8 de Agosto de 2005

La decisión de Irán continuar con su programa nuclear de enriquecimiento de uranio, desoyendo los llamamientos americanos o los ruegos europeos, invita a preguntarse si se debe permitir que un país capaz de usar el poder nuclear de forma indiscriminada y sin ningún sistema de control salvo el de un clérigo musulmán lleno de rencor por Occidente, tenga esa capacidad de destrucción. A diferencia de lo que piensan los ingenuos pacifistas, los ideólogos del diálogo o el vulgo adiestrado por el pensamiento políticamente correcto, es decir el progre, es el Islam y la lucha contra el infiel y no los Derechos Humanos y el individuo lo que mueve al heredero del imperio persa.

El poder nuclear es un arma más, que se puede usar o vender a grupos terroristas, y que le ayudarían en la parte más sucia de la guerra entre el Islam y Occidente. A aquellos que consideran el peligro en el arma debería recordarse que no es lo mismo un arma en manos de un agente de la ley que en las de un mafioso. El primero la usará para evitar el delito, el segundo para perpetrarlo. De la misma manera, países como Irán con regímenes ansiosos de poder, no dudarán en apretar el gatillo sin pensar seriamente las consecuencias. No, será la primera vez que tan irresponsable actitud ha generado miles de muertos.

Un Irán nuclear es un peligro más que evidente en una zona tan conflictiva como Oriente Próximo y países como Israel tienen amargas experiencias con ellos. La irresponsabilidad de los que apoyan a Irán con el único argumento de oponerse a Estados Unidos no dejan de ser nada más que peones en manos de los ayatolás.