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Coacción sin sentido, irracionalidad sindical

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La coacción, dondequiera que se aplique, es una de las más detestables y peligrosas armas contra la libertad del individuo y de la economía. La coacción de cualquier grupo de presión nos hace esclavos involuntarios de estos dictadores que imponen su moral de igualdad y solidaridad obligatoria. A igual que cualquier dictador pensar diferente a ellos significa ser el enemigo público número uno siendo lícito, pues, el castigo indiscriminado. Ésta es la visión y método que ha caracterizado a los sindicatos durante más de cien años.
 
Recientemente leí un panfleto sindical donde se pedía, bajo unas arbitrarias e irracionales premisas morales, una parada general como muestra de repulsa a la guerra contra Irak. El núcleo de la idea giraba en “no hacer nada” el día 26 de marzo de 2003. En el mismo panfleto se dictaba lo que se tenían que hacer: no trabajar, no comprar, no consumir, no usar la luz (¿?)… Esta irracional propuesta de boicot a la economía nacional, digna de la pataleta de un niño de seis años, pretendía mostrar la inconformidad de la sociedad española contra la guerra de Irak.
 
Es curioso ver como los métodos de los sindicatos han sido incapaces de evolucionar con el tiempo y adaptarse a la sociedad capitalista actual en los últimos 100 años. Sus medidas no pasan por el pacto, el consenso o siquiera por el entendimiento, aunque de ser así todos los sindicatos desaparecerían para siempre. Sus métodos se basan en la más pura y repulsiva coacción sea cual fuera su ámbito, ya sea mediante la coacción individual –obligando al individuo a votar, por ejemplo, en elecciones sindicales- o mediante la coacción global –huelgas generales-.
 
Independientemente de la guerra contra Irak ¿qué culpa tienen las empresas para que se las castigue con semejante propuesta?, ¿o qué culpa tiene el comerciante para que no acudan sus clientes habituales a los comercios para consumir?, ¿qué justifica “una parada” en el país del calibre que proponen los sindicatos?. La respuesta a todas las preguntas es muy simple: nada lo justifica bajo una visión lógica y racional. Y es que a un sindicalista poco le importa la repercusión económica de estas acciones reivindicativas, es más, bajo su desalmada visión de “opresión capitalista” tales resultados son favorables ya que minan el sistema de libre comercio que tanto detestan.
 
Parece mentira observar la miopía y falta de visión crítica de los sindicalistas. Un repaso a las épocas más liberales de la historia –momento en el que se establecieron las actuales potencias económicas actuales- nos muestran como la libertad individual y de empresa sólo otorgan beneficios al conjunto de la sociedad que durante casi 250 años ha funcionado en todo el mundo occidental. La única alternativa actual al sistema capitalista (el socialista), y por el que abogan muchos sindicatos, se derrumbó inevitablemente pese a los esfuerzos de los gobernantes tiranos que luchaban por mantener su inmoral y abusiva política de igualdad, es decir: mantener a toda la población bajo la más absoluta e igualitaria pobreza.
 
Este tipo de visión socialista es la que pretenden imponer los sindicatos con sus huelgas y paradas, promueven el ocio extremo, la presión del estado sobre la libertad del individuo, penalizan el esfuerzo del trabajador, la ambición personal… Nos quieren imponer como hemos de pensar y actuar con sus panfletos pseudo-morales y con su simplista visión de la economía. Para promocionarse, y poder salir en los medios de comunicación masivos, montan números de circo, disfrazándose, cortando calles, impidiendo el comercio mediante sus piquetes o haciendo llamadas de concienciación a la sociedad perjudicando siempre a las empresas, a los inversores, consumidores y usuarios.
 
Ante estos ineficaces y coactivos métodos no es de extrañar que la afiliación sindical en todo el mundo haya disminuido de forma vertiginosa. Por ejemplo, en 1975, la afiliación sindical de la población ocupada española rondaba el 30% mientras que actualmente no supera ni el 10%. Igualmente ocurre en otros países como Francia donde la afiliación a los sindicatos ha disminuido en un 50%, Gran Bretaña en un 30% e Italia en un 20%.
 
Estas organizaciones de presión no escapan tampoco de la tradicional corrupción que les define popularmente, igual que los burócratas del estado. Casos como cursos de formación que jamás se imparten, estafas inmobiliarias (que trajeron un gran eco en España) o la poca transparencia en la gestión de los fondos o subvenciones (supra)gubernamentales son una muestra de su peculiar visión de igualdad que tanto defienden, esto es: ¡todos iguales menos yo!.
 
Las coercitivas posiciones sindicales no nacen de la lógica o el entendimiento del entorno social y económico (sólo hace falta hablar de economía con alguno de ellos), sino de los más básicos sentimientos viscerales de rencor, de irascible envidia o de un sentimiento de opresión que todo lo justifica. Esta ideología, basada en el odio, les lleva a creer que son los caudillos de la moral, y por lo tanto, han de imponer su moral a los demás aunque tales acciones dañen a la libre empresa y la libertad individual.
 
Usando los mismos parámetros o eslóganes que estos grupos de presión hacen servir:
 
Si no queremos ser víctimas de la dictadura impuesta por tales organizaciones mafiosas ante la próxima huelga, o parada general, seamos buenos defensores de la libertad: trabajemos, compremos y consumamos. Sólo un sistema capitalista libre nos puede garantizar nuestra total autonomía individual.