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5 de Enero de 2005

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Todo un hombre de Estado
Bitácora de Juan Ramón Rallo Julián

El origen del dinero


El Mises Institute publica hoy un muy interesante extracto (en castellano páginas 198 a 201 de aquí) del libro de Carl Menger, Principios de Economía Política. Ésta es la obra que según Mises le transformó en economista y que, para muchos, traza la línea de división entre la economía científica y la precientífica.

El libro tiene innumerables aportaciones básicas para el subsiguiente desarrollo de nuestra ciencia, sin embargo, destacaría tres: el descubrimiento de la ley de la utilidad marginal decreciente, su novedosa teoría de la imputación y el primer esbozo del evolucionismo institucional.

El artículo que ofrece hoy el Mises va referido, precisamente, a esta última aportación: explicar el origen del dinero como una institución social. Ello implica, como intenté explicar aquí, que a) nadie ha diseñado la aparición del dinero, b) surge espontáneamente de las interacciones humanas, c) va incorporando progresivamente las experiencias de los individuos por lo que está en continua evolución y d) los intentos para planificar el dinero son absolutamente vanos pues implican la cristalización de una enorme cantidad de conocimiento, mayor de la que cualquier hombre pueda nunca poseer

Creo que esta cita de Catón por boca de Cicerón sobre el Derecho Romano (que creo ya he reproducido en notables ocasiones) explica perfectamente este punto: La superioridad de nuestra ciudad sobre otras ciudades dependía del hecho de que éstas recibían sus leyes e instituciones de un solo legislador, como Minos las de los cretenses, Licurgo las de los lacedemonios, las de los atenienses, que fueron modificadas muchas veces, primero Teseo, luego Dracón, luego Solón, luego Clístenes, luego muchos otros; nuestra república, en cambio, no había sido creada por el genio de individuo alguno sino de muchos, ni en el trecho de una vida humana, sino a través de innúmeros siglos y generaciones. Porque jamás existió ser humano tan perspicaz que nada se le escapase, ni los combinados talentos de edad alguna fueron tales que ésta pudiese prever y anticipar todas las posibilidades dejando a un lado las lecciones del tiempo y la experiencia.

Pues bien, Menger explica como en un principio los individuos simplemente dirigían sus bienes sólo a lo más inmediato. Por tanto, los intercambios simplemente se realizaban cuando concurría una valoración inversa, esto es, los bienes de que disponía un sujeto económico tenían para él menor valor de uso que los que poseía otro sujeto, mientras que para este segundo ocurría lo contrario.

No obstante, como señala Menger, las operaciones en este proceso de trueque eran reducidas. Muy raras veces se da el caso de que una persona posea un bien que tiene para ella menos valor de uso que el bien que posee otra persona y que cabalmente esta segunda opine lo contrario. Y raras veces aún ocurre que lleguen a encontrarse precisamente ellas dos.

En la práctica, esta dificultad podría parecer casi insuperable, hasta el punto de que surgirían muy graves impedimentos para el proceso evolutivo de la división del trabajo y sobre todo y también de la producción de bienes destinados a una venta incierta. Y ciertamente hubieran sido insuperables de no encontrarse de manera natural un medio auxiliar gracias al cual, y sin que sea necesario un especial acuerdo entre los hombres y menos aún una imposición estatal, los agentes económicos de todos los lugares han establecido, con una fuerza incontestable, una situación en la que parecen totalmente eliminadas las anteriores dificultades.

¿Cómo se encontró de manera natural este medio auxiliar? Menger nos lo explica con un sencillo ejemplo. Imaginemos que un armero de la edad homérica ha forjado dos armaduras de bronce y tiene la intención de intercambiarlas por bronce, combustibles y alimentos. Sería una notable coincidencia, sin ningún género de dudas, que el armero encontrara en la plaza pública gente que quisiera intercambiar sus armaduras por el bronce, los combustibles y los alimentos (y justamente en las cantidades deseadas por el armero) En este sentido, nuestro armero tiene dos posibilidades: o esperar a intercambiar sus armaduras (o las que le hayan quedadado) otro día, o intercambiarlas por otros productos que sabe tienen mayor salida en el mercado.

