liberalismo.org
Portada » Artículos » Economía » ¿En dónde se equivocan los monetaristas?

¿En dónde se equivocan los monetaristas?

Por

En los últimos veinte años se ha desarrollado en los EE.UU., principalmente bajo el liderazgo de Milton Friedman, una escuela que se denomina a si misma “los monetaristas”. Sus líderes resumen su doctrina con la frase “El dinero importa” e incluso a veces con la frase “El dinero importa mucho”.

Los monetaristas creen, hablando en términos generales, que el “nivel” de precios de los bienes y servicios tiende a variar directa y proporcionalmente con la cantidad existente de dinero y crédito –que si la cantidad de dinero (definida de forma extensa) es aumentada en un 10% los precios de los bienes subirán un 10%; que si la cantidad de dinero se multiplica por dos, los precios subirán al doble, etc. (Esto por supuesto suponiendo que la cantidad de bienes permanece constante. Si esta también aumenta, la subida de precios será menor debido a la mayor oferta de bienes).

Ésta es la llamada teoría cuantitativa del dinero. No es nueva sino bastante vieja. Algunos historiadores económicos retrotraen su origen al economista francés Jean Bodin (1566) y otros al italiano Davanzati (1588). En su forma moderna fue presentada de forma más elaborada por el economista americano Irving Fisher en “El poder adquisitivo del dinero” (1911) y en otros libros posteriores.

Los monetaristas han añadido algunos refinamientos a esta teoría, pero fundamentalmente se han dedicado a apoyarla con detalladas estadísticas, y han sacado conclusiones muy diferentes a las de Fisher por lo que se refiere a la política monetaria adecuada.

Cuando Fisher empezó a escribir, el patrón oro aún dominaba en la práctica. Fisher propuso mantenerlo, pero con una modificación radical consistente en variar el contenido de oro del dólar de acuerdo con las variaciones de un índice oficial de precios, de tal forma que el dólar representaría en vez de una cantidad fija de oro, una cantidad constante de poder adquisitivo. Milton Friedman rechaza en general el patrón oro. Propone sustituir éste por una ley que prescriba un aumento fijo y constante de la cantidad a emitir de papel moneda inconvertible.

Mi opción en este momento sería un decreto legislativo que ordenase a la autoridad monetaria alcanzar un determinado incremento porcentual en la cantidad de dinero. Para este propósito, definiría la cantidad de dinero incluyendo el efectivo en manos del público más los depósitos en los bancos comerciales. Yo especificaría que el Sistema de la Reserva Federal debería cuidar que la cantidad total de dinero así definida creciese mes a mes, e incluso en cuanto fuera posible día a día, a un porcentaje anual x, siendo x un número entre tres y cinco. La definición de dinero adoptada, o el incremento porcentual elegido, importan menos que el que la elección sea definitiva e irrevocable.

Es con considerable pesar que critico a los monetaristas, ya que aunque considero sus propuestas de política monetaria indefendibles, están de todos modos mucho más acertados en sus suposiciones y prescripciones que la mayoría de los economistas actuales. La simplista forma de teoría cuantitativa que sostienen es indefendible; pero están en lo cierto al insistir en lo mucho que importa el dinero, y están en lo cierto al insistir que en muchas circunstancias, y a largo plazo, es la cantidad de dinero el factor más importante e influyente en la determinación del poder adquisitivo de la unidad monetaria. Siendo constante el resto de factores, cuantos más dólares son emitidos menor es el valor de cada uno de ellos. De forma que en estos momentos los monetaristas son unos opositores de la inflación más efectivos que la gran cantidad de políticos y economistas putativos que siguen sin reconocer esta verdad básica.

También debo añadir que siento entrar en discusión con Milton Friedman, con el que estoy muy de acuerdo especialmente en la defensa del libre mercado. Espero que ningún lector de este artículo se lleve la impresión de que no aprecio debidamente la lucidez, persuasión y profundidad del Profesor Friedman.

