liberalismo.org
Portada » Bitácoras » Todo un hombre de Estado » El capitalista, patrón de los pobres

19 de Junio de 2006

« Ni con las parodias aciertan | Principal | Gestas keynesianas »

Todo un hombre de Estado
Bitácora de Juan Ramón Rallo Julián

El capitalista, patrón de los pobres


Alberto García critica a algunos partidarios del capitalismo, que para justificar la figura del capitalista, dicen que el beneficio es anterior al trabajo porque los salarios no son más que un descuento al valor que el capitalista ha generado con su acción que entrega a los trabajadores contratados que le ayudan a poder a llevar a cabo su acción empresarial.

No sé si se refiere a mí, pero dado que he sostenido en diversas ocasiones tal tesis, recojo el guante.

Alberto intenta distinguir entre empresario y capitalista. EL primero se caracterizaría por detectar las necesidades de mercado y destinar los recursos al negocio, mientras que el capitalista sólo pone el capital: El capitalista no hace nada más. Si hace algo más no podemos hablar de "un capitalista", en exclusiva.

Dado que Alberto parte de una errónea concepción del valor-trabajo, tiene que asentar toda generación de valor en el trabajo. Esto le permite justificar que el empresario se apropie de los beneficios derivados del capital ya que Como mínimo para detectar esas necesidades en el mercado el emprendedor tendrá que poner a trabajar sus neuronas, pero, sin embargo, niega que el capitalista puro, ese que no realiza ningún trabajo, se quede con los beneficios: Tomemos ahora un capitalista en su sentido puro, de tal manera que estemos ante una persona que pone un capital para que se pueda llevar a cabo un negocio esperando recuperar ese capital y obtener luego algo más de capital. ¿Qué ha hecho ese capitalista? Siendo buenos podríamos decir que ahorrar o abstenerse de gastar.

Detengámonos aquí por ahora. Alberto parece despreciar que supuestamente la única labor del capitalista haya consistido en abstenerse de gastar. Esto olvida dos detalles fundamentales: para poder gastar se ha de producir (o robar al que ha producido, pero nos centraremos en la persona que posee capital legítimamente) y por tanto, para ahorrar y acumular lo que no se gasta, se ha tenido que producir. Esto implica ya de por sí una actividad empresarial previa, consistente en localizar las oportunidades de beneficio que permitan generar capital. Cualquier persona que hoy disponga de ahorros –en sus distintas formas: dinero, inmuebles, acciones…- que no sean fruto de la violencia, ha tenido que ejercer necesariamente la función empresarial exitosa en el pasado, ya sea como empresario (sirviendo a los consumidores) o como trabajador (escogiendo aquellos puestos de trabajo que mejor satisfacen al consumidor).

Pero aun olvidando este punto, la función ahorradora del capitalista es esencial, por mucho que Alberto la vilipendie. Si los capitalistas tomaran la decisión opuesta, consumir toda su riqueza hoy, la economía volvería a su etapa primitiva de recolectores de frutas. Asistiríamos a la mayor de las hambrunas de la historia, simplemente porque sería imposible mantener las estructuras productivas actuales.

El capitalista no ahorra porque no quiera consumir hoy, ahorra porque prefiere capitalizar sus rentas presentes hacia el futuro y consumir más en ese momento. La labor de ahorrar no está ausente de costes: el capitalista debe renunciar a todas las posibilidades de consumo presentes para que otros, los empresarios, puedan pedir prestados esos recursos y utilizarlos en la actividad productiva.

Sin ahorro los bienes de capital no pueden amortizarse, los trabajadores no pueden cobrar por adelantado sus salarios (¿qué sucedería con el minero que extrae carbón para calentar las calderas en una fábrica de maquinaria pesada? ¿Cuántos años tendría que esperar hasta que su producción sirve efectivamente al consumidor?) y, en definitiva, ninguna producción indirecta sería posible.

El mensaje, por tanto, es absurdo y acientífico. Si la función de ahorrar no aporta nada, podemos animar a que los trabajadores gasten hoy la integridad de sus salarios, a que los empresarios se abstengan de pagar y cobrar a crédito, a que dejen de acumularse amortizaciones para reinvertirlas en los bienes de capital o a que los capitalistas dilapiden todos sus ahorros, a que se suspenda de inmediato todo el gasto en I+D. Al fin y al cabo, ¿qué importancia tiene el ahorro? Lo que no entiendo es, si tan poco útil resulta, ¿por qué los empresarios desprovistos de capital (aquellos que no han ahorrado suficiente tiempo como para iniciar por ellos mismos su actividad) acuden a las personas que sí han ahorrado (entre los que también se incluyen pequeños ahorradores que compran bonos o acciones) para que les presten su capital?

