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13 de Marzo de 2004

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Haciendo amigos
Bitácora de Mario Noya

De jardines ajenos

Me permito robarle el título de esta anotación a Adolfo Bioy Casares, que así llamó a un muy recomendable librito suyo con citas y textos de otros escritores, para dar cuenta de lo que varios de nuestros más avezados analistas están escribiendo sobre el 11-M, ETA y el terrorismo islámico:

-CARLOS ALBERTO MONTANER dice algo en su artículo de Libertad Digital que yo también he pensado. Es esto:

La espantosa masacre tiene todas las características de los atentados de ETA. El tipo de explosivo y la forma de actuar apuntan en esa dirección. Incluso, en diciembre pasado la banda asesina intentó sin éxito una carnicería similar. Sin embargo, Arnaldo Otegui, a quien se le supone la cara política de ETA, rápidamente opinó que podía tratarse de una represalia de la “resistencia árabe” por el apoyo de España a la invasión a Irak.

Sospechosamente, otras pistas parecían darle la razón a Otegui: en el lugar de los hechos apareció una grabación con textos del Corán, mientras un periódico árabe publicado en Londres dijo haber recibido un comunicado firmado por un grupo terrorista islámico que se responsabilizaba de los atentados. No obstante, los analistas más agudos continúan imputando a ETA la autoría de estos crímenes. La hipótesis que barajan parte de la siniestra lógica de los terroristas vascos. ¿Qué buscaban en esta oportunidad? Obvio: influir en las elecciones del domingo 14 de marzo. ETA pudo pensar que una matanza de estas dimensiones, atribuida a Al Qaeda, se convertiría en una condena al gobierno de Aznar y al Partido Popular por haber secundado la impopular política de Washington durante la última guerra de Irak.

Bien, lo probable es que ETA esté detrás de los asesinatos, pero tampoco debe descartarse que haya sido un crimen pactado entre las dos organizaciones terroristas. Al fin y al cabo, los vínculos entre los etarras y los terroristas islámicos datan de hace varias décadas, cuando algunos violentos independentistas vascos fueron adiestrados en la academia de la policía de Argelia. A partir de entonces, frecuentemente, la policía española y la israelita han sabido de los contactos esporádicos y la colaboración fluida entre la banda española y grupos como Hamas, Al Fatah o la OLP. Si ETA no actuó directamente, no es muy descabellado pensar que Al Qaeda le hizo el trabajo sucio, o que ETA colaboró con los terroristas islámicos para asesinar a centenares de odiados “españoles”.


- ARCADI ESPADA, por su parte, anota en sus Diarios una reflexión demoledora:

Ya se sabe lo que pasaría si Eta hubiese matado doscientas personas al sur de Madrid. Se suspende por unas horas la campaña electoral. Ibarretxe no retira su plan. Carod pide diálogo. Rajoy quiere convocar el pacto antiterrorista. Zapatero dice que está al lado del gobierno. Vuestro Rey sufre con todos vosotros. Tv3 interrumpe por un momento sus emisiones y sigue con la entrevista a un monje. Todo esto puede parecer altamente repugnante. A mí, por menor ejemplo, me lo parece. Pero yo soy todo corazón. Jamás Eta encontrará otro modelo matemático que justifique (y de forma probablemente gratuita) la irrevocabilidad de su disolución.


- CARLOS MARTÍNEZ GORRIARÁN, profesor de Filosofía en la Universidad del País Vasco y miembro de Basta Ya, escribía ayer en ABC, entre otras cosas, las que siguen:

Solamente una mezcla variable de ignorancia o estupidez y mala fe puede justificar que se prefiera a priori la hipótesis islámica frente a la autoría de ETA en la matanza de Madrid. El triple atentado lleva la firma de ETA en el momento y la ciudad elegida, en el modus operandi general y, sobre todo, en los numerosos precedentes de acciones o intentos semejantes, alguno de ellos, por cierto, nunca reivindicados, como la matanza de la Calle del Correo de 1974, o sólo tardía y torticeramente reconocidos, como la de Hipercor. Por si fuera poco, ETA ha contado con tiempo de sobra para un desmentido tajante de su responsabilidad por los medios habituales, y no lo ha hecho.

