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La función del ahorro

Por
Traducido por Mariano Bas Uribe

Annals of the American Academy, volumen 17 (1901)
 
Bajo el título que aparece más arriba, Mr. Bostedo ha criticado, en el ejemplar de Enero de los Annals[1] algunas opiniones que expresé en mi obra “Teoría positiva del capital”[2] relativas a la influencia del ahorro en la formación del capital. Aunque ya adelanté e ilustré mediante varios ejemplos la opinión de que un incremento en el capital de una comunidad sólo puede producirse como consecuencia de un equilibrio entre el ahorro y el gasto, Mr. Bostedo llega a la conclusión diametralmente opuesta, esto es, que “el ahorro, como el término se conoce generalmente, no tiene influencia alguna en la formación del capital”.
 
Mi mejor defensa consistiría, no me cabe duda, en pedir al lector que estudie punto por punto la exposición detallada acerca de este asunto en mi “Teoría Positiva”. La solución a un problema de esta naturaleza sólo puede mostrarse creando en la imaginación de los lectores, en lugar de una visión superficial del fenómeno monetario que se les presenta cotidianamente, una perspectiva completa y al mismo tiempo plástica de las relaciones reales de la sociedad industrial moderna. Esa perspectiva completa es la que he tratado de esbozar en mi “Teoría Positiva”, y no puedo, por razones obvias, repetir la empresa en estas páginas. Deberé conformarme con comentar los puntos y dificultades particulares a los que Mr. Bostedo se refiere en su crítica.
 
Mr. Bostedo fundamentalmente me acusa de haber cometido tres errores: Haber hecho un uso ambiguo del término “ahorro”, haber elegido un ejemplo “no natural”, y por tanto inadmisible, para el desarrollo de mi doctrina y haber cometido un error lógico de bulto en el curso de este desarrollo.
 
En primer lugar, mantiene que he considerado indiferentemente dos conceptos muy distintos como “ahorro”. A veces habría designado con este término los motivos que determinan la dirección de la producción y, en este sentido, mi teoría en relación con la influencia del ahorro sobre la formación del capital, aunque seguiría siendo correcta, es en algunos casos de muy poca importancia. Sin embargo, habría empleado el término para un propósito completamente distinto, dejando de lado por tanto lo que todo el mundo entiende por “ahorro” y en este sentido usual mi teoría sería falsa.
 
En respuesta me gustaría simplemente insistir en que no he confundido dos conceptos de “ahorro” en mis escritos, sino que sencillamente he procurado analizar completamente un concepto y presentar al lector una visión exhaustiva del proceso del “ahorro”. Para concretar, que lo que “todo el mundo conoce como ahorro” tiene en primer lugar su lado negativo, esto es, el no consumo de una porción de nuestros ingresos o, en términos aplicables a nuestra sociedad que utiliza el dinero, el no gasto de una porción del dinero recibido anualmente. Este aspecto negativo del ahorro es que es más evidente en las conversaciones cotidianas y a menudo es el único que se tiene en cuenta, puesto que comparativamente pocas personas consideran el destino subsiguiente de las sumas de dinero ahorrado, más allá de la ventanilla de caja del banco o la compañía financiera. Pero es aquí justamente donde comienza la parte positiva del proceso del ahorro, para completarse lejos del campo de visión del ahorrador, cuya acción, sin embargo, ha dado el primer impulso a toda la actividad posterior: el banco recoge los ahorros de sus depositantes y los pone a disposición de la comunidad empresarial de una forma u otra –a través de préstamos hipotecarios, empréstitos a compañías ferroviarias y a otras compañías a cambios de los bonos que éstas emiten, alojamientos para gestores de negocios, etc.-, para su empleo en posteriores iniciativas productivas, que sin esa ayuda no podrían tener éxito o al menos no lo alcanzarían con la misma eficiencia. Si aquéllos que ahorran hubieran evitado hacerlo y, en cambio, hubieran vivido más lujosamente, esto es, hubieran comprado y consumido más o mejor comida, vinos, ropa u otros objetos de lujo, habrían estimulado su producción, a través del incremento de la demanda de estos productos; frente a ello, el resultado de ahorrar y depositar en los bancos porciones de sus ingresos, hubiera sido dar un impulso a la producción en forma de incremento en la manufactura de dispositivos productivos, en ferrocarriles, fábricas, máquinas, etc. Acerca de si tengo razón en este análisis del efecto del ahorro, se verá en relación con mi argumentación sobre la tercera de las críticas mencionadas más arriba. En este momento, sólo me gustaría insistir en que mi teoría no implica dos conceptos diferentes de ahorro, sino que el ahorro que actúa como impulso o motivo en una determinada dirección de la producción es exactamente el mismo “ahorro como se entiende comúnmente”. Simplemente dirijo la atención hacia la otra parte del proceso, hacia las consecuencias positivas del primer paso negativo, que es el no consumo.
 
