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Bitácora de Juan Fernando Carpio

Un de las peores confusiones que se han adueñado de la mente de nuestros conciudadanos desde el siglo XX, es que el liderazgo requiere o equivale a poder político.

Eso es error absoluto. Un líder es alguien capaz de aunar voluntades en torno a un proyecto común y una visión. En esa definición no entra para nada el concepto de dominación, control, hegemonía o coacción que implica el poder político. Para matizar un poco, claro que existen líderes políticos: a) líderes entre los políticos y b) políticos que sin usar coacción como mecanismo principal lideran proyectos y visiones en su comunidad.

Pero un auténtico líder es aquel que puede mover a la gente sin la posibilidad de imponerse en última instancia. No sólo hay individuos líderes, si no instituciones líderes. Los Clubes de Leones, Rotarios, Kiwanis, etc. son ejemplos históricos interesantes de sociedades de ayuda mutua. Inspiraban a ayudar al prójimo pero con recursos propios y convocando voluntariamente. Tal ha sido su impacto en ciertas ciudades del mundo que -por dar un ejemplo- Guayaquil en Ecuador (ciudad que de paso tuvo en su constitución independentista la consagración del comercio libre, antes de ser anexada al Ecuador como república centralista) tiene una Avenida del Rotarismo. Eso dice mucho sobre el pasado liberal de la ciudad. Incluso hasta ahora, el 95% de necesidades de 'welfare' o apoyo a los necesitados, se ven suplidas por la Junta de Beneficencia, de accionar totalmente privado. Ni hablar de individuos e instituciones similares en los EE.UU. o la Europa liberal del siglo XIX, fuentes de inspiración para sociedades como la guayaquileña.

Este apunte puede resumirse en: "Si usted necesita usar la fuerza del gobierno, su idea no debe ser tan buena". Es más, considerese un fracasado.

Como dijo el gran Goethe: 'Divide y manda': sabio consejo. 'Une y guía': otro lema mucho mejor.