Anteponer a todo esto la folletinesca aparición de una furgoneta robada con un casette islámico -francamente, sólo faltaba el turbante de Bin Laden- o la veloz reivindicación de dos grupos islamistas diferentes en un periódico islámico de Londres es, cuando menos, una interpretación contra la ley de la probabilidad. Como lo es pretender que ETA no es la autora del crimen porque, de haber querido cometerlo, lo habría hecho mucho antes, como ha proclamado Arnaldo Otegi, ese peculiar altavoz de una banda con la que dice no tener nada que ver aunque le susurra todos sus secretos. Cuando ETA quiera, si llega a querer, el portavoz autorizado de los matarifes explicará sus razones -perfectamente previsibles- para asesinar sin previo aviso a doscientos españoles y asimilados.

La única diferencia de la masacre del 11-M con otras anteriores cometidas por ETA radica en el número de víctimas conseguido. También parece que hay una nueva marca de explosivos, pero parece tonto negar a la banda la capacidad de innovar sus arsenales. Esta masacre no sorprende gran cosa, aunque estremece, a quienes están al corriente de lo que es y persigue ETA. Entre estos últimos no parece contarse el lehendakari Ibarretxe, cuya protesta de que semejantes asesinos no pueden ser vascos revela una manera de pensar particularmente siniestra. Primero, porque mira el crimen por el prisma del nacionalismo étnico, estimando que ningún vasco puede cometer unos crímenes que ETA, plenamente vasca cuando el PNV y EA pactaron en secreto con ella, ha cometido o intentado varias veces. Y segundo, porque degrada a otras víctimas de anteriores salvajadas que, por lo visto, sí que murieron a manos de vascos auténticos con mejores intenciones que éstos.

La hipótesis islámica resulta una bendición inesperada en ciertas especulaciones electorales. Suponiendo que un número suficiente de electores fueran poco más que un conjunto de esclavos de emociones elementales orientadas por la propaganda, su voto podría cambiar en función de la firma atribuida a las bombas. Así, de ser la carnicería obra de ETA, podía beneficiar al partido del gobierno, mientras que la autoría islamista ayudaría a la oposición. En el último caso, los partidarios de Zapatero redoblarían la denuncia contra Aznar por implicarnos en la guerra de Irak, convertida en causa última de la matanza aunque eso signifique, de paso, admitir que el Irak de Sadam y el terrorismo islámico mantenían algún vínculo funcional.

Algunos dicen que el terrorismo es un fenómeno incomprensible y por tanto ajeno a cualquier previsión y explicación lógica, pero lo usan como un instrumento arrojadizo contra sus adversarios políticos, degradados al rango de enemigos irreconciliables. La idea es que el gobierno incita a los locos a cometer locuras, por ejemplo invadiendo Irak o acosando al pobre nacionalismo vasco. Metidos en el dominio de la sospecha paranoica, todo lo que se haga o deje de hacerse queda contaminado por la atribución de intenciones espurias. Es sospechoso tanto que se detenga a los terroristas como que no se consiga detenerlos; se insinúa que jueces y policías actúan a las órdenes del gobierno; se sugiere que personas y grupos perseguidos por ETA inventan un enemigo de papel para vivir del cuento y explotar (crucemos los dedos para que no sea literalmente) una celebridad inmerecida. El artículo de Juan Luis Cebrián publicado en «El País» del 12 de marzo ofrece un acabado ejemplo de esta siembra de la sospecha, denunciando a quienes «han convertido el terrorismo y sus secuelas (sic) en campo de batalla e instrumento a utilizar en la liza por el poder o el protagonismo social». Aunque, como si ello se siguiera de lo anterior, el autor acaba llamando a votar el domingo para cambiar el gobierno actual, oscuro culpable de lo sucedido.

(...) Es verdad que no cabe descartar ninguna autoría distinta a la de ETA hasta que no se detenga a los autores o se acumulen pruebas irrefutables. Pero sería terrible que algo tan improbable absolviera a ETA como grupo terrorista «bueno», que como mucho mata de cuarenta en cuarenta y, por tanto, es digna de estima y diálogo, mientras se denigra a sus víctimas por aprovecharse de la persecución y se acusa al PP de motivar los actos terroristas con errores presuntos o comprobados. De paso, la retorsión de los argumentos para perjudicar al PP y a los grupos cívicos más firmes contra el terrorismo puede convertir a la ETA exonerada de responsabilidad directa en la masacre en una ETA acusada injustamente y, por tanto, con razones de su parte. En ese caso, el 11-M de Madrid serviría para que el terrorismo nacionalista vasco consiguiera un triunfo histórico a costa de la muerte y el sufrimiento de miles de conciudadanos ajenos a la lucha partidista. Y toda esa vileza, claro está, en nombre de una hueca «unidad democrática» sin consecuencia práctica alguna.