En relación con el segundo punto, Mr. Bostedo declara que el ejemplo mediante el que yo pretendía aclarar la influencia del ahorro en la formación del capital “es un caso muy poco natural”.He supuesto, simplemente mediante un ejemplo, que “cada individuo en la comunidad consume, de media, sólo tres cuartas partes de sus ingresos y ahorra el resto”. Si Mr. Bostedo quiere decir con esta crítica que es muy improbable que en una gran comunidad cada individuo, sin excepción, ahorre de sus ingresos al mismo tiempo y en la misma proporción, sin duda tiene razón. Pero, de hecho, como indica la frase de introducción, “de media”, no otorgo importancia alguna a los detalles concretos de mi ejemplo, y si le diera, la mera improbabilidad del caso propuesto no lo invalidaría en forma alguna como ayuda en la exposición de un principio general. Más aún, me gustaría aquí aventurar la afirmación paradójica de que los buenos ejemplos que se utilizan para resolver fenómenos complejos, deben siempre implicar un grado importante de improbabilidad. Esto ocurre porque los buenos ejemplos deben se siempre simples, detallados y llamativos y deben por tanto diferenciarse significativamente de los confusos y monótonos hechos de la vida real. Creo que debería admitirse que el clásico ejemplo de Hume en el que cada persona en el país al levantarse por la mañana encuentra una pieza de oro en su bolsillo es más improbable que el que yo he utilizado, y que la misma afirmación de Mr. Bostedo, con la que concluye su crítica, “que todos los miembros de la comunidad produjeron todas sus vidas y todas sus vidas se vivieron de acuerdo con sus ingresos” es ciertamente, desde el punto de vista de las condiciones reales, no más probable que la mía.
 
Pero, y esto nos lleva a la tercera crítica, que ataca a la vez el más importante y más interesante punto de controversia, mi ejemplo es calificado no únicamente de “no natural”, sino de “imposible”, y la explicación que se construye a partir de él se describe simultáneamente como “confusa y contradictoria”.
 
Sobre la “imposibilidad” de mi ejemplo, Mr. Bostedo intenta probarla mediante el siguiente silogismo: si todos los miembros de una comunidad ahorran simultáneamente una cuarta parte de sus ingresos, reducen consecuentemente en una cuarta parte la demanda de bienes de consumo. La menor demanda lleva a los productores a restringir la producción en la misma medida. Pero si la producción decae a la vez que el consumo, entonces es evidente que no habría demanda de los ahorros; llevar a cabo el ahorro supuesto de una cuarta parte de los ingresos de la comunidad se demuestra por tanto como imposible.
 
