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Robert A. Heinlein: un escritor liberal

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Durante tres décadas, las encuestas realizadas a aficionados norteamericanos a la ciencia ficción siembre daban los tres mismos nombres en los tres primeros puestos: Isaac Asimov, Arthur C. Clarke y Robert A. Heinlein. En consecuencia, fueron denominados los “Tres Grandes” del género. En dichas encuestas, Asimov y Clarke se turnaban por el segundo y tercer puesto, mientras que Heinlein siempre disfrutó de la primera posición. Es el único que ha logrado ganar cuatro premios Hugo, otorgados por votación popular, a la mejor novela. Y, no obstante, es en nuestro país el más desconocido de los tres con notable diferencia. Su mayor notoriedad la alcanzó cuando la traducción de “Forastero en tierra extraña” tuvo el dudoso honor de ser secuestrada por la autoridad competente, allá por el 68.
 
A ello quizá se deba la poca atención que recibe este género en nuestro país y, por qué no, al pensamiento que destilan las obras de Heinlein, rabiosamente individualistas. Pero un escritor al que se tilda de fascista y militarista por sus Tropas del Espacio, cuya fecha de nacimiento aparece en el “Calendario de la Libertad” del Mises Institute y que logró convertir otra de sus novelas en una suerte de biblia hippy oficiosa, es sin duda un escritor digno de estudio.
 
Robert Anson Heinlein nació el 7 de julio de 1907, tercer hijo en una familia que tendría siete hermanos. Demostró tener cierta precocidad, aprendiendo de su abuelo, a los cuatro años, a jugar al ajedrez. Sus primeros intereses se centraron en la astronomía y las matemáticas. Ingresó en la Academia Naval de Anápolis en 1929, donde comenzó una corta carrera como militar. En 1932 se casó con su primera mujer, Leslie McDonald. Hubo de retirarse, con grado de teniente, en 1934, debido a una tuberculosis, la primera de las muchas enfermedades que padeció a lo largo de su vida.
 
Aprovechó su retiro para estudiar en UCLA física y matemáticas. Probó en varios trabajos y en la política, de la que se retiró tras ser derrotado en las primarias del partido demócrata a un puesto en la Legislatura de California en 1938. Entonces, tras haber fracasado en sus dos primeras vocaciones, leyó el anuncio de un concurso organizado por una de las revistas pulp de la época (Thrilling Wonder Stories), en el cual se ofrecían 50 dólares al mejor relato corto. Había escrito ficción toda su vida como aficionado, llegando incluso a completar una novela. Decidió escribir un relato, pero la longitud del mismo le decidió a entregarlo a la revista de más calidad de la época, la Astounding Science-Fiction, que también era quien más pagaba por palabra. Tuvo éxito a la primera (algo que siempre le envidió Asimov) y obtuvo 70 dólares.
 
Dicho relato, La linea de la vida, muestra como la obra de Heinlein estuvo teñida de pensamiento liberal, posiblemente sin saberlo, desde el principio, a pesar de confesarse socialista por aquella época. Narra en él la historia de un científico que inventa una máquina capaz de averiguar la fecha de la muerte de sus pacientes. Las compañías de seguros le demandan, pues les está dejando en la ruina. Ante esa argumentación, el juez aduce:
 
Es un sentimiento creciente […] la noción de que cuando un hombre o una compañía han sacado un beneficio del público durante un cierto número de años, el gobierno y los tribunales tienen el deber de salvaguardar esos beneficios en el futuro, incluso […] contra el beneficio del público. […] Ni los individuos ni las corporaciones tienen el menor derecho de acudir a los tribunales y exigir que el reloj de la historia sea detenido, o retrasado, en beneficio particular suyo.[1]
 
Su estilo, no obstante, es muy característico de la ciencia ficción. Sin adornos, con un lenguaje sencillo y basado en el diálogo. Suelen resultar mucho más interesantes sus sociedades futuras que los personajes que las pueblan. Es literatura de ideas, en la que resulta mucho más interesante lo que se cuenta que el cómo se cuenta. Su formación científica suele dar a las invenciones que muestra una gran verosimilitud, si bien es cierto que la gran mayoría de sus predicciones han sido corregidas por el tiempo. Un problema que aqueja a todos los futurólogos de la ciencia ficción, pero especialmente a aquellos que, como Heinlein, se centraron más en el futuro más inmediato.
 
