Reseña
Monarquía, democracia y orden natural
Hans Hermann Hoppe
Ediciones Gondo, Madrid, 2004
371 páginas
Hans- Hermann Hoppe: razón y libertad
Hans H. Hoppe es, junto con Jesús Huerta de Soto, el máximo exponente de la Escuela Austriaca de Economía en la actualidad. La IV edición de los Encuentros de Humanidades y Filosofía en Puerto de Mazarrón (Murcia) ha tenido el honor y el placer de invitar y, contar con la presencia del profesor Hoppe, los días 6 y 7 de abril de 2004. La conferencia que ofreció, en una noche histórica para la filosofía política en España, constituyó un ejercicio genial de razón y libertad. Las personas humanas se mantienen en la condición de personas morales o éticas si respetan entre ellos, y en ellos mismos, los principios a priori y evidentes de la razón social y política. La comunicación y el debate argumentativo entre los ciudadanos o personas morales tienen, por tanto, que aceptar implícitamente varios a priori que posibilitan las verdades racionales sobre sus personas, los bienes y la sociedad y, con ello, su riqueza económica y su orden moral, es decir, la libertad.
La libertad se convierte así en auténtica libertad concreta y deja de ser una abstracción incomprensible del "Estado social y democrático de Derecho" que, sin embargo, viene manteniendo la ideología dominante en un sistema económico y político basado en el hurto, robo y guerras totales. El sistema económico democrático y social que conocemos, el llamado " Estado de bienestar", tarde o temprano, sufrirá un colapso profundo, tal como ocurrió con el sistema soviético hace trece años. Para evitarlo hemos de intentar volver a las ideas verdaderas, y mediante estrategias concretas conseguir un orden natural de defensa de la razón y la libertad. Es imposible pensar razonablemente en la libertad sin defender absolutamente la propiedad privada. El utilitarismo no consigue, en Economía, respetar la propiedad privada. El método estratégico más legítimo para defenderla es argumentar razonablemente con quien se atribuye el monopolio de la fuerza y la resolución de los conflictos en un territorio determinado (el Estado), y sus intelectuales, para concluir, sin duda, que lo más racional, moral y económicamente, no es otra cosa que conseguir un orden natural de propiedad privada en el que el capitalismo no admita la figura del monopolio. La Economía y la Teoría social consiguen, así, abandonar todo secretismo.
Ocurrió también en el largo paso de la Alquimia (magia) a la Química (ciencia). Con la Escuela Austriaca, y sus antecedentes españoles, la Economía unifica razón y libertad.
Hans Hermann Hoppe expuso las tesis básicas de su libro, y la amplió con ejemplos concretos, muchos de ellos en respuesta a preguntas del numeroso público asistente en el debate posterior a su conferencia. Las razones que se encuentran en la base de su libro sobre la preferencia del orden natural frente a la monarquía y, de la monarquía sobre la democracia, están en la relación entre la teoría científica y la historia. Para Hoppe "la teoría resulta imprescindible para interpretar correctamente la historia. La Historia, la secuencia de acontecimientos que se desenvuelven en el tiempo, es «ciega»". Pero no es posible para un historiador, que no acepte una teoría a priori como la de la Escuela Austriaca de Economía, entender las razones de la pobreza en las sociedades gobernadas por una forma de gobierno u otro. Los teoremas o juicios sintéticos a priori, así obtenidos, en cambio, sí pueden dar cuenta de los hechos y de las relaciones necesarias en la historia social y económica. Pero, a su vez, ello implica determinadas " imposibilidades" históricas, como por ejemplo que el "Estado", definido como "agencia que ejerce el monopolio territorial compulsivo de la decisión soberana (jurisdicción) y la imposición fiscal" pueda ser económica y éticamente eficiente, pues "todo monopolista es «perverso» desde el punto de vista de los consumidores".
La teoría económica y política, sobre todo la desarrollada por la escuela austriaca, señala Hoppe "es un verdadero tesoro de proposiciones de este tipo. Por ejemplo, que una mayor cantidad de un bien resulta preferible a una cantidad menor de ese mismo bien; que la producción necesariamente precede al consumo; que sin propiedad privada de los factores de la producción no se puede conocer el precio de los factores y que sin el precio de los factores es imposible la contabilidad de costes; que un incremento en la oferta de papel moneda no puede hacer que aumente la riqueza social total, sino únicamente redistribuir la riqueza existente; que ninguna cosa o parte de ella puede ser poseída exclusivamente por más de una persona al mismo tiempo; que la democracia, en el sentido del gobierno de la mayoría, y la propiedad privada son incompatibles". Por lo que la interpretación de la historia tiene que ser muy otra a la que nos ofrece el comunismo y el pensamiento conservador (aunque se presente como liberal), a saber, que la globalización de la democracia "liberal", básicamente la misma desde la primera guerra mundial, sea el "fin de la Historia". Lo cual implica revisar tres mitos: el mito de que el Estado supuso la causa del progreso económico y de la civilización. "En realidad, la teoría dictamina que el progreso tiene lugar a pesar, y no a causa, de la fundación del Estado", el mito de que la democracia es mejor que la Monarquía, y el mito de que no hay alternativa a la situación actual.
