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20 de Enero de 2005

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Todo un hombre de Estado
Bitácora de Juan Ramón Rallo Julián

Galbraith en la campaña


Uno de los peores y menos rigurosos economistas del s. XX ha sido, sin duda, John Kenneth Galbraith. Su principal "aportación", aparte de tratar de vender a los gobiernos un keynesianismo que no terminaba de entender, consiste en negar la soberanía del consumidor aludiendo a la intrínseca manipulación publicitaria de las grandes corporaciones. Quizá por ello, los progres de medio mundo lo consideran como un exponente del buen y honetado economista, un tótem al que adorar.

La creación de necesidades a través de la publicidad, que no deja de ser una hipótesis psicológica bastante improbable (y que en todo caso dejaría abierta la pregunta económica sobre quién tiene que decidir cuáles son las verdaderas necesidades) oculta un peligroso sesgo político. Ya en su reseña de la Sociedad Opulenta, Rothbard se quejaba de que Galbraith no aplicara este mismo esquema (la publicidad controla la mente de las personas) para la propaganda gubernamental.

Al fin y al cabo, si una suerte de gobierno debiera reconducir las decisiones manipuladas de los consumidores, una suerte de dictador debiera rehacer las decisiones manipuladas de los votantes tras una campaña electoral. Quien cercena la libertad del consumidor para comprar, también está decapitando la libertad del votante para elegir. Si no es juicioso para una acción, ¿por qué hemos de suponer que lo será para otras?

Con todo, en ocasiones uno tiende a pensar que si bien el análisis de Galbraith no es del todo inútil si lo trasladamos a la arena política. Al fin y al cabo, antes que Galbraith vino Orwell y su Gran Hermano. Al fin y al cabo, como sostienen Bastiat y Hülsmann el Estado sólo se asienta en una gran ficción colectiva que, para mantenerse, necesita de continuadas mentiras y adulaciones.

Y es que existen notables diferencias entre la publicidad y la propaganda. Un consumidor tiene incentivos para evitar ser manipulado; si hace caso ciego a mucha publicidad, incurrirá en errores que reducirán su satisfacción futura. Se trata de una decisión que toma él sólo y que le concierne a él solo. Si yerra, sufrirá las consecuencias.

El votante, sin embargo, no elige directamente nada. En realidad, el voto de una persona es intrascendente para el resultado final. Ello, de alguna manera, siguiendo el análisis de Downs, rompe la relación entre elección-responsabilidad; máxime, cuando las consecuencias no las sufre uno sólo, sino que las sufre todo el país.

La complaciencia con la propaganda política, pues, resulta mucho mayor. No digamos si esa propaganda ofrece ventajas directas e inmediatas para determinados sectores de la población (pisos, aumento pensiones, aranceles...) que ocultan las fatalidades a largo plazo (fatalidades que, además, en ocasiones no sufre el beneficiado, sino otros sectores de la población; por ejemplo, el arancel sobre las naranjas marroquíes no perjudica al agricultor, sino a los consumidores)

El caso arriba enlazado es un ejemplo paradigmático. Las mentiras vertidas sobre esta Constitución Europea, cuyas consecuencias ni importan ni interesan, en una campaña propagandística financiada coactivamente por todos, han pasado desapercibidas; la sociedad anestesiada, tal y como la ha llamado Jesús Cacho, tiene una tragaderas impresionantes. Consecuencias que no importan a nadie, ya que todo el mundo asume que la Constitución será aprobada, vaya a votar o no.

A un mes justo del referéndum por la socialización europea, las primeras tretas para colarnos semejante exabrupto colectivista -tretas en función de un derecho interno redactado por el Estado, es decir, por quien se sustenta sobre la mentira y la ilusión- ya se han puesto de manifiesto. Más de un keynesiano debería recuperar a su querido Galbraith para analizar la situación política desde su perspectiva.

Al fin y al cabo, incluso Chomsky reconoce que la primera manifestación de propaganda moderna corresponde a un gobierno, en concreto al de Woodrow Wilson (y las ansias reformadoras y "progresistas" de Wilson tienen claras resonancias en la Unión Europea moderna). La oposición a la Constitución se bosqueja, día a día, como la única opción no servil. Y es que, cuando la práctica totalidad de la clase política avanza en un sentido, la libertad, muy probablemente, caminará en el opuesto.

Comentarios

 
La Unión Europea cada vez se parece más a la ONU. No sabemos quién decide, ni porque, ni quién los ha elegido pero todo el mundo piensa que lo que viene de allí es megabueno. En el fondo subyace el carácter servil del ser humano, miedo a discrepar. Si todos estamos de acuerdo tiene que ser bueno ¿no?. Pues no tien porque cáspita.
Enviado por el día 20 de Enero de 2005 a las 14:05 (1)
ya lo dijeron Los del río, "si todos los políticos de izquierdas y de derechas la apoyan nosotros que no la hemos leido no vamos a estar en contra, será buena, no?"
Patético paletismo servil
Enviado por el día 20 de Enero de 2005 a las 15:47 (2)
A esa supuesta aportación añadiría la teoría del poder compensador. Esa me parece su principal aportación (si anulamos la idea de que, si ese poder compensador fracasa, debe actuar el Estado).
Enviado por el día 20 de Enero de 2005 a las 16:23 (3)
¿Porque cerró la Ericsson su división celular? Tenían más presupuesto y "poder" que la Nokia. Que misterioso asunto...
Enviado por el día 21 de Enero de 2005 a las 17:14 (4)

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