Empecemos examinando que tiene de errónea la teoría cuantitativa del dinero –que mejor debería llamarse la estricta o mecánica teoría cuantitativa del dinero-. Esta teoría se basa en unos presupuestos supersimplificados. Como la formuló Davanzati en 1558, el volumen total de dinero existente tiene siempre que comprar todo el stock de bienes existente – ni más ni menos. De tal forma que si se duplica la cantidad de dinero, y la oferta de bienes permanece igual, se dobla necesariamente el nivel de precios. Cada unidad monetaria compra entonces sólo la mitad de bienes que antes. Formulada en términos modernos, los supuestos implícitos en la estricta teoría cuantitativa del dinero no son mucho más avanzados que esto. Puesto que “el dinero sólo se demanda para comprar bienes y servicios” dicen, esta relación proporcional debe mantenerse.

Pero esto no es lo que ocurre. Lo cierto de la teoría cuantitativa es que los cambios en la cantidad de dinero son un factor muy importante a la hora de determinar el valor de cambio de la unidad monetaria. Esto simplemente es decir que lo que es cierto para otros bienes, también lo es para el dinero. El valor de mercado del dinero, como el valor de mercado de los bienes en general, se determina por la oferta y la demanda. Pero se determina siempre por valoraciones subjetivas, y no por relaciones puramente objetivas, cuantitativas o mecánicas.

Las tres etapas de la inflación

En una inflación típica podemos distinguir a grandes rasgos, tres etapas. En la primera etapa, los precios no suben a un ritmo tan rápido como el incremento de la cantidad de dinero. Puesto que, si existía baja actividad en la economía, las compras hechas con el nuevo dinero estimularán fundamentalmente el incremento de la producción. (Este es el punto subrayado hasta la extenuación por Keynes. Sin embargo, esto sólo ocurre en las primeras etapas de la inflación y únicamente en circunstancias determinadas).

Aparte de este efecto estimulante inicial, la mayoría de la gente no advierte que una inflación del circulante ha tenido lugar. Algunos precios han subido, pero mucha gente al compararlos con los antiguos precios a los que estaba acostumbrada supone que estos nuevos precios son demasiado altos, y pronto volverán a bajar hasta niveles “normales”. Deja de comprar o incrementa sus saldos de tesorería. Como resultado de ello, los precios al principio no suben en la misma proporción que el incremento de la cantidad de dinero. Si la inflación es lenta, con paradas ocasionales, los precios tienden a equipararse con el aumento de la cantidad de dinero, y durante un tiempo se produce el resultado que predice la teoría cuantitativa del dinero.

Pero si la inflación (esto es, el incremento en la cantidad de dinero) continúa, y en especial si se acelera, la gente empieza a temer que esta sea una política gubernamental deliberada que seguirá indefinidamente, y que los precios seguirán subiendo. Por tanto, se apresuran a gastar su dinero mientras todavía conserve algún valor –esto es antes que suban aún más. El resultado es que los precios empiezan a subir mucho más aprisa de lo que la cantidad de dinero ha sido aumentada, y al final mucho más rápido de lo que pueda llegar a ser aumentada nunca.

De tal forma se da el resultado paradójico en una hiperinflación que mientras el gobierno está emitiendo nuevo circulante a un ritmo astronómico, los precios suben tan rápido que la cantidad de dinero existente es insuficiente para llevar a efecto las transacciones, y se producen múltiples quejas en torno a la “escasez” de dinero. Por ejemplo en las últimas fases de la inflación alemana de 1923, el volumen total de papel moneda, a pesar de tener un valor facial billones de veces mayor, tenía un valor de mercado en términos de oro de tan solo una sesentava parte del que tenía antes de iniciarse ésta. Por supuesto que al final el marco de papel llegó a no tener valor alguno, igual que ocurrió con los asignats franceses en 1796 y con el continental americano en 1781.

