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4 de Junio de 2005

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Todo un hombre de Estado
Bitácora de Juan Ramón Rallo Julián

Lafontaine, mentiras que matan


Oskar Lafontaine ha escrito un ridículo artículo acerca de la globalización pero que, por contiener las típicas falacias izquierdistas, conviene analizarlo de cerca.

Comienza Lafontaine con una aseveración que, difícilmente, puede ser más errónea: La globalización cuida el interes de los mercados financieros, pero olvida al resto de la humanidad. Ya de entrada, me sorprende que un señor que suelta semejantes barbaridades ocupara el puesto de Ministro de Finanzas.

Lo que Lafontaine parece sugerir con esta frasecita es que existen dos tipos de mercados: los de bienes útiles para la humanidad (escuelas, hospitales, teatros, alimentación...) y los mercados financieros, que no es más que un antro de especulación donde los únicos beneficiarios son los capitalistas explotadores. Podemos resumir la visión de Lafontaine en dos tipos de bienes: una escuela pública y un casino. En el primero tiene entrada todo el mundo y proporciona un servicio que la izquierda considera "objetivamente" bueno, y en el segundo sólo se permite la entrada a aquellos que ya tienen dinero y su única función es ampliar la sed de oro.

Lo cierto es que tal contraposición presta un escaso servicio incluso a quienes aspiran a superpoblar la tierra con escuelas. Los mercados financieros simplemente sirven para canalizar el ahorro de prestamistas a prestatarios; los prestatarios suelen ser empresarios carentes de la riqueza suficiente como para emprender la producción de bienes de capital de duración (es decir, el tiempo que pasa desde la inversión de la primera unidad de trabajo hasta la obtención del producto) o etapa más elevada (en otras palabras, ese bien de capital está muy alejado del consumo, pensemos, por ejemplo, en máquinas que recogen arena en una playa para fabricar silício con el que finalmente se obtendrán los chips de los ordenadores) Una vez los procesos productivos se hayan alargado e intensificado en capital, la productividad de nuestra estructura productiva será mayor y, por tanto, dispondremos de una mayor cantidad de bienes y servicios a un menor precio.

Esto no es distinto para el caso de todos los socialistas que, cargados de humanidad y buenos deseos (de los que obviamente carecemos los fachas neoliberales), quieren contruir escuelas y hospitales por todo el mundo. ¿Es que quieren construirlas a mano? Supongo que el trabajo será mucho menor si utilizan grúas, ¿es que quieren construir esas grúas a mano? Supongo que el trabajo será menor si utilizan otras máquinas, ¿es que quieren construir esas otras máquinas a mano? No sólo eso, ¿es que las escuelas no necesitan materiales de construcción? ¿y esos materiales se obtendrán y modificarán más fácilmente a mano o con ayuda de otros bienes de capital? Es más, los bienes con los que rellenaremos la escuela (pupitres, pizarras, proyectores, ordenadores...), ¿acaso deberán ser construidos también a mano?

En realidad, para la producción de cada uno de esos bienes necesitaremos de bienes de capital y, para la producción de esos bienes de capital, a su vez, de otros bienes de capital. Obviamente nos iremos alejando del consumo hasta que nos detengamos en un punto donde no haya más bienes de capital y sólo dispongamos de trabajo y de tierra (materias primas), pero cuanto más tarde alcancemos ese momento, más productivos y, por tanto, más escuelas y hospitales podremos construir. Ante la carecencia de toda esta estructura de capital, ¿cuánto tiempo tardarían los socialistas en construir escuelas firmes, sólidas y duraderas por todo el mundo? Imaginen que sólo disponen de sus manos y de la tierra; antes se extinguiría la humanidad (porque, aparte, otra característica de los bienes de capital es que se deprecian, con lo cual, para mantener las existencias de escuelas y hospitales no basta con construirlos una vez, sino que deben ser continuamente repuestos o reparados)

Pues bien, los mercados financieros canalizan toda esta formación de la estructura de capital para atender las necesidades de los consumidores. Ninguna estructura de capital, obtenida a través de los mercados financieros, puede sostenerse a medio plazo sin tener en cuenta los intereses de la humanidad. El valor de los bienes de capital procede del valor presente (descontando el interés) del conjunto de servicios que se espera que presten; si esos servicios que se espera que presten son nulos o no son valorados en absoluto, el valor del bien de capital se desvanece por completo.