Sospecho que este silogismo hará aparecer en las mentes de la mayor parte de los lectores la sospecha de que se ha probado demasiado. Si fuera verdad, no sólo el ahorro simultáneo de una cuarta parte de los ingresos de la comunidad sería imposible, sino que cualquier ahorro real sería imposible. Si cada intento de restringir el consumo debe efectivamente ocasionar una restricción inmediata y proporcional de la producción, entonces no podría producirse ningún incremento a la riqueza acumulada de la sociedad a través del ahorro. Los individuos particulares podrían ahorrar parte de sus ingresos, pero sólo a condición de que otros individuos de la misma comunidad consuman el exceso de los mismos; la sociedad como un todo nunca podría dejar aparte porciones de su ingreso social y las acumulaciones que puedan realizar ciertas naciones como Francia u Holanda como consecuencia de de su mayor porcentaje de ahorro en comparación con España o Turquía debe ser descrito, aunque pueda parecer un fenómeno universal, como una mera ilusión. Creo que Mr. Bostedo estaría realmente dispuesto a adherirse a esta opinión con todas sus consecuencias; a cualquier nivel, sus conclusiones me parece que armonizan con esta perspectiva, puesto que dice con especial énfasis que cada ahorro es sólo una transferencia de poder de compra de los ahorradores a otros miembros de la comunidad. Sin embargo, tengo más confianza en que los lectores rechazarán aceptar este análisis como correspondiente a su experiencia y que en su lugar concluirán que hay algo incorrecto con la cadena de razonamientos que nos lleva a una conclusión tan improbable.
 
En realidad, el fallo en el razonamiento no es difícil de encontrar. Está en que una de las premisas, la que afirma que una restricción del “consumo para disfrute inmediato” debe implicar a su vez una restricción en la producción, es errónea. La verdad es que una restricción en el consumo implica, no una restricción en la producción en general, sino sólo, a través de la acción de la ley de la oferta y la demanda, una restricción en determinadas ramas de la misma. Si como consecuencia del ahorro, se compra y consume una menor cantidad de comida de lujo, vino y encajes, se producirá posteriormente –y quiero poner énfasis en esta palabra- una menor cantidad de estos bienes. Sin embargo, no habrá una menor producción de bienes en general, puesto que la menor producción de bienes listos para su consumo inmediato puede ser y será compensada por un incremento n la producción de bines “intermedios” o de capital.
 
La última proposición es justamente la que Mr. Bostedo rehúsa expresamente admitir. Para defender su posición añade a su primer silogismo un segundo diseñado especialmente para probar que mi suposición es incorrecta e incluso que es inconsistente con las premisas sobre las que descansa mi propia teoría.
 
Su argumentación es esencialmente la siguiente: La producción es universalmente reclamada y guiada por la demanda. Esto es verdad, incluso en la producción de capital, puesto que el capital consiste, de acuerdo con mi propia teoría como se cita por Mr. Bostedo, simplemente en bienes inacabados. Éstos se demandan, no hace falta decirlo, sólo en la medida en que sean demandados los bienes acabados o de consumo que se espera que se fabriquen a partir de los mismos. Se deduce que, en un análisis final, la producción de bienes de capital es igualmente reclamada y guiada sólo por la demanda de los bienes de consumo. Ahora, si como consecuencia del ahorro universal, la demanda de bienes de consumo se reduce en una cuarta parte, no se explica cómo puede ser posible que se demanden y produzcan más bienes de capital que antes. ¿Quién tendría algún aliciente para producir una cantidad adicional de bienes inacabados cuando la demanda de bienes acabados, en lugar de ser mayor, en realidad es menor? ¿Qué tipo de productos se fabricarían a partir de la oferta incrementada de bienes inacabados? ¿Quién los va a comprar?
 