Pero sigamos con la peculiar caracterización del capitalista que hace Alberto: Al haber ahorrado o haberse abstenido de gastar ha conseguido acumular capital, de tal manera que ahora lo puede poner a disposición de por ejemplo un emprendor que detecte unas necesidades en el mercado y use ese capital para montar un negocio. Eso es lo único que hace el capitalista y por eso él se lleva la plusvalía. No ha hecho otra cosa más que tener el capital que había acumulado de su ahorro o de su abstinencia en el gasto. ¿Ha creado valor? Pues no. Lo que ha hecho es poner un precio a su capital al emprendedor, que recordemos era un trabajador. Ese precio que el emprendedor paga es la plusvalía que el capitalista se lleva.

A pesar de los disparates anteriores, este párrafo contiene la clave del error de Alberto quien, aun sin saberlo, asume que las oportunidades de beneficio son como las piedras, uno se las encuentra por la calle y son completamente ciertas.

El emprendedor que carece de capital (y repito, carece de capital porque no ha ahorrado durante suficiente tiempo a diferencia del capitalista) necesita acudir a un capitalista para que le preste dinero y poder rentabilizarlo. El empresario cree haber descubierto una oportunidad de ganancia en el mercado y por ello quiere aprovecharla. El capitalista, de la misma manera, tiene que valorar y juzgar (o, como diría Alberto, hacer trabajar sus neuronas) si el proyecto que le presenta un empresario realmente va a tener éxito o, en cambio, supondrá una ruina para su capital.

No sólo eso, es posible que cada capitalista tenga ante sí una pluralidad de proyectos de inversión dispares (como ocurre hoy cuando uno se va a la Bolsa) que prometen rentabilidades diversas. El capitalista debe elegir y seleccionar cuáles son los mejores proyectos, esto es, los que sirven necesidades más acuciantes del consumidor. Al elegir, discriminar e invertir, el capitalista está ejerciendo la función empresarial, aun cuando la gestión inmediata del negocio la ejecute otra persona.

De hecho, si el capitalista prestara automáticamente el dinero a toda persona que se lo solicitara y le prometiera una rentabilidad mínima, a buen seguro que habría dilapidado todo su capital en proyectos ruinosos.

Si la inversión del capitalista fuera tan sencilla y reactiva como la presenta Alberto, entonces todos los que tuviéramos unos mínimos ahorros, estaríamos obteniendo rentabilidades altísimas en los mercados de capitales. Pero ello no es así en la mayoría de los casos.

La cosa, me temo, no cambia por el hecho de que estemos hablando de pequeños o grandes capitalistas. De hecho, la mayor cuantía del capital sólo dificulta la inversión. Por ejemplo, imaginemos que yo dispongo de 10000 euros y descubro una pequeña empresa llamada Intel que creo (juzgo, valoro, estimo, preveo) que en unos años se expandirá muchísimo. Su valor en Bolsa actual son 50000 euros, por tanto, yo puedo comprar un 20% de la empresa. Al cabo de 10 años, si el valor de la empresa se ha multiplicado por 1000, yo habré obtenido rentabilidades altísimas del orden del 1000000%. Habré rentabilizado muchísimo todo mi capital.

Ahora pongamos que soy Warren Buffet y tengo unos 45000 millones de euros de capital que invertir. Tengo la suerte de descubrir esa misma pequeña empresa llamada Intel pero, oh sorpresa, de los varios miles de millones de euros de los que dispongo, sólo puedo invertir en ella 50000 (su valor bursátil). Es cierto que en unos años obtendré unas rentabilidades del 1000000% sobre esos 50000 euros de inversión, pero sigo teniendo que elegir dónde colocar mis restantes 44999950000 euros. ¿Crees que resulta sencilla encontrar oportunidades de negocio que te permitan ampliar de manera continua ese ingente capital? ¿Crees que resulta irrelevante la labor que realiza Buffet de invertir allí donde se esperen rentabilidades futuras mayores? ¿Acaso no está seleccionando qué empresarios deben realizar qué proyectos y cuáles no deben dilapidar los recursos? ¿Acaso si ejerce mal su función empresarial no dilapidará su propio capital?

El gran capitalista no puede ligar todo su capital a empresas nacientes que vayan a experimentar grandes rentabilidades y, en muchos casos, tendrá que esperar años y años hasta encontrar oportunidades de ganancia que le permitan rentabilizar realmente su capital. O como expresó claramente el propio Warren Buffet, hay que sentarse encima de una montaña de dinero y esperar.

Luego Alberto continúa olvidando la labor esencial que juega el tipo de interés en la determinación de las inversiones: Lo ideal para el emprendedor sería que la plusvalía fuese cero. En esas circustancias, el emprendedor se llevaría todo el producto de su trabajo y el capitalista recuperaría lo aportado, pero no sacaría nada más.