Podéis leer el artículo completo en la página de Basta Ya.

- De Autopsia, el artículo de FERNANDO SAVATER que publicó ayer El País, extractaré estos párrafos:

Veo la masacre por fin cumplida, la masacre que se venía buscando desde Navidades por lo menos, los kilos de explosivos que esta vez no pudieron ser interceptados: ahora ya no quedan dudas. Las había cuando se frustró el atentado de Chamartín: no faltó quien me dijera que probablemente la propia policía había puesto la maleta asesina en el tren para retirarla espectacularmente luego. Las hubo también cuando se interceptó la furgoneta cargada con quinientos kilos de dinamita, porque al sr. Azcárraga y a algún otro político no menos brillante le chocaba que los terroristas hubieran llegado tan lejos por carreteras nevadas para ser detenidos precisamente en plena campaña electoral. Hoy no, hoy las dudas se han volatilizado junto a centenares de vidas humanas. Supongo que ahora no queda más remedio que aceptar la incursión de ETA en la campaña electoral. Por cierto... ¿no estaba ya ETA en la campaña electoral, como amenaza de muerte para candidatos y votantes? Pero claro, no era momento de hablar de ello. En campaña lo mejor es no hablar de terrorismo, aunque el terrorismo condicione la campaña de quienes no pueden moverse libremente y la de quienes se mueven y se hacen escuchar precisamente gracias a que ETA existe. Hablemos de otra cosa... hasta hoy, en que ya no hay otra cosa de la que hablar.

Ahora no oigo más que un mensaje, repetido mil veces de mil modos desde todos los medios de comunicación: unidad. Es fundamental la unidad de los demócratas. Hasta ayer lo que se oía era hablar de pluralismo, de que no se entiende la pluralidad, de que sin pluralismo no hay vida ni libertad. Ahora la vida y la libertad dependen precisamente de la unidad: por lo visto, la unidad ha dejado de ser fascista y franquista para convertirse en consigna básica democrática. Antes no había nada mejor que la pluralidad, cualquier pluralidad. Por ejemplo, tener una pierna sana y una pata de palo es más pluralista que disfrutar de dos piernas sanas iguales. Pero se camina peor, cojeando y en dirección equivocada. Nos damos cuenta ahora, cuando ya no tenemos piernas porque nos las ha cortado una bomba. La España unida en democracia, tan antipática y aznarista, ha dado paso a la España simpática y cojitranca del pluralismo pero después a la España que ya no puede más que arrastrarse sin extremidades (aunque no sin extremistas, ésos que no falten): y mientras reptamos, clamamos por la unidad perdida.

Oigo que quienes han puesto las bombas no son vascos, según han decretado Ibarretxe y Otegi. No es fácil ser vasco: si no eres nacionalista, no eres vasco; pero si te pasas de nacionalista y asesinas a mansalva también dejas de serlo. Por un rato, te vuelves terrorista a secas o terrorista islámico o yo que sé. Hasta que te detenga la policía y te lleve a una cárcel. Entonces vuelves a ser vasco, las fuerzas progresistas se indignan porque te ves encerrado lejos de tu hogar y el Gobierno vasco paga a tus familiares el viaje para que puedan visitarte. Pero yo le oí a Carod Rovira que ETA es "un movimiento independentista vasco que recurre a la lucha armada". Brava lucha, que acaba de obtener una sonada victoria contra los trabajadores modestos que acudían a sus empleos por la mañana, aún bostezando, después de haber peinado a sus hijos y haberlos enviado al colegio con un beso. ¡Pobre Carod, que estaba convencido de que los asesinos de Hipercor y de Vich eran vascos, vascos de cuerpo entero, es decir independentistas como él, aunque con una noción tan confusa de la geografía que creían que Cataluña era España! Si llega a saber que no son vascos, seguro que ni se molesta en viajar a Perpignan...

