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No Logo, El poder de las marcas Reseña
No Logo, El poder de las marcas


Paidós, Barcelona, 2001
565 páginas

A propósito de Naomi Klein

Por

Cortesía de poderlimitado.org.
 
Hace más de treinta años, el escritor de izquierda Eduardo Galeano comenzaba su tristemente célebre libro Las venas abiertas de América Latina diciendo que "la división internacional del trabajo consiste en que unos países se especializan en ganar y otros en perder"(1). Fue una frase rotunda que con el tiempo permitiría designar a una ideología nefasta, el tercermundismo, cuya creencia básica consiste en sostener que unos países son ricos a causa de que otros son pobres, entendiendo la riqueza, no como algo que puede ser generado a través del esfuerzo, la iniciativa individual y el conocimiento racional sino como un botín que cambia de manos según diversos momentos de la historia. En otros términos, es la típica enfermedad mental latinoamericana que perpetúa desde hace décadas la pobreza, el hambre y la miseria en nuestro continente; un "sarampión ideológico"(2) que postula que la riqueza está mal distribuida merced a la explotación capitalista, el imperialismo yanqui, el Fondo Monetario Internacional, la rapiña de las multinacionales y, por sobre todo, el mal de todos los males: el neoliberalismo.

No Logo (3), el libro de cabecera de los movimientos antiglobalización, encuentra sus raíces en toda una vieja tradición de pensamiento de izquierda que se remonta desde Karl Marx hasta el sub-comandante Marcos. Su originalidad consiste en camuflar las ideas del Che Guevara con los fundamentals del marketing empresarial denunciando que, en la aldea global que nos toca en suerte, algunas multinacionales, lejos de nivelar el juego global con empleos y tecnología para todo el mundo, "están carcomiendo los países más pobres y atrasados del planeta para acumular beneficios inimaginables"(4). Más aún, la globalización se caracterizada por conectarnos a través de una red de marcas conocidas por casi todos (Nike, Shell, Tommy Hilfiger), pero cuyo orden esconde en su trastienda la explotación inhumana de obreros, el pago de salarios miserables y condiciones de trabajo casi esclavistas en varios países del Tercer Mundo.

"El Tercer Mundo, según dicen, siempre ha existido para mayor comodidad del Primero"(5), escribe su autora, la periodista canadiense Naomi Klein. De ahí que su área de estudio abarque el origen de las zapatillas Nike en los infames talleres de Vietnam, la producción de las ropitas de la muñeca Barbie a través del trabajo de los niños de Sumatra, la cosecha de café de Starburck en los cafetales ardientes de Guatemala y la extracción de petróleo de Shell en las miserables aldeas del delta de Níger.

El objetivo del libro de Klein es lograr que, a medida que los secretos que yacen detrás de la red mundial de las marcas sean conocidos por una cantidad cada vez mayor de personas, la exasperación de éstas pueda provocar la gran conmoción política del futuro, rechazando frontalmente a las empresas transnacionales cuyas marcas son más conocidas. "La oposición a las multinacionales es el tema que va a seducir la imaginación de la próxima generación de rebeldes y perturbadores"(6), profetiza la autora.

A lo largo de sus más de 500 páginas No Logo se trasforma en una experiencia tediosa en donde se relatan con detalle boicots a grandes empresas, levantamientos obreros, ataques de piratas informáticos, huelgas multitudinarias y todo aquello que se relacione con el surgimiento de una nueva militancia activista contra las multinacionales. La idea de la autora es promover las asociaciones gremiales, el cumplimiento de los tratados internacionales y la posibilidad de controlar las condiciones de trabajo de los obreros junto a los efectos medioambientales de la industrialización. Agremiación masiva, negociación directa entre los trabajadores y las empresas y la adopción de nuevas y severas leyes por parte de los gobiernos son las recetas de Klein para lograr "gobernar a las multinacionales."(7)

Falacias del pensamiento ideológico

Los postulados de No Logo son propios de aquello que Jean-Francois Revel denominó "pensamiento ideológico": un conjunto de ideas fosilizadas tendientes a acabar con un enemigo determinado en forma fanática. Lo que explica el éxito del libro de Klein es la sutil maniobra de disfrazar un antiamericanismo furioso y un marxismo rococó con los ropajes de la justicia social, la ecología y los gastados slogans contra el neoliberalismo.
Revel considera que las características del pensamiento ideológico son la ignorancia deliberada de los hechos, el culto a las incoherencias y las contradicciones, y su capacidad para engendrar a través de consignas progresistas lo contrario de lo que pregonan sus fines. Analicemos a partir de estas consignas cómo se configura y organiza el mapa doctrinario de No Logo.