El razonamiento de mi honorable crítico se presenta ciertamente con un gran habilidad dialéctica. Tiene, si embargo, un punto débil. Falta algo de una de sus premisas, un sola palabra, pero muy importante. Mr Bostedo asume, y me representa igualmente sumiendo en mi ejemplo, que el ahorro significa necesariamente una restricción en la demanda de bienes de consumo. “Ha asumido”, dice, refiriéndose a mí, “que todas las personas han restringido su demanda de bienes de consumo en una cuarta parte”. Aquí ha omitido la pequeña palabra “presentes”. El hombre que ahorra restringe su demanda de bienes de consumo presentes pero, en ninguna forma, su deseo de bienes de disfrute, en general. Esta es una proposición que, bajo un título ligeramente distinto, ya ha sido discutida repetidamente y, creo, de forma concluyente en nuestra ciencia tanto por los escritores antiguos como por la literatura contemporánea. Los economistas están actualmente de acuerdo, pienso, en que la “abstinencia” referida al ahorro no es en realidad abstinencia absoluta, esto es, no supone renuncia definitiva a bienes de disfrute, sino, como acertadamente lo describe el Profesor Macvane, una mera “espera”. La persona que ahorra no desea dejar sus ahorros sin devolución, sino que requiere que le sean devueltos en algún momento futuro, normalmente con intereses incluidos, sean para él o para sus herederos. A través del ahorro no se extingue absolutamente ni siquiera una pequeña parte de a demanda de bienes., sino que, como J.B. Say demostró de manera magistral hace más de cien años en su famosa teoría de la “venta o demanda de productos” (des débouchées)[3], la demanda de bienes, el deseo de medios de disfrute, es en cualquier circunstancia humana, insaciable. Un apersona concreta puede tener bastante, o incluso demasiado, de un tipo particular de bienes en un momento concreto, pero no de los bienes en general, ni para siempre. Esta doctrina se aplica particularmente al ahorro. Porque el principal motivo para aquéllos que ahorran es precisamente proveer para su futuro o para el futuro de sus herederos. Esto no quiere decir otra cosa que desean asegurarse la obtención de los medios de satisfacción de sus futuras necesidades, mediante bienes de consumo en un momento futuro. En otras palabras, aquéllos que ahorran restringen su demanda de bienes de consumo en el presente, simplemente para incrementar proporcionalmente su demanda de bienes de consumo en el futuro.
 
Pero si esto es cierto, y creo que el mismo Mr. Bostedo no tiene un concepto distintos del ahorro, puesto que él mismo, hacia el final de su exposición, reconoce que aquéllos que ahorran esperan un beneficio futuro, sea para ellos o para sus herederos, por lo que éstos no “renuncian” sino que simplemente “esperan”, entonces la situación en que se produce una restricción en la producción tal y como la describe Mr. Bostedo, no existe, puesto que la demanda de bienes en general no ha disminuido. Sin embargo, es verdad que la situación puede cambiar la dirección de la producción tal y como he descrito; puesto que si se demandan menos bienes de consumo en este momento y más en el futuro y la producción va a adelantar a la demanda, ambos admitimos que las fuerzas productivas deben asumir que se fabricarán menos bienes de consumo en este momento y proporcionalmente más se pondrán en el mercado en el futuro. La manera principal de conseguir este resultado es invertir las fuerzas productivas, tierra y trabajo, en procesos más extensos o eficaces de producción o producir “productos intermedios” en una mayor cantidad, a partir de los cuales, en un momento posterior, los bienes listos para su consumo puedan ser puestos en el mercado, en otras palabras, incrementar la producción de bienes de capital.
 
Cuando Robinson Crusoe en su isla guarda (ahorra) un parte de las provisiones para ganar tiempo para perfeccionar sus armas de caza, con ello esperaba obtener posteriormente una mayor cantidad de provisiones, estas relaciones se aprecian claramente. Es obvio que el ahorro de Crusoe no es una renuncia, sino una simple espera, no una decisión de no consumir en absoluto, sino simplemente una decisión de no consumir todavía; que por lo tanto no hay una falta de estímulo a la producción de bienes de capital, ni de la demanda de bienes de consumo que se producirán mediante los mismos.
 
