso al frente, porque la recibirán con los brazos abiertos.

Claro que siempre podría no darse el castañazo. O que Rajoy se enrocara después de dárselo. En definitiva, no me gustaría estar en la piel de Esperanza Aguirre, deshojando la margarita.