liberalismo.org
Portada » Bitácoras » Todo un hombre de Estado » Galbraith returns

12 de Febrero de 2006

« Cinco hábitos extraños | Principal | Textos fascistas de ayer y hoy (III): Nupcias estériles, por Jose Antonio Primo de Rivera »

Todo un hombre de Estado
Bitácora de Juan Ramón Rallo Julián

Galbraith returns


Con esta anotación doy respuesta al quinto post de Piijus Economicus en relación al consumo. En este caso, critico la absurda afirmación de que la oferta genera la demanda y que la innovación supone una categoría particular de acción humana.

En su quinto post sobre el consumo, Pijus Economicus va cayendo en una serie de trampas que sus malas premisas han preparado. El título del post ya es significativo: la oferta crea su propia demanda. La frase procede de la mala interpretación que hizo Keynes de la Ley de Say. Sin embargo, al menos Keynes creía que esta formulación era falsa, cosa que Pijus no hace.

Recordemos que la Ley de Say sólo establece que todo bien se intercambia en definitiva por otro y que, por tanto, no puede se consumir si anteriormente no se ha producido. Esto es muy distinto a decir que toda producción crea su propia demanda; si esto fuera así, la libertad del consumidor quedaría ipso facto eliminada. Bastaría con que alguien ofreciera algo públicamente para que todo el mundo se lanzara sobre él a comprarlo.

Nunca fue tan fácil hacerse rico... o bien mirado, ¿cómo podría alguien hacerse rico si somos incapaces de ahorrar? Imaginen que le ofrezco a Polanco diez millones de banderines con el mensaje ZP presidente. ¿Acaso estamos diciendo que Polanco dilapidará toda su fortuna para adquirirlos? Quizá se debe a que los ricos están inmunizados contra la ley económica de que la oferta crea su propia demanda. O tal vez se deba a que tal ley es un disparate.

Dice Pijus: nadie puede querer un objeto más que cuando éste aparece. El desconocimiento material del producto por parte del consumidor conlleva a éste a no poder, ni siquiera, pensar en él más que a través de una idealización . Entonces, ¿resulta irrelevante cuál sea el producto ofrecido? ¿Cualquier oferta, con independencia de que sea útil o no para el consumidor, dará lugar a una demanda desbocada? ¿La utilidad juega algún papel en todo esto?

Si es cierto que la oferta gobierna la demanda, entonces cualquier oferta puede generar cualquier demanda. Me explico, ¿por qué un consumidor decide consumir? ¿Por la oferta? ¿Entonces por qué decide consumir dos unidades y no tres? ¿O por qué está dispuesto a pagar 50 euros pero no 100? Si la oferta crea la demanda, entonces un sólo bien serviría para atraer toda la demanda, el consumidor simplemente no podría oponerse a que su demanda se creara a partir de cualquier oferta. Desde el momento en que añadimos en el análisis algún componente volitivo del consumidor, el castillo de naipes se cae.

Si una persona puede rechazar una camisa que cueste 500 euros, ¿por qué no puede hacerlo en caso de que valga 100? ¿O de que valga 50? ¿O por qué no puede rechazarla en cualquier caso si no le resulta de utilidad? Y si el determinante de la demanda es la utilidad y no la oferta, ¿no será que el origen de la demanda está en la utilidad? ¿No será más bien que la utilidad crea la demanda y la demanda orienta el rumbo de la oferta?

Por supuesto, el problema no se modifica si decimos que la oferta crea la utilidad. Seguimos en las mismas, si la oferta irremediablemente crea la utilidad, ¿por qué un sólo producto no da lugar a una utilidad tal que justifique la entrega completa del patrimonio?

En definitiva, según Pijus cualquier árbitro, especulador o innovador saldrán siempre ganando. Los especuladores no tienen que anticipar las futuras necesidades de la gente, son ellos quienes las crean. Las innovaciones no tienen que dirigirse a conseguir el bienestar del ser humano, sino a fingirlo. Poco importa si la innovación les resulta útil a los consumidores o no: para Pijus el único criterio que mueve a los individuos a adquirir el producto es su novedad.

Ya lo sabe señores lectores, creen un producto diferente, cualquier producto diferente, y a forrarse. Es increíble cómo llegan a perder el tiempo los empresarios estudiando estrategias de ventajas competitivas y de su sostenibilidad a lo largo del tiempo. Cualquier diferencia es una ventaja, pues cualquier novedad induce a consumir.

Por supuesto, en medio de este irrefrenable consumismo por la novedad, Pijus podrá argumentar que la discriminación entre productos se realiza en función de la publicidad. No voy a ser yo quien niegue que la publicidad tiene una influencia importantísima, sí niego, en cambio, que tenga una influencia determinante. Primero, porque la publicidad puede crear una imagen de irrealidad antes de comprar el producto, pero no después de que el consumidor haya experimentado con él. Si aun después de consumirlo el individuo permanece feliz y sigue considerando al producto como útil, ¿en función de qué parámetros sostiene Pijus que estamos ante una necesidad inducida por la publicidad? ¿Cuál es su auténtica escala de preferencias? ¿La conoce Pijus mejor que la propia persona? ¿Cómo sabemos que las preferencias de Pijus no han sido, por ejemplo, creadas por la propaganda marxistoide?