Pero hay más. Lo que Lafontaine deliberadamente parece olvidar -y todos sus aduladores con él- es que, como ya hemos dicho, los mercados financieros conectan a prestamistas con prestatarios. Ya hemos dicho que los prestatarios suelen ser en su amplísima mayoría empresarios que necesitan fondos para financiar sus proyectos de capital, ¿pero quiénes son los prestamistas? Pues, o bien otros empresarios capitalistas, o bien -y esta es una función social fundamental- ciudadanos de clase media que recurren a los mercados financieros para derivar una rentabilidad de sus activos. En otras palabras, cuando los empresarios prestamistas pagan los intereses del préstamo, se está beneficiando a las clases más bajas que han despositado allí sus capitales. Gente, en buena medida incapaz o sin ganas de emprender un negocio rentable, presta el dinero a gente con ideas para formar una alianza estratégica: el prestamista adquiere el interés y el empresario-prestatario el beneficio (al que habrá que descontar el interés pagado al prestamista)

¿Qué hay de malo en todo esto? Recordemos: los mercados financieros amplían la estructura de capital (y esto amplia el número de bienes y servicios reduciendo su precio) y sirven como mecanismos de ahorro generador de rentas para las clases medias. De esta manera, que el tamaño del mercado se amplíe (globalización) es siempre positivo, ya que la división internacional del trabajo y del capital será tanto más eficiente y los efectos anteriormente descritos cobrarán una mayor intensidad.

Pero bueno, parece ser que el ex Ministro de Finanzas desconocía todo esto. Con todo, ello no le impide afirmar que las crisis financieras provocaron.un considerable aumento de la desocupación y el empobrecimiento social y que dado que Wall Street financia las campañas electorales de los candidatos a la Casa Blanca, los presidentes estadounidenses se sienten en el deber de defender sus intereses.

Uno debería ya darse cuenta de que las crisis financieras no se producen "porque sí". Las fugas de capitales suelen ir acompañadas de actuaciones gubernamentales asociadas con la "eutanasia del rentista", esto es, con el ataque indiscriminado a los ahorros y el dinero en el que se expresan. El dinero caliente no lo genera el capitalismo, sino más bien el intervencionismo monetario de los gobiernos. ¿Qué harían ustedes si el gobierno amenazara con nazionalizar sus cuentas de ahorros o los activos financieros en los que tienen ahorrada la mayor parte de su riqueza? Obviamente sacar de inmediato toda esa riqueza del alcance territorial de ese gobierno (y depositarla, por ejemplo, en países estables como Suiza)

Por otro lado, el mito de que Wall Street domina la Casa Blanca es excesivamente recurrente. Uno tiene la impresión de que Lafontaine ignora qué es Wall Street; me resulta bastante verosímil que algunas empresas que cotizan en Wall Street tengan una poderorísima influencia sobre la clase política (tanto useña como europea), pero Wall Street, en sí mismo, sólo es un ámbito donde prestamistas se relacionan con prestatarios. Este control empresarial de la política es peligroso y denostable; la política en sí misma lo es. La iniciación de la fuerza no queda legitimada nunca, ni para satisfacer a Bill Gates ni para satisfacer a la "mayoría consciente".

El segundo problema de la globalización es, para Lafontaine, su antiecologismo: Los intereses ecológicos chocan con el espíritu neoliberal. En la carrera tras el oro, en la búsqueda de utilidades y ganancias cada vez mayores, las normas ecológicas constituyen un obstáculo. Esto no tiene ningún sentido; como dice Toni Mascaró: La contaminación es un subproducto indeseado de la producción; está compuesta por materiales que uno ha comprado pero no ha sido capaz de transformar en el producto final deseado, lo que significa que son un gasto. El objetivo de cualquier productor es reducir gastos y aumentar ingresos para tener un gran beneficio. ¿Alguien cree que existe a quien le guste pagar materias primas para que se esfumen por las chimeneas?.