He visto y he oído a las testas pensantes (y sobre todo, parlantes) de nuestro país. Nos han contado cien veces que la violencia terrorista está muy mal, pero que la política antiterrorista del Gobierno no es precisamente buena: al contrario, aumenta la crispación y el enfrentamiento territorial de España. Lo malo no son las políticas nacionalistas disgregadoras, que reinventan la historia en clave de hostilidad contra España, convierten la Constitución en un fetiche absurdo y los Estatutos en papel mojado que hay que revocar cuanto antes, para luego revocar a los tres meses el nuevo Estatuto conseguido y pedir más, mucho más... lo malo no es la educación despedazada que estudia sólo los campanarios locales ni las universidades en las que comienzan a apuntar partidas de la porra para boicotear a los profesores desafectos (como esos nuevos escamots que he padecido ya en la Central de Barcelona y me negué a sufrir en la de Tarragona, con gran disgusto del alcalde de la ciudad). No, escuchemos a nuestros intelectuales y artistas para quienes lo verdaderamente intolerable es la política del PP: en cuanto se acabe con ella, reinará la armonía y el Prestige se convertirá en un yate de recreo con velas blancas (por cierto, ¿quién habrá sido el primero en decir que la culpa de la matanza de Madrid la tiene la falta de "cintura política" de Aznar?). La libertad de expresión está gravemente amenazada (nos dicen los que se han hecho millonarios con ella), no por los asesinos que llevan veinticinco años boicoteando las elecciones democráticas y matan a los periodistas que les contradicen, sino por las manipulaciones de los medios públicos de comunicación, que tan imparcialmente funcionaban ayer. Escuchen, escuchen a nuestros intelectuales y lean sus manifiestos y vean sus peliculillas de protesta: con decirles que el más profundo de todos ellos parece ser Leo Bassi, sobran más comentarios.

Resultado de mi autopsia: el país más descentralizado de Europa es el más amenazado por la fragmentación nacionalista, que en todas partes está considerada una abominación reaccionaria salvo aquí, en donde es de izquierdas y constituye una alternativa de progreso (léase el magnífico artículo "¿Es congruente ser nacionalista de izquierdas?", de Mariano Fernández Enguita, El País, 10-3-04, que honra a su autor y las páginas en que ha sido publicado). Es precisamente aquí, donde el nacionalismo obtiene tanto reconocimiento y parabienes, donde también florece el terrorismo más sanguinario de Europa.Y aquí ETA sirve de diosa tutelar a todos los nacionalismos, lo quieran o no, dándoles el suplemento de seriedad social que nunca se habrían ganado ni por sus ideas ni por sus propuestas. El terrorismo es un proyecto de domesticación social, por medio del cual los depredadores totalitarios consiguen la obediencia de la democracia carente de virtud cívica: en el País Vasco ya han conseguido en gran parte su propósito, en Cataluña llevan buen camino para lograrlo pronto y después... El resto no será silencio, sino más mentiras, mucho diálogo y bandas de música tocando himnos patrióticos.

(Artículo completo, en Basta Ya)

-Finalmente, me haré eco de parte de lo escrito por JON JUARISTI, también ayer, en ABC:

(...) créanme que lamento haber acertado: ETA y el terrorismo islámico son ya indistinguibles en sus formas de actuación. La matanza masiva e indiscriminada de ciudadanos: he aquí el grado cero del terrorismo de nuestros días. Olvídense del siglo XX. Estamos en guerra. Es una guerra mundial entre la democracia y sus enemigos, y esos enemigos (¿hace falta enumerarlos?) se llaman fundamentalismo islámico, nacionalismo étnico, neoestalinismo y neofascismo y nueva judeofobia. Todavía podemos atisbar algunas diferencias entre sus miserables discursos; dentro de muy poco éstas se desvanecerán y todos ellos serán el mismo. Lo Mismo: el discurso único -no merece ser llamado pensamiento- del odio a la democracia, que es odio a la libertad, odio a la ley y odio a la diferencia; es decir, a la auténtica e irreductible diferencia: la diferencia entre individuos, las diferencias entre ciudadanos libres que, aun siendo diferentes, han decidido vivir bajo las mismas leyes. Leyes que ellos mismos se han dado, nos hemos dado, para preservar nuestras diferencias.