Empezó entonces a escribir sin pausa, necesitando emplear varios pseudónimos para poder publicar más de un relato por número de la revista. De esta manera se convirtió en el primer escritor del género capaz de ganarse la vida escribiendo. No obstante, la guerra llegó pronto y Heinlein intentó volver a la Marina. Sus problemas de salud le confinaron a la vida civil, donde dedicó su formación como investigador para la Armada. Tras la guerra vuelve a la actividad literaria y se divorcia de Leslie, debido al alcoholismo de ésta. Se casó de nuevo en 1948 con Virginia Gerstenfeld. Este matrimonio fue el definitivo. Virginia era una mujer inteligente, culta y de carácter, que pronto se involucró en el trabajo de su marido. De hecho, fue una sugerencia suya sobre imitar la historia de Mowgli, pero empleando a extraterrestres como padres adoptivos de un ser humano, la que llevó a la creación de la obra más compleja y famosa de Heinlein, Forastero en tierra extraña.
 
Ese mismo año, Heinlein logró vender su primer guión, Destino, la luna, colaborando en la aparición de una serie B del género razonablemente seria y con algo de respeto por la ciencia. No obstante, cobró poco, de modo que se centró en sus novelas y relatos. De 1950 es su novela corta El hombre que vendió la Luna, que se puede encontrar en la colección de relatos Historia del futuro. Una historia en la que mezcla la ciencia con política y economía, narrando la llegada al hombre a la luna… por medios privados. Esta novela presenta la primera de las dos formas en que Heilein suele presentar sus ideas: a través de un personaje sumamente individualista que encarna su ideal, si bien no lo explicita con discursos filosóficos sino con sus acciones. En este relato, dicho personaje es D.D. Harriman, posiblemente una de las más perfectas encarnaciones del empresario de Kirzner, que con su empeño por viajar a la luna y su creatividad logra que la humanidad de ese gran salto y forme colonias en el satélite.
 
El peligro comunista es el hilo conductor de Amos de títeres, fue escrita el año siguiente mientras McCarthy investigaba la infiltración del gobierno americano. Es una fábula que ha sido adaptada más o menos fielmente al cine en varias ocasiones. En ella, una extraña especie alienígena va infectando a la humanidad. Lo malo es que no se puede distinguir físicamente a los infectados de quienes aún no lo están, tan sólo a través de su comportamiento, dirigido de forma centralizada por el mando extraterrestre.
 
La década de los 50 fue seguramente su década más productiva. Escribió muchas novelas juveniles mientras seguía trabajando en la novela sobre el Mowgli marciano, que finalmente completaría en 1960, un esfuerzo sorprendente en alguien que tardaba muy poco tiempo en completar muchas de sus novelas.
 
Por ejemplo, tardó dos semanas en completar la que seguramente sea la novela más conocida en España, debido a la “versión” cinematográfica estrenada hace unos años.
Tropas del espacio le costó los apelativos de fascista y militarista, por imaginar una sociedad en la que el derecho a votar hay que ganárselo cumplimentando un servicio militar de dos años. El mismo padre del protagonista, Johnny Rico, es un hombre acaudalado, orgulloso de no ser ciudadano (es decir, no tener derecho a voto). En esta ocasión, el alter ego del autor es la asignatura de Filosofía Moral al completo, aunque frecuentemente personalizada en el profesor de Rico en el instituto, veterano de guerra:
 
Por supuesto, la definición marxista del valor es ridícula. Por mucho esfuerzo y trabajo que uno ponga en ello, jamás conseguirá convertir una tarta de barro en una de manzana; seguirá siendo una tarta de barro, que nada vale.[2]
 
El germen de esta novela fue un enorme enfado por la decisión de Eisenhower de suspender unilateralmente las pruebas nucleares. Seguramente, Heinlein estaba convencido de que un gobierno elegido por veteranos de guerra nunca hubiera cometido semejante estupidez. Esta actitud le valió las críticas de la comunidad de escritores de ciencia ficción por su “excesivo conservadurismo”. No obstante, la política de apaciguamiento del presidente americano no tardó mucho en mostrarse errónea.
 
Pero incluso en esta novela se conserva su tema preferido y el individualismo triunfa sobre el colectivismo. La humanidad se enfrenta a una raza extraterrestre, formada por insectos inteligentes que practican un comunismo para el que están preparados por la evolución. En la batalla decisiva, la actuación de un soldado que actúa por cuenta propia será determinante, mostrándonos una vez más la superioridad del individualismo.
 
Pero, no obstante, su novela más polémica, y más extensa, fue Forastero en tierra extraña. En ella, vemos como un humano criado por marcianos, completamente ignorante de nuestras costumbres e instituciones, llega a la Tierra y la contempla con estupor. La persona más importante que se encontrará en su camino es Jubal Harshaw, escritor indivualista en extremo, el alter ego de Heinlein. Harshaw se encargará de ayudar al “marciano” Valentine Michael Smith, y de procurar que no sea contaminado por los prejuicios terráqueos establecidos.
 