En primer lugar, llama la atención el hecho de que Klein m uestre como pruebas del fracaso de la globalización y el libre mercado sus experiencias en diversas ciudades de Indonesia, Nigeria, Birmania, Filipinas y la India, todos ellos países que si por algo se caracterizan es por haber quedado fuera de la mundialización de capitales y los procesos de inversión a nivel global. ¿Es deliberada su ignorancia frente a la paupérrima realidad política, social y económica que somete a esos países fruto, principalmente, de odios tribales ancestrales, rencores e intolerancia religiosa y guerras intestinas que cosecharon por décadas persecuciones, hambrunas, despotismos y millares de muertes?

Por otro lado, cuesta creer que empresas multinacionales elijan esos destinos para hacer inversiones. La miopía ideológica de Klein le impide constatar que, a contracorriente de lo que se escucha habitualmente, los empresarios de ahora no se instalan donde la mano de obra es menos costosa sino allí donde el Estado ofrece la mejor relación entre los servicios que provee (orden, seguridad, calidad de vida, educación, salud) y las reglas de juego legales y fiscales que se le presentan al empresariado(8). A pocos miles kilómetros de los talleres de niños que Klein describe en forma tan dickensiana existen países como Taiwán, Hong Kong, Corea del Sur o Singapur que con instituciones sólidas, reglas de juego claras, sin protestas ni sindicalismo combativo y con un gran respeto por los derechos de propiedad han logrado multiplicar por doce en 25 años la riqueza de esos países adaptándose instantáneamente a los humores de la globalización.

En segundo lugar, el punto más débil de los argumentos de Klein tiene que ver con su denuncia acerca de los miserables salarios que pagan las multinacionales en el Tercer Mundo. Según No Logo, esos salarios son producto de las desigualdades inherentes al libre mercado y al incumplimiento de normas comerciales internacionales que impedirían semejante abuso. Ahora bien, ¿cómo explica Klein que los obreros de su Canadá natal no sean explotados como sus pares de Indonesia? ¿Acaso no hay sobrados ejemplos de países tan poco imperialistas como Canadá, Holanda o Australia que basan sus economías en la competencia y el libre mercado y permiten que sus obreros estén entre los más calificados y mejor pagados del mundo? Esta repuesta no convencerá a Klein quien, antes de ir a dinamitar un local de McDonalds, nos acusará de ingenuos y nos hablará de ... ¡la mundialización salvaje de las marcas! En fin, el típico tic nervioso del pensamiento único progresista que pretende ocultar la evidencia de los hechos con la pancarta y el slogan. En realidad, la respuesta se encuentra en que los ingresos y los salarios reales se elevan de acuerdo con los incrementos en el stock de capital. Aquí la clave no pasa ni por la generosidad de los políticos y por la agresividad de los sindicatos. Pasa por el capital invertido en instalaciones, máquinas, tecnologías de punta, almacenamiento y transmisión de información, apoyo logístico y el abaratamiento de los costos de las comunicaciones. En países tan pobres en capitalización como Indonesia, Afganistán o Argentina difícilmente los salarios puedan ser elevados.

En suma, los salarios no se rigen por los deseos de los sindicalistas, los caprichos del gobernante de turno o el inconformismo de los intelectuales. Naomi Klein debería haberlo visto en su reciente visita a nuestro país, en donde las asfixiantes leyes laborales vigentes, los controles de precios y el poder mafioso de los gremios hacen huir espantados a los empresarios al tiempo que incrementan el desempleo de forma alarmante.

Por esta razón es necesario no dejarse embaucar por estos best sellers de moda que aparecen tan seguido alertando sobre posibles cambios dramáticos a nivel mundial o exhortando a militar contra causas poco creíbles como la "plaga neoliberal" o "la mundialización". No sólo porque han demostrado carecer de soluciones viables y propuestas alternativas sino porque, además, trafican miedo y angustia a cambio de un poco de atención en los medios(9). El mejor antídoto frente a autores como Naomi Klein es recordar aquel viejo adagio del pensamiento liberal francés que nos pide alejarnos de las supersticiones y las fábulas hechiceras ya que la demonización rara vez sustituye al conocimiento.

1- Eduardo Galeano, Las venas abiertas de América latina, Editorial Siglo XXI, Buenos Aires, 1970, p. 1
2- Esta expresión está tomada del insoslayable libro Manual del perfecto idiota latinoamericano, AAVV, Atlántida, Buenos Aires, 1996, p. 22
3- Naomi Klein, No Logo, Paidós Contextos, Buenos Aires, 2001
4- Ibidem, p. 23.
5- Ibidem, p. 23
6- Ibidem, p. 25
7- Ibidem, p. 503
8- Véase Guy Sorman, El mundo es mi tribu, Andrés Bello, Barcelona, 1998, p. 411
9- La expresión "traficar miedo" es de John Stossel y su documental Tempering with Nature. Los autores a los que me refiero son, entre otros, Jeremy Rifkin, Vivianne Forrester, Noam Chomsky, Pierre Bourdieu y John Gray.