1 de Octubre de 2004

Sebastian Mallaby, columnista y editorialista del Washington Post, viajó el año pasado a Uganda porque quería comprender

cómo uno de los ejemplos de la desesperación africana había dado un vuelco y había reducido el número de personas que vivían bajo el umbral de pobreza casi en un 40% a lo largo de los 90

(Casualmente, Uganda cuenta con la segunda economía más libre del Continente Negro, tras Botswana).

Además de conocer de primera mano el milagro ugandés, quería "investigar a fondo" un proyecto, patrocinado por el Banco Mundial, para crear una presa cerca de las fuentes del Nilo, "en un área muy hermosa llamada Bujagali":

Las ONG de Occidente estaban en plena rebelión: la Red Internacional de Ríos, con sede en Berkeley (California), afirmaba que el movimiento ecologista ugandés estaba indignado por el daño que iban a sufrir las cataratas de la zona y porque los pobres que vivían allí tendrían que dejar sus tierras en beneficio de una electricidad que no podían pagar

Total, que el bueno de Sebastián llamó a los sandías -ya sabéis: muy verdes por fuera y muy rojos por dentro- californianos, les dijo que estaba dándose un garbeo por el país africano y les pidió referencias de sus cuates locales y de los pobres pobres.

A las ONG como la Red Internacional de Ríos les suele gustar mucho ayudar a los periodistas occidentales, y éstos, como acostumbran estar muy lejos del escenario en disputa, a veces [sic] se limitan a contar lo que les dicen. Pero ahora que yo estaba en Uganda (...), obtuve una respuesta más precavida -escribe Mallaby, sin poder ocultar por más tiempo que es un bribón de tomo y lomo-. Lori Pottinger, la activista (...) encargada de la campaña de Bujagali, explicó que sus colegas ugandeses estaban muy ocupados y que, si me dedicaba a curiosear por las aldeas cercanas al lugar propuesto para la presa, acabaría metido en líos con las autoridades ["Tenga cuidado ahí fuera, Mallaby", pudo haberle dicho la moza, como el sargento de Canción Triste de Hill Street a sus muchachos]

Hay gente a la que los buenos consejos les entran por un oído y les salen por el otro, aunque la consejera sea la mismísima Lori Potingues. Mallaby es uno de ellos, vive Dios el Sol (y la Luna, faltaría más; y los peces de los Ríos Enredados):

Como no quería darme por vencido sin más [¿cómo que "sin más"? ¡Habrase visto! ¿"Sin más", los consejos de la Potingues?], localicé a los colegas de Pottinger en Uganda por otros medios [¿tiene la CIA sucursal en Kampala?] y llamé por teléfono a su oficina. Una voz amigable [¿qué hace Zapatero en sus ratos libres?] me invitó a ir inmediatamente.

Allá que se fue, pues. Y charló con el sosias nativo de Zapatitos por espacio de media hora. Luego, con mucho talante, le preguntó cuántos eran:

"Aquí está la lista", dijo con voz triunfante. La Asociación Nacional de Ecologistas Profesionales [sic] de Uganda tenía nada menos que 25 socios

Mi siguiente paso fue ir a Bujagali -prosigue el infame Mallaby, como si no acabara de hacerse el gracioso a cuenta de los Pocos Pero Profesionales ecologistas ugandeses-. Me entrevisté con una socióloga ugandesa que conocía bien la región y prometió servirme de traductora. Se detuvo en un grupo de edificios al borde de la presa para saludar al representante local del Gobierno, que no sólo no llamó a la policía, sino que nos recibió con una gran jovialidad [esto ya pasa de castaño oscuro]. Entrevistamos a un aldeano tras otro, y todos nos dijeron lo mismo: "La gente de la presa" había ido y les había prometido unas condiciones económicas generosas, así que (...) estaban muy dispuestos a aceptarlas e irse a otro sitio.

Ánimo, que ya queda poco:

Mi acompañante, la socióloga, dijo que quizá la muestra podía estar distorsionada porque sólo estábamos hablando con hombres y éstos valoraban más el dinero que la tierra, de la que se ocupaban las mujeres. De modo que entrevistamos también a varias mujeres [¿la socióloga con los dedos cruzados?], que mostraron asimismo una actitud favorable. Los únicos que rechazaban la presa eran los que vivían justo fuera de su perímetro. Estaban furiosos porque el proyecto no les iba a afectar, por lo que nadie les iba a pagar ninguna cantidad generosa

El final es de traca. Humano tenía que ser, el canalla de Mallaby:

Esta historia es una tragedia para Uganda. Hay clínicas y fábricas sin electricidad por culpa de unos californianos cuya idea de lo que es una crisis de energía consiste en unos cuantos apagones veraniegos. Pero es también una tragedia para la lucha contra la pobreza en todo el mundo, porque hay proyectos en docenas de países que sufren los mismos retrasos por miedo a la resistencia de los activistas. Una y otra vez, surgen grupos batalladores que (...) difunden afirmaciones aterradoras sobre la iniquidad de los proyectos de desarrollo. Una y otra vez, las opiniones públicas occidentales (...) les creen. Los legisladores europeos y el Congreso estadounidense aceptan los argumentos de las ONG sin plantearse dudas, y los representantes de los países en la junta de gobernadores del Banco Mundial reaccionan bloqueando los fondos para proyectos que merecen la pena

¡Ah!, se me olvidaba deciros que lo anterior es un extracto de un reportaje que el Malvado Mallaby (al que calificaría de socialdemócrata lomborgiano... ma non troppo) ha publicado en la edición española de Foreign Affairs, y que se titula...

ONG: COMBATIR LA POBREZA PERJUDICANDO A LOS POBRES

Hincadle el diente, queridos lectores, porque también se da cuenta de un caso donde los paganos son decenas de miles de campesinos chinos y tibetanos.