Los recursos son temporalmente escasos; la globalización potencia esa escasez relativa pues aumenta la presión competitiva sobre su disponibilidad. En otras palabras, si sólo un individuo tiene acceso a todos los recursos naturales de Sudán es evidente que no tendrá incentivo alguno en conservarlos, pues sus reservas superan en mucho el uso que pueda hacer de ellos. Sólo cuando los recursos se vuelven escasos existe un incentivo para su conservación y reproducción. La globalización supone una mayor intercomunicación y, por tanto, una mayor presión sobre todos los recursos. Ahora sobre los recursos naturales de Sudán pueden pujar miles de millones de personas; miles de millones de personas tienen proyectos alternativos sobre cómo usarlos. En ese sentido, convendrá enormemente conservarlos.

No es casualidad que la mayor degradación y los mayores desastres ecológicos se den en zonas comunales, donde la propiedad privada no existe. Los propietarios tienen incentivos a conservar su propiedad ya que, en caso contrario, pierde valor. Cierto que el propietario estará estimulado a conservarla únicamente cuando el coste de sustitución sea superior al coste de conservación; en otras palabras, si me sale más rentable comprar otro bosque para talarlo que replantar el que acabo de esquilmar, no lo conservaré. Pero, precisamente, este caso es idéntico al que hemos comentado con el individuo que posee todo Sudán. La globalización incrementa los costes de sustitución porque los recursos se vuelven más escasos; se proyectan como medios de una mayor cantidad de fines y, por tanto, la sustitución se encarece. En este sentido, resulta mucho más económico, conforme avanza la globalización, conservar aquello que ya tengo.

Piensen simplemente en una ciudad abandonada; si llega un individuo y se pone a vivir en una casa, cuando ésta se desgaste por el uso, tiene dos opciones repararla o irse a vivir a otra casa. Si la ciudad está abandonada (o si se prohibe entrar en esa ciudad) el individuo simplemente se irá a otra casa y no restaurará la primera. Pero si empieza a llegar gente al pueblo, cuando la casa de ese individuo se desgaste, tendrá que comprarle la casa a otro individuo, lo cual evidentemente encarecerá los costes y hará mucho más viable la restauración. La extensión de la propiedad privada supone una extensión de la conservación del medio. Parece que uno de los que recientemente aprendió esta lección fue el socialista Lula.

Por último, el último gran pecado de la globalización es, según Lafontaine, la pérdida de la identidad cultural. Por todas partes encontramos McDonald's, Coca-Cola y jeans. Como ya se comentó en la bitácora de Dani: Una cultura local para la que McDonalds es "una amenaza" es una cultura local que no merece sobrevivir. ¿Qué grandeza cultural podemos aducir de aquellas culturas que desaparecen inmediatamente ante las hamburguesas y los refrescos? ¿Seguro que suponía un hecho a conservar si todos los individuos han cambiado su modo de vivir? Por eso, resulta gracioso que Lafontaine diga que La lucha de los pueblos de todo el mundo en defensa de su identidad cultural seguirá adelante. ¡Si los pueblos son los primeros que renuncian a su insuperable cultura cuando se les da la oportunidad! ¿Es qué McDonald's obliga a los individuos a consumir sus hamburguesas? Conmigo nunca lo ha hecho, de ahí que no los frecuente.

Pero, sobre todo, Lafontaine se convierte en cínico cuando cita a Bové: La globalización aniquila el Tercer Mundo y amenaza la civilización europea. Es hoy más mortífera que todas las guerras. Es responsable de que en el mundo haya ochocientos millones de hambrientos. Hay que desenmascarar las mentiras del neoliberalismo.

Si estuviera en la calle utilizaría otro vocabulario menos decoroso para calificar a Bové. Lo que aniquila al Tercer Mundo es la Política Agraria Común que el sr. Bové tan interesadamente apoya. Afortunadamente, de esto, se han dado cuenta incluso asociaciones izquierdistas como Intermon Oxfam. El sr. Bové impide a los agricultores del Tercer Mundo que puedan vender sus productos en Europa y que, por tanto, puedan obtener una salario de ello. El sr. Bové impide que, de esta manera, las empresas occidentales inviertan en el Tercer Mundo, incrementando sus salarios y su nivel de vida (como está ocurriendo con China o como ocurrió con los tigres asiáticos). ¿Y por qué hace todo ello el sr. Bové? Para seguir recibiendo subvenciones y vender su ineficiente producción a precios absolutamente desmesurados, es decir, para lucrarse a costa de las víctimas del Tercer Mundo. Lo menos que se le puede decir es que además no le endose los muertos que él causa a otros. Y lo menos que podría pedírsele a Lafontaine es que no utilice tan asquerosa demagogia para respaldar sus paupérrimos argumentos.