Si el "estado" es el monopolista de la "jurisdicción" lo que hará es, más bien, "causar y provocar conflictos" precisamente para imponer su monopolio. La historia de los estados "no es otra cosa que la historia de los millones de víctimas inocentes del Estado, ciento setenta millones en el siglo XX". El paso de la monarquía a la democracia implica que el «propietario» de un monopolio hereditario -príncipe o rey- es derrocado y cambiado, no por una democracia directa, sino por otro monopolio: el de los «custodios» o representantes democráticos temporales. El rey, por lo menos, tendrá baja preferencia temporal y no explotará exageradamente a sus "súbditos" ni su patrimonio, ya que tiene que conservar su "reino". Los políticos habituales del modelo del Estado democrático actual compiten, no para producir un bien, sino para producir "males" como el aumento de: 1) los impuestos, 2) del dinero fiduciario, 3) del papel moneda inflacionario, 4) de la deuda publica, 5) de la inseguridad jurídica por el exceso de legislación, y 6) las guerras, que se han convertido en ideológicas y totales desde la intromisión de los EEUU en la Guerra Mundial I hasta la Guerra de Irak II. "Del mismo modo, la democracia determina la disminución del ahorro, y la confiscación de los ingresos personales y su redistribución" siguió señalando el profesor Hoppe.
Propuso, entonces, su alternativa: un orden natural en el que todo recurso escaso, incluida toda la tierra, es poseído privadamente; y en el que toda empresa depende de los consumidores que voluntariamente adquieren sus productos o de los donantes privados y el derecho de entrada en un sector de la economía, incluido el de la protección de la propiedad, el arbitraje de conflictos y la pacificación, es libre. La seguridad en dicho orden requeriría, en cierta forma, una ciudadanía armada. Pero la empresa que se caracteriza por producir defensa eficazmente no es el Estado, son las "compañías de seguro". El rasgo distintivo de las compañías de seguros es producir defensa, es decir, paz. Las aseguradoras no asegurarían, ni aseguran, los daños provocados e intencionados de sus clientes ( a ellos mismos o a otros), más bien serían excluidos de la cobertura y terminarían o por reconducirse a ser personas morales que respeten la ética de la propiedad privada o tendrían que refugiarse en las selvas o en los desiertos o polos. En cambio las aseguradoras premian a sus clientes "no agresores" y que en el ejercicio legítimo de su defensa estén "más entrenados y tengan más puntería". Obviamente la relación entre el asegurador y su cliente sería contractual, evitando el riesgo del exceso de legislación.
¿Cómo puede transformarse un Estado centralista y democrático en un orden natural? , se pregunta Hoppe. La respuesta, contrariamente a como esperan ingenuamente los que todavía se autodenominan " liberales demócratas", no podemos esperarla del mismo Estado: "Ciertamente, el Estado centralista y democrático no se autoabolirá democráticamente. He aquí la respuesta: mediante la secesión como etapa intermedia y decisiva hacia la meta última de la privatización total", sentencia Hoppe. "El Estado central tiene que descomponerse en sus partes constituyentes. Así, en vez de un «Orden Mundial» (inevitablemente controlado por los Estados Unidos), tendríamos un mundo basado en decenas de miles de diversos países, regiones o cantones y cientos de miles de ciudades libres independientes como las hoy pintorescas Mónaco, Andorra, San Marino, Liechtenstein, Hong-Kong, Singapur, Bermuda, etc." pero no habría desintegración ni pobreza pues los pequeños gobiernos tendrían, y tienen, muchos competidores próximos y si se nota demasiado que gravan a sus propios súbditos y les complican la vida con reglamentaciones más que sus competidores, quedarán expuestos a sufrir la emigración del trabajo y el capital.
Si el país es pequeño, y esa es la estrategia recomendada por Hoppe a los Estados, estará incentivado para a) ser un país de mercado libre total y poder integrarse en el mercado libre mundial participando así de las ventajas de la división del trabajo, b) adoptar un dinero-mercancía "internacional" como pueda serlo el oro, y c) aumentar la prosperidad, el crecimiento económico y el avance cultural.
Ni el pensamiento estatista, ni el liberal tradicional, han podido hasta la fecha contradecir racionalmente la obra del profesor Hans Hermann Hoppe.