Es decir, que al capitalista se le pide que no gaste hoy, que inmovilice su capital durante varios años y que al finalizar todo ese tiempo, recupere la misma cantidad inicial. ¿Entonces para que prestarlo a alguien? ¿No resulta igualmente rentable (rentabilidad=0) pero bastante más líquido atesorarlo?

No sólo eso, si el capitalista no exige a los empresarios que le proporcionen rentabilidades crecientes, ¿cómo selecciona el capitalista a qué empresarios prestar su dinero? Imagina que un capitalista tiene una cohorte de 1000 empresarios que necesitan su capital para comenzar un negocio. ¿A quién prestarlo? Desde el punto de vista de Alberto, basta con que el empresario sea capaz de recuperar al cabo del período la inversión inicial, pero eso significa que el capitalista no tiene que invertir allí donde sea más rentable, esto es, allí donde los consumidores valoren más la producción. Si un empresario es capaz de conseguir una rentabilidad del 100% y otro sólo el 0%, el capitalista bien puede prestar su capital al que ofrece un 0%, ya que sólo reclama la devolución de su capital inicial.

Sin interés sustituyes la rentabilidad de los proyectos por una mera pugna por la liquidez. Los empresarios se pelearían por ver quién es capaz de devolver antes el capital prestado, lo cual implica reducir el período productivo y, por tanto, la productividad de la economía.

En este sentido, todos los proyectos capaces de recuperar el desembolso inicial serían rentables, aun cuando hubiera otros que fueran mucho más rentables y que no pueden emprenderse porque el capital escaso ha sido concentrado en las manos de los empresarios más ineficientes. El coste de oportunidad del capital parece no existir en la concepción ingenua de Alberto.

Sigamos con algunos errores de bulto: El beneficio no puede ser anterior al trabajo sencillamente porque la acción de evaluación de las necesidades de los consumidores propia del empresario puede ser perfectamente vista como una forma de trabajo. Y es lo que nos asegura la lógica: para crear valor hay que poner a trabajar aunque sea el cerebro.

Alberto carece de una teoría del trabajo y del ocio y de ahí surgen numerosos errores. Primero, la creación de valor no sólo pasa por la movilización del trabajo; el científico que disfruta investigando o reflexionando puede crear valor y no trabaja, del mismo modo que tampoco trabaja el futbolista que disfruta jugando un partido y al mismo tiempo genera valor para los espectadores. Segundo, aun cuando el trabajo fuera necesario para crear valor, eso no significa que el trabajo cree ese valor; podría ser sólo una de las causas para crear ese valor. Tercero, aun cuando fuera la única fuerza que permite crear valor, ello no significa que realmente lo esté creando: una cosa es que todos los medios útiles procedan de un trabajo anterior y otra cosa muy distinta es que los medios sean útiles en función de su trabajo. Desde siempre el ser humano ha tratado de maximizar el valor minimizando el trabajo, en tanto esta operación aparentemente opuesta es posible, no podemos afirmar que el trabajo condicione el valor. Y cuarto, aun cuando el trabajo determinara el valor, como ya hemos visto, el capitalista también moviliza el cerebro: decide qué cantidad ahorrar y dónde invertir esos fondos de entre las múltiples posibilidades existentes.

Vayamos con un nuevo disparate: Y la evidencia empírica nos lo podría demostrar: consiga que todos los capitalistas del mundo no hagan nada y el mundo seguirá su curso pues las demás personas siempre podrán tomar las propiedades de esos capitalistas (no vamos a entrar si eso es moral o inmoral, es un simple ejemplo).

Si mañana los capitalistas dejaran de invertir en las bolsas, ten por seguro que la economía se viene abajo. Me parece que muchos mutualistas aun no habéis llegado a comprender el teorema de la imposibilidad del socialismo, que no tiene que ver con los bienes de consumo, sino con la determinación de los precios de los factores productivos y, esencialmente, el capital.

Si los capitalistas dejaran de invertir, de retirarles fondos a unas empresas y  proporcionárselos a otras de una manera diaria, lo que tendrías es: a) una insuficiencia total de capital en la economía (te recuerdo que el capital no son sólo máquinas, sino también los ahorros de millones de personas que permiten financiar los proyectos empresariales, si esos ahorros desaparecen, ni los trabajadores pueden cobrar ni la gente sin ahorros invertir) que dispararía el tipo de interés y volvería no rentable la mayoría de los negocios actuales, b) una inmovilización permanente del capital en unos sectores dados de la economía (si los empresarios se quedan con los bienes de capital y no permites que puedan venderlos, acumular beneficios y luego reinvertir en otros negocios ajenos al suyo, estás vinculando el capital a unos sectores concretos de donde nunca saldría) y c) una absoluta incapacidad empresarial para descubrir las oportunidades de ganancia (ya hemos visto que la rentabilidad de un negocio es una rentabilidad relativa, ya que si existen otros negocios más productivos que el mío, mi negocio no será rentable; pero sí impido prestar capital y participar como capitalista en actividades distintas a donde ejerzo mi propio y directo trabajo, entonces no existen rentabilidades alternativas con las que comparar la propia rentabilidad del capital que tengo invertido).