Y es que, además, Bové invierte el curso causal. Hoy en día no hay 800 millones de personas famélicas por culpa de la globalización; el estado natural del individuo no es la abundancia, sino la pobreza. Desde 1970 la gente que pasa hambre en el mundo se ha reducido desde 1200 millones a 800. En términos absolutos puede parecer una reducción poco sustancial, pero hemos de tener en cuenta que desde entonces, la población mundial también se ha duplicado. De hecho, en términos porcentuales, ha pasado del 37% al 13%. ¿La globalización está incrementando el número de personas hambrientas o lo está reduciendo espectacularmente?

Por eso, Bové no sólo es un matarife, sino un mentiroso. Y si Lafontaine utiliza y respalda argumentos de Bové, tendré que extenderle los calificativos.

Lo peor de todo es que algunos izquierdistas se tragen mentiras tan palmarias y promuevan, sin saberlo, el hambre y la pobreza en el Tercer Mundo. ¡Cuanto daño que hacen los prejuicios y las ideas preconcebidas!

Comentarios

 
mmm... si es cierto, los gobiernos que intervienen en la economia terminan a menudo en desesperaciones y psicosis como la "maquinita"...
Enviado por el día 4 de Junio de 2005 a las 13:22 (1)
La fuente del pensamiento de Lafontaine es la doctrina social de Marx. Y cuando se confundió el pensamiento social de Marx con el pensamiento " político" de Lenin y Hitler, entonces, ocurre lo que ocurre... y en esa confusión se encuentra gran parte de Europa. Pero la globalización, seamos sinceros, está dirigida por unos Estados frente a otros , no nos engañemos.
Enviado por el día 4 de Junio de 2005 a las 17:43 (2)
Los sindicalistas como Bové y políticos como Lafontaine "Pertenecen" al Estado francés, y se deben antes a su Estado que a sus doctrinas. Y eso ocurre con los " liberales" como Vidal Quadras, y demás. Siempre nos encontraremos con el hecho de que los políticos, sindicalistas e intelectuales se deben antes a sus Estados que a sus ideas.
Enviado por el día 4 de Junio de 2005 a las 17:47 (3)
espléndido artículo, sin más
Enviado por el día 4 de Junio de 2005 a las 19:17 (4)
Entre tantas muestras de delirio resulta difícil resaltar algo, pero yo me quedo con esto:

En la carrera tras el oro, en la búsqueda de utilidades y ganancias cada vez mayores, las normas ecológicas constituyen un obstáculo. Y si una economía fuerte contribuye a respaldar las campañas electorales de igual manera que la industria financiera, las consecuencias son previsibles. La debacle financiera llevó a Rusia a decidir la apertura del país a la importación de desechos nucleares. Por este motivo es necesario que también el movimiento ecologista Greenpeace forme parte del movimiento de oposición a la globalización.

¿Cómo justificamos a Greenpeace y sus mentiras, su desprecio por la Ciencia, su violencia y sus métodos nazis? La codicia, el ansia insaciable de oro de los neocón, el "espanto nuclear" siempre al acecho, la maldad intrínseca del neoliberalismo la hacen necesaria, en una palabra.

Por cierto, ¿qué produjo la "debacle financiera" de Rusia, Herr Lafontaine? Vale, mejor que no me conteste.
Enviado por el día 4 de Junio de 2005 a las 20:54 (5)
Excelente rallo.
Enviado por el día 4 de Junio de 2005 a las 23:12 (6)
"La globalización (...)Es responsable de que en el mundo haya ochocientos millones de hambrientos".
Esto me recuerda un viejo chiste de principios de la transición, cuando había manifestaciones de agricultores que cortaban las carreteras con sus tractores. El progre decía: "La culpa de que saquemos los tractores a la carretera la tiene Franco" y el facha respondía: "Desde luego: si no hubiera sido por él, lo que sacaríamos a las carreteras serían mulas".
Así que yo acepto que la globalización es culpable de que haya ochocientos millones de hambrientos: si no fuera por ella, habría cinco mil millones.
Enviado por el día 6 de Junio de 2005 a las 09:27 (7)

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