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17 de Noviembre de 2005

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Todo un hombre de Estado
Bitácora de Juan Ramón Rallo Julián

La autogestión y el activismo civil

Por casualidad me encuentro con el artículo La autogestión y el activismo civil, escrito hace casi un mes para La Mundial. Ataos los machos, porque el comienzo es brillante:

El supuesto Estado de bienestar, que ha convertido la cultura en ocio, nos ha hecho creer que los estamentos públicos nos debían apadrinar en todas y cada una de las manifestaciones creativas. Parece que son los gobiernos locales, nacionales o estatales los que deben pagar la cuenta de los artistas. Quizá el caso más evidente está en las artes escénicas, donde las compañías de danza y teatro se consideran más como bienes patrimoniales que como industrias culturales. Dejemos eso atrás. Libremos a los políticos de la cultura.

En realidad, no hace tanto que los estamentos públicos se encargan de la cultura, tan sólo, desde que Dietrich Eckart y Joseph Goebbels crearan sus Ministerios de Cultura y Propaganda, casi como uno solo. O el caso más cercano, y de más feliz recuerdo, de Francia, que en 1959 crea el primer ministerio de cultura francés; mejor dicho, el Ministerio de Acción Cultural, cuyo primer ideólogo fue André Malraux. Ese quizá ha sido el espejo usado por nuestros políticos de la transición, puesto que Malraux dijo las palabras mágicas: "Democratizar la cultura", aunque bajo la atenta mirada de un militar como De Gaulle.

Si analizamos los pasos propuestos desde París, entenderemos parte de nuestros males: Primero, se desvinculó la cultura de la educación o de cualquier propósito pedagógico: "La cultura es a la educación lo que la política es a la historia", decía el propio Malraux. Después, se profesionalizó, relegando el tejido ciudadano amateur al estatus de entidades de ocio o clubs de hobbies. De un plumazo, se creó un ejército de funcionarios que, con el objetivo de democratizar, raptaron a la cultura y ya no la soltaron, convirtiendo a los ciudadanos en simples consumidores pasivos.

Fantástico. ¿Sindicación en Red Liberal? El otro día mantuve una breve conversación con Mao, en la que él me decía que, en el fondo todo el mundo es liberal. Sólo había que rascar un poco y, eso sí, aclarar algunos conceptos. Óscar Guayabero y Claret Serrahima, autores del artículo, hay un momento en el que se están temiendo la invitación a Red Liberal y eso les da mala espina. Porque dicen:

Ante ese modelo caduco, la autogestión es la clave. La autogestión preocupa a los políticos ya que escapa a sus políticas. Pero también a nosotros parece asustarnos. ¿No es hora ya de embarcarse en la aventura de una cultura de riesgo? Es cierto que el neoliberalismo tiende a privatizar, básicamente, para hacer rentable servicios que no deben serlo, como la sanidad. No es ese el camino, pero tampoco lo es la constante sustentación, y por tanto el control, de la cultura por parte de lo público. Se podría argumentar que sin apoyo público acabaríamos en manos de las marcas de refrescos y calzado deportivo, la censura del siglo XXI. ¿De veras nos estamos escapando de ese mal? Quizá deberíamos plantar cara a las multinacionales desde los bajos presupuestos y la economía de subsistencia, que por otra parte es la real, y no desde el parapeto cada vez más frágil y dudoso de los apoyos públicos.

Hay una contradicción enorme en todo esto. Si están en contra de que se obtengan beneficios con los servicios, lo que tienen que proponer es ponerlos todos en manos de los políticos, que son expertos en arruinar lo que tocan. ¿Porqué ese prejuicio o más bién esa impostura contra los beneficios? No tiene uba nase racional. Si una empresa que se dedique, por ejemplo, a montar clínicas y hospitales, obtiene fantásticos beneficios, ocurre lo siguiente:

1) Los ingresos son muy superiores a los costes. Pero vamos a la realidad detrás de ello, los ingresos los constituyen lo que los consumidores pagan por los servicios. Si éstos pagan esos servicios es porque los valoran más que el dinero que dan a cambio por ellos. Luego unos altos ingresos son muestra de que los servicios son muy valorados por la gente. Si están en contra de los altos ingresos, ya que son un la cara de los beneficios ¿es porque desprecian las preferencias de los consumidores?
2) Vamos a la cruz. La empresa del sector de la sanidad incurre en bajos costes. El significado de esto es que para atender a sus clientes no utilizan medios muy demandados en otros sectores. Es decir, que no detraen de otros usos muchos factores de producción, por lo que les dejan a estos usos (que también son importantes para nosotros) medios suficientes para que se completen.
3) Los altos beneficios, como consecuencia de lo anterior, significa que esta empresa lo está haciendo bien. Está sirviendo muchas necesidades de los ciudadanos, y lo hace sin restar muchos medios que son necesarios también para otras cosas.
4) Pero esos beneficios, además, allegan recursos a la empresa, que de este modo puede ampliar el negocio que tanto bien está haciendo a la sociedad.
5) Por último, los beneficios son una señal de que ahí hay que invertir. El capital se destina a ese fin, en la empresa que hemos puesto de ejemplo o en varias otras.