En una sociedad industrial compleja con una división diferenciada del trabajo, las relaciones son las mismas, aunque no son tan fáciles de entender. Una dificultad en este último caso está relacionada con el hecho de la variedad de bienes de consumo demandados y de que los periodos de tiempo en que se demandan, ya sea por el ahorrador o sus herederos, no están normalmente predeterminados. La persona que ahorra tiene en su mano, como si fuera, y creo que la opinión de Mr. Bostedo coincide muy exactamente con esta perspectiva, una orden para medios de disfrute futuros, que puede determinar a su gusto en una u otra forma de bienes de consumo, viviendas, ropa, equipamiento, vinos, etc. y que puede solicitar para una satisfacción parcial o completa cuando lo desee, o incluso puede renovarse. A partir de estas circunstancias, no puede negarse que resulta una cierta complejidad desde el punto de vista de la producción. Pero me parece que Mr. Bostedo no sólo exagera el grado de complejidad, sino que confunde completamente su naturaleza real. Aunque normalmente no es posible designar por adelantado hacia qué tipos de bienes de consumo se dirigirá la demanda de los ahorradores, Mr. Bostedo supone, sin más justificación, que esa demanda, que va a servir como estímulo y motivación para la producción posterior, no existe. Esta suposición es tan indefendible como lo sería la de un banquero que haya recibido depósitos y haya emitido a cambio certificados pagables a la vista en cualquier tipo de divisa que elija el depositante, que no tenga responsabilidades de depósito algunas, y por tanto no tenga la necesidad de hacer provisiones para redimir los certificados de depósito guardando una reserva de medios de pago. Es seguro que no sabrá en qué tipo de divisa concreto o en qué momento se reclamará el depósito, pero sí sabe que el depósito se reclamará. Exactamente de la misma manera es seguro que los que ahorran no sólo no renuncian a reclamar esos bienes en el futuro, sino que en algún momento los pedirán tanto en lo que refiere a capital como a los intereses, y que tomarán aquellos bienes que elijan en la cantidad que deseen, hasta el límite fijado por la cantidad de su reclamación, y que la producción puede y debe tener en cuenta esta demanda futura.
 
¿Pero cómo puede la producción tener en cuenta la demanda si no se conoce todavía hacía dónde se dirige? Esta dificultad aparece a primera vista como muy grande, pero en realidad no es importante en absoluto y en cualquier caso no es diferente ni mayor que las dificultades análogas con las que cualquier sistema de producción dependiente de la división del trabajo debe considerar más allá del fenómeno del ahorro. La dificultad no es muy importante porque, de acuerdo con la ley de las grandes cifras, las idiosincrasias y caprichos particulares hasta cierto punto se compensan entre sí. El caso de los depositantes en un banco sirve de nuevo en este caso como un buen ejemplo. Cada uno de los depositantes puede reembolsarse todo o parte de su depósito, en el momento que quiera, pero si el banquero tiene un gran número de depositantes, su experiencia le enseña que nunca todos ellos quieren recuperar sus depósitos a la vez., sino que las retiradas de dinero obedecen, más o menos perfectamente, a una regla regular y, como consecuencia de este hecho, como es bien sabido, sólo necesitan mantener como reserva de dinero disponible una pequeña proporción de los depósitos y pueden invertir el resto en su negocio. Ocurre exactamente lo mismo en el caso del ahorro. Aquí también la producción puede contar con que sólo una determinada proporción de las reclamaciones de capital e intereses se transformarán en demandas de bienes de consumo en cada periodo productivo y que se mantendrá el resto como títulos de propiedad sobre productos intermedios o bines de capital. La producción, consciente o inconscientemente, se ajusta por sí misma a la situación, cuando, como debe ocurrir en cada comunidad organizada de manera capitalista, las cosas se ordenan de forma que en cada periodo una cierta cantidad de bienes listos para su consumo salgan al mercado, mientras que una mayor existencia de bienes en forma de capital se mantiene para servir en momentos posteriores.
 
Pero uno puede preguntarse ¿hacia qué tipo de bienes de consumo se dirigirá la producción si no se conoce por cuáles se decidirán los ahorradores? La respuesta es muy simple: quienes dirigen la producción no lo saben mejor, pero tampoco peor, acerca de la especial demanda de los ahorradores, que lo que saben de la demanda de los consumidores en general. Un sistema de producción altamente complejo, capitalista y subdividido normalmente no espera a las solicitudes que les hagan antes de proveer, sino que tiene que anticiparse a ellas con tiempo suficiente. Su conocimiento de la cantidad, el tiempo y la dirección de la demanda de bienes de consumo no se basa en información positiva, sino que solamente puede adquirirse mediante un proceso de prueba, suposición o experimentación. Por supuesto, la producción puede cometer serios errores en esta conexión y cuando esto ocurre lo expía a través de la situación de crisis que no es familiar. Sin embargo, a menudo encuentra su camino, generando suposiciones para el futuro a partir de la experiencia del pasado, sin grandes contratiempos, aunque a veces pequeños errores se corrijan con dificultad mediante una desagradable redistribución de las fuerzas productivas mal empleadas. Estos reajustes se facilitan materialmente, como tratado de demostrar en detalle en mi “Teoría positiva”, mediante la gran movilidad de muchos productos intermedios.
 