La primera actuación sería antieconómica al implicar pérdida de tiempo y numerosos quebraderos de cabeza. Sería, pues, norma común que decidiera obtener una mercancía más líquida (con mayor facilidad para ser vendida sin que pierda valor): la mercancía con mayor capacidad de venta era, como veremos más adelante, el ganado. Y si bien nuestro armero no ha obtenido bienes de uso: sí ha adquirido, a cambio de unas mercancías poco vendibles, otras de mayor capacidad de venta, con lo que, evidentemente, ha multiplicado las posibilidades de hallar en el mercado aquellas personas que pueden ofrecerle los bienes de uso y consumo que él necesita.

Por tanto, hemos visto como el interés económico de cada uno de los agentes de la economía les induce (...) a intercambiar sus mercancías por otras, incluso aunque estas últimas no satisfagan de forma inmediata su finalidad de uso directo. Y todo ello sin previos acuerdos, sin presión legislativa e incluso sin prestar atención al interés público.

Este proceso, al reproducirse en todos y cada uno de los individuos, terminará dando como resultado unos pocos bienes que son siempre los que, en razón del tiempo y lugar, mayor capacidad de venta poseen, son aceptados por todos en las operaciones de intercambio y pueden intercambiarse a su vez por otras mercancías. A estos bienes llamaron los germanos Geld (= dinero).

Todo este proceso se ha basado, sin embargo, en la costumbre, en el orden espontáneo de la sociedad. El dinero no es una invención estatal ni el producto de un acto legislador. La sanción o aprobación por parte de la autoridad estatal es, pues, un factor ajeno al concepto del dinero. El hecho de que unas determinadas mercancías alcancen la categoría de dinero surge espontáneamente de las relaciones económicas existentes, sin que sean precisas medidas estatales.

Por tanto, tres de las cuatro características que he apuntado previamente sobre el intervencionismo son claramente detectable en este extracto de la obra de Menger. La cuarta, la de la imposibilidad de planificar las instituciones, se sigue del doble hecho de que el gobierno no puede crear el dinero y que la institución del dinero evoluciona conforme a las costumbres. Si el gobierno no puede crearlo y está en continua evolución, todo intento de regularlo y controlarlo (por ejemplo estableciendo el curso legal) generarán una serie de consecuencias no intencionadas ni buscadas (como el ciclo económico)

Carl Menger tiene otro excelente ensayo sobre el dinero, El Origen del Dinero, un poco más extenso, que puede encontrarse aquí o aquí.

Comentarios

 
... Pero reconocerás que el hecho de que, hoy por hoy, los billetes que llevan impreso "Banco Central Europeo" o "Federal Reserve Note" merecen mayor credibilidad por parte de las fuerzas del mercado que aquellos en los que figura "Dineros Martínez, S.A.".

Otra cosa es que haya empresas o particulares con tanta o más credibilidad que los estados, como los grandes bancos o las empresas de tarjetas de crédito que, de hecho, "fabrican" su propio dinero de plástico o, incluso, virtual.

Saludos y suerte el día de Reyes.
Enviado por el día 5 de Enero de 2005 a las 17:46 (1)
No es un tema de credibilidad. Ahí opera la ley de Gresham. Si una empresa se pusiera a emitir billetes respaldados por bienes líquidos (véase oro), al estar impuesto el curso legal del euro, los deudores preferirían pagar a sus acreedores con el dinero malo (euro), guardándose el dinero con una mayor credibilidad. No habría transacciones vamos.

Lo que proscribe el curso legal precisamente es que aparezca un dinero con mayor credibilidad, por la ley de Gresham será desplazado.
Enviado por el día 5 de Enero de 2005 a las 18:00 (2)
Los substitutos del dinero no son dinero, caesar. Hora de leer a Menger, probablemente.
Enviado por el día 6 de Enero de 2005 a las 05:07 (3)
¿Me recomiendas alguna obra (asequible y accesible) en particular?

Saludos
Enviado por el día 7 de Enero de 2005 a las 11:13 (4)
Si humildemente me lo permites, aparte del artículo de Menger citado, hay un librito de Rothbard muy bueno (con sus fallos obviamente), bastante sencillo e ilustrativo: What has government done to our money?

Lo tienes aquí: http://www.mises.org/money.asp
Enviado por el día 7 de Enero de 2005 a las 15:57 (5)

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