La democracia tiene otros enemigos: la frivolidad, la desmemoria y el resentimiento. También éstos suelen ir unidos y constituyen juntos la quinta columna del Terror. Habitan entre nosotros. Son enfermedades de la democracia por cuyos síntomas se guían los terroristas, como se guía el misil por una fuente de calor. El resentimiento -comencemos por el final- de quienes atizan los sentimientos de agravio entre comunidades de una misma nación; sentimientos inmotivados o, mejor dicho, motivados únicamente por el resentimiento de unos pocos canallas. Madrid ha sido el objetivo escogido por ETA, porque los discursos de los nacionalismos sedicentemente democráticos han satanizado Madrid, que no es sólo la sede del gobierno de la nación, sino, y esto lo saben muy bien los nacionalistas de toda laya aunque finjan ignorarlo, el pueblo de Madrid, este magnífico pueblo de Madrid formado por gentes que no tienen, que no tenemos otra identidad común que la de ciudadanos y vecinos, gentes sin el agobio de las pesadillas vernáculas y de las lealtades tribales. Este pueblo valiente, sufrido y noble, como lo llamó Baroja, que hoy, mientras la cifra de los asesinados ascendía sin tregua, marchaba a pie, con semblantes contristados y serenos, hacia sus lugares de trabajo, para que su historia y, con ella, la historia de España continúe contra los que quisieran que se acabe. Porque hoy Madrid es, más que nunca, el corazón de España. Un corazón herido pero imbatible.

La desmemoria, otro de nuestros demonios (...) Detrás de este 11 de marzo, que a nadie quepa duda, está la desmemoria y la falta de imaginación de quien creyó poder cabalgar el tigre de ETA sin recordar que ETA jamás indulta a alguien sin condenar a otro, sin ser capaz de imaginar que la única prueba que ETA podría ofrecer de su hipócrita benevolencia hacia los catalanes era precisamente realizar una gran matanza de otros españoles que, como los trabajadores y estudiantes madrileños, no estaban incluidos en su edicto de gracia. Pero también está la desmemoria y la falta de imaginación de quienes creyeron posible cabalgar el tigre del nacionalismo sin recordar que nunca y bajo ningún concepto admitieron los nacionalistas someterse, en democracia, a dirección ajena alguna en un gobierno de coalición. Absurda ceremonia de olvidos y equivocaciones que ha alfombrado el camino de los matarifes.

Donde no hay imaginación, medra la frivolidad: la de los estúpidos que aconsejaron la negociación de indultos con ETA, autonomía por autonomía. La de quienes decretaron que la banda estaba en desbandada, vencida, neutralizada, hundida en la impotencia. La frivolidad de quienes acusaron al ministerio del Interior de haber urdido una farsa electoralista con la detención de Cañaveras. La de quienes han venido equiparando sistemáticamente al Partido Popular con los etarras. No daré aquí sus nombres, pero una de nuestras principales obligaciones éticas con las víctimas de este 11 de marzo es recordar no sólo sus nombres y los nombres de sus verdugos, sino los de quienes, desde medios de comunicación de enorme influencia, nos alentaron a bajar la guardia. Recordarlos y recordar qué hicieron cada vez que veamos sus nombres impresos en una columna periodística, cada vez que oigamos su voz en la tertulia de una emisora cualquiera.

Y contra ETA, todos a votar. Cada uno al partido que crea que defiende mejor sus intereses, por supuesto. Pero este 11 de marzo nos impone una pregunta, a todos y a cada uno de los votantes españoles: ¿es el partido que mejor defenderá mis intereses aquél que nos defenderá mejor a todos contra los asesinos de ETA? No es posible ya, después del espanto de la mañana del 11 de marzo, esquivar esta cuestión. Que cada cual dé la respuesta que juzgue más honesta en sus papeletas de voto, pero que nadie, por lo que más quiera, deje de plantearse dicho interrogante, porque ahora sí, ahora ya sabemos lo que está en juego en los comicios del domingo. Y ya no hay tiempo, no nos queda tiempo para lidiar con la frivolidad, la desmemoria y el resentimiento. Urge una respuesta firme y meditada, pero también rápida y comprometida con la gravedad del momento presente. Parafraseando a un gran poeta catalán, urge, de una vez, un planteamiento político de la realidad. ETA no debe salirse con la suya. No debe dividirnos más en lo esencial. No dejemos que triunfe sobre la democracia española el cúmulo de olvido, mentira y mezquindad al que la banda terrorista ha puesto un colofón de muerte y dolor que son hoy los de todos, de madrileños y de españoles en su totalidad, de izquierdas y derechas. Todos a las urnas, por la libertad. Se lo debemos a las víctimas. Nos lo debemos. Que, por encima del sufrimiento y de la tristeza, las elecciones legislativas de marzo sean la gran fiesta de la democracia española: una celebración de la vida.

(Artículo completo, en Basta Ya)

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