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28 de Enero de 2007

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Orden Natural
Bitácora de Juan Fernando Carpio

"Contra toda esperanza", el libro de Armando Valladares, disponible online



Cuando leí un extracto del libro de Armando Valladares en "Selecciones del Reader's Digest", edición latinoamericana, yo tenia alrededor de 15 años de edad, me volví un frontal enemigo del comunismo. Pensaba yo, en mi ingenua adolescencia, que era posible evitar tal sistema sin abandonar esa filosofía, al menos en quienes creían en ella. Por mi parte, y aunque llegué a coquetear con ideas de Trotsky o Bakunin en esos tiernos años de formación intelectual por carencias propias de las bibliotecas latinoamericanas, y como alternativa a esos resultados históricos, algo ya me quedaba claro: el totalitarismo es criminal, y una sociedad basada en la fuerza concentrada en pocas manos, con un sistema que espie, castigue, regule y controle, es inhumana. Sin derechos innatos, sin un gobierno limitado en funciones y sin un sistema de libertades como base para una sociedad plural y abierta, estaremos sujetos a los caprichos e ímpetus sanguinarios de los tiranos. Esa es la gran lección del siglo XX.

"Este libro es mi testimonio de veintidós años pasados en las cárceles políticas cubanas, únicamente por manifestar mis criterios distintos al régimen de Fidel Castro."
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"Jesús Carreras era uno de los jefes de las guerrillas contra la dictadura de Batista. Operaba en el Escambray, cordillera montañosa de la zona central de la isla. Su valor personal en los combates lo había convertido en un héroe legendario por aquellos lugares. Pero el comandante Carreras tampoco había combatido para la instauración de una dictadura más feroz mil veces que la que ayudó a derrocar. Y Castro lo envió a la cárcel, como a tantos otros oficiales; pero hacia los de alta graduación había un odio especial, como un ensañamiento.
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Por los constantes fusilamientos, la prisión de La Cabaña se había convertido en la más terrible de todas las cárceles. Y para mantenernos bajo el terror, comenzaron las requisas de madrugada. Los pelotones, armados con barras de madera, cadenas, bayonetas y cuanto sirviera para golpear, irrumpían en las galeras gritando y pegando sin contemplaciones. La orden que teníamos los presos era la de salir como estuviéramos. Se abrían las rejas y aquella turba enardecida de soldados entraba como una tromba, repartiendo golpes a ciegas. Los presos, también como una tromba, trataban de salir al patio. Pero afuera, en el patio, una doble hilera de guardias armados de fusiles con bayoneta calada se encargaba de que nadie dejara de recibir su ración de golpes."
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"El capitán Hernán F. Marks, un norteamericano, había sido nombrado por Fidel Castro jefe de la guarnición de La Cabaña y verdugo oficial. Era este hombre el que disparaba los tiros de gracia y el que dirigía las requisas. Cuando se emborrachaba, cosa que hacía muy frecuentemente, Hernán mandaba formar a la guarnición y en zafarrancho de combate se lanzaba contra los presos. El mismo llamaba a la prisión su «coto de caza». Otro de sus entretenimientos era pasear por las galeras y llamar a
la reja a aquellos para quienes se pedía la pena de muerte, y preguntarles detrás de qué oreja quería que les disparara."
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"Era indudable que las gestiones de Amnistía Internacional, mi libro –que ya había tenido una segunda edición– y el interés de políticos e intelectuales en todo el mundo comenzaban a preocupar a las autoridades cubanas. Me les había escapado de las garras, no podían ya matarme porque empezaba a ser conocido. Supe interpretar bien la situación y multiplicaba mis denuncias, escritos y preparaba un nuevo libro. Por entonces una amiga de mi familia, a quien habíamos ayudado mucho, Sandra Estévez, fue reclutada por la Policía Política. Ella recogía en diferentes lugares de la ciudad cartas clandestinas para mi madre.

En una ocasión el capitán Adrián, que no podía callarse nada, para dárselas de muy enterado, me anunció que posiblemente me llevarían a un hospital de rehabilitación, pero que no podría recibir visitas, ni siquiera la de Alicia, y al decirme esto se me quedó
mirando sonriente. Alicia era un nombre en clave que yo mencionaba en la última carta a mi madre. Al mencionarlo el capitán Mentira, por vanidoso, descubría a su confidente.
De inmediato alerté a mi familia de que Sandra estaba trabajando para la Policía Política.

Les dije lo que tenían que hacer y desde aquel momento la utilicé para desinformar a sus amos. Preparé una «gran operación» de un amigo imaginario que viajaría a Cuba para entregarle a Sandra una cámara fotográfica Minolta. Con ella debía tomar fotos de la cárcel y de unos documentos, y además cumplimentar otras tareas que yo le iría encomendando.
Eran tan torpes que el mismo capitán Mentira, en un automóvil Toyota color amarillo, la llevaba a recoger mis cartas. Si yo no la hubiese detectado ya, lo habría logrado semanas más tarde, cuando uno de los familiares que sacaban mis notas, y que conocía al capitán por el mote de «El Chino», reconoció a éste cuando acudió con Sandra a buscar las cartas.

Después les hice creer que otro libro que había terminado estaba guardado en determinada casa, y que ella iría a recogerlo cuando mi amigo llegara del extranjero. Los enviaba a buscar cartas a direcciones inexistentes o a personas cuyos nombres yo leía en los periódicos apoyando a la revolución. Los tuve así durante meses, corriendo por toda la capital. Me divertían las cartas de Sandra aconsejándome que le dijera dónde estaba el libro, pues estaría más seguro si ella lo guardaba hasta la llegada de mi amigo.

El día que decidí la expulsaran de mi hogar le pusimos una trampa. Mi hermana le hizo creer que detrás de un cuadro de la sala había escondida una carta mía para Martha. La misma tarde el capitán Mentira se apareció en mi casa y fue directamente hasta el cuadro y lo descolgó y revisó. Dos días después, cuando Sandra regresó, mi familia la presionó, y desmoralizada, en una crisis de llanto, pidió perdón y confesó que el capitán Mentira la había amenazado con meterla en la cárcel y enviar a Gianni, su pequeño hijo, a la escuela «Camilitos», un internado con régimen militar, si no colaboraba con ellos."

Aquí el libro de Armando Valladares, en formato PDF. Recomiendo imprimirlo y estudiarlo, fotocopiarlo y regalarselo a los ingenuos, contarle al mundo de esta tragedia liderada por un falso profeta, el inmundo tirano Fidel Castro.

Y como complemento, cuadros pintados por sobrevivientes de Auschwitz y el Gulag soviético, gemelos siameses del terror totalitario, del colectivismo practicante, del que se toma en serio lo que dice y por ende resulta en lo inevitable: sacar lo peor del ser humano. No perdonaremos y no olvidaremos, sépanselo bien, socialistas del mundo. Este es el fruto de sus premisas, no una desviación. A su filosofía inhumana sólo pueden corresponderle esas consecuencias y no otras cuando se las aplica consistentemente. Aprendan a hacerse responsables.

Ni perdón ni olvido.


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