8 de Diciembre de 2007
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Exhibidores vs. Cine español
La Ley del Cine, que estos días se encuentra en trámites en el Senado, sólo termina de convencer a los amigos de la subvención, los más beneficiados de esta futura normativa. Los exhibidores, es decir los cines de toda la vida, amenazan con tomar represalias si se aprueba, y lo más gracioso del asunto es que lo harán cumpliendo escrupulosamente la ley. Como legalmente están obligados a exhibir un 25% de cuota de cine europeo, que no español, los cines amenazan con buscarla en los mercados francés, italiano, polaco, belga y un largo etcétera de países de reconocida tradición cineasta. Pero como en el fondo no son malos chicos, es posible que entre una película sueca y otra eslovaca, decidan incluir alguna española que, por sus singulares características comerciales, tenga cierto tirón en la cuenta de resultados de la sala.
¿Que dónde está la gracia? Pues que según la nueva normativa, para que una película acceda a una subvención se debe cumplir que, primero sea estrenada y segundo, recaude al menos 300.000 euros. Y si los cines deciden no exhibirla, no hay subvención y se acabó el chollo, así que a los titiriteros de turno les queda dos opciones, o crear una cadena de salas de cine o presionar al Gobierno con no sé que males para que cuando vuelva al Congreso, a la ley se le añada de tapadillo algún nuevo artículo que cierre la brecha legal. Pero que me regodee con este asunto no quiere decir necesariamente que me posicione con los exhibidores. En el fondo, ellos lo único que quieren es que la ley les sea favorable, no que el sistema se desregule. Un ejemplo de ello es que no paran de hablar de crisis del sector.
Que el sector del cine está en crisis no es del todo cierto, lo que pasa es que el tradicional negocio de la productora que vende a la distribuidora una serie de películas para que las exhiba durante un tiempo y, pasado otro tanto, se puedan ver en la televisión o en le video, ahora DVD, hace mucho que ha muerto. Ahora los estrenos suelen estar coordinados mundialmente porque las películas no tardan ni unos minutos en estar accesibles para todos en Internet y gracias a la piratería, gratuitamente. No es de extrañar que los lanzamientos en DVD estén llenos de extras que pretenden hacer más atractiva la película. Ahora el que quiera se puede hacer un minicine en casa, con una imagen y un sonido que nada tiene que envidiar al del cine. Además, no tiene que aguantar las palomitas del de al lado, ni la familia coñazo de delante, ni sufrir al crítico desairado de detrás. Se pueden ver películas y series sin depender de un horario y parar cuando se tiene ganas de ir al servicio porque la cerveza ha terminado haciendo de las suyas.
Pero es que además, la gente tiene otras opciones para divertirse más allá del cine: la televisión, de pago o no; los videojuegos; la cena fuera de casa o la noche de juerga, compiten con un sector que hace una década no tenía rival. El cine no está en crisis, lo que pasa es que los empresarios, los exhibidores, los productores, los actores, los directores, los guionistas les cuesta mucho el adaptarse a los nuevos tiempos, como le está pasando a la industria discográfica. Como le pasó hace ya muchos años a la industria del teatro y del vodevil que vio como algunas de las salas donde actuaban los comediantes, se veían invadidos por extraños aparatos que proyectaban en una pantalla imágenes mudas en blanco y negro, acompañados de un pianista que hacía mucho más atractiva la sesión. Fue entonces cuando algunos vieron en este cambio, no una crisis, sino una oportunidad para prosperar, y más de uno ya lo creo que lo consiguió, ¿o es que nadie se acuerda de los hermanos Marx, el único marxismo que ha merecido la pena?
La defensa de la cultura a través de la ley siempre me ha parecido un negocio corrupto que beneficia a unos pocos con la alegría de buena parte de las víctimas convencidas por marketing político. La defensa del cine se hace a través de productos que lleven a la gente a las salas, a las tiendas, a la red. Las leyes proteccionistas sólo sirven para que el sector decaiga y se marchite, que es lo que le pasa al cine español, con honrosas excepciones. El cine es un negocio, y es un negocio tan bueno que suele dar verdaderas obras de arte que sin todo lo que las rodeó, nunca habrían visto la luz. No matemos el arte, no legislemos.
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