Como consecuencia de ello, los mercados de capitales simplemente desaparecerían y volveríamos a una economía primitiva.

Vayamos con el disparate final: En una economía de genunino libre mercado los capitalistas se verían en la misma situación que los trabajadores ahora: tendrían competencia. Finalmente, y si de verdad nos creemos la teoría de la mano invisible, el mercado se autorregularía evitando a los capitalistas que sacasen mayores plusvalías y tendería a situarse en un escenario donde las plusvalías fuesen cero, por pura lógica de mercado.

Primero, una plusvalía (tipo de interés) igual a cero significa, como hemos visto, que la rentabilidad del negocio es irrelevante. Como en la parábola bíblica, el empresario puede pedir prestado capital, guardarlo debajo de una piedra, y devolvérselo al capitalista dentro de 10 años sin haberlo aprovechado para nada. Y en cambio, aquellos capaces de proporcionar mayores rentabilidades, como no tienen ninguna forma de hacer que el capitalista les preste a ellos el capital, se quedarían durmiendo a la sombra de los árboles. ¡Así nos enriquecemos todos!

Claro que existe una segunda alternativa, y es que un órgano de planificación central obligue al capitalista a que preste el dinero a aquellos empresarios que ofrezcan una mayor rentabilidad. ¿Pero cómo sabe ese órgano central qué empresarios tienen razón –esto es, qué proyectos serán finalmente exitosos- y quiénes se están equivocando? El capitalista tiene que juzgarlo y valorarlo y si yerra se arruina. ¿Qué ocurre con el órgano central?

El tipo de interés nunca será cero porque exigiendo esa nula rentabilidad los proyectos competitivos para acaparar ese capital se incrementarían y, por tanto, el capitalista prestará dinero a aquellos que ofrezcan una mayor eficiencia al uso de su capital.


De hecho, partiendo del modelo que tú propones, el tipo de interés no es que no vaya a caer, sino que se irá por las nubes. Cargándote el ahorro, la figura del capitalista y las bolsas, lo que consigues es una escasez total de capital y su sustitución por otras formas mercantiles bastante más ineficientes (como los intereses por mora, las enfiteusis o los censos, que no son más que formas encubiertas de inmovilizar el capital a cambio de una renta periódica sobre ese capital escaso).

Segundo, los capitalistas YA tienen competencia hoy en día. ¿Acaso un empresario, al acudir al mercado de capitales, sólo puede pedir prestado a una persona? ¿Acaso las OPV o las emisiones de bonos son monopolizadas por un capitalista? No, y precisamente por eso los empresarios sin capital pueden prosperar.

Pocos lo han expresado tan bien como Antal Fekete: El capitalismo debe ser visto como el liberador del talento inventivo, el creador de riqueza y de la prosperidad que beneficia a todos. Su fórmula creativa es la troika del capitalista, el empresario y el inventor. Uno no puede comprender los méritos del capitalismo sin asombrarse por la enorme y duradera reducción del tipo de interés que ha logrado. De hecho, la única forma válida de reducir el tipo de interés es concediendo un poder de negociación a la pareja formada por el empresario y el inventor frente al pensionista y al atesorador, esto es, fomentando la actividad que realiza el capitalista. Si este último es violentado en su actividad, la pareja del pensionista y el atesorador obtendrán un poder monopolístico y, a resultas, el tipo de interés será elevado. El capitalista es el único actor que puede ofrecer competencia frente a este monopolio. El resultado de esta competencia ha sido reducir el tipo de interés desde niveles extremadamente altos, como los que prevalecían en las sociedades precapitalistas, a un nivel reducido que permite conceder empleo a una gran cantidad de inventores y empresarios de buena fe. Pero incluso más notable que todo esto, es que el capitalismo ha conseguido reducir el tipo de interés sin dañar al pensionista y al atesorador. Cada miembro de la sociedad, con independencia de su contribución al éxito del capitalismo, se ha beneficio del tipo de interés reducido promovido por capitalismo, gracias al mayor número de bienes de consumo disponibles a bajos precios o los mayores salarios derivados del incremento de la productividad marginal del trabajo y del capital, derivadas de incontables descubrimientos científicos. Sólo haciendo referencia a la acumulación de capital podemos explicar la prácticamente lista sin fin de comodidades prodigiosas, previamente desconocidas e inconcebibles, que benefician al hombre común. Todo ello se debe solamente a la reducción del tipo de interés que ha permitido la actividad del capitalista.


Comentarios

 

No se admiten ya más comentarios.