Más aún, la ley de los grandes números actúa aquí otra vez como un agente de equilibrio y compensación. Es sin duda muy improbable que los ahorradores liquiden sus depósitos en exactamente los mismos bienes de consumo. Es mucho más probable que sus demandas de bienes de disfrute se dividirán entre las distintas ramas de la producción en la misma proporción que haya ya determinado la dirección de procesos productivos previos o a un ritmo que no se apartará repentina y violentamente del estándar ya establecido. El efecto compensatorio de la ley de los grandes números se refuerza posteriormente por el hecho de que la demanda de bienes de consumo que aparece por la nueva demanda de los ahorradores no está sujeta a ninguna influencia aislada, sino que se funde con las demás demandas de bienes de consumo de todas las otras clases presentes en una sociedad industrial para formar una gran demanda compuesta.
 
Finalmente un consideración más, cuya influencia me parece que Mr. Bostedo ha ignorado sin la más mínima justificación, y que no debe pasarse por alto. Es la eficacia incrementada que adquiere la producción como consecuencia de la prolongación del periodo de producción que es posible mediante el ahorro. Con o sin una demanda incrementándose por parte del público, cada productor individual se esfuerza por mejorar sus métodos de producción., puesto que de esta forma puede mantenerse a la cabeza de sus competidores y obtener para sí una mayor cuota de mercado. Si se ofrece ahora la oportunidad a los gestores de negocio de mejorar sus instalaciones productivas a través de la oferta de los ahorros de terceros, ninguna necesidad tendrá problema alguno en el sentido de que aquéllos no estén dispuestos a aprovechar esta oportunidad o de que la “inducción a una mayor inversión de capital”, que Mr. Bostedo no es capaz de descubrir, no se presentará. Y si la mejora técnica acaba rindiendo resultados en el sentido de una producción más eficiente o productos más baratos, tampoco necesidad alguna se verá afectada, puesto que la bajada de precios permite dirigirse a nuevos estratos de demanda, y puesto que el incremento global de la oferta de productos lleva por otro lado a un incremento proporcional de las ventas en el sentido de la famosa teoría de Say de “venta o demanda de productos”.
 
Es por tanto mi opinión que los fenómenos relativos al ahorro están interrelacionados. El asunto se muestra a mi perspectiva de manera distinta que a Mr. Bostedo, pero espero que no por causa de que mi visión sea menos completa o más superficial.
 
Me parece que Mr. Bostedo ha dejado un serio resquicio en su explicación de la formación de capital, cuando decide no tener en cuenta en absoluto el papel que juegan los ahorros en el proceso y confiar exclusivamente en la capacidad de los bienes de capital para aparecer por sí mismos tan pronto como la demanda de bienes de consumo se dirija hacia aquéllos en los cuales la producción de bienes de capital requeridos jueguen un papel útil. No tiene en cuenta el hecho de que todos los tipos de bienes de disfrute pueden ser creados mediante una enorme variedad de maneras; el grano, el producto más necesario universalmente para la vida puede producirse mediante la llamada agricultura “extensiva” en cortos periodos y con poco capital o mediante la llamada “intensiva”, de periodo largo con un correspondiente mayor capital y una persona puede viajar a lomos de una mula, en silla de manos, en carro, en automóvil o por ferrocarril. Cuando una nación adquiere el gusto por viajar, afortunadamente no puede tener la más mínima confianza en la capacidad en que las vías de tren aparezcan espontáneamente en el suelo, pero si desea construirlas con sus propios recursos debe haber ahorrado previamente las sumas necesarias de sus ingresos, y si no la ha hecho, debe llamar en su ayuda a los ahorros de otras naciones; así, sin los ahorros de ingleses y franceses, Egipto no hubiera construido jamás el Canal de Suez.


[1] Volumen XVII, Págs. 95-99.
[2] Editorial Aosta, 1998 (N. del T.)