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1 de Mayo de 2007

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Areopagítica
Bitácora de Alberto Illán Oviedo

Paraísos naturales, sólo para ecologistas

Una de las mayores críticas que reciben los terrenos de propiedad privada es la imposibilidad que tienen muchos de ellos de poder ser transitados por todo aquel que se lo proponga. Según este criterio el derecho al tránsito por dichas parcelas, recogido en la Constitución, quedaría vulnerado por otro derecho, mucho más regulado, pero también recogido en dicha norma, el de la propiedad. Y en el conflicto de “derechos”, está claro que el más social tiene las de ganar.

Un ejemplo de lo que digo se puede advertir en la Ley de Costas que supone que el uso público del terreno costero es, en principio, un derecho de todos, independientemente de la titularidad, lo que se traduce en que ningún particular puede impedir el tránsito de cualquier persona a la línea de mar, por muy suya que sea la parcela. Cuando alguna organización colectivista descubre alguna presunta vulneración de esta ley, la airea con alharaca mediática al menos a nivel local, hasta que las autoridades pertinentes toman posición, por lo general a favor del denunciante. Todos tenemos en el recuerdo el famoso caso de Pepito Piscinas, carné en boca, y la piscina de Pedro J. en la costa balear.

Curiosamente, este interpretación del “derecho” de todos a pasar por donde se nos antoje cambia cuando lo que se pretende atravesar es algún terreno de titularidad pública y este está incluido bajo alguno de los epígrafes administrativos que clasifican los espacios naturales como protegidos. En estos casos, pese a que los terrenos son de todos, la protección del medio ambiente limita nuestro “derecho” y los que antes gritaban por poder atravesarlos, ahora son los que defienden lo contrario y da lo mismo que el terreno privado sea un ejemplo de conservación y el público un auténtico estercolero de gestión deficiente.

Entre las visitas más denostadas por los conservacionistas está, desde luego, el turismo: el cáncer de la decadente sociedad occidental, primera fuente de ingresos económicos directos e indirectos, en España y una de las esperanzas de prosperidad de los países del Tercer Mundo o en vías de desarrollo. El ecologista contempla el turismo como una fuente continua de degradación medioambiental, de acumulación de basuras, de desaparición de especies, de destrucción de ecosistemas. Tal es la aversión que tienen a este servicio que no dudan en proclamar que cualquier ecosistema está en peligro si aparecen unos miles de domingueros despistados portando sus cámaras y sus bocatas de salchichón envueltos en ese pernicioso y destructor papel de aluminio que se deposita de forma alocada en estos vergeles inmaculados.

Uno de los últimos paraísos vírgenes es la Antártida que, a pesar de gigantesca, es puesta en peligro por 30.000 personas que la vistan al año. Según algunos de los científicos que aparecen en la reunión del Tratado Atlántico que se celebra en Nueva Delhi:

El turismo es una auténtica molestia. La intervención humana en forma de turismo está afectando al ecosistema y debe parar” (U. R. Rao, científico indio).

Las opciones que se barajan van desde la prohibición a la regulación y la limitación, como pretende Jan Huber, secretario ejecutivo del Tratado Atlántico. El síndrome del Exxon Valdez también esta presente al denunciarse los cruceros que surcan las aguas, pero no desembarcan turistas y a un posible accidente de carácter catastrófico, y para muestra un botón, el del buque noruego MS NordKapp que encalló en la isla Decepción y generó un pequeño derrame de petróleo.

Es evidente que semejante limitación o prohibición, si es que esta se llega a producir, no es aplicable a los ecologistas ya que estos, no sólo se convertirían en presuntos científicos en busca de conocimientos, sino en los vigilantes de estos territorios vírgenes o apenas humanizados que quedan en el planeta. Ellos si disfrutarían del privilegio de ver al pingüino emperador, al león marino o, si cambiamos de escenario, al rinoceronte de Borneo. Supongo que serán ellos en connivencia con las autoridades estatales pertinentes, o impertinentes, las que expidan los permisos necesarios, los que digan qué línea de conocimiento investigar y cuál no, los que determinen cómo y en qué medida se está produciendo el cambio climático y cuáles son los recursos que debemos quitar al ciudadano para satisfacer sus necesidades, también las de sus organizaciones. Los paraísos naturales serán un chiringuito exclusivo, todo sea por el conocimiento y la preservación. Al humano, al gulag verde que para eso es el cáncer del planeta. Esta claro que unos tienen derechos y otros Derechos.


Comentarios

 
Tiene gracia confundir Atlántico con Antártico.

Que se queden tranquilos (o no) los ecoalarmistas, el Tratato Atlántico todavía no es accesible a los turistas.
Enviado por el día 1 de Mayo de 2007 a las 18:24 (1)
Los ecologistas muestran pena por el planeta, no por el hombre que quiere ser libre, realmente. Se nota eso claramente.
Enviado por el día 1 de Mayo de 2007 a las 19:35 (2)
Los ecolojetas no se realmente si siente pena por el planeta, ya que si tan preocupados están un suicidio en masa para liberar a nuestra "madre" de gente a la que amamantar sería consecuente con su postura, o quizá lo que me temo es que lo que quieren es "suicidar" a los demás para que la tierra en la que ellos vivan sufra menos.

Curiosa postura la suya
Enviado por el día 1 de Mayo de 2007 a las 19:56 (3)
Sobre la farsa ecologista quizás os interese explorar las opiniones de http://valdeperrillos.com/node/823
Enviado por el día 1 de Mayo de 2007 a las 23:16 (4)

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