Es por esta razón por la que finalmente todas las inflaciones tienen que llegar a detenerse. Pero el punto que aquí se subraya es que la estricta teoría cuantitativa del dinero no es cierta. (Pese a parecer cierta en determinadas circunstancias y durante ciertos periodos).

Por lo que se refiere a la cantidad de dinero, es más la cantidad futura esperada de dinero que la existente en el presente, la que determina el valor de cambio de la unidad monetaria.

La calidad afecta al valor

Sin embargo, el valor del dinero no viene determinado solamente por su cantidad –ni siquiera por la cantidad esperada en el futuro– sino que también importa su calidad. Por ejemplo, el circulante emitido por un gobierno que se tambalea, no tendrá tanto valor, siendo el resto de circunstancias las mismas, como el emitido por un gobierno fuerte y legítimo.

En los últimos años hemos sido testigos de múltiples ejemplos del efecto del deterioro de la calidad en la unidad monetaria. Decenas de países han “devaluado” sus monedas. Los precios empezaron a subir en esos países al día siguiente, mucho antes de que hubiera sido posible incrementar más la cantidad de dinero en circulación.

Más chocante es lo que ocurrió en los países de patrón oro cuando anunciaron el abandono del mismo. Los EE.UU. abandonaron el patrón oro en mayo de 1933. En 1934, el índice de precios al por mayor había subido un 14% desde 1933, y en 1937 un 31%. Los EE.UU. abandonaron formalmente la convertibilidad de nuevo en agosto de 1971. Los precios mayoristas habían bajado en realidad un 2% desde agosto del año anterior; pero en agosto del año siguiente subieron un 4,35%. Sin la disciplina impuesta por el oro, los precios mayoristas subieron más de un 13% entre 1972 y 1973 y más de un 34% entre 1972 y 1974.

Una de las ilustraciones más notables de la importancia de la calidad del circulante ocurrió en Las Filipinas hacía finales de la II Guerra Mundial. Las fuerzas del general MacArthur desembarcaron en Leyte en la última semana de octubre de 1944. A partir de entonces obtuvieron una serie ininterrumpida de victorias. Una “inflación”* salvaje se desató en la capital, Manila. Entre noviembre y diciembre los precios subieron en Manila hasta alturas increíbles. ¿Por qué? No hubo incremento en el volumen de dinero. Pero los habitantes de Manila sabían que tan pronto como llegase la completa victoria de las fuerzas americanas sus pesos emitidos por los japoneses perderían todo su valor. Así que se apresuraron a deshacerse de ellos a cambio de cualquier cosa que pudieran obtener.

La teoría cuantitativa del dinero

Lo que ha ayudado a mantener viva la teoría cuantitativa del dinero, a pesar de experiencias como las citadas, es la famosa ecuación de Irving Fisher: MV=PT, siendo M la cantidad de dinero, V la velocidad de circulación, P el nivel promedio de los precios de bienes y servicios y T el volumen de transacciones, o la cantidad de bienes y servicios adquiridos por el dinero.

Así que por ejemplo, cuando la cantidad de dinero no varía y los precios empiezan a subir (o una discrepancia de este tipo se produce) los teóricos cuantitativistas no se quedan desconcertados en absoluto. Disponen por adelantado de una fácil excusa: “la velocidad de circulación” del dinero ha debido variar lo suficiente para justificar la aparente discrepancia. Bien es verdad, que esto requiere ciertas presuposiciones notables. Ya señalé antes que en las últimas fases de la inflación alemana de 1919-1923 el volumen total de papel moneda tenía un valor en oro de una sesentava parte del volumen nominalmente mucho menor de dinero anterior a que la inflación comenzase. Esto requiere que supongamos que la “velocidad de circulación” media se había multiplicado entre tanto por sesenta. Esto no es posible. El concepto “velocidad de circulación de dinero” sostenido `por los teóricos cuantitativistas y representado en la ecuación de Fisher MV=PT es una falacia. Hablando con precisión, el dinero no “circula” sino que se intercambia por bienes. Cuando aumenta la circulación del dinero, aumenta correspondientemente la velocidad de circulación de los bines. Esto es un ejemplo de cómo el uso de símbolos matemáticos puede confundir al economista incluso en una aplicación elemental. Si MV=PT, y se dobla V entonces parece deducirse que 2MV=2PT, y que esto puede leerse como que al doblarse la velocidad de circulación V se puede doblar P (nivel de precios). Pero si ponemos la ecuación como MV=PT puede verse que M2V no es necesariamente igual a 2PT, sino más probablemente P2T. De hecho la ecuación MV=PT no significa lo que Fisher y sus discípulos creen que significa. Consideran MV la parte monetaria de la transacción y PT la “parte de los bienes”. Pero como señaló Benjamin M. Anderson las dos partes de la ecuación son monetarias… la ecuación simplemente dice “lo que se paga es igual que lo que se cobra”.