Es una pena que, por el hecho de que algo les suene a liberalismo, caigan en tonterías como condenar el beneficio, que es el hallazgo más excelso de la cooperación social. Porque tanto el comienzo como el resto del artículo es magnífico. Os invito a que me sigáis con él. Dice:
Es evidente que la política intentará siempre controlar la cultura, pero somos nosotros los que se la hemos ofrecido en bandeja. Asumiendo, además, que nos hacían un favor al subvencionarla. Unos simples gestores económicos se convirtieron de repente en ideólogos culturales. Unos departamentos técnicos, que deberían haber gestionado herramientas al servicio de los creadores, fueron los que decidían el camino que seguir.

Quizá, al principio y al faltar medios económicos, se tuvieran que cerrar algunos teatros, algún museo, se desmontara alguna compañía, pero si realmente nos creemos que la cultura es nuestra, conseguiremos sobrevivir. Quizá no tendremos tantos canapés, pero nos ahorraremos los discursos de inauguración.

La democracia participativa debe ser un camino de dos direcciones. Evidentemente, los presupuestos deben ser elaborados con la opinión de los contribuyentes, pero también nosotros podemos generar proyectos sin esperar que nos los financien las instituciones públicas: creando empresas, organizando colectivos, desarrollando plataformas. Otras ciudades -por ejemplo, Berlín o Londres- están creando cultura no institucional. Esa cultura está generando redes independientes, por las que las ideas fluyen libremente, sin banderas ni siglas. Se habla hasta el exceso del poder que tenemos como consumidores, se dice que podemos hacer bajar la gasolina, impedir el trabajo infantil o ajustar los escandalosos beneficios de las corporaciones. Pero, ¿dónde está el poder como contribuyentes? Ejerzamos presión fiscal, exijamos que el importe de los impuestos dedicado a cultura se gestione de forma participativa. No es la cultura, como la palabra, un arma cargada de futuro, no la neutralicemos a base de becas, subvenciones y premios nacionales.

Dejemos atrás esa miedosa y burguesa cultura del ocio. Para eso ya tenemos las fundaciones de las entidades bancarias. Pongamos en evidencia a la ingente cantidad de iniciativas que nacen subvencionadas y que están exprimiendo las arcas públicas con su cultura de corto alcance, seguidista y autocomplaciente. Abramos las ventanas de los centros institucionales y respiremos un poco de aire fresco. No decimos que la broma nos salga gratis, pero al menos será nuestra broma.
Entre medias cae en una contradicción fundamental, al pedir: Creemos un auténtico Consell de les Arts, con fondos suficientes, capacidad operativa y en manos civiles, con una gestión compartida entre profesionales del sector, catedráticos y creadores. Y otorguemos a la cultura patrimonial un valor nacional y hagamos que se ocupe de ella la presidencia de la Generalitat, desde los bienes patrimoniales arquitectónicos hasta las bibliotecas o los museos históricos.

Una pena de contradicción, la verdad.

Comentarios

 
Si, es bastante contradictorio. Esta gente bascula entre el deseo de ser libres en su creatividad pero no asumir los riesgos que supone el que su creatividad no les dé de comer por la sencilla razón de que no tenga acogida entre el público.

La verdad es que no quieren ser deudores ni de los políticos que les dan de comer si hacen lo que ellos quieren a costa del dinero público, ni del público porque deberían de ser deudores del juicio sumarísimo del mercado, es decir por la acogida de una gran cantidad de gente que pague su entrada.

Por ello se reinventan y dicen que la distribución de los recursos públicos, es decir, de los dineros que se les expropia al público no debe ser distribuido por los políticos sino por una democracia participativa en la que ellos, claro ellos, decidirán qué es cultura y que no.

Para eso son ellos los que crean. Lo crean o no.
Enviado por el día 17 de Noviembre de 2005 a las 12:47 (1)

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