A pesar de que muchos la consideran algo radicalmente opuesto a la obra de su autor, lo cierto es que en él permanecen sus temas de siempre, especialmente su respeto por la libertad individual y el derecho a que nadie se entrometa en ella. Hasta el extremo de que cuando uno de los personajes acepta que Smith, por su educación marciana, encuentre perfectamente adecuado comer los cadáveres de sus amigos muertos, Jubal le felicita y añade:
 
El deseo de no meterse en los asuntos de los demás constituye el ochenta por ciento de toda la sabiduría humana…, y el otro veinte por ciento no es muy importante.[3]
 
La carrera de Michael como líder místico es la parte más floja de la novela, aunque su crítica a las religiones organizadas y su fervor al amor libre fue el gancho que le permitió convertirse en un libro importante para los hippys. Se llegó a decir que fue la inspiración de Charles Mason al cometer sus crímenes, extremo negado por el psicópata., aunque se sabe que algunos de sus seguidores realizaban el ritual de “compartir el agua” descrito en la novela.
 
No obstante, es cierto que tres años después de su publicación, en 1963, las ventas crecieron progresivamente al ser descubierto por la creciente generación hippy. Empezó a alcanzar cierta fama fuera de los estrechos círculos del género que intentó aprovechar para apoyar la candidatura de Goldwater, con poco éxito. En 1969 llegó a comentar para Walter Cronkite, junto a Arthur C. Clarke, la llegada a la Luna, originando las iras del presentador al sugerir que debían haber incluido mujeres en la misión.
 
En 1967, cuando estaba en el punto máximo de su gloria, escribe el que seguramente sería su último gran éxito, La luna es una cruel amante, donde nos narra la revolución en que los habitantes de la luna obtienen su independencia. Si un liberal debiera leer una sola novela suya, la recomendada sería ésta, sin duda. Luna es una colonia de las Naciones Federadas que se emplea para enviar a los reclusos. No obstante, debido a cambios fisiológicos provocados por la baja gravedad, los presos no pueden regresar a la Tierra tras su condena. Además, parte de ellos tiene hijos, de modo que la mayor parte de su población es libre.
 
A pesar de ello, es dirigido por un Alcaide, que no se mete en los asuntos de los lunáticos salvo en un aspecto: controla el comercio con la Tierra. Eso es más que suficiente para destruir el delicado equilibrio ecológico del satélite y a aparecer como un tirano. El alter ego de esta novela, el profesor Bernardo de la Paz, llega a afirmar que eso vulnera el más elemental de los derechos humanos: el derecho a comerciar libremente.
 
Por un lado, a Rothbard le encantaría ver una sociedad prácticamente anarcocapitalista en funcionamiento. En un momento dado, el protagonista se ve obligado a actuar de juez, lo que significa que tanto acusadores como acusado le pagan lo mismo, con ese dinero compra a unos jurados y dicta sentencia sobre la posible eliminación de un turista terráqueo.
 
Por otro, Hayek podría ver el funcionamiento de su teoría evolucionista en las instituciones matrimoniales. Dado el origen de sus habitantes, el número de hombres duplica al de mujeres. Eso, aparte de convertir a las mujeres en lo más valorado del planeta tras la cerveza, ha obligado a crear nuevos tipos de familias, que compiten entre sí, como puedan ser los matrimonios poliándricos (una mujer y varios hombres) o los lineares (donde se van incorporando nuevos miembros y puede decirse que el matrimonio no muere nunca). Heinlein aisla la principal función de la familia como el entorno que protege a los hijos hasta que llegan a valerse por si mismos e imagina qué formas tomarían si hubiera libertad suficiente y una desigualdad tan notoria entre los sexos.
 
A partir de entonces, su salud le impediría volver a repetir sus éxitos. Pasó buena parte de la siguiente década enfermo, y una peritonitis primero y problemas circulatorios después estuvieron a punto de acabar con él. Su productividad cayó y nunca se recuperó del todo. Por supuesto, fue el tiempo del reconocimiento y los homenajes. Cuando se instauró el premio Gran Maestro Nebula, con el que la crítica reconoce la obra de toda una vida, él fue el primer galardonado. Empezaron a aparecer monografías sobre su obra y se le homenajeaba en las convenciones. Murió en 1988 y sus cenizas fueron esparcidas en el mar desde un barco militar.
 
Robert A. Heinlein es un escritor muy interesante y que resulta asombrosamente desconocido en España tanto por los liberales como por los aficionados al género de ficción futurista. Hasta el punto que la mayoría de las obras que he señalado en este retrato sólo se pueden encontrar en librerías especializadas o de viejo.


[1] Robert A. Heinlein, Historia del futuro I, Acervo, 1980, pág.34
[2] Robert A. Heinlein, Tropas del espacio, Orbis, 1986, pág.90
[3] Robert A. Heinlein, Forastero en tierra extraña, Destino, 1991, pág.293