Pero segundo y principal, si fuera cierto que la publicidad crea las preferencias, un mayor volumen de publicidad serviría para atraer toda la demanda del mercado. El monopolio único previsto por Marx debería ser la única realidad existente, ya que ninguna empresa tendría incentivos para romper ese monopolio (pensemos que toda ruptura del pacto implicaría para una empresa un menor volumen de publicidad que la de su matriz, y por ello su demanda sería cero).

Al margen de las extraordinarias similitudes que esta situación tendría con el Estado socialista (de manera que no entiendo cómo los fervorosos comunistas temen el monopolio único pero impulsan la nacionalización total de la sociedad), resulta evidente que este no es el caso ni podrá serlo jamás. La publicidad no cercena la libertad de elección del consumidor; una cosa es que ayude a inclinar la balanza, otra muy distinta que se la cargue.

Pero es que además hay otro rasgo importante que se suele obviar en estos casos. ¿A qué tiene que apelar la publicidad para ser efectiva? Pues obviamente a la satisfacción de determinadas necesidades que favorecerán la felicidad del individuo, esto es, a su utilidad. La eficiencia de un anuncio, por tanto, depende de su capacidad para convencer al consumidor de que un determinado producto le permitirá satisfacer sus necesidades. Si es una publicidad exagerada o no, ya lo contrastará el consumidor una vez experimente con el producto. La oferta no crea la demanda, más bien la recoge.

Los ejemplos mentales que intenta poner Pijus para explicar este fenómeno tampoco son nada satisfactorios: imaginemos una sociedad con producción adicional cero, esto es, que solo produzca el mínimo de subsistencia biológica y lo imprescindible para el mantenimiento de las estructuras económicas y sociales del momento. En esta sociedad, donde la innovación técnica es un concepto inexistente, no pueden surgir necesidades que vayan más allá de lo presente, y sólo soñadores con espíritu idealizador, influidos por la fe en el caminar interminable a través de la senda del progreso tecnológico, serán capaces de desear productos por encima de lo real.

Primero, esto de producción adicional cero es un sin sentido. Toda producción va destinada a crear un excedente, en caso contrario no se emprende la producción. Una persona invierte factores productivos esperando que, al cabo de un tiempo, logrará obtener una cuota de amortización (en forma de salarios o de capital circulante) más un excedente empresarial (beneficio). En ausencia de ese excedente, ¿para qué actuar? Si la producción sólo generara rentas para reproducir a los factores productivos, no sólo desaparecería la figura del empresario (como descubridor de oportunidades insatisfechas), sino incluso la producción indirecta. Cada individuo se dedicaría a la producción directa o hand-to-mouth, no sería necesario inmovilizar ningún ahorro, porque los excedentes resultan innecesarios.

Segundo, los idealistas visionarios de los que habla Pijus sí deberían acumular un excedente para fabricar sus innovaciones y, por tanto, tendrían incentivos para descubrir las oportunides de ganancia. Esos innovadores -cuya utilidad, no lo olvidemos, consiste en incrementar su disponibilidad de bienes por encima de lo que Pijus considera básico- acumularán riquezas en forma de bienes de capital y estarán dispuestos a pagar salarios muy superiores a los que obtiene cada individuo con su produción directa. Si fuera cierto que sólo los innovadores tienen la absurda necesidad de crear bienes no básicos, entonces ninguna persona no idealista aceptaría ser contratada por otra idealista, ya que con su producción hand-to-mouth han colmado sus aspiraciones vitales. Todas aquellas personas que acepten la renta salarial superior a su producción directa expresarán una preferencia demostrada hacia las necesidades no básicas. ¿Es ello una necesidad inducida? ¿Inducida por quién? ¿Si ciertamente las personas son felices con su modo de vida autosuficiente (aun cuando sea pasto de las hambrunas, las plagas y el duro trabajo), ¿qué necesidad tienen de aceptar un trabajo asalariado a cambio de un mayor salario?

Toda acción humana supone una idealización del estado futuro; cuando actuamos lo hacemos considerando que el curso de nuestra acción será exitoso y, para ello, creemos que las circunstancias no variarán o variarán de un modo insignificante o variarán de un modo predecible. La afirmación de Pijus no pasa de obviedad: lo ficticio es posible sólo a través de la reordenación de conceptos materiales reales, atribuyéndole una funcionalidad que no es sino idealizada. Cuando pensamos en los objetos del futuro estamos idealizando el futuro de acuerdo con las técnicas actuales (tecnológicas y físicas principalmente).

