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Historia del pensamiento económico I: El pensamiento económico hasta Adam Smith Reseña
Historia del pensamiento económico I: El pensamiento económico hasta Adam Smith


Unión Editorial, Madrid, 1999
591 páginas

La demolición del mito de Adam Smith

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Para cualquiera que conozca un poco por encima la historia del pensamiento económico, encontrarse con un volumen de casi seiscientas páginas que termina en Smith, en lugar de empezar por él, puede resultar una sorpresa notable. Pero aún mayor será el asombro si se constata que la principal tesis de este primer volumen es asegurar que Smith no realizó ningún progreso importante a lo que ya se sabía de economía política y, en cambio, sus enormes errores provocaron casi un siglo de pensamiento equivocado en la materia, siglo liderado por Ricardo y Marx.

Hay que tener en cuenta que esta obra esta escrita desde la perspectiva de un economista austriaco. De hecho, el título original lo declara explícitamente. Por esa razón, los autores que se acercan a dicha escuela son alabados y los que se alejan denostados. Pretende Rothbard derruir, en el ámbito económico, la llamada teoría whig de la historia de la ciencia, para la que cada nuevo pensador supondría un avance sobre el anterior, siempre hacia adelante, sustituyéndola por los paradigmas de Kuhn. Según esta teoría, bastante alejada del ideal cartesiano, en cada campo pueden surgir varios paradigmas, que no son generalmente discutidos ni comprobados hasta que sus defectos son lo suficientemente visibles como para provocar una crisis del mismo.

Para Rothbard el paradigma más perfecto es el austriaco, pero asume que dicho paradigma ha sido minoritario casi desde que nació. Así, observa que la historia de la economía política ha avanzado en zigzag, promoviendo en ocasiones paradigmas enormemente menos acertados que otros ya existentes. Y el caso más palpable es el de Adam Smith.

Una vez puestos a examinar en detalle ese camino serpenteante que es la historia del pensamiento económico, se comienza por los fundadores de Occidente, los griegos, avanzando sin reparar mucho en cada autor, pero revisando un número ingente de ellos. En ocasiones, esta revisión tan minuciosa puede llegar a aburrir.

Se otorga un papel crucial a la española Escuela de Salamanca, a los que considera precursores de teoría austriaca. Revisa casos curiosos como el comunismo totalitario en Münster y llega a un estudio profundo de Richard Cantillon, al que considera el verdadero padre de la economía moderna por haber escrito el primer tratado de economía, cuatro décadas antes del celebérrimo "La riqueza de las naciones". En su "Essai sur la nature du comerse en general" recupera lo mejor de la Escolástica, desprecia al mercantilismo, y avanza incluso parte de la metodología que más tarde utilizaría von Mises.

Como no podía ser menos, el volumen da un repaso al mercantilismo y a la fisiocracia, las dos únicas teorías previas que generalmente se estudian en los programas que consideran a Smith como el fundado sobrehumano de la ciencia económica. Entre los últimos, destaca a Turgot, al que considera el economista más brillante de la historia. Y nos recuerda que el ínclito escocés conocía toda esta tradición antes de escribir su tratado.

El ataque a Adam Smith se centra en los errores de "La riqueza de las naciones", a la que considera muy por debajo de obras anteriores de otros autores e, incluso, de la misma obra previa de Smith. Errores como dar una importancia excesiva a la división del trabajo al que considera casi como único factor del crecimiento económico, olvidando otros factores como la acumulación de capital y la mejora del conocimiento tecnológico. Errores como la teoría del valor-trabajo, la división entre trabajo productivo e improductivo o su inconexa teoría monetaria. Procura también destruir el mito de Smith como campeón del laissez-faire, recalcando las múltiples razones por las que justifica la intervención gubernamental y su sorprendente dedicación al oficio de inspector de aduanas.

Puede que el relato sea incluso excesivamente duro con el escocés, aunque también hay que pensar que, en ocasiones, hay que golpear a los mitos más fuerte de lo que merecen para que puedan ocupar su sitio real. Pero, si estaba tan completamente equivocado, ¿a qué se debe su fama? Este punto no acaba de ser aclarado, pese a que se apuntan varias razones. La principal se basa en la posible influencia de Dugald Steward, smithsoniano convencido, y posiblemente el creador de la economía como disciplina. Pero parece un argumento débil frente a la enorme popularidad de las ideas de Smith.

Una obra muy interesante, que repasa la vida y obra de casi todos los autores que dedicaron algunas líneas a la economía antes de Smith. Desde luego no adecuada para adeptos del paradigma neoclásico dominante en la economía, que la encontrarán, como poco, irritante. En cambio, los demás interesados en el pensamiento económico disfrutaremos como enanos con su lectura.