23 de Septiembre de 2006

Existen dos razones poderosas, aunque no únicas, que explican el prestigio que tiene la ONU. Una es la mera ignorancia otra una mezcla de ocultación y tergiversación interesada de sus actos más execrables. De los últimos años, la matanza de Srebrenica es seguramente el acto más deleznable que ha permitido, quién sabe si alentado, esta gigantesca burocracia de nivel planetario, que diría la ilustre ministra Carmen Calvo.

En ambos casos los medios de comunicación son en gran medida culpables. La mayoría de la información que sobre este organización llega al ciudadano es a través de los filtros que montan las líneas editoriales y la ideología de cada redacción. Es difícil encontrar un medio de comunicación, escrito o audiovisual, que critique o al menos ponga en duda sus decisiones pero de cualquier manera, estos no son ni mayoría ni una minoría destacable, son como mucho anécdotas en un mar de corrección política. Como en el caso de los grupos ecologistas, los objetivos, teóricos, que marca la ONU son suficientes para dar credibilidad a cualquiera de sus actuaciones y entidad política a sus representantes aun cuando la gran mayoría provienen de países cuyos regímenes no son precisamente ejemplos de democracia y pluralidad.

El punto y seguido del último conflicto entre israelíes y musulmanes ha consistido en una misión bajo paraguas de la ONU en el Líbano de forma que las tropas israelíes cedieran el terreno a tropas libanesas, que llevaban décadas sin controlar el sur de su país, y tropas internacionales, entre las que se encuentran las de Francia, Italia y España. La mera presencia no es evidentemente suficiente. Estas tropas deben impedir que el grupo terrorista Hizbulá, alimentado en lo espiritual y en lo material por Siria y el nuclear Irán, sigan amenazando a Israel, precisamente una de las razones fundamentales que propició el último conflicto.

Tras, para mi, un apresurado alto el fuego y un acuerdo entre partes, la realidad ha sustituido a la utopía y el líder terrorista Nasrala ha amenazado con el terror. Según cuenta hoy El Mundo, en su edición de papel, "Nasrala asegura que Hizbulá tienen 20.000 misiles y recuerda que "su paciencia tiene un límite"". Pero el atrevimiento del líder musulmán ha ido más lejos y como era de esperar, se ha lanzado sobre el eslabón más débil de la cadena que se ha tejido para parar sus pies, la ONU.

Según El Mundo, el líder chii ha advertido a la FINUL, donde se encuadran las tropas españolas, que "no interfieran en asuntos internos". No hay que ser muy listo para saber cuáles son sus asuntos internos. Pero el comandante de la FINUL, como buen representante de una organización como las Naciones Unidas, ha ejercido de cobarde declarado. Alain Pellegrini, en una entrevista concedida al Jerusalem Post, y según explica El Mundo, ha declarado que "aunque las nuevas normas de compromiso que fija la resolución 1701 para la FINUL permiten disparar, él no daría la orden de abrir fuego contra militares de Hizbulá si éstos fueran localizados de camino a la Línea Azul, ya que la labor de la ONU no es desarmar la "milicia chii", simplemente aconsejar y informar al ejército libanés y si este lo estima, actuar conjuntamente. Pero no contento con ello, ha acusado a Israel de mantener una conducta peligrosa al seguir sobrevolando a diario el territorio de su vecino.

Cuánto habrá que esperar para ver como la situación en la zona se radicaliza de nuevo, como los soldados israelíes deberán tomar medidas más contundentes para evitar que los terroristas se vuelvan a armar, pese al supuesto buen hacer del ejército libanés en el control del contrabando de armas. Mientras tanto, la miseria moral sigue impregnando a tan prestigiosa institución.