La velocidad de circulación. Variaciones geográficas

No existen estadísticas fiables de la velocidad de circulación del dinero de mano en mano. Pero tenemos datos de la rotación anual de los depósitos bancarios a la vista. Puesto que los depósitos representan alrededor de ocho novenas partes de los medios de pago, estos números son un indicador importante.

Lo que más choca en primer lugar, cuando examinamos estas estadísticas, es la amplia discrepancia entre el número de rotaciones de los depósitos a la vista en las grandes ciudades, especialmente en Nueva York, y el que encontramos en los otros 226 sitios analizados. En diciembre de 1975, el número medio de rotaciones anuales de los depósitos a la vista en estos 226 lugares fue 71,8. En seis grandes ciudades fuera de Nueva York era 118,7. Cuando llegamos al mismo Nueva York el número de rotaciones fue de 351,8. Esto no quiere decir que la gente de Nueva York estaba gastando su dinero de forma furiosa a un ritmo cinco veces más rápido que la gente de las poblaciones pequeñas. (Debemos recordar siempre que cada individuo puede gastar su renta en dólares una sola vez). La diferencia se debe fundamentalmente a dos factores. Las grandes empresas tienen su administración principal o mantienen sus cuentas bancarias en las grandes ciudades, y estas cuentas tiene mucha más actividad que las cuentas personales. Y especialmente Nueva York, con sus mercados de valores y de mercancías, es el gran centro de la especulación de los EE.UU.

Por tanto la velocidad de circulación del dinero (fundamentalmente la de los depósitos bancarios) aumenta con la especulación, la especulación en si misma no aumenta indefinidamente. Para que aumente la especulación, el deseo de deshacerse de las mercancías tiene que aumentar tan rápido como el deseo de adquirirlas. Son pues las ideas rápidamente cambiantes sobre el valor de los bienes –no sólo las diferencias de opinión entre el comprador y el vendedor, sino opiniones cambiantes por parte de los especuladores individualmente considerados- las que se necesitan para que aumente el volumen de especulación.

El valor de una mercancía, una acción, o una casa no varía en ningún sentido predecible en relación con el número de veces que cambia de manos. Ni tampoco lo hace el valor del dólar. Cuando se venden 100 acciones no baja necesariamente su valor, puesto que las acciones son compradas también. Cada venta implica una compra y cada compra implica una venta. Cuando una persona compra un bien “vende” su dinero; pero el vendedor del bien “compra” dinero. No existe conexión necesaria alguna entre los cambios en la “velocidad de circulación del dinero” y los cambios en el nivel de precios de las mercancías. La “velocidad de circulación” es meramente el resultado de un complejo número de otros factores y no una causa en sí misma de ningún cambio importante en absoluto.



* Aquí Hazlitt utiliza el término “inflación” para referirse a una subida de precios. Pensamos que es más útil referirse exclusivamente con el término inflación al envilecimiento de moneda mediante la rebaja del contenido metálico o al abuso del crédito y la subsiguiente quiebra o suspensión de pagos derivados.