Cuando una persona decide cultivar un campo para obtener una cosecha con la que vivir todo el año, no deja de dirigirse hacia una ficción inexistente que procede de la reordenación de la realidad, atribuyéndole una funcionalidad que no estaba en la agreste tierra. ¿O acaso creemos que la acción del agricultor es irrelevante para conseguir la cosecha deseada? Y si no es irrelevante, sino determinante, ¿acaso la acción no modifica las circunstancias del mundo de una forma idealizada? ¿Por qué entonces lo que sirve para las necesidades básicas no sirve para lo que Pijus llama no básicas?

Como suele ser habitual, los moralistas pretenden establecer diferencias acientíficas entre las acciones humanas que consienten y las que detestan. El fundamento es el mismo, sólo sus prejuicios les hacen observarlas de modo distinto.

Comentarios

 
Juan Ramón, ¿recuerdas aquélla discusión sobre derecho y Estado que teníamos pendiente? Este es mi alegato sobre la tercera parte. Cuando puedas respondeme, aunque no me corre prisa si estás ocupado.

http://auxarmescitoyens.blogspot.com/2006/02/la-re...
Enviado por el día 12 de Febrero de 2006 a las 23:22 (1)
Me desilusionas Rallo. Creí que te ocupabas de algo serio. Eres, además, un abusador.
Enviado por el día 13 de Febrero de 2006 a las 00:34 (2)
Me gusta acabar lo que empiezo.

Citoyen, ya sabes que esta semana estaré un poco ocupado. A ver si la próxima.
Enviado por el día 13 de Febrero de 2006 a las 00:41 (3)
Siendo como es el ser humano una expresión de la necesidad (aparentemente refinada) carece por completo de sentido la idea de una oferta que genera (y por tanto precede lógicamente a) la demanda, puesto que todo lo que hacemos obedece a una demanda.
Enviado por el día 13 de Febrero de 2006 a las 14:31 (4)
Rallo, te responderé a todo en cuanto tenga tiempo. Prometido queda.

Renegm, ¿qué es algo serio?

nomotheta, la normalización se lleva a cabo desde estructuras superiores, y tras ella el individuo se convierte en sombra de las mismas, aun de forma inconsciente.
Enviado por el día 16 de Febrero de 2006 a las 13:43 (5)
Agarzon, sería interesante que desarrollases esa idea un poco más, definiendo los términos.

Asocio "normalización" y "estructuras superiores" a distintos significados que dan diferente sentido a toda la frase, y me sería de enorme utilidad que me indicases el preciso con arreglo a tu pensamiento, para que supiera exactamente de qué estamos hablando.

Enviado por el día 16 de Febrero de 2006 a las 14:57 (6)
Yo definiría la normalización como el proceso por el cual se aceptan verdades absolutas e imperativas, creencias, estereotipos reinantes y en definitiva, todos los prejuicios.

En el caso de la estética física, que es la que se trata en el artículo, se establece un canon de belleza que es aceptado de modo inconsciente a través de la normalización social, llevada a cabo con éxito fundamentalmente mediante los medios publicitarios y otros canales de comunicación.

De este modo una persona que se encuentra sometida a su entorno desde su nacimiento, recibe inconscientemente una tendencia desde la sociedad que determinará finalmente su propio criterio. Esta tendencia será más poderosa cuanto más influencia tenga esa sociedad, de la misma forma que la relación de fuerzas con otras tendencias tendrá un resultado dependiente del poder (influencia) de cada una.

En una sociedad autoritaria esta normalización tiende a ser consciente y basada en la represión, pero la efectividad en una sociedad cualquiera se maximiza cuando la normalización es inconsciente ("Educa y no castigues...").

Hoy en día, por ejemplo, la estética de las adolescentes está generalmente homogeneizada, y responde a los gustos particulares de cada individuo. Pero estos gustos surgen de las influencias sociales. Una estructura superior, entendida como institución o persona con gran influencia es capaz de cambiar el sentido de los gustos y por tanto de la demanda.

Más concretamente, y esperando explicarme mejor, podemos ver cómo una empresa de confección hace a la moda, y no la moda la hace a ella, en tanto que sus productos entrarán en el sistema empresarial y atraerán a los individuos en esa condición y por su valor social (nunca por el valor intrínseco). Compramos las ropas con la que la sociedad nos ve bien, no con las que nosotros nos vemos bien o mejor dicho: compramos la ropa según nos vemos guapos con respecto de la sociedad.
Enviado por el día 16 de Febrero de 2006 a las 18:10 (7)
Creo que el alcance de cualquier acción encaminada a crear necesidades en los demás es bastante limitado. Y si hablamos de un ambiente social como determinante de nuestros gustos (en lugar de agentes conscientes que buscan sus fines mediante la "normalización" de los demás), nadie en particular nos impondría nuestros gustos, y nosotros seríamos actores tan conscientes y tan válidos como cualquier otro.

En cualquier caso es claro, para mi, que nuestros gustos no nos son impuestos desde fuera más que en una pequeñísima y nada significativa proporción.
Enviado por el día 17 de Febrero de 2006 a las 11:30 (8)

No se admiten ya más comentarios.